1 de Junio de 2018actualizado el 29/11/2023 - 18:35
Cinco amigas íbamos a tomar el avión hacia el Nuevo Mundo. Más de un mes de reuniones, búsqueda de información por todas las vías y recaudación de fondos. Descubrimos que el control del aeropuerto era un gran obstáculo por superar, ya que las autoridades estadounidenses saben de la llegada masiva de españoles para realizar la temporada. Para este propósito, nos informaron de la importancia de tener una coartada preparada: preparar tu “viaje turístico” por si te avasallan a preguntas o te llevan al cuarto de interrogatorios.
Nos hicimos con un par de Lonely Planet’s y decidimos que si nos preguntaban diríamos que nuestros destinos serían el lago Tahoe, los Redwoods State Parks y San Francisco. Contábamos con la primera noche de hostal reservada, un billete de vuelta para menos de tres meses, un comprobante de nuestros fondos actuales en la cuenta bancaria y todas las conversaciones que hablaban del tema eliminadas en nuestras redes.
Cuando llegó el momento de la verdad, tanta preocupación fue en vano: el policía que nos tocó resultó ser un mexicano, o chicano, muy amable. Nos hizo cuatro preguntas sobre a dónde íbamos y el propósito de nuestra visita, y nos deseó un buen viaje.
Un vehículo propio (no hagas autoestop)
Salimos del aeropuerto de Oakland con la sensación de encontrarnos en un mundo onírico, debido al jet lag y a la incredulidad de haber llegado por fin. El siguiente paso era conseguir un vehículo. Nos separaríamos en dos grupos porque nos habían advertido de que cuanto mayor fuera el grupo, más difícil sería encontrar trabajo. Teníamos un contacto en Santa Rosa, que un amigo nos había recomendado, así que al día siguiente nos pusimos en camino. El señor que nos vendería los coches nos pasó a recoger por la parada de buses Greyhound (la principal compañía del país) y nos llevó hasta su propiedad, al final de una larga y preciosa carretera de montaña.
El hecho de contar con un vehículo es muy importante, y si puede ser uno que te sirva para dormir, mucho mejor, así te ahorras el dinero del hospedaje, puesto que no es fácil encontrar espacios de acampada libre. Sí existen sitios donde puedes intentar plantar tu tienda sin pagar (como el Redwoods Park en Arcata, donde duermen muchos trimmigrants) o, incluso, hay gente que planta tiendas en medio de la ciudad (imagen recurrente en las ciudades de California, donde muchos homeless acaban por plantar su tienda en medio de la ciudad permanentemente). Otro motivo por el cual es importante tener vehículo es porque las distancias en ese país son enormes y los transportes colectivos, al menos en la Costa Oeste, no están nada desarrollados.
"Es importante tener siempre presente que a muchos locales no les gustan los trimmigrants, y también hay mucho racismo hacia los latinos"
En cuanto al transporte, el autoestop es otra opción que muchos y muchas eligen, pero es bastante arriesgado. Numerosos carteles informan del número de chicas desaparecidas cada año, y los locales también te advierten de los peligros de viajar a dedo, más siendo mujer... A tal respecto, creo conveniente contaros una experiencia que una servidora y su amiga tuvieron ese mismo día. Perdimos el autobús que nos tendría que llevar del hostal a la parada de buses donde teníamos la cita con nuestro contacto. Por no llegar tarde, levantamos el dedo. Eran las once de la mañana. Después de un buen rato, una típica pick-up californiana paró y subimos. El conductor era un hombre de unos cuarenta años, blanco, de constitución delgada, con una imagen bastante dejada y muy callado al principio... Empezó a hacernos preguntas: de dónde venís, por qué estáis aquí; nada sospechoso. En unos minutos, la conversación empezó a torcerse con preguntas como si éramos lesbianas, si queríamos ir a su casa... Nos propuso tener relaciones entre nosotras mientras él se masturbaba y nos miraba. En ese momento, le indicamos que parase y nos dejase donde estábamos. Y, por suerte, así fue. La situación se serenó sin más percances. Resultó que estábamos a un kilómetro de la parada de buses donde teníamos la cita, así que el resto del recorrido lo hicimos andando. Una amiga que había venido el año anterior me contó la historia de una amiga suya que fue violada por un grupo de hombres cuando estaba haciendo autoestop. Por otro lado, es importante tener siempre presente que a muchos locales no les gustan los trimmigrants, y también hay mucho racismo hacia los latinos.
