El primer fin de semana del pasado diciembre Nueva York vivió su semana anual psiquedélica con la celebración de la conferencia Horizons, Perspectives on Psychedelics. Era su decimocuarta edición, tras no haberse podido realizar en el 2020 por la pandemia. En sus primeros años, Horizons fue un evento de una tarde en una iglesia comprometida con causas progresistas del centro de Manhattan, pero desde el 2015 se celebra en el auditorio de la universidad Cooper Union, lugar icónico que ha acogido a personajes históricos como Abraham Lincoln, Joseph Campbell y Hugo Chávez, entre otros. La Horizons es hoy una de las conferencias sobre psiquedélicos más antiguas e importantes del panorama y atrae visitantes internacionales a la vez que mantiene un ambiente recogido y familiar. En sus primeros años duraba un día y solamente había una fiesta oficial, que según cuentan los más veteranos se celebraba en el estudio del artista Alex Grey en Manhattan, con todos sus asistentes bajo los efectos de una conocida triptamina.
En mi primera visita hace cinco años, el tono de las charlas era muy académico y los investigadores y científicos se esforzaban en demostrar mediante decenas de gráficos cómo la MDMA o la ketamina, combinadas con terapia, pueden ayudar a algunos pacientes a superar depresiones y trastornos por estrés postraumáticos. Ahora estamos en la siguiente fase: ¿cómo serán los protocolos para el uso médico de estas medicinas?, ¿cómo se van a financiar estas operaciones?, ¿cómo diseñar un futuro en el que la medicina psiquedélica sea una opción más para médicos y pacientes?
Casualidad o no, unos días antes del comienzo de Horizons, Rick Doblin –fundador y director ejecutivo de MAPS– publicó en el diario británico The Guardian una carta en la que abogaba por “desbloquear el poder de los psiquedélicos para cambiar la humanidad para mejor”. Esta es una buena muestra de cómo los medios de comunicación masivos reflejan ya el cambio de paradigma del actual renacimiento psiquedélico y abordan cuestiones hasta hace poco impensables. La aceptación de estas medicinas para del alma y la psique ha cambiado, no solo en las mentes de millones de personas en todo el mundo, sino también en las leyes de muchas ciudades y estados de Estados Unidos. Se han producido varios hitos recientes, como la legalización del cannabis en decenas de estados y en ciudades como Nueva York, y la despenalización de varias sustancias vegetales y micológicas en ciudades y estados como Denver y Oregón, donde las primeras clínicas de tratamientos psiquedélicos abrirán sus puertas en menos de un año.
Si todo va bien, para 2023, la MDMA podrá utilizarse legalmente en terapia en todo el país, así como la psilocibina en algunos lugares. En las elecciones presidenciales del 2020, que ganó Joe Biden, el estado de Oregón aprobó las medidas legales 109 y 110. La primera permite a pacientes mayores de veintiún años de edad comprar, poseer y consumir hongos psilocibes en centros destinados a ese fin con la asistencia de facilitadores entrenados. La segunda de estas medidas supuso la descriminalización de la posesión de drogas como la heroína, la metanfetamina, el LSD o la MDMA.
Nuevos actores
"Hay que estar alerta ante las trampas del llamado excepcionalismo psiquedélico, por el cual los psiquedélicos son buenos y otras drogas son malas, y ante la emergencia del complejo de gurú salvador entre algunos practicantes"
Entre tantos cambios recientes, uno de los nuevos actores de la escena psiquedélica es el Psychedelic Science Funders Collective (PSFC), una entidad que en el 2020 consiguió recaudar treinta millones de dólares para financiar la fase final para la aprobación ante la Food and Drug Administration (FDA), del Gobierno federal de Estados Unidos, de la terapia asistida con MDMA para pacientes con estrés postraumático y otras dolencias. Su fundador, Joe Greene, afirmó en la conferencia: “Oregón ha abierto la oportunidad de poder acceder a la psilocibina por primera vez, no solo para cuestiones de salud mental sino también para el crecimiento personal y espiritual de cualquiera o también para personas que se enfrentan al final de sus vidas”.
Estados Unidos ha vivido, por primera vez en su historia, un periodo de más de veinte años de guerra ininterrumpida (desde la invasión de Afganistán en el 2001). Los logros de esta gesta bélica incluyen más de un millón de veteranos de guerra con estrés postraumático y hasta veintidós suicidios diarios, un doscientos cincuenta por ciento más que la media nacional. MAPS y el PSFC se han esforzado por implicar al poderoso –y en muchos aspectos disfuncional– departamento federal de Asuntos de Veteranos (Veteran’s Affairs). En este país, los militares reciben un trato de honor, subvenciones, descuentos, privilegios varios y en cada ciudad hay parques infantiles donde ondean banderas de POW-MIA (Prisoners of War, Missing in Action), o placas de recuerdo con los nombres de soldados de la segunda guerra mundial de apenas dieciocho o diecinueve años de edad que perdieron la vida en alguna batalla lejana con nombre de ciudad francesa.
Este fenómeno tiene otra cara: los veteranos sufren altísimas tasas de desempleo, depresión, violencia, abuso de sustancias, incomprensión y dificultades para integrarse en la vida civil. A esto hay que añadirle el trauma de haber sido engañados sobre las razones de las guerras en las que lucharon, como es el caso de Irak, o que su trabajo no sirvió para nada, como es el caso de Afganistán, donde todo su esfuerzo bélico se derrumbó como un castillo de naipes antes incluso de abandonar el país en septiembre del 2021. Estados Unidos puede apuntarse otra derrota más en una guerra, esta vez contra las drogas. En la conferencia, una chaqueta portaba un parche con la siguiente leyenda: “Felicitamos a las drogas en su victoria en la guerra contra las drogas”.
