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“La prohibición fomenta el mal uso de las drogas”

Entrevista a Joan Carles March

Si le preguntas a Joan Carles March (Pollença, sesenta años) cuál ha sido el proyecto de su vida, te contesta que el Programa Experimental de Prescripción de Estupefacientes de Andalucía (PEPSA), una aventura que comenzó a idear a finales de los noventa y que, tras muchos obstáculos, en el 2003 empezó a dispensar en Granada las primeras dosis de heroína en el marco de un ensayo clínico que no tardó en demostrar su éxito.

Profesor en la Escuela Andaluza de Salud Pública y promotor de la Escuela de Pacientes, fue uno de los firmantes que respaldaron la demanda de la Junta de Andalucía a las tabacaleras, para que pagaran por haber ocultado en sus cigarrillos el empleo de sustancias que fomentaban la dependencia. Fue el asesor médico del Plan Cannabis Anticrisis para la dinamización económica y social de Rasquera (2014), un proyecto de uso de terrenos municipales para cultivar cannabis con destino a las asociaciones de autoconsumo de Barcelona que no prosperó, pero sirvió para avanzar en la normalización y en el debate. Con el mismo enfoque de “salud, ciencia, rigor y prevención” con el que defendió entonces aquel plan en El País, pudimos leerle en plena desescalada una tribuna en eldiario.es a favor de declarar el acceso al cannabis un servicio esencial, amparado en el ejercicio de los derechos fundamentales, tanto en estados de alarma y confinamientos que se puedan dar en el futuro como en nuestra actual situación, en la que “la legalización tendría un gran impacto positivo a nivel sanitario, social y económico, siendo urgente la regulación integral tras las graves consecuencias de la pandemia”.

Joan Carles March es un médico humanista a favor del empoderamiento de los pacientes, del respeto escrupuloso de sus derechos y de escuchar atentamente antes de lanzar un diagnóstico. Escribe en prensa, se le puede ver asiduamente en la televisión y se prodiga con generosidad en las redes sociales, donde demuestra que la comunicación es también un arma para mejorar la salud pública.

 

Con su profesión se suele asociar la mala letra, como un símbolo del descuido en informar correctamente al paciente. En cambio, usted habla de escuchar y se esfuerza por ser entendido. Como médico, ¿qué valor le otorga a la comunicación?

Mala letra quizás tengo; sin embargo, una de las herramientas más importantes para un profesional, y si es sanitario más aún, es comunicar. Lo importante es que el receptor te entienda y, por tanto, hay que esforzarse para llegar a la estación de destino, desde la escucha, la empatía, el preguntar, el conocer... La comunicación es una de las herramientas básicas y esenciales de un profesional sanitario. Y, junto a la comunicación, es fundamental trabajar lo emocional, para conseguir un mejor resultado, para llegar a la cabeza a través del corazón.

 

¿Por qué cuando toca hablar de drogas las autoridades políticas y sanitarias por lo general se dirigen a los ciudadanos como si fueran menores de edad?

El tema de las drogas es uno de los que más temen los políticos; no les gusta hablar del tema, no les gusta saber del tema, no les gusta profundizar en el tema. Y si hablan lo hacen desde el paternalismo, desde la prepotencia, desde la superioridad, desde el creerse que tienen todas las respuestas. Eso lo he vivido con políticos que, al plantearles que era importante tomar decisiones al respecto del pase de la heroína de tratamiento compasivo a un medicamento, lo primero que les sale de su boca es que la gente no lo entendería. Mal vamos con estas visiones. Mucho hay que hacer para que los políticos tengan una visión más abierta e integral de las drogas.

Joan Carles March
Joan Carles March en la biblioteca de la Escuela Andaluza de Salud Pública.

El primer chute legal de heroína en España

Usted tiene el mérito de haber sido capaz de llevar a cabo el Programa Experimental de Prescripción de Estupefacientes de Andalucía (PEPSA), ¿cómo consiguió convencer a los políticos de que la heroína podía ser un medicamento para aquellos que eran adictos precisamente a esa sustancia?