Compramos dos Volvos preciosos y nos repartimos en dos grupos para empezar la búsqueda de trabajo. Mi amiga y yo nos sentíamos afortunadas, porque yo conocía a un nativo de la Costa Este, que estaba viviendo actualmente en Arcata desde hacía algunos años, el cual nos invitó a hospedarnos en su casa. No solo eso, este contacto fue el que nos ayudó a encontrar los primeros trabajos y, a partir de allí, la cosa fue rodada. Creo necesario aclarar antes de seguir que mi experiencia fue muy positiva (excepto por la penúltima granja, el dueño de la cual aún me debe casi cinco de los grandes), pero que mucha gente no tiene tanta suerte. Varias amigas mías tuvieron que volver al mes porque no encontraban trabajo y se quedaron sin fondos; otras no pasaron ni el control del aeropuerto y fueron deportadas de vuelta a España, en un caso, tras nueve horas de interrogatorio sin comer.
Primer trabajo: cosechar plantas con botritis
Ya la primera noche que estuvimos en casa de mi amigo (al que llamaremos Bill), nos presentó a sus vecinos, una pareja joven que llevaba seis años viviendo en Arcata. Los conocimos trimmeando, en el suelo de su comedor, junto con sus dos amigos de Ohio. Para nuestra sorpresa, el hijo de la vecina de al lado, una auténtica hippie de los sesenta, tenía una plantación y una gran cartera de contactos en el sector. Esta entrañable mujer fue la que nos puso en contacto con la primera granja donde empezaríamos a trimmear.
No obstante, antes de eso, nuestro primer día de trabajo fue realizando las tareas de harvesting y hanging (cosechar y colgar las plantas a secar) para un chico cuyo cultivo estaba infestado de botritis, y necesitaba urgentemente cortarlas y ponerlas a secar. En este trabajo, la retribución fue de diecisiete dólares la hora, y estuvimos unas diez o doce en total. Nos dieron de comer, y podíamos tomarnos un descanso tantas veces como fueran necesarias. El grupo de trabajo estaba compuesto por cuatro estadounidenses y, por la tarde, se unieron dos chicas más: de Kuwait y de Alemania. Estuve hablando un rato con la chica de Kuwait, ya que formamos equipo para colgar las plantas, y me contó que, en su país, no se conoce este trabajo y que ella se había enterado durante la visita a una amiga unos años antes. La granja estaba ubicada en medio de la montaña, cerca de Arcata. Para llegar conducimos casi una hora por una preciosa y sinuosa carretera rodeada de poderosas secuoyas, una de las joyas de la corona de Northern California.&
La mayor parte de las granjas, por no decir todas, se encuentran muy alejadas de los municipios y son de difícil acceso, puesto que las carreteras son pistas de tierra: las intensas lluvias muchas veces las dejan intransitables, y a la granja, aislada. Este hecho tiene su lado positivo: el entorno en el que trabajas y vives durante estos meses suele ser mágico si lo tuyo es el contacto con la naturaleza. Esta es otra de las razones por las que es recomendable tener un vehículo propio, de este modo tienes la independencia de entrar y salir de las granjas cuando lo necesites (por ejemplo, si necesitas bajar al médico, hacer una llamada o comprar comida, que muchas veces corre a cargo de los trimmers). Además, es importante saber que, en la mayor parte de las granjas, por su remota ubicación, no llega mucha señal telefónica ni internet, así que tener un vehículo te aporta seguridad. Muchas historias, como salidas de una película de terror, se escuchan en el Triángulo Esmeralda: personas desaparecidas, muertes, granjeros que al terminar la faena te despiden con un arma en la boca y los bolsillos vacíos... Este mismo año oí el rumor de dos growers italianos que mataron a tiros a su farmer porque no les pagó. Los pillaron y los encerraron. En este negocio, debido a su carácter clandestino, suele haber mucha infamia y violencia. No hay que desconfiar de todo el mundo, pero sí es importante ir con pies de plomo.
