Extintores
Probando, probando.. ¿Se me oye? ¿Se me entiende?
Si usted, apreciado lector, ha comprendido con claridad este texto inicial y a partir de ahora pasa a no entender un carajo, no se preocupe: es normal. De ahora en adelante, no lo dude ni por un segundo: lo que no entienda es que es incomprensible; lo que no le parezca claro es que es confuso, y lo que se le antoje farragoso es que, efectivamente, es un chocho de cojones.
Si usted, apreciado lector, ha comprendido con claridad este texto inicial y a partir de ahora pasa a no entender un carajo, no se preocupe: es normal. De ahora en adelante, no lo dude ni por un segundo: lo que no entienda es que es incomprensible; lo que no le parezca claro es que es confuso, y lo que se le antoje farragoso es que, efectivamente, es un chocho de cojones.
No es usted, es el mundo. El mundo de los “objetos psicoactivos no identificados”; el mundo de la “paradrogología”; del “narcoprimitivismo”; del Do It Yourself aplicado al arte de colocarse; el mundo de la prensa seria y oficial de hoy en día que, al hablar de drogas, deja en bragas al mismísimo El Mundo Today en el terreno del chascarrillo, el despiporre y el surrealismo. Y es que, queridos amigos, estimadas todas, de estos mundos es de lo que les venimos y vendremos a hablar. Estos son los que, junto a ustedes, nos ocuparemos mensual y puntualmente de explorar, tratando de desvelar sus desconcertantes enigmas y de dar respuesta a esas inquietantes y trascendentales preguntas que, tarde o temprano, todo iniciado se hará…
¡BUUUUUUUUUUUUUUUUU! ¿Es posible drogarse con extintores para incendios? Que sí, que no es broma. Que el asunto es serio, que hasta hay muertos de por medio: a principios de agosto del 2015, un muchacho de catorce años murió y otros veintidós resultaron intoxicados en un colegio al sur de Bogotá, presuntamente, por haber consumido polvo de extintor.
Mientras la comunidad internacional de centros educativos, periodistas, blogueros, tuiteros y facebookeros se preguntaba si era eso posible, yo me ocupaba de iniciar mi particular estudio de campo, actuando como lo habría hecho cualquiera de los protagonistas iniciales, es decir: como un adolescente.
En fin, que sin más dilaciones me compré un extintor. El más barato que encontré: catorce euros, porque si pudiera gastarme veinticinco pillaría medio pollo de farlopa, no un extintor, que soy adolescente, pero no gilipollas. Le di vida sobre la manga de mi sudadera, que se cubrió con un polvo blanco, y procedí a insuflar un poco: coff, cofff… Unas toses, un picor del trece (aunque he probado speeds peores), y nada más que reseñar.
Había llegado el momento de documentarse (tratándose de un estudio de campo era de crucial importancia realizar este paso después de haber probado la sustancia, nunca antes). Así que pasé a leer lo que ponía en el bote (¡uffff, qué pereza!): “El contenido de este extintor no es tóxico”. Busqué en Google y más de lo mismo: “Los ingredientes que se emplean actualmente en los polvos secos de los extintores no son tóxicos”.
No obstante, descubrí que hay extintores que utilizan halón y dióxido de carbono, y que, a determinadas concentraciones, ambos compuestos pueden afectar al sistema nervioso central causando mareos, somnolencia, pérdida del conocimiento y muerte (pero ni uno ni otro son polvo sino que son gases –ergo, no guardan relación con el caso de la muerte habida en Bogotá–, aun cuando vienen a demostrar que es posible colocarse con extintores antes de morir de asfixia).
También encontré el testimonio de una usuaria que experimentó una marcada alteración del estado de ánimo tras utilizar un extintor: “Hubo un pequeño fuego en la cocina y después de usar el extintor me volví completamente loca, me quería morir: todo estaba cubierto por una capa de polvo blanco… ¡Con lo limpia que la he tenido siempre! La próxima vez prefiero que se queme la casa entera, de verdad que lo llevaría mucho mejor”.
Por último, en relación con los mareos, la pérdida de conocimiento y los fallecimientos, encontré unas cuantas menciones a casos de agresiones perpetradas con extintores: “Deja a su hermano en estado vegetativo tras golpearle con un extintor”.
Y las preceptivas proclamas de los activistas: “¡Por el amor Dios!, legalicen los extintores de una vez por todas… Ah, no calla, calla, ¡que ya son legales!”.
Terminé el estudio visualizando mi próximo proyecto empresarial: dos marcas de extintores para venderlos en chiringuitos festivaleros el próximo verano. La de toda la vida: “Con extintores Moya, ¡se te irá la olla!”. Y la marca blanca para hacerme mi propia competencia en los todo a cien: “Extintores Firefrost, te ponen tó chino comiendo arroz”.
Fotos: Alberto Flores
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