Eran otros tiempos. En ese momento, los políticos de Andalucía querían entrar en esta historia de la heroína como medicamento y entonces, en ese marco, diría yo que algunos de ellos estaban convencidos. También les tiraba la guerra política, la disputa entre PSOE y PP, la confrontación entre Andalucía y Madrid. Pero entendieron, con la ayuda de profesionales españoles que trabajaban en el proyecto suizo, que podía ser una buena solución. Empezó el proyecto y luego se perdió un poco la ilusión. Desde entonces, cada vez que alguno de nosotros hemos propuesto alguna novedad, no se ha conseguido. Una pena. Pero quiero destacar la visión de Isaías Pérez-Saldaña, consejero de Asuntos Sociales, y de José Manuel Rodríguez y después de Andrés Estrada, comisionados para las drogodependencias, en su defensa de un proyecto que veían clave. A partir de ahí, faltó el apoyo político que podría haber tenido. En ello también nos equivocamos los técnicos. Probablemente a los políticos les afectó que nosotros tuviéramos un papel importante en contarlo y en darlo a conocer. Seguramente este aspecto no facilitó que lo siguieran apoyando. Una pena.

 

¿Cómo se le ocurrió hacer el proyecto? ¿Es verdad que en todo el proceso tuvo por aliados a antiguos adictos que le ayudaron a entender y a reclutar a los pacientes?

Inicialmente, la asociación Enlace propuso al Gobierno andaluz poner en marcha un proyecto similar a lo que estaban haciendo en Suiza. Tras una visita del comisionado para la droga a Suiza, se pidió a la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP) que ayudara al desarrollo de una propuesta parecida. Yo en ese momento dirigía la investigación en la EASP y me metí de lleno en intentar llevarlo a cabo. Y en seguida pensamos que lo mejor era hacer un ensayo clínico, aspecto ratificado por el catedrático de Derecho Penal José Luis Díez Ripollés, del Instituto de Criminología de la Universidad de Málaga. Y nos pusimos a ello. Con el apoyo de investigadores que trabajaban en el proyecto suizo y de profesionales de la EASP, montamos el ensayo clínico para sacar del hoyo a heroinómanos que fracasaban en su tratamiento con metadona. Diseñamos un ensayo con dos grupos: uno que recibiría heroína y apoyo psicosocial, y otro que, con el mismo apoyo, recibiría metadona. Pero para ello teníamos que conocer con detalle a los posibles usuarios del ensayo, y en eso trabajamos con Manolo Romero, la persona que me enseñó todo lo que yo sé sobre drogas, y con un compañero suyo, Miguel. Manolo había sido presidente y fundador de una asociación de extoxicómanos, APREX, y desde que lo conocí me planteé ficharle para la EASP. Juntos trabajamos mucho en proyectos en la cárcel y con usuarios de metadona y de otras drogas. Le planteé que teníamos que hacer un censo, y esa fue la base de los usuarios que luego entraron en el ensayo clínico PEPSA. El trabajo de igual a igual, de personas conocedoras del entorno y modo de hacer, fue clave para que el proyecto pudiera andar.

“Si los médicos cambiaran de opinión, avanzaríamos hacia las vías de acceso legalizadas que existen en España para la adquisición del cannabis sin que los consumidores se siguieran abasteciendo en el mercado negro, situación que incide negativamente en su salud”

¿Cuántas personas formaron parte del ensayo clínico?