Otra recomendación que nos hicieron los growers de la primera granja donde trabajaríamos fue la siguiente: si veis un coche parado en medio de la carretera pidiendo ayuda, aunque sea una mujer sola, no paréis, puesto que es muy común el que sus hermanos o su marido estén esperando escondidos para abordarte y robarte. Se sabe que en la época de trimming hay mucha gente con dinero en metálico circulando por el estado. Una herramienta de la que nos servimos cuando estuvimos allí, para sentirnos más seguras, fue crear un grupo de WhatsApp entre todas las personas que nos conocíamos y que rondábamos por esa zona, para así poder comunicar dónde y con quién estábamos en todo momento.
Ya somos ‘trimmers’
Estando en esta granja donde harvesteamos, nos llegó un mensaje de la vecina de nuestro anfitrión en Arcata comunicándonos la posibilidad de trabajo de trimming en otra granja localizada en Willow Creek. Llegamos de harvestear a las 12 pm, y a las 9 am del día siguiente ya nos pasaron a recoger para la que sería nuestra primera experiencia de trimmers.
El ambiente en esta granja no podía ser mejor, puesto que solo habían contratado a gente conocida, nada de recoger a trimmigrants en la carretera o en algún bar de mala muerte. El equipo de trabajo estaba compuesto por una quincena de personas y dos amigos perrunos. Además, los farmers y los growers, unos auténticos punkarras de L.A., eran un amor. La mayor parte de las noches se les notaba una alegría embriagadora, que generaba anécdotas para el día siguiente (el consumo de sustancias en las granjas es muy habitual, ya sea por parte tanto de los trabajadores como de los farmers, aunque muchas veces, como en el caso de la metanfetamina, afecta negativamente al ambiente de trabajo).
En este negocio, debido a su carácter clandestino, suele haber mucha infamia y violencia. No hay que desconfiar de todo el mundo, pero sí es importante ir con pies de plomo.
Cada noche hacían una hoguera donde nos reuníamos a comer y muchas veces proyectaban alguna que otra película. Como infraestructuras, contábamos con una cocina de cuatro fogones, dos neveras, una mesa grande para comer y dos Poli Klyn. El espacio de trabajo (conocido con el nombre de trimscene) era una nave grande donde te dejaban dormir si tenías frío en la tienda; el único inconveniente era que en esa misma nave secaban las plantas. La retribución era de ciento cincuenta dólares por cada libra, y los farmers, dos estadounidenses superagradables, subían a la granja casi cada día. Te atendían en todo lo que les solicitabas, ¡e incluso llegaron a subirnos el sueldo a la hora de cobrar! Uno de ellos tenía el aspecto del típico cantante de folk americano con su camisa de leñador, su chaleco tejano, su bandana, su gorra y su melena rubia peinada en dos trenzas. Era cantautor, y la última noche hicimos una pequeña fiesta de despedida, donde nos encandiló a todos los presentes con alguna de sus canciones. El otro, un chico alto y de constitución atlética, padre de familia que, según él mismo nos contó, llevaba trabajando duro toda su vida. Su sueño era abrir un gimnasio con los beneficios de la plantación.
