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¡Ay, padrino, no me ayudes!

Durante el año 2014 nos fue encomendado un trabajo audiovisual para recopilar testimonios de personas que habían sido recluidas contra su voluntad en centros de desintoxicación a causa del uso problemático de sustancias estupefacientes, centros conocidos popularmente como granjas o anexos.

Durante el año 2014 nos fue encomendado un trabajo audiovisual para recopilar testimonios de personas que habían sido recluidas contra su voluntad en centros de desintoxicación a causa del uso problemático de sustancias estupefacientes, centros conocidos popularmente como granjas o anexos.

Pudimos documentar testimonios de personas que fueron recluidas en centros de Ciudad de México y Tijuana. Las historias son desgarradoras y proceden de personas de todo tipo, entre las que predominan las de escasos recursos y educación, pero también las hay de clase media o alta, adultos y menores, hombres y mujeres.

Muchos de esos centros de rehabilitación son en realidad un negocio disfrazado de ayuda social. Los internos son sometidos a una larga lista de vejaciones que se inician con la privación involuntaria de libertad, ya que son recluidos con engaños o por la fuerza, o simplemente fueron encontrados en las calles en situaciones de vulnerabilidad. Ya internados, son incomunicados y no son pocos los centros que practican las torturas físicas y psicológicas.

La “patrulla espiritual”, el automóvil en el que los padrinos llevan, por la fuerza, a los usuarios hasta el centro, es también conocida como “patrulla enchancladora”, porque a los internos solo se les permite calzar chanclas o sandalias, para así dificultar los intentos de fuga.

Las constantes en los centros son el hacinamiento y la mala alimentación. Los entrevistados decían dormir como “sardinas”, recordando el acomodo de estos peces en las latas de conservas, o “pito con culo” en una descripción más popular. La comida no le apetece a nadie y tan solo con escuchar el nombre de los platillos se pierde el apetito. “Sopa de pantano” y “caldo de oso” son los términos más referidos; el primero para nombrar una sopa de raíces y el segundo para un caldo insípido en el que flotan algunas verduras que a veces están en mal estado.

Imagen del documental ¡Ay, padrino! ¡No me ayudes! (2014).
Imagen del documental ¡Ay, padrino! ¡No me ayudes! (2014).
Imagen del documental ¡Ay, padrino! ¡No me ayudes! (2014).
Imagen del documental ¡Ay, padrino! ¡No me ayudes! (2014).
Imagen del documental ¡Ay, padrino! ¡No me ayudes! (2014).
Imagen del documental ¡Ay, padrino! ¡No me ayudes! (2014).
Imagen del documental ¡Ay, padrino! ¡No me ayudes! (2014).
Imagen del documental ¡Ay, padrino! ¡No me ayudes! (2014).

Los castigos por el menor motivo son frecuentes y se administran como parte de la terapia. El gansito es un enorme cucharón utilizado para mover el chicharrón cuando se fríe y que es empleado frecuentemente para golpear las nalgas de los reclusos. La paliza es tal, que el dolor les impedirá sentarse durante un tiempo tras una sesión de “gansito”.

Un muchacho nos contó cómo los torturaban con agua echándoles la cabeza hacia atrás para introducirles el líquido de una cubeta en la nariz e impedirles la respiración. Otro tormento llamado “las zapatillas” consiste en usar dos latas de sardinas a modo de zapatos durante varias horas. Las “amarradas de ballet” fueron otro castigo referido; consiste en colgarlos atados con las manos en alto y de forma que los pies apenas rocen el suelo. Sin duda, existe una gran creatividad para inventar y nombrar los castigos.

En Tijuana entrevistamos a Julia, una chica que fue llevada a un centro de rehabilitación cuando empezó a consumir heroína. Nos contó los abusos sexuales que sufría de forma sistemática por parte del director del centro y también los abusos del mismo tipo a que eran sometidas otras de sus compañeras.

Los internos permanecen incomunicados como parte del tratamiento, pero si llegan a recibir visitas de familiares, el personal del centro les advertirá de la prohibición de expresar quejas sobre el trato recibido. A lo largo de todo el tiempo de visita estarán presentes los vigilantes.

Los centros suelen estar ubicados en lugares en los que no pagan ningún tipo de alquiler; además, reciben donaciones y los familiares deberán abonar unos 500 pesos por semana (en torno a 25 euros). Un negocio perfecto, ya que el nivel de hacinamiento suele ser muy elevado.

Los centros de rehabilitación suelen alquilar adictos para que aparezcan en repugnantes programa de televisión, en los que se humillarán todavía más y a mayor gloria y enriquecimiento de los padrinos.

Muchas de las “clínicas” operan en absoluta clandestinidad. Será fácil encontrar anuncios en los postes de las calles con leyendas del tipo: “Adicciones, centro de ayuda”, junto a un número de teléfono y sin ningún sello de institución oficial.

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