Las Lesiones Cerebrales Traumáticas (LCT) afectan solo en Estados Unidos a más de 5.3 millones de personas. Producen unas 53.000 muertes al año, que son más de las que víctimas de accidente de coche o por homicidio.
Aunque es casi un hecho que el THC ayuda en distintos tipos de lesiones del organismo, si bien no a curarlas –como se suele malentender –sino a reducir el dolor, se necesitan más informes médicos que corroboren esta intuición. Cualquiera que conozca un poco cómo funciona el proceso de crear conocimiento sabrá que una institución como la médica no puede arriesgarse a que se modifiquen los protocolos de actuación con el LCT sin que sea incuestionable el beneficio del THC. Y por el momento no es el caso. Por ejemplo, los pacientes de LCT en fase I/III no han obtenido ningún tipo de mejoría con el THC.
Los gobiernos son reluctantes porque consideran que los cannabinoides quedan fuera de lo que es considerado como medicamento. Desde Cáñamo pensamos que estas actitudes gubernamentales están desinformadas, pero, como compartimos un espíritu científico, también es cierto que si se quiere introducir en el canon farmacopeico un nuevo tipo de medicamento debe estar lo suficientemente testado como para que no dé lugar a duda.
Por lo pronto, la Universidad de Tel Aviv sacó un informe sobre el uso de THC en pequeñas dosis (una fracción de lo que un porro estándar suele llevar) con los soldados que sufrían daño cerebral: los resultados fueron positivos. El centro médico de UCLA realizó un estudio retrospectivo con 446 pacientes de LCT, separados en dos grupos: los consumidores habituales de cannabinoides tenían un mayor porcentaje de supervivencia que los que no los usaban. Otro estudio Israeli (Shosami et al. 2007) concluye que los efectos de THC sobre el LCT son positivos. Por último, un estudio del 2002 advertía de los efectos positivos del THC en la neuroprotección.
Sin embargo, no hay que dejarse llevar y crear más confusión aún: todos estos estudios son modelos teóricos elaborados a partir de o bien datos empíricos no testados bajo laboratorio (el caso del trabajo de UCLA) o bien solo han sido probados en animales. Exceptuando el caso anecdótico de la Universidad de Tel Aviv, no sabemos si los resultados podrían ser aplicables a los humanos.
Aunque los efectos de THC aún no están claros, parece ser que el CDB sí está demostrando de forma más evidente sus efectos antiinflamatorios y neuroprotectores. Un estudio japonés muestra que es posible obtener los efectos neuroprotectores del CBD sin el periodo de adaptación neural del THC –en otros términos, es efectivo incluso aunque no te hayas fumado un porro en tu vida. Otros opinan que se debe introducir dosis diarias de CDB en la dieta de los pacientes; apuestan porque los resultados cognitivos del tratamiento son visibles en poco menos de seis meses.
Todos estos trabajos con THC y CDB son prometedores, pero insistimos en que uno no debe llevarse ni a engaño ni a una sobredosis de ilusión solo porque desea creer que estos componentes son benignos: todos estos estudios son anecdóticos y no pueden generalizarse. Es por eso que resulta muy importante que se destine el suficiente dinero al estudio de los efectos de estas sustancias en el tratamiento del dolor, el cáncer o el LCT: para que nuestras creencias se conviertan en certezas.