Alegría en la Gran Vía
5.000 defensores de la regulación del cannabis marchan por el centro de la capital.
5.000 defensores de la regulación del cannabis marchan por el centro de la capital.
Los aficionados al cáñamo somos más que puntuales. Si la hora de arranque de la Marcha Mundial de la Marihuana (MMM en sus gustosas siglas) estaba anunciada a las 18 horas, este año se empezó con media hora de adelanto. Como lo oyen.
Un chaparrón caía a esa hora y el autobús descapotable con el sound system no encontró aparcamiento en Neptuno, lugar fijado para la salida, y los organizadores decidieron pescar a los que estaban pululando a los pies del dios de los mares y de las tormentas y llevarlos hasta Cibeles para comenzar la escalada hacia la Gran Vía. Lo nunca visto. Yo llegué a Neptuno a las 17.50, diez minutos antes de la hora, y allí no había nadie, a excepción del fotógrafo y un amigo poeta. El músico Alejo Alberdi llegó a las 18.05 y al ver el desolador panorama a punto estuvo de volverse a casa. Incrédulos, subimos hasta Cibeles y ya vimos que la humeante columna ascendía un poco más allá, a la altura del Instituto Cervantes.
Para ese momento yo ya tenía escrita en mi cabeza esta crónica con el titular de “Cuatro manifestantes en la MMM de Madrid” y una breve entradilla: “Un fotógrafo, un poeta, un músico y este periodista desafían la lluvia y marchan con sus porros mojados en defensa del uso del cannabis y contra el fallido experimento prohibicionista”. Pero no, allí había mucha gente y además había dejado milagrosamente de llover. ¡Qué marcha tenía la marcha! El autobús insignia era de color amarillo, sin duda un homenaje al famoso submarino, aunque la música que despedía por sus altavoces era más de Jamaica que de Liverpool. Había como diez pancartas de las grandes: desde el reclamo medicinal de la asociación Dos Emociones (“El dolor no puede esperar. Sí al cannabis como medicina”), al libertario de La Santa Le Club (“Cultiva tus derechos. Cosecha libertad”), pasando por el más comercial, que recordaba el lucro cesante del experimento prohibicionista (“La prohibición del cannabis perjudica gravemente la economía de tu país”). También llevaban pancarta los de la AMEC (Asociación Madrileña de Estudios sobre el Cannabis, veinte años de gozosa experiencia organizando estas MMM) y los de la AICC (Asociación de Internautas Cannábicos), que no olvidaban su lucha por el autocultivo. El buen resumen que ofrecían estas pancartas mostrando las distintas posiciones del sector venía a completarse con pequeñas banderolas y eslóganes unipersonales como “¡Somos cogollos! ¡Queremos sol!” o, amarrado a un tallo seco de cáñamo, una fotocopia en blanco y negro de policías decomisando una plantación con una frase lapidaria escrita encima: “Ladrones de marihuana: por el culo, una rama”. También estaban los del Círculo Cannábico de Podemos pidiendo legalización y con un hashtag bajo el logo, #SiNoVotasNoToca, única evidencia a las inminentes elecciones, si exceptuamos la arenga que lanzó un espontáneo abusando de los decibelios del equipo de sonido del autobús recordando que “la marihuana es más importante que el Partido Popular” y vaticinando la pronta desaparición de dicho partido. Veremos a ver, que dijo un ciego.
El desborde
La autorización solo era para el carril de subida, pero a la mitad del recorrido la marcha se desbordó invadiendo la Gran Vía a todo lo ancho. Al pasar por Montera, algunos paseantes ociosos se dejaron arrastrar por la corriente de humo y bailoteo. “A la mani o a la acera. A la mani o a la acera”, repetía con su swing y su megáfono Ricardo de la AMEC, que junto con otros organizadores de Regulación Responsable luchaban en vano por encauzar a la muchedumbre en los carriles autorizados.
Si hasta ese momento, tal vez por la lluvia y el arranque antes de tiempo, el número de asistentes no sobrepasó los 3.000, a la mitad del recorrido la marcha lucía multitudinaria. Pregunté entonces a Lucky Arranz por las cifras de participación. “¿Qué debo decir?”, me contestó riendo; yo le pedí la verdad y precisó: “5.000 y algo. Tú di que llegué a 5.000 y me cansé de contar”. Ramón Morcillo, portavoz de Regulación Responsable, respondió también que unos 5.000 manifestantes, pero que si nos diera por hinchar las cifras como se suele hacer en cualquier tipo de eventos en este país diríamos que 7.000 y tirando por lo bajo. Acabábamos de pasar por Callao, donde un gran cinturón de simpatizantes se sumó a la marchosa marea ocupando los carriles hasta la misma plaza de España. Mi móvil tembló y un mensaje del amigo poeta al que había perdido entre el gentío vino a corroborar la magia del instante: “Jamás había visto nada semejante: ¡un milano sobrevolando la Gran Vía!”.
El crepúsculo del amor y el mojo picón
Nos sorprendió lo que en el cine y la fotografía se conoce como la hora mágica, la luz crepuscular que acontece justo después de que el sol se esconda tras el horizonte y proyecte en el cielo sus últimos rayos; esa luz difusa, rebotada del cielo, cubrió con su halo los perfiles de la multitud, aumentando la temperatura de color de los cuerpos, creando azules y rosáceos, misterio y claridad. Y mucho amor. El ascenso a la cumbre de la Gran Vía, esa luz y el encuentro lleno de aceptación con los paseantes sabatinos abrieron la veda al amor y al besuqueo. Los presentes empezaron a besarse como locos y yo me sentí como si estuviera asistiendo a la bienvenida de las tropas amigas que vuelven del frente de batalla. El fin de la guerra contra las drogas bien podría celebrarse así, con una alegre caravana cannábico-carnavalesca que ponga a la gente a besarse, a reírse y a celebrar el triunfo del placer frente al dolor.