En el censo logramos contactar con más de doscientos pacientes. A partir de ahí, tuvimos ciento setenta y seis candidatos a formar parte del ensayo, de los que solo sesenta y dos lograron cumplir los estrictos requisitos que se solicitaban, los más estrictos de todos los proyectos que se han hecho con heroína en el mundo: ser persona dependiente de opioides por vía intravenosa según criterios del CIE-10, con consumo diario en los últimos treinta días (confirmado por exploración clínica y toxicológica), mayores de edad, policonsumidores, refractarios a otros tratamientos disponibles (acreditado por centros de tratamiento de drogodependencias), con graves problemas médico-sanitarios, psicológicos y con carencias y problemas de exclusión social. Las características de los pacientes fueron estas: su media de edad era superior a los treinta y siete años y un noventa por ciento eran varones; más de la mitad convivía con su familia, pero una cuarta parte estaba sin techo; el noventa y siete por ciento presentaba enfermedades infecciosas y tres cuartas partes de ellos sufrían algún trastorno mental; la mitad tenía causas pendientes con la Justicia y una tercera parte no tenía ningún tipo de ingresos al iniciar el ensayo; el setenta por ciento comenzó su adicción con menos de diecinueve años y llevaba diecinueve años de media siendo dependiente de la heroína, y el setenta por ciento no había conseguido superar un año entero en abstinencia.

 

¿Cuándo se dispensó la primera dosis?

El primer chute legal de heroína en España se produjo en el 2003 en el Hospital Virgen de las Nieves de Granada. Los resultados de ese estudio, en el que participaron sesenta y dos adictos que habían antes intentado desengancharse sin éxito con metadona, evidenció una recuperación más notable en los toxicómanos que recibían dosis de heroína frente a los que solo se les administraba metadona. Al cabo de nueve meses tuvimos los primeros resultados, que fueron excelentes. Y se observó la mejora en el estado de salud físico y psíquico entre los pacientes del grupo de intervención con heroína inyectable. El grupo experimental (diacetilmorfina) mejoró más que el grupo control (metadona) en su estado de salud general (la mejoría fue 2,5 veces mayor), y en las conductas de riesgo del VIH (la mejoría fue 1,6 veces mayor). El consumo de la heroína ilícita se redujo de 25 días/mes a 8 días/mes, según el Índice de Severidad de la Adicción-ASI. Así mismo, aumentó el número de días libres de problemas relacionados con el consumo de drogas (la mejoría fue de 2,1 veces) y descendió la implicación en actividades delictivas de una forma espectacular. El Programa Experimental de Prescripción de Estupefacientes en Andalucía evidenció que la terapia con heroína por vía intravenosa mejora la salud de toxicómanos el doble que con metadona, aunque de sus ventajas solo se beneficia un grupo muy limitado de adictos. La heroína inyectada es evidente que se puede emplear en última instancia como alternativa terapéutica para pacientes muy deteriorados. Está demostrado que funciona.

 

¿Cómo lo vivieron los pacientes?

La experiencia vivida durante los nueve meses de este ensayo clínico fue un proceso en el que los participantes pasaron del “miedo”, la “incertidumbre” y la “duda”, a las situaciones estables en las que viven hoy. Que se sintieran “respetados y comprendidos”, llenos de “esperanza y futuro” y que pudieran acceder a un medicamento que les iba devolviendo “la dignidad”, fue la respuesta a la pregunta que teníamos al inicio; se confirmó que la heroína es una alternativa para su tratamiento. La heroína también es un medicamento, no solo una droga. De los cuarenta y cuatro usuarios que finalizaron el estudio PEPSA en el 2004, treinta y seis se acogieron al tratamiento, porque ocho bien habían dejado los consumos por vía intravenosa, bien habían dejado de consumir, normalizando su situación en programas de mantenimiento de metadona. Desde entonces, el proceso de entrada al proyecto postensayo ha sido muy irregular. En algunas épocas no entraba nadie. En otros momentos se abrió la puerta a la entrada de algunos pocos. Todo se fue convirtiendo cada día en un entorno más difícil.

 

¿Por qué pese al éxito de los ensayos clínicos la experiencia del PEPSA no ha salido de Granada? ¿Qué impide que se lleve a cabo en el resto de España si se ha demostrado que la salud de los pacientes a los que se prescribe heroína mejora más de cuatro veces más que la de aquellos a los que se les administra metadona?

