Llevo años recorriendo este conjunto de islas y la verdad es que las Islas Baleares no son lo que parecen a simple vista. Más que un territorio homogéneo, son un rompecabezas cuya clasificación como conjunto es una mera cuestión de despachos. Desde los tiempos de los fenicios, Ibiza y Formentera ya eran distintas. Las llamaban las “Pitiusas”, las islas de los pinos, y ese nombre, cargado de resina, ya las separaba de las Gimnesias, tal y como bautizaron los griegos a Mallorca y Menorca.
Esta diferencia no es un capricho; esta diferencia es histórica, cultural, incluso geográfica. Se percibe claramente. Ibiza pertenece a otro paradigma. Está marcada por lo púnico, por lo africano, por una identidad popular que no se parece en nada a la mallorquina ni a la menorquina. Incluso su aspecto es distinto, con valles de tierra rojiza y suaves elevaciones teñidas de pinos y casas beréber de techos planos que guardan historias de lucha y de supervivencia. Pues la historia no miente (o no debería) cuando nos cuenta que Ibiza ha sido, durante siglos, la hermana pobre, la olvidada. Vivió al margen de los grandes acontecimientos, al favor de los piratas, las pestes y el hambre. Era un lugar donde la historia apenas hacía ruido, y donde la vida se sostuvo a duras penas, a base de pequeños huertos, pesca modesta y sal. Esa sal, que brillaba bajo el sol, era quizás su único lujo. Así es como la isla resistió, con la dignidad terca de quién no tiene más remedio que sobrevivir. Ese es el espíritu de Ibiza, es el espíritu que la identifica: la supervivencia.

Panorámica desde el barco entrando al puerto de Eivissa. Se ve Dalt Vila y el barrio de La Marina, un lujo para los sentidos. Antaño, los ibicencos esperaban el ferry en el puerto y al llegar le lanzaban rollos de papel y hacían fiestas a los pasajeros. Otros tiempos. Ahora hay coches de la poli…
Cuentan también que la isla recibe su nombre del dios egipcio Bes, un dios protector y símbolo de la fertilidad, defensor de todo lo bueno, que protege a los hogares y los niños de todo mal, y está asociado con el amor y el placer sexual. Representado como un genio enano, barbudo y con melenas, con la lengua fuera y habitualmente desnudo (en ocasiones con un gran falo en erección), el dios Bes sujeta en las manos instrumentos musicales con cuya música espanta a serpientes, escorpiones y otros animales ponzoñosos, así como a los genios malignos. Era de gran ayuda para las mujeres parturientas, daba buena suerte y, sobre todo, provocaba la risa y el buen humor. En una copa con forma del dios Bes del siglo II a. C. los análisis han descubierto restos de una bebida psicoactiva.
Así que música, sexo y psicodelia ya estaban presente en el culto a Bes cuando unos fenicios que le tenían devoción llegaron a las costas de Ibiza en el siglo VII a. C. y decidieron nombrarla (según especulan algunos, al no encontrar serpientes en sus tierras) como la Isla de Bes.
La isla como utopía desnuda

Arcoíris en Pou des Lleó con el campo de tierra roja recién arado; un contraste de colores muy propio de la isla.
Desde muy jovencito, ya flirteaba con la idea de ir a vivir a una isla, ya que las islas representan una ruptura con el mundo exterior, es ese concepto ancestral donde la isla simboliza la utopía de cierto paraíso terrenal. Los griegos ya imaginaron islas perfectas en su mitología, como la Atlántida. Esta idea romántica de isla no deja de ser un híbrido entre herencias culturales y deseos profundos, probablemente vinculado a la búsqueda constante de ese lugar de calma, de cierta libertad y de una vida sencilla.
Es probable que muchos de los que venimos a Ibiza lo hacemos con algo de esa cosmovisión, esa búsqueda de calma, libertad y ruptura con el mundo exterior. Esto lleva pasando desde hace bastante tiempo. En los años treinta del pasado siglo, periodo en que Europa estaba recuperando el pulso y la dignidad después de una guerra devastadora, grupos de alemanes con maletas llenas de sueños truncados encontraron en Ibiza algo mas que un refugio. Encontraron esa idea de isla que les apartaba de la amenaza del mundo exterior, intoxicado de nacionalismos y violencia.
Vicente Valero, escritor ibicenco al que tengo especial aprecio, lo describe muy bien en su libro Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza: “El mito internacional de Ibiza, que tuvo principalmente en el movimiento hippie de los años sesenta a su máximo impulsor y difusor, fue creado en los años treinta por intelectuales y artistas alemanes que hicieron de la isla un espacio alternativo, un espacio en el que era posible escribir o pintar libremente, bañarse desnudo, fumar hachís y, sobre todo, sentirse intérprete de la naturaleza en una especie de Arcadia perdida y felizmente encontrada”.