Empezamos a descender y al llegar al teatro Lope de Vega el público familiar que acababa de asistir a la representación de El Rey León se quedó flipando del ahumado espectáculo y no perdió oportunidad de sacarse selfis con tan estimulante decorado. “¡Cogollos! ¡Están tirando cogollos!”, escuché a mi espalda y, al girarme, vi que desde el autobús uno de los organizadores estaba tirando cual rey mago caramelos verdes. El equívoco era parte del encanto, pero los caramelos, salvo el color, nada tenían de yerba. Una lástima. Lo que sí había para los valientes interesados en viajar de gorra eran las magdalenas cannábicas –JAJA, las llamaban–, que con generosidad repartían un par de chavales militantes de la risa colectiva. Y qué decir del humo, de esas vaharadas de humo que serpenteaban por las narices de los que nos miraban pasar: un estímulo extra a la fiebre del sábado noche que ya se abalanzaba sobre la urbe. No había caramelos, pero los mirones seguro que se fueron más contentos que el día de la cabalgata de los Reyes Magos. “Esta noche mojo”, me pareció oír a uno que sospecho no era canario. O a lo mejor lo dijo una voz en mi cabeza, entusiasmado por ver tanto amor a mi alrededor.
“Vivan los novios”, escuché, esta vez de verdad. Una pareja de recién casados saludaban con desparpajo desde el autobús descapotable. Óscar y Graciela se acababan de casar hacía apenas unas horas y por cómo se encaramaron y por cómo se bajaron a continuación del submarino amarillo no había duda de que se querían y que a los dos les iba la marcha (la gustosa MMM): cual reportero dicharachero le pregunté al novio si en el caso de concebir una niña le pondrían de nombre María, y el novio soltó un “¡Claro!” que sonó a bautismo definitivo.
Mi amigo el poeta apareció un rato después y le pregunté por el milano. Me dijo que, bueno, que al parecer, según le habían dicho, de cuando en cuando el ayuntamiento suelta rapaces para matar palomas y controlar a la sobrepoblación de estas aves que no paran de procrear. Nos miramos los dos, más divertidos que decepcionados, reconociendo que la poesía descubre la belleza extraordinaria del mundo, pero el mundo sigue girando al compás de la realidad más sangrienta y ordinaria.
España a oscuras
Era de noche cuando rodeamos el estanque de la plaza de España presidido por Don Quijote y Sancho. La gente estaba cansada de tanta marcha y se sentó en el césped y en los bordillos a escuchar las breves arengas de los organizadores del sarao y a disfrutar de la oscuridad de la plaza. No sé por qué, siendo las diez menos veinte de la noche, en la plaza de España no había farolas encendidas.
Los de la AMEC comenzaron el acto final realizando la performance de regalar semillas de cannabis a los que quisieran sentir lo que implica ser perseguido. Seguidamente, el abogado Bernardo Soriano y Ramón Morcillo, de Regulación Responsable, lanzaron desafíos al edificio vecino donde está la sede del Plan Nacional sobre Drogas. Dirigiéndose al capataz del Plan, concluyeron: “Babín, la regulación es inminente”. A continuación, David Rabe, secretario de la Federación de Asociaciones Cannábicas, señaló que frente a la cerrazón de las autoridades la sociedad ya había elaborado un modelo de regulación: los clubes. “Regular es educar –recordó antes de despedirse dejándolo claro–: “La epidemia es la prohibición”. Entonces, Lucky de la AMEC tomó el micrófono y se puso a leer en un papel: “Llevamos veinte años manifestándonos. Este año en 250 ciudades de 40 países y, aun así, todavía sufrimos unas políticas basadas en la persecución... No veo nada”. Y se paró buscando luz. Milagro era que hubiera sido capaz de leer alguna palabra en aquella oscuridad. Bernardo Soriano entonces vino en su ayuda alumbrando el arrugado papelito con la linterna de su móvil, y Lucky pudo terminar la arenga: “En estos veinte años se han impuesto más de cuatro millones de sanciones, y ahora con la ley Mordaza llevar un porro en la calle te puede costar 600 euros y hasta 20.000 en caso de reincidencia [...] Nuestra desobediencia es plantar: defendemos el autocultivo porque es la mejor manera de cuidar de nuestra salud y nuestro bolsillo”.
A las 21.50, Soriano cerró el acto con optimismo subrayando la repercusión mediática de la jornada y alertando al personal para que estuviese al loro: “En diez minutos se nos acaba la protección del derecho constitucional de manifestación, así que tened cuidado”.
La opinión del experto
Ya me iba cuando me encontré entre las sombras a Willy, el gran catador, tres veces consecutivas ganador del premio a la mejor cata en la copa de la AMEC. “Si esta marcha de hoy fuera una marihuana, ¿cómo la calificarías?”, le pregunté. “Yo diría que ha tenido una presencia llamativa por el autobús amarillo y destacaría su grado de curado, puesto que aunque ha llovido antes no ha llovido durante las cuatro horas de marcha, lo que ha permitido un buen secado… Y en la categoría de gusto a mí esta marcha me ha sabido a una gran sativa, por su dinamismo y gran variedad de matices: se ha visto hoy gente de muy distinta procedencia social, algunos con corbata, otros de estilo más deportivo, así como mucha gente vestida de fiesta”. ¿Y en la categoría de efecto? “Pues esperemos que, en breve, esta marcha tenga un efecto maravilloso que haga que las cosas cambien de una vez y salgamos de la oscuridad a la que nos condena el prohibicionismo”.
Que así sea.
Fotos de Jorge Fuembuena