Bendita agua negra
Se utiliza para hablar con los dioses, es un símbolo de poder y la base de la pirámide alimentaria. En solo sesenta años, Coca-Cola y Pepsi han transformado la vida de Chiapas (México).
Se utiliza para hablar con los dioses, es un símbolo de poder y la base de la pirámide alimentaria. En solo sesenta años, Coca-Cola y Pepsi han transformado la vida de Chiapas (México).
Una vez al mes los ancianos de Tenejapa ayunan para hablar con dios. Durante un día, en este pueblo de dos mil habitantes de los Altos de Chiapas, en México, se alimentan con un aguardiente de maíz prehispánico llamado Pox y con Pepsi. El gas, presuntamente, ayuda a expulsar el mal y purificar el cuerpo. Pero tiene que ser Pepsi, la Coca-Cola no funciona. En la iglesia de San Juan Chamula, una ciudad de cincuenta y nueve mil habitantes, no hacen esa distinción. El suelo de la iglesia está cubierto por agujas de pino, no hay bancos para rezar y en los costados varios pobladores han dejado para santos y vírgenes ofrendas de Pepsi, Coca y hasta Fanta. La mayoría de los habitantes de Chiapas es indígena y practica un sincretismo entre el catolicismo y las tradiciones mayas en el que los refrescos de cola, y sus marcas, son vitales.
Cuando Coca-Cola y Pepsi llegaron al Estado, en los años cincuenta, buscaron a los caciques y líderes religiosos de los pueblos para otorgarles la concesión para vender sus productos. En San Juan Chamula se encontraron a Salvador López (que se quedó con la concesión para vender ambas marcas); en Tenejapa solo se vende Pepsi gracias a Sebastián López, que durante su paso por la presidencia municipal estableció que las multas y los delitos menores se pagasen con cajas de Pepsi.
Los refrescos de cola no solo dominan la vida espiritual de los chiapanecos, también la terrenal. “Si un miembro del pueblo necesita ayuda acudirá con el presidente municipal con al menos una o dos cajas de Coca, que se distribuyen equitativamente con el resto de las autoridades”, relataba Scott Johnson, de la revista Newsweek, en una crónica de San Juan Chamula publicada en el 2004. También explicaba que la botella de 350 mililitros denotaba respeto y era ideal para el cohecho, no así una lata, que es para niños y sería considerada una ofensa. Johnson también describía, estupefacto, como las mujeres daban a sus bebés biberones con refresco.
La Coca-Cola es más barata que la leche en algunas partes de Chiapas, uno de los estados más pobres de México (el 32% subsiste con un dólar al día). En las zonas más vulnerables, el precio del “agua negra” es hasta un 50% más barata que en el resto del país. Esto, aunado a la escasez de agua en muchos municipios, explica que el chiapaneco promedio consuma 2,25 litros de refrescos diarios, según el antropólogo Jaime Page Pliego. La cifra es muy superior a la del resto de México (que es, con 375 mililitros per cápita al día, el cuarto consumidor del mundo, detrás de Argentina, Estados Unidos y Chile). Obviamente, este elevado consumo de azúcar ha pasado factura a la salud, y el 60% de los chiapanecos sufren obesidad y sobrepeso. Además, en los últimos años, la diabetes se ha convertido en la principal causa de muerte de México. Aun así, los curanderos recetan beber Coca o Pepsi caliente para combatir males como la fatiga o los temblores.
Los conflictos por los refrescos en algunas comunidades han llegado a provocar el desplazamiento de familias. Fue lo que ocurrió en el año 2000 en Mitzitón, un pueblo de mil quinientos habitantes en el que el cacique local obtuvo de la Coca-Cola una nevera –un bien de lujo en la región–, sillas, mesas y otros regalos a cambio de comprometer un mínimo de ventas mensual. El cacique reunió a las autoridades del pueblo para obligarles a que le compraran un número de cajas de Coca-Cola al mes o, de lo contrario, amenazó con cerrar la única tienda del pueblo. Algunos se negaron y empezaron las amenazas, que escalaron hasta la quema de una casa y, al final, sesenta familias abandonaron el pueblo.
En el año 2000, Vicente Fox fue el primer presidente de la transición mexicana, que aguantó durante setentaiún años a gobiernos del PRI. Fox había sido director general de la Coca-Cola México, y durante su presidencia la compañía trasnacional obtuvo veintitrés concesiones para explotar ríos. Entre las más polémicas está la del manto acuífero más rico de San Cristóbal de las Casas, que se encuentra dentro de una reserva ecológica y por la que solo pagó 25.000 euros, según el documental Coca-Cola: La fórmula secreta. Para hacer un vaso de Coca-Cola se emplean tres de agua, y la fábrica de refrescos de San Cristóbal extrae cada día 750.000 litros, lo que consume una ciudad de diez mil personas. Las cinco comunidades que necesitan ese manto, según el documental, sufren de desabasto de agua, a pesar de que como pueblo indígena tienen derechos sobre sus ríos. No les queda otra que beber refresco.
El gusto por el agua negra tampoco conoce de ideologías en Chiapas. En los Caracoles, las comunidades autónomas zapatistas, se consume Coca-Cola con el mismo fervor capitalista que en el resto del Estado. En el 2007, el propio subcomandante Marcos abordó el tema sentado frente a una lata envuelta en un papel para evitar que se viera la marca: “Nos han criticado, gente venida de fuera, porque bebemos este refresco, nosotros los zapatistas. Y hemos callado, no por estar de acuerdo, sino por mostrar nuestra hospitalidad”. Marcos es, presuntamente, un gran bebedor de Coca-Cola, y durante diez minutos explicó que los zapatistas venden refrescos en cooperativas cuyo beneficio se reparte entre la comunidad. Cuando Marcos bebe un refresco de cola, añadió, piensa en los trabajadores de las fábricas: “Obreros explotados por el sistema, igual que nos explotan a nosotros”. De sus palabras se deduce que, en Chiapas, beber Coca-Cola puede ser otra forma de hacer la revolución.
Fotos: María Verza