Una Pinneapple Express y la ola de incendios
Diez días duró nuestro primer trabajo de trimmers, y volvimos supersatisfechas a nuestro campamento base en Arcata. Allí tuvimos unos cuatro o cinco días para descansar y visitar los alrededores. Una parada obligada fue uno de los Redwood State Parks que encuentras por todo Northern California, donde recargamos energía con los árboles más grandes del mundo.
Tras ese breve descanso, llegó a casa de Bill una amiga suya, granjera, que necesitaba algunas manos que manicurasen su producción. La mujer era de constitución bajita y ancha, la piel bronceada y los labios carnosos y cortados por el sol. Parecía rondar los cincuenta, y cuando le conté que tenía la intención de escribir un artículo de mis experiencias allí, me pidió que escribiese sobre cómo se deberían de comportar los visitantes (principalmente, trimmigrants) que invaden los bares por las noches: “Que dejen tips”, precisó. Seguidamente, contó una anécdota muy divertida sobre unos trimmers. Había acordado con ellos darles trabajo cinco días después, pero comentaba entre risas: “Al cuarto día me los encontré en mi cocina, ¡cocinando! No tengo problemas con tener gente en casa mientras están trabajando, ¡pero no antes! Tal vez fue mi culpa por haberles dicho que mi casa era su casa”. “No me gusta tener mucha gente desconocida por casa, y usando el baño –nos aclaró–, más que nada por los niños. No me importa que los niños sepan y que vean un poco, pero no cuando tenemos el mayor volumen de trabajo. Intento concentrar toda la faena los días que están con el padre”. En su granja nos tocó trimmear una Pinneapple Express exquisita, que a causa de los incendios había subido de un treinta a un cuarenta por ciento su valor.
Los incendios afectaron gravemente la temporada. Muchos cultivadores se vieron en la tesitura de tener que cosechar antes de tiempo para evitar que las plantas se contaminasen con el humo.
Los veintidós incendios que tuvieron lugar por la zona de la bahía, concretamente Santa Rosa y los valles de Napa y Sonoma, afectaron gravemente la temporada. Muchos cultivadores se vieron en la tesitura de tener que cosechar antes de tiempo para evitar que las plantas se contaminasen con el humo. Otros, sin embargo, tuvieron menos suerte y sus cultivos se vieron infectados de botritis a causa de la mezcla del humo y las intensas lluvias que cada año amenazan los cultivos. Los que peor suerte han tenido han perdido mucho o todo su cultivo e, incluso, sus casas y sus ahorros, ya que muchos granjeros guardan su dinero en casa por no querer utilizar cuentas bancarias y así evitar dejar huellas que les puedan acusar. Recordemos que este año pasado ha sido el último en el cual la producción y el consumo para uso recreativo han tenido un estatus de ilegalidad, y mucha gente implicada en el mercado negro se encontraba en constante peligro de ser enjuiciada. Aun con la legalización, muchos granjeros pueden enfrentarse a la posibilidad de que las autoridades les pongan multas desproporcionadas que obliguen a interrumpir la producción, o les retiren las licencias por motivos medioambientales.
El tema de la contaminación del suelo y las aguas, básicamente por el uso de pesticidas pero también por un mal tratamiento de las aguas residuales, está candente en la agenda pública estadounidense, y aunque la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos (EPA, siglas por su nombre en inglés: Environmental Protection Agency) anunció en noviembre que no regularía el uso de pesticidas en los cultivos de cannabis (sí en los de cáñamo), organismos estatales como la State Water Resources Control Board, de California, o la Government Training Agency, del sur del estado, sí han comenzado a aplicar medidas en el asunto.
Tan graves fueron las consecuencias de los incendios que la organización de la Emerald Cup, mítica copa del Triángulo Esmeralda, con doce años de vida, no tuvo segura su celebración este año hasta el último momento.