Ses Salines, en el parque natural, un lugar donde el mundo se detiene al atardecer.
Entre aquellos que llegaron a Ibiza hace un siglo, hay un personaje que destaca y me parece muy propio para este artículo, se trata de Walter Benjamin, quien exploró de manera directa el uso de sustancias como el hachís y el opio en una serie de experiencias que documentó. Sus experiencias no fueron meramente recreativas; para Benjamin, el consumo de hachís era una herramienta para alcanzar estados alterados de conciencia y comprender cómo modifican la percepción del tiempo, el espacio y la experiencia estética. Vicente Valero reflexiona en el citado libro acerca de la relación entre el hachís y el paseante de “Al sol”, el relato del filósofo alemán que mejor describe su experiencia con la naturaleza ibicenca:
“En cuanto a si la ebriedad del paseante del escrito ‘Al sol’ tiene que ver no solo con la belleza del paisaje, sino también con el hachís, es una cuestión que no debemos descartar. Por otra parte, el caminante de ‘Al sol’ no hace otra cosa que experimentar, durante su paseo por el campo, con sus propios sentidos, tratando de concentrarse en los olores, los sonidos y los colores que están en la naturaleza ibicenca y que él consigue percibir de una manera muy especial. En ninguna otra cosa habían consistido hasta entonces sus experiencias con las drogas. Lo que importaba era, mediante sus efectos en la conciencia del individuo, poder contemplar y sentir la realidad ‘inmensamente aumentada’. En su particular búsqueda de lo que él mismo llamaba ‘la experiencia auténtica’. Con el hachís era posible ver una realidad más auténtica, y la experiencia de esta realidad, a modo de iluminación, contenía el aura inefable de las cosas y un lenguaje nada sumiso a la lógica”.

Un amanecer paseando entre algarrobos, con la neblina típica de Ibiza a esas horas. Al ser isla, la humedad del ambiente se convierte en niebla.
Vicente Valero, también narra cómo Benjamin experimentó con el opio en abril de 1933, llegando a desvestir a la isla:
“Cuando, por fin, todo estuvo preparado, se celebró la ceremonia de los fumadores, en una magnífica habitación ‘en una casa de la calle de la Conquista, situada en lo más alto de la ciudad vieja y cuyas ventanas daban, por encima de los tejados de las casas cúbicas y blancas del barrio de la Marina, a la pequeña bahía que encierra el puerto’. La mirada al exterior a través de la ventana y el paisaje contemplado bajo los efectos del opio se convirtieron en los primeros motivos de reflexión: Los tejados en terraza, la curva del puerto y las lejanas sierras, envueltos por la cortina o capturados por ella, se movían al mismo tiempo que la cortina cuando era agitada —pero solo un poco— por el escaso viento de esa cálida velada. La ciudad y la cortina muy pronto dejaron de estar separadas una de otra. Y si la ciudad se había convertido en tejido, este tejido se convirtió en el de un vestido. Era nuestro vestido, pero se alejaba de nosotros. Observamos entonces que el opio desvestía la isla”.
Concha G. Campoy, la periodista y presentadora de televisión, hija adoptiva de Ibiza, también le gustaba verla desnuda: “Alguien tuvo el acierto de representar gráficamente la isla como una mujer en sueños. Y así es cuando está verdaderamente hermosa, desnuda, con una serenidad que solo los enamorados conocen, que solo los que están en su secreto, porque realmente lo desean, pueden apreciar”.
‘XTC Island’

