Cuando el termómetro se dispara en las noches de verano, muchas personas experimentan dificultades para dormir. La regulación térmica del cuerpo, clave para iniciar el ciclo de sueño, se ve alterada en climas cálidos, lo que retrasa el adormecimiento y aumenta los despertares nocturnos. Es en este contexto, el cannabis surge como una alternativa potencial para quienes buscan un descanso más reparador.
Diversos estudios han documentado las propiedades sedantes y ansiolíticas de los cannabinoides, en particular el THC (tetrahidrocannabinol) y el CBN (cannabinol). Según una revisión publicada en la revista científica Sleep en 2008, el cannabis puede reducir la fase REM y aumentar el tiempo en sueño no REM, considerado más restaurador. Este efecto podría ser beneficioso para quienes padecen despertares frecuentes en estas noches calurosas.
El cannabidiol (CBD) también ha demostrado efectos hipnóticos en dosis moderadas a altas. Un ensayo clínico realizado por Carlini y Cunha reveló que dosis de 160 mg de CBD mejoraron significativamente la duración del sueño en personas con insomnio, en comparación con placebo y nitrazepam. Aunque el estudio no se centró en las condiciones de calor, sus hallazgos son relevantes para cualquier alteración del ciclo circadiano.
La elección de la variedad también puede marcar la diferencia. Cepas con alto contenido en mirceno, un terpeno conocido por sus efectos sedantes, son recomendadas tradicionalmente para uso nocturno. Las índicas, por sus características de relajación corporal profunda, suelen ser preferidas frente a las sativas más estimulantes.
Sin embargo, es fundamental el uso moderado. Dosis elevadas de THC pueden producir somnolencia residual al día siguiente. Se aconseja iniciar con cantidades pequeñas y consultar con un profesional para encontrar la combinación adecuada de cannabinoides y terpenos.
En un verano cada vez más caluroso, el cannabis se perfila como una herramienta complementaria para quienes luchan contra el insomnio. Más allá del alivio individual, la ciencia sobre sus efectos en el sueño sigue siendo una vía prometedora que podría transformar las estrategias de descanso en contextos climáticos extremos y en poblaciones afectadas por ansiedad y estrés laboral.