La pérdida de cultivos también trajo como consecuencia una disminución drástica de la oferta de trabajo, lo que aumentó la competitividad y redujo los sueldos (he oído historias de granjeros ofreciendo ciento veinte o cien dólares la libra, cuando lo habitual este año tendría que ser ciento cincuenta dólares, siendo, en años anteriores, doscientos y doscientos cincuenta dólares la retribución habitual). Y, si hablamos de sueldos bajos, Bill me cuenta de granjas de trabajadores exclusivamente búlgaros (se dice, controladas por la mafia) que están pagando cien dólares por cada libra; y prosigue comentándome que, en los últimos años, búlgaros y Ha Mong han hecho una gran incursión en el negocio. Yo misma pude comprobarlo de primera mano en una de las últimas granjas donde estuve trabajando, en la que compartíamos trimscene con un grupo de nueve mujeres y un hombre de etnia Ha Mong. En este caso, nos enteramos por parte de los growers de que ese grupo tenía un mánager que se encargaba de encontrar los trabajos, y que este mánager se llevaba una comisión por cada libra que manicuraban las personas de su grupo. De este modo, los trabajadores cobraban ochenta dólares la libra, y los restantes cincuenta y cinco se los llevaba el mánager. Actitudes de abuso como esta se cuentan por miles en este negocio; por lo menos hasta ahora, con la legalización muchos esperan que se acabe con estas situaciones. Historias de trabajadores que no cobran, o que cobran menos de lo prometido y cuando alguien reclama reciben un puñetazo como respuesta; granjas donde las condiciones son insostenibles (una cocina para treinta personas, ducha sin agua caliente ¡en diciembre!), lugares donde solo contratan a chicas y cobras más por trabajar sin camiseta... Por otro lado, aún quedan –¡y muchos!– auténticos hippies con el espíritu sesentero que te echarán una mano en todo lo que les pidas, y granjas donde acabas sintiéndote como en familia.
Subcontratadas en otra granja
El siguiente trabajo lo encontramos gracias a una pareja de amigos mexicanos que conocimos en una gasolinera, cuando el coche nos dejó tiradas por enésima vez. Estos chicos venían a bordo de la grúa que nos vino a buscar, y era el cuarto o quinto año que venían a hacer la temporada. Una de las nacionalidades que más encuentras en las granjas es la mexicana.
Lo curioso de este trabajo fue que estábamos “contratados” por una empresa intermediaria que se dedica a contratar a grupos de trimmers y ponerlos en contacto con el granjero en cuestión, reteniendo un tanto por ciento de comisión de su sueldo. Además de este primer contacto, la empresa también tiene un rol intermediario en todo lo que respecta a las necesidades de los trabajadores, así como a los requerimientos de los granjeros o los growers hacia ellos, ya sea en cuestión del trabajo de manicurado (menos hoja, menos palos, más grandes, más pequeños...) o de convivencia. Por ejemplo: la comida iba a cargo nuestro (como en la anterior granja) y el agua del grifo no era potable; en este aspecto, la empresa se encargaba de traer botellas de agua y algunos cereales básicos como avena, pasta, arroz y quinoa. Hay que decir que teníamos órdenes de no salir de la granja más de una vez por semana, y solo un coche por día (me contaron que esta regla fue creada porque en la casa anterior donde estaban trimmeando para los mismos granjeros, la vecina se quejó por el volumen de coches que cada día subían y bajaban por el camino).
Un mes trabajando allí, sin un solo día de descanso, sin salir de la granja... Y al final, no me pagaron. ¡Casi cinco de los grandes! Partí con uno de los growers, con quien empezaría una relación sentimental.
La empresa estaba bastante bien organizada: dos personas se encargaban del contacto con los granjeros, la contratación de personal, los pagos y la administración; y otras dos personas, los mánager, eran parte del equipo (vivían y trimmeaban en la granja con el resto de los trimmers). Estas tenían la tarea principal de organizar la trimscene y servir de intermediarias entre los granjeros, la empresa y los trimmers. A cambio, se llevaban también una comisión de cada libra que entregaba cada uno de nosotros. Sumando la comisión de los mánager y la de la empresa, de ciento setenta dólares que el granjero pagaba a la empresa por cada libra, a nosotros nos llegaban ciento veinte dólares. Por si fuera poca la formalidad de la empresa, ¡esta cuenta hasta con una oficina física en Trinity County!