MAPS, que se define como una compañía de beneficios públicos en cuanto a modelo de negocio, estima que para el 2030 habrá entrenado a unos treinta mil psicólogos en terapia asistida con MDMA y aspira a tratar a un millón de personas con trastornos por estrés postraumático en ese periodo de tiempo, según explicó en su intervención durante la conferencia Joy Sun Cooper, jefa de comercialización de MAPS. Si todo sigue según lo planeado, esta será la primera modalidad de tratamiento en combinar terapia con una sustancia psiquedélica ilegal hasta ayer, cuyos protocolos podrán quedar a merced de cada terapeuta, como el número de sesiones, su duración, etc.
Claroscuros de la terapia psiquedélica
No todo brilla en el panorama psiquedélico actual, también existen partes oscuras y a veces conviene tomar un poco de perspectiva y señalar que las cosas no siempre van a funcionar como nos gustaría. El investigador Matt Johnson, de la Universidad John Hopkins, se encargó de cuáles pueden ser estos aspectos negativos de la terapia psiquedélica. Debemos asumir que no siempre va a cumplir con las expectativas que le otorgamos, que tal vez no funcione para todos los pacientes, que no se trata de una cura automática, y que a veces, esa experiencia mística prometida o no llega nunca o no tiene el efecto sanador deseado. “Habrá desastres, aunque lo hagamos con mucho cuidado. Habrá riesgos a los que no les hayamos dado la suficiente atención. Una vez, un participante salió corriendo en medio de una sesión con hongos; habrá gente que se aterrorice y a veces las experiencias difíciles pueden exacerbar los síntomas de un paciente”, explicó.
De la misma manera alertó de que los profesionales de la medicina psiquedélica deben mantenerse firmes en sus roles y espacios y cuidarse mucho de no cometer abusos sexuales en el marco terapéutico, donde se puede desarrollar una relación de poder entre paciente y terapeuta. La sociedad y el movimiento psiquedélico deben estar alerta ante las trampas del llamado excepcionalismo psiquedélicon por el cual los psiquedélicos son buenos y otras drogas son malas (cocaína, alcohol, etc.) y ante la emergencia del complejo de gurú salvador entre algunos practicantes.
En esta línea habló Caroline Dorsen, enfermera e investigadora de varias universidades, que ha enfocado su trabajo en las comunidades underground que usan medicinas psiquedélicas. Si bien subrayó el carácter terapéutico de la propia comunidad y las conexiones personales que en ellas se desarrollan como auténtica medicina contra el aislamiento social y la depresión, Dorsen abogó por la instauración de directrices y protocolos claros para quienes practican la medicina psiquedélica en círculos cerrados, donde existe el riesgo de producirse casos de abusos de poder y sexuales, homofobia, racismo y la emergencia de gurús y charlatanes con intereses espurios.
Iboga
La conferencia Horizons del 2021 contó con la presencia de uno de los mayores expertos en iboga del Estado español, el catalán Ricard Faura, profesor asociado de la Universitat Oberta de Catalunya y coordinador de proyectos en ICEERS, la organización sin ánimo de lucro de Barcelona dedicada al estudio de plantas psicoactivas. Faura ofreció una completa lección sobre esta intrigante y poco entendida medicina originaria de los bosques de Gabón, que sufre –como en el caso de la ayahuasca– la sobreexplotación por parte de los países de Occidente en busca de curas, en este caso especialmente para la adicción a los opiáceos.
La demanda está desbocada y eso está afectando al medio natural en el que crece la madera sagrada o bois sacré, como la conocen en Gabón. Las comunidades que usan esta medicina reivindican una relación recíproca con quienes se interesan por su poder curativo y piden un reconocimiento a los métodos tradicionales, que solo ellos conocen y llevan practicando desde hace mucho tiempo. Según Faura, la iboga en su contexto original es una de las terapias psiquedélicas más antiguas del mundo, y sus conocedores quieren compartir su uso con quien tenga interés y quiera respetar la medicina. Desafortunadamente, la realidad es que el norte entró para llevarse el marfil y las maderas preciosas de los bosques, y ahora está poniendo en peligro la madera sagrada de la iboga, aunque hay tímidas iniciativas para su cultivo. “La industria psiquedélica y sus patentes están dejando de lado a los actores tradicionales”, afirma Faura.
Reciprocidad
El debate sobre la reciprocidad entre el Occidente que se interesa por las plantas ancestrales y las comunidades originarias donde crecen dominó gran parte de la segunda jornada de Horizons. Una de las herramientas para revertir estos desequilibrios es el protocolo de Nagoya, firmado en el 2014, que España ha firmado y ratificado, pero Estados Unidos no. Su nombre completo es Protocolo de Nagoya sobre el acceso a los recursos genéticos y la distribución justa y equitativa de los beneficios derivados de su utilización del Convenio sobre la Diversidad Biológica. Ahora que nuestras sociedades están inmersas en tantas crisis de salud mental de orígenes diversos, las comunidades tradicionales que utilizan peyote, ayahuasca o iboga buscan transmitir principios éticos a los del norte que, como nosotros, se interesan por estas medicinas. Ideas como pensar en las próximas siete generaciones y las obligaciones y responsabilidades de pertenecer a una comunidad realmente podrían servirnos para hacer del mundo un lugar mejor.