Es una buena pregunta porque en principio cualquier médico de España puede recetar heroína a pacientes que cumplan los requisitos de los pacientes del ensayo clínico PEPSA. Pero tristemente no se hace. Al pasar a tratamiento compasivo, la heroína puede ser utilizada por cualquier paciente, tras petición individual de cualquier médico a la Agencia Española del Medicamento y su aceptación. Después habría que ver cómo se puede hacer llegar la heroína que se produce en Granada al hospital de referencia del paciente. Eso es lo que planteamos hace unos años con el servicio de farmacia del hospital para poder hacerlo llegar en principio a cualquier provincia de Andalucía, pero no salió. En principio, el impedimento era el hecho de estar en dos consejerías distintas, pero ahora esto ya no es un problema, al haber pasado en parte drogas a Salud. Pero sigue sin poderse hacer, aunque hemos vuelto a plantear la idea a través de mis jefes. Lo ideal es que la heroína se utilice como tratamiento compasivo en toda España: en Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Palma de Mallorca… Esa es la clave. Y sería un éxito seguro. Lo ideal es que se extendiera el tratamiento a otras zonas del país porque es “segura y factible” su prescripción como alternativa terapéutica. Ya hemos hablado con grupos de profesionales interesados en Barcelona. Hay opciones. Ahora, otra vez, es que los políticos nos dejen hacerlo. Y si con ello pudiéramos hacer el proyecto de heroína oral, ya sería perfecto para poder llegar a quien lo necesita, porque la metadona no les cura de su problema de adicción.

 

Para usted, la solución de las narcosalas (salas de venopunción higiénica) se queda a medio camino, ¿por qué?

Es una solución que a mí no me termina de llegar, aunque tiene muchos aspectos beneficiosos como proyecto de reducción de daños. Yo creo que es un proyecto interesante y creo también que es una opción, pero es más valiente un proyecto como el que hicimos en Granada. Y sería muy bueno en un marco de heroína inyectada, heroína oral, morfina oral, metadona... y también salas de venopunción.

 

Habla de este programa como de la gran aventura de su vida, ¿qué aprendió de la experiencia?

Que si le pones pasión y ganas, puedes conseguir lo que quieres. Aprendí además a entender mejor aún a los heroinómanos. Recuerdo hablar en casa con algunos de ellos, preparar sus intervenciones en la tele o la prensa. Me parecía fantástico. Recuerdo momentos maravillosos ligados al proyecto de mejorar su boca, mejorar su imagen, mejorar su identidad. Recuerdo cuando se veían con su imagen recuperada, volver a ser como eran. Una experiencia inolvidable. Recuerdo la cercanía con los pacientes, que me decían: “Me has salvado la vida”, “La vida me ha cambiado en un noventa y cinco por ciento, es como si hubiera encontrado una luz al final del pozo” o “Me está ayudando bastante, me encuentro mejor y de buen humor”. O lo que me contaban de la vivencia con sus familias, o sobre sus madres, a las que habían robado, y con las que, después de iniciado el ensayo, habían podido pasar juntos sus primeras Navidades. ¡Qué maravilla!