La propiedad la compartían cuatro granjeros, muy agradables y muy próximos a nosotros, que incluso subían varias veces por semana a trabajar con nosotros codo con codo en las tareas de harvesting, hanging y desmantelando los invernaderos. Alguna vez que otra se enrollaron y trajeron cervezas para compartir.
En esta granja, la primera semana éramos unos quince en la trimscene, y acabamos siendo alrededor de veinticinco. Había muy buen ambiente en el espacio de trabajo y también la energía entre el equipo era fantástica; solíamos acompañar las últimas horas de la jornada con cervezas y vino (ya que, después de doce o dieciséis horas de media trabajando al día sin un día de descanso a la semana, el cerebro necesita un poquito de distensión). Para amenizar más el ambiente contábamos con un altavoz portátil con bluetooth, que los granjeros nos prestaron, y los bailoteos y el reggaeton no faltaban. Nos organizamos en grupos y establecimos un sistema rotativo para cocinar, como en la primera granja, pues así no perdíamos tanto tiempo de trabajo. Dos chicas del equipo llevaron más allá este sistema rotatorio, y una de las dos cocinaba cada día para su amiga a cambio de una libra diaria de yerba trimeada.
En esta granja, como en la primera, también nos tocó harvestear bajo la lluvia, y el sueldo era menor (quince dólares la hora). Creo que la tarea que más me gustó de esta granja fue el hanging, puesto que estabas bajo techo y tampoco hacía tanto frío como en el harvestung; además, era un descanso del trabajo de trimming, que en momentos te hacía estallar la cabeza, y muchos días la espalda, las manos y los brazos pedían un descanso.
A pesar de caer agua del cielo sin parar diez de los quince días que estuvimos allí, la trimscene estaba siempre seca, y la cocina y el baño estaban ubicados dentro de una pequeña casa, que contaba también con un frigorífico. Las tiendas también estaban bajo techo, algunas dentro de un almacén con el techo de metal, y otras en techados improvisados que los trimmers mismos nos habíamos construido con toldos que traíamos con nosotros. En esta granja fue donde aprendí la mayor parte de los trucos que me servirían para rendir más: no darle más de cuatro vueltas a cada cogollo (o siete segundos), mantener el cogollo siempre en la misma mano, y empezar por los cogollos grandes y dejar los pequeños para el final.
Un yin y un yang
Decidimos dejar esta granja antes de terminar el trabajo para ir a otra que nuestros amigos mexicanos conocían; las razones principales fueron el sueldo (en la siguiente granja nos pagarían ciento treinta y cinco dólares la libra) y la calidad de la yerba. En la granja que dejamos las plantas presentaban un nivel de moho extraordinario, por lo que manicurar una cantidad decente de material para que cundieran las horas de trabajo era ardua tarea. Además, muchas presentaban otro tipo de moho llamado mildiu, que es más dañino para la salud y que cuesta más identificar por su color blanquecino, muy fácil de confundir con la propia resina de las plantas. La situación llegó a un punto en que los granjeros nos proporcionaron mascarillas para no respirar el mildiu de las plantas.
