Raro. Puede que no sea un término muy erudito a la hora de hablar del trabajo de un artista, pero en el caso de David Sánchez usar esta simplonería tal vez sea un buen punto de partida para ubicarse. Sucesos sin explicación racional, personajes reservados y enigmáticos y visiones intencionadamente incompletas que el lector debe terminar de construir dentro de una gráfica de línea clara pulcra y atildada.
Su primer libro, Tú me has matado (Astiberri, 2010), ya contaba con todos esos elementos, una road movie cuyo guion podrían haber firmado al alimón Barry Gifford y David Lynch. Sectas satánicas, desierto, sexo mórbido y pastores evangélicos. David Sánchez pasó en un año de no haber publicado una página de historieta en su vida a recibir el Premio al Autor Revelación en el Salón del Cómic de Barcelona. Desde entonces no ha parado de crecer. En Un millón de años (Astiberri, 2017), su última novela gráfica hasta ahora, lo psicodélico gana terreno, lo onírico se echa a un lado y el misticismo lo ocupa todo. David Sánchez ha abierto una nueva puerta.
Tu último libro gira en torno a la idea del sumo hacedor, dios, lo divino o como quiera que lo llamemos, pero desde una perspectiva nueva. Aparte de la sorpresa, el resultado es mucho más íntimo y personal que todo tu trabajo anterior.
Sí, la verdad es que siento que he encontrado algo con Un millón de años que en los anteriores estaba buscando.
El dibujo es maravilloso, tan limpio, esas representaciones inauditas con un no se qué inquietante zumbando de fondo.
Gracias. Ahora intento meter algo más de sombras, ensuciar un poco más la imagen, pero creo que no se nota mucho. En cuanto al zumbido inquietante, supongo que me sale solo. Pero creo que en mis cómics es más importante la atmósfera que la historia.
Permíteme una chorrada. Lo del desierto: ¿tiene algo de “ya que esto puede suceder en cualquier entorno, mejor voy a hacer que suceda en algún sitio en el que no tenga que dibujar trescientas ventanas o la selva amazónica”?, ¿o eres de los que no sufren encadenados a la pantalla?
Sí que sufro, sí; soy autodidacta y un dibujante bastante limitado para algunas cosas. Por ejemplo, creo que sería incapaz de dibujar una historia que ocurriese en una ciudad, no sé como dibujar calles, solo puedo hacer historias en interiores o en desiertos, campo, montaña, carretera... Solo he dibujado un cómic con guionista, Museomaquía, de Santiago García, fue un encargo del museo Thyssen y recuerdo hablar con Santiago de esto. Quiero decir, un guionista puede escribir por ejemplo: “Mil millones de naves tapaban el sol al acercarse a la ciudad”. Pero luego eres tú el que tiene que dibujar todo eso. Hay dibujantes que resuelven una ciudad con unas sombras y unas líneas, pero yo tengo tendencia a dibujar cada detalle...
También es curioso cómo compones la historia: aunque cada capítulo tiene su vida propia, la sensación final es global, como de una sola narración, un conjunto…
Claro, al final todas hablan un poco de lo mismo y suceden en el mismo universo. No quería hacer una narración tramposa como en mis anteriores tebeos, solo contar historias hasta donde llegaran, que compartieran universo y temática.
Aunque se podría decir que juego con ventaja por haber compartido mesa contigo en la charla “Paraísos artificiales” que programó el GRAF hace unos años sobre cómics, creación y psicodelia, pero, vamos, tampoco hace falta ser un chamán amazónico para vislumbrar la presencia de enteógenos en este tebeo.
Claro, es lo que te comentaba antes: en mis primeros tebeos andaba buscando algo de lo que hablar aunque también hay cierta presencia psicodélica en alguno, no sé, digamos que todos recuerdan a algo, trataba de inspirarme en el cine... Hace cinco años empecé a tomar ayahuasca con toda la frecuencia que mi vida y la propia planta me permiten. Y entonces lo vi claro, no sé, es algo muy inspirador para mí; aunque supongo que si eres dibujante o pintor y pruebas la planta ya estás perdido, es tan visual y tan flipante...
Supongo que algunas de las criaturas que pueblan Un millón de años son representaciones de visiones propias. Anda, dime algunas.
En realidad lo que hago es usar elementos de mis viajes para inspirarme, pero no hago representaciones literales de las visiones. Sí recuerdo haber visto a una cabra con joyas y a una especie de rey pulpo, pero de color de arcoíris y en movimiento cambiando su forma todo el rato, transformándose. Y lo que hice en este cómic fue convertirlos en personajes.
¿No te parece sorprendente el nivel de tabú social que siguen soportando estos preparados vegetales?
No lo sé. Por otro lado, cada vez veo más artículos en plan “Ayahuasca, el remedio para las migrañas”. Y quizá te quite las migrañas, pero si eso es todo lo que buscas, yo probaría con otra cosa.
Volviendo a los tebeos, que es lo nuestro, este de Un millón de años para colmo de bondades además casi se entiende… Que se entiende de verdad, vamos.
Me alegro de que digas eso porque, como te decía antes, cuando empecé a dibujar tenía muy claro que no quería una narración tramposa o que no se entendiera. Y tampoco quería contar una historia, simplemente capítulos independientes que empiezan y acaban. Aun así, en el Salón del Cómic de Barcelona del año pasado, que estaba nominado a mejor obra nacional, una autora de Astiberri me pidió con mucha ilusión que le firmara uno. Esa misma noche llegó muy indignada diciendo que no se había enterado de nada y que menuda tomadura de pelo; recuerdo su frase final: “¿Por qué te iban a dar el premio a ti?” Jajaja, no le guardo ningún rencor, ¿eh?
He de reconocer que me quedé muy a cuadros con No cambies nunca, que de cualquier manera era hechizante el rollo y la tensión que había en el hospital ese, qué horror, todas esas mutaciones, dejaba muy mal cuerpo.
Sí, quizá es el más oscuro de mis cómics, en todos los sentidos. La historia es demasiado críptica y todo lo que pasa, bastante chungo. Y eso que lo hice en una época de mi vida muy feliz; estaba todo el día cantando.
Tu siguiente tebeo era un poco más “nuestro”, por ochentero o por ibérico, con el Citroën Tiburón, el tipo que se parece a Chicho Ibáñez Serrador… Y ahí sí que no entendía nada. Al publicarlo Caramba en la Colección Jaimito, yo daba por hecho que aquello tenía que ser de humor y me sentía más tonto que la hostia…
Sí, La muerte en los ojos es que no es de humor, pero a Manuel Bartual –editor de Caramba– le gustó mucho y le dio igual. Además que él decía que sí hay mucho humor en ese tebeo. Ahí empecé a darme cuenta de que había algo en mis tebeos con lo que no estaba a gusto, que no era mío del todo, por eso es como más español. Pero luego me di cuenta de que tampoco era eso, que lo que yo quería hacer no tiene ese tipo de referencias, no sucede en este mundo. Y cuando me di cuenta de eso empecé a dibujar Un millón de años.
Otra cosa que me preguntaba cuando vi tus primeras historietas en El Manglar, aquellas de Tú me has matado, era: “Este tío, ¿de dónde sale?”. Lo digo por lo poco habitual que es encontrarse a un dibujante y guionista inédito, y que sus primeras apariciones sean tan redondas. Lo normal es ir medio cagándola en fanzines durante una serie de años y luego…
Claro, pero es que cuando empecé a dibujar Tú me has matado tenía casi treinta años, ya trabajaba como ilustrador y llevaba toda la vida leyendo cómic y asimilando el lenguaje, pero nunca me había atrevido a hacer algo en serio. Sabía dibujar y conocía muy bien el lenguaje del cómic, y por supuesto que había hecho algunas páginas, pero pensaba que no tenía nada interesante que contar.
Para los no comiqueros, tal vez tus trabajos más visibles sean las portadas para Errata Naturae. Ese nombre, “errores de la naturaleza”, para una editorial parece que lo hubieran puesto pensando en que tus dibujos iban a estar en sus cubiertas.
[Risas] No, yo empecé a trabajar con Errata después de que encargaran un diseño de colección a un estudio con el que no quedaron nada contentos. La verdad es que la propuesta que hicieron me pareció una tomadura de pelo y, como éramos amigos, me ofrecí a hacerles yo algo sin ningún tipo de compromiso por su parte. Y les gustó mucho.
Recibiste un premio en Francia hace poco, publicas en el Washington Post... ¿En qué países han publicado tus tebeos? ¿Hay perspectivas de que publiquen fuera Un millón de años?
Bueno, hay una editorial francesa, Presque Lune, que ha sacado Tú me has matado (Tu m’as tué) y No cambies nunca (Ne change jamais). Y espero que en breve saquen Un millón de años. Me encanta ver mis tebeos en francés, parecen mejores.
Antes de que se me pase, ¿andas metido en algún tebeo ahora mismo?
Sí, acabo de empezar. Tenía treinta páginas que dibujé el año pasado pero que al final he abandonado; me pasó lo mismo antes de Un millón de años: también tiré treinta páginas de otra cosa que estaba dibujando, es lo que tiene no escribir guion.
Porque eso de que no planificas tus historietas en absoluto, ¿es cierto? ¿Te tiras ahí sobre el papel con todo en tu cabeza pero sin aterrizarlo en un guion o algo parecido?
Ni siquiera tengo todo en la cabeza; tengo pequeñas ideas que me gustan y empiezo a desarrollarlas y de repente la historia me lleva a mí; es muy curioso. En Atrapando el pez dorado, David Lynch habla de su método de trabajo y es bastante parecido.
¿Sigues viviendo en el monte o has regresado a la civilización?
No, ya no puedo regresar, estoy atrapado aquí. Me gusta mucho pero el invierno es muy frío; nieva y parece Fargo.