Recuerdo los análisis de resultados con el gran epidemiólogo, Emilio Perea, un grande entre los grandes, que nos hacía sentir que lo que hacíamos estaba sirviendo más allá de las vivencias que teníamos. Destaco también el aprendizaje en todo el proyecto y en el día a día con Manolo. Manolo es de esas personas para quitarse el sombrero; una persona que todo lo que hacía, desde su gran verborrea, era enseñarte para la vida. Y otra gran enseñanza fue el gran trabajo de todo el equipo. El grupo PEPSA era joven, con ganas, con mucha fuerza y con espíritu vencedor. Fue una suerte tenerlo cerca, con Paco Carrasco, un valor seguro; con Salva Rodríguez, un gran profesional; con todo el equipo de apoyo de Sevilla, como Rosario Ballesta, José Manuel Rodríguez y Andrés Estrada, o de Cádiz, como Paco González. Tendría que destacar también a Eugenia Oviedo-Joekes, que luego siguió su senda profesional en el proyecto canadiense. Fue un lujo trabajar con todos estos grandes profesionales. Recuerdo también leer el editorial del periódico El País en septiembre del 2003, cuando hacía unos veinte días que habíamos iniciado el tratamiento. La prensa, la radio y la televisión habían divulgado este hecho con trascendencia mundial. Éramos los terceros tras Suiza y Holanda que nos atrevíamos a iniciar este camino. Como me gusta decir a mí: para aprender hay que desaprender, hay que quitar, hay que tirar conceptos e ideas preconcebidas, hay que recolocar, hay que abrir la mente. Y eso es lo que me generó el proyecto de heroína: abrir la mente a la colaboración, a la cooperación, a construir, a sumar, a abrir la ventana y la puerta, a trabajar para la mejora de la salud pública de quien menos tiene, o mejor dicho, de quien ha arrojado la toalla y no ve salida… Aquellos heroinómanos encontraron la salida allí donde nosotros estábamos para ayudarles.

 

El PEPSA se ocupa de los casos más desesperados: adultos dependientes de opioides por vía intravenosa, con enfermedades infecciosas, problemas de salud mental, desajuste social y familiar y, al menos, dos tratamientos anteriores con metadona que fracasaron. ¿Qué pasa entonces con los casos menos extremos?

Mi solución, que planteé ya en el 2002, es dar heroína oral. Llegamos incluso a preparar un ensayo clínico para administrar heroína por vía oral, como una ampliación del proyecto de heroína inyectada, en línea con lo que ocurría en otros países. Estaba previsto que se llevara a cabo en Granada, Sevilla, Málaga y Jaén. Sobre una muestra de doscientos veinte pacientes, el ensayo compararía tres grupos a los que se administraría heroína oral, morfina oral y metadona oral. El reto consistía en analizar si la heroína y la morfina oral podían convertirse en una “alternativa” para un porcentaje amplio de pacientes que no obtenía con la metadona el resultado esperado y que no se inyectaban habitualmente. Sería un método mucho más económico y fácil en su forma de administración. El ensayo consistiría en comparar esos tres grupos. Pero no salió. Parecía que sí, pero no fue posible. Una pena. Ahora me gustaría retomarlo, y creo que es posible hacerlo sin un ensayo clínico, básicamente utilizando el PEPSA como base y aplicándolo como si fuera un cambio de forma de administración. A ver si es posible.

Joan Carles March
Joan Carles, mascarilla en mano, se asoma a Granada, una ciudad cuyas desigualdades en el ámbito de la salud fueron objeto de estudio de su tesis en los 80. Desde el año 2000, le gusta recordar, trabaja para disminuir dichas desigualdades.

Los problemas de la prohibición

Cuando hace recuento de los logros del PEPSA, además de la mejora en la salud física y mental y en la calidad de vida que produce utilizar la heroína para tratar los heroinómanos, alude a la disminución de los delitos (en un mil setecientos por ciento) y de las conductas de riesgo del VIH, así como a la mejora social por la recuperación del contacto con la familia y la estabilización en el empleo y el domicilio. ¿No cree que muchos de los problemas que conlleva el uso de sustancias ilegales tienen que ver precisamente con su prohibición?