En esta nueva granja, sin embargo, las condiciones en cuanto a infraestructuras eran pésimas. Solo el baño se salvaba, ya que la ducha y el lavabo estaban dentro de una casita de madera. La cocina estaba en el exterior y, aunque había un techado, hacía tanto frío que casi nunca cenábamos por no soportarlo. Tampoco había mesa ni sillas, así que o comías de pie o te llevabas la comida al lugar de trabajo. Este consistía en una tienda de campaña militar, sin mesas, donde el espacio apenas daba para los que estábamos allí, y donde se formaban charcos en el suelo debido a la lluvia, que se filtraba por todas partes... Esa granja estaba cerca de Laytonville, y la zona era conocida como Mars (‘Marte’), porque las lluvias interminables de invierno se mezclaban con la tierra, de un color rojizo intenso, convirtiendo el lugar en un barrizal de color fuego comparable al planeta rojo. Y así como todo en la vida posee un yin y un yang, los compañeros de trabajo y la yerba que trimmeamos eran inmejorables. El equipo de trabajo estaba compuesto por una pareja de chicos israelís, una pareja mexicana, mi amiga y yo, nuestros tres amigos mexicanos y un grupo de siete u ocho personas de la etnia Ha Mong, que actualmente residen en Wisconsin. Los cogollos eran compactos, grandes y estaban en su momento óptimo de secado (demasiado secos conduce a que se rompan con facilidad, y demasiado húmedos hace que se cargue más el brazo, puesto que las hojas no se cortan con tanta suavidad). Los growers, por su lado, dos chicos y una chica mexicanos, y dos estadounidenses, siempre fueron muy atentos, y se generó una relación muy buena con el equipo de trimmers.
Y un final feliz
Después de esta granja estuve en dos más, cuyo resumen sigue a continuación. En la primera hubo un cambio radical en cuanto a infraestructuras y condiciones de trabajo, puesto que desayuno y cena corrían a cargo del granjero. El clima fue el mejor de toda la temporada (dada su ubicación en el valle central), y podíamos utilizar la casa del granjero para comer, ir al baño y ducharnos, puesto que él y su familia vivían en la misma plantación. Para ir a esa granja ya me separé de mi amiga y de los chicos mexicanos, y me junté con otra amiga, con quien había convivido en Barcelona unos años antes y quien me consiguió el trabajo. Estuve un mes trabajando allí, sin un solo día de descanso, sin salir de la granja... Y al final, como ya dije al principio, no me pagaron. ¡Casi cinco de los grandes! El día de Navidad nos fuimos. Partí con uno de los growers, con quien empezaría una relación sentimental y con quien viajaría durante los siguientes tres meses por California en nuestro Volvo, para cruzar finalmente la frontera a México, destino final de mi primera experiencia como trimmigrant.
Antes de pasar a México, tras un par de meses viajando por el Estado del sol, el vino y la marihuana, encontré otro trabajo en una granja muy cercana a la anterior. Y aunque tenía cero ganas de volver a encontrarme cara a cara con esos cogollos peludos, en la inútil espera de que me pagasen la retribución de mi último mes trabajado, tuve que volver a coger esas tijeras naranjas. Y, como las películas de Hollywood, esta aventura tenía que tener un final feliz. Así que esta última granja resultó ser uno de los mejores trabajos que realicé en todo el viaje. Estaba ubicada en un entorno de imponente naturaleza salvaje, tan aislada de toda civilización que no llegaba ni la señal telefónica. La familia que nos empleaba disponía de un teléfono fijo como única vía de comunicación con el exterior. Esta adorable familia estaba compuesta por una pareja que no llegaba a los cuarenta y sus tres hijos: dos niñas de catorce y cuatro años y un chico de doce. Todos se mostraron siempre muy amables y considerados, y nos dejaban usar su casa a nuestro aire. Nos proporcionaban la cena, y el sueldo era de ciento cincuenta dólares la libra. Junto a un exquisito aroma, la yerba desprendía todo el amor con el cual había sido cultivada. Con tal calidad de material, fuimos capaces de llegar a los dos grandes en menos de dos semanas, ¡trabajando menos de diez horas al día! Y cobramos hasta el último centavo el día antes de partir.
Ya han pasado unos meses desde mi último tijeretazo. Para completar la auténtica experiencia del trimmigrant, tras cinco meses de sueño americano, solo me quedaba gozar bajo el sol de México. En esas estoy.
Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #246