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Volviendo a los orígenes

El comienzo de la cultura cannábica contemporánea en Occidente tiene lugar a la vez que las leyes prohibicionistas. En las décadas de los sesenta y setenta, las fuentes de cannabinoides al alcance de los consumidores europeos eran principalmente resinas importadas de países productores de hachís. Desde Líbano, Pakistán y Marruecos llegaban productos con un equilibrio entre TCH y CBD, y desde India, Nepal y Afganistán llegaban productos con un equilibrio entre THC, CBD y THCV. Los demás cannabinoides estaban presentes en cantidades cercanas al 0%. Empezamos así a consumir derivados cannábicos con un amplio espectro de cannabinoides. En Estados Unidos, sin embargo, se consumía hierba importada desde el sur y Centroamérica, que era THC dominante con bajas concentraciones del resto de los cannabinoides. Lo que tenían en común todas estas fuentes de cannabis o derivados es que poseían porcentajes de cannabinoides bajos, menos de un 10% o incluso menos de un 5% de cannabinoides totales. 

En la década de los ochenta, las guerras y la prohibición acaban con el flujo de resinas desde Oriente, dejando a Marruecos como único protagonista exportador de hachís hacia Occidente. Este, para satisfacer la enorme demanda del mercado, empezará a exportar grandes cantidades de resina con bajos niveles de cannabinoides. Así que las personas consumidoras de Occidente, para hacer frente a esa repentina falta de derivados de cannabis, empezaron a cultivar semillas provenientes de países de producción autóctonos y tradicionales (en este caso tradicional se refiere a antes de la llegada de los hippies). Estas genéticas cultivadas en Occidente se revelan como plantas muy salvajes, casi indomables (plantas que podían alcanzar los cinco metros, que se cosechaban en diciembre y con una aportación muy escasa). En California, donde hay un clima mediterráneo, se producen los primeros híbridos o cruces entre variedades autóctonas como la Skunk o la Haze. 

Empieza así tímidamente el movimiento de autocultivo, con el fin de librarse del monopolio de Marruecos, mejorar la calidad y abaratar costes. Un movimiento que encontrará su hogar en Holanda, debido a las tolerantes leyes de este país. Gracias a la extraordinaria versatilidad de la planta de cannabis y la implementación de la Cannabis indica sub. afgana, los criadores consiguieron en muy poco tiempo adaptar los nuevos híbridos a tamaños compactos, tiempos de floración cortos, aumento de la producción de cogollos, aumento de los niveles de THC… Y, en definitiva, se consigue la adaptación de la planta al cultivo de interior, sin sol y en muchos casos sin tierra. 

En la década de los 2000 nos encontramos que casi todas las variedades de cannabis al alcance son THC dominantes y, además, con altos niveles. Gracias a la mejora en las técnicas de crianza se llegarán a obtener variedades con alrededor del 20% de THC. Esto hace que muchas personas usuarias experimenten desagradables efectos secundarios típicos de los altos niveles de THC, como ansiedad o paranoia. Por otro lado, en Marruecos se introduce la genética pakistaní, que también es rica en THC y CBD, pero con niveles más elevados que la autóctona marroquí. Así que Marruecos continúa exportando grandes cantidades de hachís, pero de mejor calidad. 

Llegamos a la actual década, donde la situación se invierte. En Marruecos, los campesinos empiezan a sembrar semillas feminizadas occidentales THC dominantes, por áreas y de forma gradual, lo que tiene dos consecuencias. Por un lado, esto no supone un enriquecimiento de la genética marroquí como pasó con la introducción de la planta pakistaní, sino que supone la desaparición de la autóctona, puesto que cada año se adquieren semillas feminizadas. Por otro, Marruecos pasa de ser una fuente de productos con un equilibrio THC y CBD, a ser una fuente de productos THC dominantes de altos niveles. 

Paralelamente, en Europa se centra la atención en el CBD por sus efectos terapéuticos, y nos damos cuenta de que las plantas de cáñamo que han sido seleccionadas durante décadas por tener menos de 0,2% de THC han preservado otros cannabinoides, sobre todo el CBD, aunque con niveles bajos (más o menos del 3%). Empieza así en el mundo del cultivo la fiebre por el CBD. Los criadores cruzarán plantas THC dominantes con plantas de cáñamo europeas (Cannabis sativa) CBD dominantes, y surge toda una nueva generación de híbridos con un amplio espectro de ratios THC-CBD. Las nuevas variedades son bienvenidas por las personas con uso terapéutico, ya que en ellas encuentran un medicamento más enfocado a cada patología, pero también entre aquellas con uso lúdico, ya que el CBD modula los efectos del THC, minimizando los efectos secundarios de las altas dosis de THC. Este tipo de crianza llega a obtener variedades CBD dominantes con altos niveles de este, hasta llegar a un 20% aproximadamente. El éxito del CBD abre la puerta hacia la vuelta a un consumo de cannabis con amplio espectro de cannabinoides. Y los criadores de hoy en día están centrados en variedades con THCV, por ejemplo, un cannabinoide de la familia de los divarínicos que también modula el efecto del THC haciendo que la subida sea más rápida y eufórica, reduce la ansiedad y hace que los efectos sean más cortos (Ethan B. Russo, 2011. Taming THC: potential cannabis synergy and phytocannabinoid-terpenoid entourage effects. En: British Journal of Pharmacology, agosto, vol. 163, n.º 7, pp. 1344-1364). A nivel físico, reduce el apetito descontrolado típico de altas dosis de THC y podría disminuir la pérdida de memoria a corto plazo. 

Así que es como si durante medio siglo hubiésemos desestructurado la planta, aislando los diferentes cannabinoides en diferentes híbridos para darnos cuenta de que hace falta un efecto sinérgico de todos los componentes activos de la planta, que son más de quinientos. La ventaja es que ahora tenemos la posibilidad de volver a integrarlos en un mismo híbrido en las proporciones que más nos interesan para cada patología o gusto de uso lúdico, si es que existe una verdadera barrera entre estos dos mundos. 
 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #252

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