Sin duda. De todas formas, hay que decir que nuestro objetivo no era necesariamente que dejaran el consumo, sino normalizar la vida del paciente. Esto se puede hacer manteniendo el consumo bajo control médico. Si no, los heroinómanos compran la droga en la calle, adulterada, cogen infecciones, delinquen… En estos casos debemos romper la idea de que toman una droga, porque lo que toman es un medicamento. Son enfermos crónicos, como los diabéticos, que dependen de la insulina. Por otra parte, es importante saber que la prohibición fomenta el mal uso de las drogas en muchas de las poblaciones usuarias. Y subrayaría esto de que la prohibición fomenta el mal uso. Creo que es fundamental legalizar su uso. Creo básico ir hacia un debate más abierto de las drogas y su uso. Me parece importante trabajar el tema desde diversas perspectivas, pensando en la despenalización del consumo, al mismo tiempo que se trabaja la prevención y se buscan nuevas formas de tratamiento, sin juzgar su uso y sin condenar el posible uso lúdico de las mismas. Es evidente lo que ha pasado con el PEPSA y la delincuencia, con una disminución brutal del número de actos delictivos. Si trabajáramos desde otros conceptos, seguro que los actos penales ligados a las drogas disminuirían drásticamente. Pensamos que la heroína mata y no pensamos que es prima de la morfina, que hace años y años que se utiliza como medicamento. La Administración debería ser más valiente, como cuando aprobó el proyecto con heroína de Granada, que –como decía– ha tenido un resultado excelente. El error ha sido no extenderlo en Cataluña, en el País Vasco, en Madrid… De todas formas, una parte del problema es lo muy poco que se investiga en un mundo reducido, de exclusión social, como es el de la heroína o el de las drogas en general. Pero este proceso debe ser lento, debe basarse en la evidencia científica, debe trabajarse desde la legalización, debe ser un proceso continuo que ayude con ello al cambio.

 

Según los datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) (los mismos al fin y al cabo que velan por la fiscalización de las drogas a nivel mundial), una de cada nueve personas que consumen drogas ilegales (el 11%) sufre problemas de abuso, lo que significa que su consumo es perjudicial hasta el punto de que pueden experimentar dependencia de las drogas y/o requerir tratamiento. En el caso de la heroína, según otras estimaciones, un veintitrés por ciento de los que la prueban desarrollarán un uso problemático. ¿No es un disparate que se prohíban las drogas cuando solo una minoría de consumidores tiene problemas con ellas?

Probablemente es así. No es un tema que controle a la perfección. Creo que hay que hacer un cambio de panorama en este sentido. El problema del mal uso de las drogas es pequeño. Creo que el trabajo consiste en minimizar estos problemas, en parte porque marcan la imagen global que se tiene de las drogas. También es imprescindible trabajar en prevención. Cuantos menos casos tengamos problemáticos, mejor, creo yo. De todas formas, hay usuarios que hacen un uso diferente de las drogas, un uso que rompe con este esquema. Y habrá que tenerlo en cuenta.

“El acceso a las drogas en condiciones sanitarias y seguras podría ser una buena solución a un mercado que problematiza su uso”

Se habla sobre todo de los riesgos y daños que conlleva el abuso de drogas, sin embargo, se olvida el placer que produce su uso. Junto con el apoyo a los que sufren, ¿no cree que el derecho a la libertad de usar drogas debería estar garantizado por un acceso a ellas en condiciones sanitarias?

Esa es una buena solución. El acceso a las drogas en condiciones sanitarias y seguras podría ser una buena solución a un mercado que problematiza su uso. Para ello es necesario trabajar desde el ámbito de las drogodependencias en un cambio de panorama. Menos énfasis en las personas problemáticas y más en la prevención y el tratamiento en un intento de dar un cambio radical al trabajo que se hace en drogas. Y eso necesita un cambio de mentalidad, de profesionales, de gestores y, sobre todo, de políticos. También este proceso de cambio implica un trabajo con la sociedad en su conjunto. Si no trabajamos en este punto, será difícil que los demás cambien.

 

En el caso de la regulación del cannabis, ¿qué le llevó a defender el proyecto de Rasquera y a defender hace poco el acceso al cannabis como servicio esencial?

