Editorial: 250 números después...
Doscientos cincuenta números han pasado, más de veintiún años desde que Cáñamo vio la luz. Una de las razones era demostrar que no estábamos solos. Y ya se ha visto que no. La sociedad está cambiando y empieza a enfrentarse al cannabis bajo otro punto de vista. Canadá, EE UU, Colombia y Uruguay ya tienen legislaciones que regulan la llegada del cannabis al usuario. Hasta la OMS empieza a reconsiderar la peligrosidad del vegetal. En la sociedad española los clubs que autocultivan marihuana (o se abastecen mediante compras mancomunadas) para distribuir a los socios están totalmente integrados, al punto de que al dar las noticias en la televisión ya se considere normal la actividad de algunos de estos CSC en contraposición a otras “asociaciones” que, ayudados por voceadores, acosan a los turistas invitándoles a sus “coffee shops”.
La lucha por la plena normalización del cannabis es ya cuestión de poco tiempo. Faltan muchas cuestiones por resolver, de reconocimiento social y legal a la sustancia o de acabar con el estigma y los prejuicios asociados todavía al usuario, pero todo indica que más temprano que tarde la regulación integral del cannabis acabará por llegar.
De momento se constata que las utopías acaban por realizarse, aunque no de la manera esperada. Así los que empezamos en esta lucha hemos asistido a una gran transformación, en muchos casos paradójica: lo que era una planta mágica cuyo consumo e imaginario libertario desafiaba al sistema establecido, se ha convertido en un objeto para hacer negocio, alimentando la codicia de propios y extraños que se acercan al oro verde buscando dinero rápido. El desarrollo de variedades y de nuevos derivados, con nuevas formas de consumo de la sustancia ha sido una fiesta de constantes descubrimientos, sí, pero a costa de que la planta haya pasado de ser un regalo para compartir, a ser un producto para su venta a precios desorbitados.
Hay quien dice que se trata de una moda pasajera provocada por la prohibición del THC, pero ¿cómo no escandalizarse con el emergente mercado de flores de cáñamo industrial que sin “colocar” se venden a 13 euros el gramo en países como Italia o Suiza? Es un ejemplo entre otros. Antes por estas épocas estabas al tanto de tu cultivo para evitar que algún jovenzuelo te quitara las matas para fumárselas. Ahora aparecen bandas organizadas que roban con violencia las cosechas, no para fumárselas sino para venderlas. Parte de estas consecuencias, es cierto, son fruto de la todavía vigente prohibición que dejan al cultivador y al usuario legalmente desamparados ante los abusos. Sin embargo, otra parte importante es el precio inevitable que conlleva la popularización del cannabis en un contexto capitalista, con sus innovaciones positivas y también su carácter excluyente e individualista.
Será por la nostalgia que traen aparejados los cambios acelerados, pero, echando la vista atrás, remontándonos al primer número de esta revista, se echa de menos algo de aquel espíritu solidario de los inicios. Ya se sabe que, tras la llegada de los pioneros, la civilización se asienta gracias a los comerciantes. Bienvenido sea pues el civilizado comercio, pero, en fin, no nos olvidemos de pasar el porro.