El autor de este reportaje en Cala Xarraca, al norte de la isla, flotando sobre el agua turquesa y prístina.
Me gusta leer y entender cómo hace relativamente poco el trato con el hachís y el opio era parte de un método para investigar y conocer, fuera del absurdo de líneas rojas legales, etiquetas y prejuicios fundados a interés. Esa mínima perspectiva que me ha proporcionado leer a Benjamin me corrobora con creces la suma estupidez del mundo actual en cuanto al trato de lo que llaman “drogas ilegales”.
Hablando de drogas ilegales, la primera que viene a la mente si se habla de Ibiza es el MDMA. Rachel Nuwer lo resume en I Feel Love, cuando cuenta la experiencia del famoso DJ Paul Oakenfold en agosto de 1987, cuando viajó a la isla con tres amigos, también DJs, para celebrar su vigésimo cuarto cumpleaños:

Cala de Benirràs, o cala de los tambores, con el islote llamado “El Indio” en medio y un atardecer imponente.
“Cuando Oakenfold y su gente llegaron, la fiesta ya estaba en marcha e Ibiza pronto adoptaría otro nombre: ‘XTC Island’. Al igual que en Gran Bretaña, el MDMA había llegado allí a principios de los ochenta a través de turistas y viajeros procedentes de Estados Unidos. Además, existen pruebas de que era vendido en Ibiza por devotos expatriados de Bhagwan Shree Rajneesh […]. En Ibiza la sustancia encontró un marco ideal. Sus efectos se veían potenciados por la calidez y belleza del paisaje y el hipnótico ritmo balear, un subgénero de música house con un toque bohemio y desenfadado”.
Oakenfold y sus amigos “pasaron una semana en Ibiza tomando éxtasis y bailando bajo las estrellas al ritmo balear. Cuando volvieron a casa, buscaron la forma de recrear esas gloriosas noches, pero descubrieron que no había ningún sitio para hacerlo”. Y así fue cómo pusieron en marcha fiestas en discotecas trasladando la experiencia de éxtasis ibicenca al Reino Unido. Fue tal el éxito que al año siguiente, 1988, la cultura del recién creado acid house, con el estímulo indispensable del MDMA, dieron lugar al conocido como “Segundo Verano del Amor”.
Una fiesta presa de su propia nostalgia

Escohotado y el autor de este reportaje en una tarde de diciembre, diciendo y desdiciendo esto y aquello, una vez más.
Además del dios egipcio Bes, adorado por los fenicios que llegaron a la isla, también está Tanit, la diosa más importante de la mitología de los cartagineses que llegaron a la isla después de los fenicios. También Tanit, como Bes, es una deidad protectora y de la fertilidad, y por su presencia en Ibiza, también se asocia con la fiesta.
Aquellos ritos del opio en la noche y los hippies que dejaron su marca, ahora parecen formar parte de un relato que se repite tanto que ha terminado por desgastarse a sí mismo: “Ibiza es una fiesta”, podría pensar cualquiera que no la conoce. Pero me atrevo a decir que es una fiesta presa de su propia nostalgia y nada más.
Pero hace tiempo que aquí, el dios Bes y la diosa Tanit ya no reinan, y su “isla mágica” no forma ya parte del reino de la imaginación, sino del de la mercadotecnia. Lo sorprendente, a estas alturas, sería afirmar lo contrario. Aquellos ritos del opio en la noche y los hippies que dejaron su marca, ahora parecen formar parte de un relato que se repite tanto que ha terminado por desgastarse a sí mismo: “Ibiza es una fiesta”, podría pensar cualquiera que no la conoce. Pero me atrevo a decir que es una fiesta presa de su propia nostalgia y nada más.
Aún conserva, eso sí, mucho de aquel paseo “Al sol” y la experiencia auténtica que describía Benjamin, sobre todo por el norte de la isla y también en los meses de invierno. Esa es la parte benevolente de Ibiza, la parte auténtica, la parte que nos gusta a los que venimos a la isla con otra idea.
Una idea que también tenía conquistado a Escohotado, quien, en 2020, en plena pandemia, decidió anunciar, al estilo de las tragedias griegas, que la amenaza velada de morir se empezaba hacer latente y quería que se materializara en Ibiza. Quiso el azar que fuéramos vecinos, y así fue como, después de varios meses en los que venía por las tardes a casa a comer, fumar y charlar, le propuse la idea de hacer un documental biográfico donde hablara de aquellos años hippies de Ibiza. Él los vivió en primera persona, y su prodigiosa memoria, junto con su magnética elocuencia, me permitió crear un documento que explica con bastante detalle el ambiente de aquella Ibiza psicodélica (se puede ver en YouTube).
Marihuana para altos vuelos