Para mí, el proyecto de Rasquera forma parte de este cambio de paradigma que explicaba ahora. Yo lo que hacía era proponer tres cosas: hacer investigación con los consumidores, hacer investigación sobre el uso medicinal del cannabis y trabajar en la prevención para evitar el consumo de cannabis entre los adolescentes. Era un proyecto global de salud. Sobre Rasquera, hay que decir que este proyecto no era una locura; era fruto del conocimiento de la realidad y del trabajo serio de un joven abogado que con su ímpetu y fuerza, su apoyo a los que menos tienen y su empeño en tirar para adelante un proyecto legal con cannabis movió relaciones y recursos, asesoró a asociaciones, mandó escritos a la Fiscalía, contactó con empresas diversas…, hasta que al fin se presentó el proyecto de Rasquera. Él se llama Martí Cànaves Llitrà y, junto a él, hubo un grupo de personas que le ayudaron y apoyaron. Las ideas en las que se basaba el proyecto eran que los consumidores existen y existirán, que mejor legal que ilegal, que mejor control que descontrol, que mejor ciencia que solo experiencia y que mejor rigor que “chapuzas de andar por casa”. Este es el marco de un proyecto que tenía en las asociaciones de autoconsumo y sus consumidores su punto de partida y que tenía que diseñar paso a paso las etapas para realizar un proyecto científico. Salud, ciencia, rigor y prevención eran los ejes de un proyecto que pretendía poner encima de la mesa una realidad existente, en un espacio legal, saludable, preventivo, riguroso y científico. Una pena que se quedara en un proyecto bonito.

Joan Carles March
Trabajando en su despacho, junto a su ordenador una entrevista impresa con un titular clarificador: “La heroína puede ser un buen medicamento para pacientes que fracasaron en tratamientos anteriores con metadona”.

El papel de los médicos

La normalización social del uso del cannabis no ha venido acompañada de un reconocimiento por parte del Estado, y el estamento médico, que podía reivindicar una regulación que ponga orden en un asunto como este de salud pública –aunque solo fuera por poder recetar cannabis sin que el paciente tenga que acudir al mercado negro– tampoco parece estar por la labor. ¿Qué hace falta para que los médicos se impliquen?

 

Creo que los médicos necesitan conocer mejor el mundo del cannabis, las investigaciones que hay en marcha, los proyectos con resultados. Es necesario debatir más su uso como medicamento y sus problemas debidos al mal uso, y ello es necesario hacerlo con debates abiertos. Creo que es la fórmula, con la evidencia por delante, de que el colectivo profesional sanitario se conciencie de que un buen uso es una buena solución. Si los médicos cambiaran de opinión, avanzaríamos hacia las vías de acceso legalizadas que existen en España para la adquisición del cannabis sin que los consumidores se siguieran abasteciendo en el mercado negro, situación que incide negativamente en su salud. Los enfermos de cáncer, de esclerosis múltiple, de ELA y también pacientes que padecen dolor neuropático, migrañas, fibromialgia, endometriosis, insomnio, ansiedad, etcétera, consumen cannabis porque aporta mejoras en su estado de salud o en su calidad de vida, siendo los consumos problemáticos totalmente minoritarios. Y eso deberían saberlo y utilizarlo los profesionales sanitarios.

 

Los médicos suelen escudarse en los problemas mentales que puede provocar el cannabis, pero –como dice José Carlos Bouso– eliminando el cannabis del planeta solo se reducirían un diez por ciento los diagnósticos psiquiátricos, es decir, que para evitar un solo caso de brote psicótico habría que convencer a veinte mil usuarios para que dejaran de consumir cannabis. ¿Por qué cuesta tanto reconocer las evidencias a favor del cannabis y se amplifican tanto sus contraindicaciones?

El gran problema –como decía– es que lo que se pone encima de la mesa siempre son los problemas. Las drogas son vista como un grave problema social y eso impide plantear otros usos, sea el recreativo o sea el terapéutico. También lo normal es conocer de las drogas por los decomisos, y eso incrementa la visión negativa. Vuelvo a repetir la necesidad de que se investigue más y de que la evidencia sobre su buen uso ayude a que se reduzcan los mensajes negativos.

“Las drogas son vista como un grave problema social y eso impide plantear otros usos, sea el recreativo o sea el terapéutico. También lo normal es conocer de las drogas por los decomisos, y eso incrementa la visión negativa. Hay que investigar más y que la evidencia sobre su buen uso ayude a que se reduzcan los mensajes negativos”

“Las drogas son vista como un grave problema social y eso impide plantear otros usos, sea el recreativo o sea el terapéutico. También lo normal es conocer de las drogas por los decomisos, y eso incrementa la visión negativa. Hay que investigar más y que la evidencia sobre su buen uso ayude a que se reduzcan los mensajes negativos”


 

Se habla mucho del cannabis medicinal y del cannabis recreativo, una distinción que a mucha gente nos resulta insatisfactoria. A los consumidores catalogados como recreativos nos parece que no se tiene en cuenta el bienestar que nos procura, ¿qué concepto de salud es ese que no valora el efecto relajante, la alegría, el sentido del humor o el poder introspectivo que nos produce el cannabis?

Es evidente que jugar a la dicotomía medicinal y recreativo no ayuda a tener un mensaje claro y no contradictorio sobre el tema. La salud es también relax, alegría, humor... Y, por tanto, trabajar desde ese punto de vista también ayuda a entender mejor que los efectos del cannabis pueden ser muy diversos en todos los sentidos. De todas formas, creo que le iría bien al cannabis recreativo un apoyo claro al cannabis medicinal. Si el cannabis medicinal entra en el contexto, será más fácil para el cannabis recreativo.

 

Usted apuesta por la unión y el empoderamiento activo de los pacientes. ¿Esta lucha de los iguales que permite afrontar juntos el sufrimiento y la enfermedad tiene también poderes curativos?

Sin duda, la ayuda de un igual, de una persona que ha pasado lo mismo que tú, el contarle lo que te ha ido bien a alguien que tiene algo parecido a ti es un elemento clave para mejorar la salud y la calidad de vida de un paciente. Nosotros iniciamos hace trece años este proyecto llamado Escuela de Pacientes, que trabaja con pacientes con enfermedades crónicas. Y en estos años hemos formado a más de veinticinco mil personas, y desde nuestra línea de escueladepacientes2.0 hemos llegado a varios millones de personas a través de los blogs, el canal de YouTube, la cuenta de Twitter, de Facebook e Instagram, los videochats o los podcasts. Fíjate en lo que decía un paciente crónico en estos tiempos de la COVID-19: “Nunca imaginé que todo lo aprendido me serviría tanto. Porque nosotros hemos aprendido sobre alimentación, ejercicio, medicación; a gestionar nuestras emociones, a pensar en positivo. Y ahora que no tienes a nadie, que tienes que resolver muchas cosas solo…”.

La fuerza de los iguales ha sido una constante asociativa entre usuarios que han sabido no solo defender sus derechos humanos, sino desarrollar toda una experiencia de autocuidado y un saber compartido en torno al cannabis. De hecho, las primeras leyes sobre cannabis medicinal han llegado gracias a la presión de enfermos usuarios que han reclamado en los tribunales el derecho a acceder a su medicina legalmente. En todo este proceso que estamos viviendo, ¿dónde están los médicos?, ¿no es un fracaso de la institución médica que sean los propios pacientes los que se enseñen unos a otros a utilizar cannabis?

Los profesionales sanitarios están para acompañar el proceso, para ayudar a que el proceso sea adecuado, para establecer una relación terapéutica donde se tomen conjuntamente las decisiones. Es una relación a varias partes donde los pacientes tienen un papel fundamental, básico. Tener en cuenta las opiniones y las perspectivas de los pacientes y actuar a partir de ello ayuda al avance para conseguir mejores resultados en salud. La unión de la perspectiva de unos y otros, basada en la evidencia científica y la experiencia del paciente ayuda a avanzar. Y ello es un éxito. No es ningún fracaso, sino todo lo contrario. Ellos y ellas ayudan al éxito. Es cuestión de querer y de querer aprender.

Fotos

Iuliana Dragoi

 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #273

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