Si Ibiza se te queda pequeña, siempre puedes dar un salto hasta Formentera. Una panorámica desde La Mola, con una de las vistas más espectaculares de las islas Pitiusas.
En Cien años de soledad había aquel personaje curioso, José Arcadio Buendía, que se engancha a la alquimia tras conocer a Melquíades, un enigmático gitano que lo introduce en ese mundo. Pronto, la alquimia se convertía en su obsesión, ya que pretende transformar los metales en oro debido a su alto valor de mercado. Pues hace rato, rato que son años, que observo que en Ibiza está llena de “José Arcadios” que han conseguido algo parecido al oro, pero no a través de la alquimia de metales, sino de plantas. Específicamente, plantas de marihuana de altísima calidad.
Una vez en los laboratorios que se montan en casas privadas a lo Breaking Bad, someten a las plantas de María a determinados procesos y producen un iceolator que fácil podría tumbar a un mamut (ahora está de moda en la isla tumbar mamuts con iceolator). Para el que le gusten las experiencias fuertes es bastante fácil conseguirlo, eso sí, con un precio que en muchos casos supera al del oro.
El clima de Ibiza no es ideal para cultivar marihuana de exterior, ya que es muy estable. Ya sabes que la marihuana, como la parra, prefiere climas extremos: días cálidos y noches frías. Así se untan bien de tricomas las flores de la planta. Es por esto que el cultivo más extendido en la isla es indoor. Además, traerla de la península es un engorro; lo han intentado, pero al final la condición de isla y los controles hacen que sea mejor producirla directamente aquí. Esto ha hecho que se perfeccione mucho el cultivo de interiores, otra alquimia.

Una higuera centenaria cuyas ramas, con ayuda de palos, se extienden formando una especie de techo vegetal, una sombra sin parangón en los largos días de verano.
Los italianos, meticulosos en las artes, llevan la batuta. A veces no distingues si estás viendo un cogollo o una pieza artística como un busto de la Venus de Milo; casi cuesta meter tanta belleza en el grinder y fumárselo, de lo bonito que es. Además, el elevado precio del alquiler de viviendas en Ibiza ha agudizado el ingenio y la técnica, logrando resultados sorprendentes: más de 600 gramos por foco en cultivos de interior con una calidad brutal: flores compactas, aromáticas y de sabor exquisito, que con cuatro caladas te permite soñar con que paseas en un cuadro de Sorolla con elefantes rosas pastando en el campo entre algarrobos.
Como siempre, en este experimento que llamamos “capitalismo”, la demanda manda, y durante la época estival de junio a septiembre esta es abrumadora. Por eso, las reservas se preparan a lo largo del invierno, grandes reservas. Sin embargo, aún más abrumador es el precio que alcanza “la hierba” en pleno agosto: hasta 25 laureles el gramo de la última cepa californiana que esté de moda, tipo OG Kush, Gelato o la famosa Cookie, con más éxitos en el mercado y seguidores que el propio David Guetta. Lógico.
Eso, por supuesto, no quiere decir que uno no se pueda fumar un porro de forma honrada, sin que sienta que abusan de su condición de forastero. Todavía hay ciertos códigos que se respetan y, como en cualquier sitio donde hay mucho flujo de personas de todos los estratos sociales y lugares del mundo, cualquiera al que le preguntes sabrá componer rápidamente un precio hecho a medida. Dado el espíritu pirata de supervivencia de la isla, negociar es siempre la mejor opción, en una horquilla entre los cuatro y los ocho euros, dependiendo de la calidad y la cantidad. Si se trata de fumar un porro de hachís como Benjamin, es fácil encontrar polen rubio, fresco y aromático a buen precio, ideal para, durante un paseo por el campo, experimentar con los propios sentidos: concentrarse en los olores, los sonidos y los colores de la naturaleza ibicenca, logrando percibir de una manera muy especial “la experiencia auténtica” y sentir esa calma, cierta libertad y la vida sencilla de la isla.