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La droga del verano: anatomía de un fenómeno, sus consecuencias y algunas recomendaciones

Se acerca el verano, y con él no solo llegan las vacaciones, sino también la costumbre de los medios de comunicación de encumbrar una droga del verano para rellenar sus noticieros y tertulias. Todavía no sabemos cuál será exactamente la del 2025, pero lo que sí es probable es que seguirá la dinámica de cada verano y tendremos mucho ruido mediático sobre algún fenómeno concreto poco extendido en realidad, mientras que habrá poca atención a otros fenómenos de drogas más comunes y dañinas pero menos noticiables. Veamos en qué consiste este peculiar fenómeno estival, sus clásicos, sus riesgos y qué podemos aprender de él en base a otros veranos para estar bien informados y proteger mejor la salud pública.

Hay tradiciones que huelen a salitre, a crema solar y a chiringuito, como la inescapable canción del verano o la costumbre de los medios españoles de coronar una droga del verano. Cuando la actualidad cierra por vacaciones y el calor derrite la agenda política, las redacciones entran en modo guardia buscando una sustancia a la que colgarle el sambenito de apocalipsis juvenil durante unas semanas y que esto llene de contenido sus telediarios y tertulias estivales. El ciclo lleva décadas funcionando igual: titular alarmista, imágenes de archivo en bucle, entrevista a “expertos” improvisados y, a poder ser, un vídeo viral. 

El problema es que ese foco mediático no suele centrarse en las verdaderas amenazas para la salud pública que suponen determinados usos de drogas (tanto legales como ilegales), sino que solo se fija en aquellas anécdotas que resultan más vistosas, exóticas o morbosas, pero no por ello las más relevantes. El resultado puede ser doblemente nocivo: por un lado, normalizar y popularizar conductas que hasta ese momento eran minoritarias (efecto Streisand químico) y, por otro, generar una histeria que pocas veces está justificada y, en cambio, sí que devalúa las alertas realmente serias. Si finalmente llegase el lobo (por ejemplo, el fentanilo o los nitazenos), la audiencia podría no tomárselo ya tan en serio.

Anatomía de un pánico veraniego 

Todo arranca con una chispa: un parte policial, un vídeo viral en TikTok, una muerte en extrañas circunstancias o el relato de un testigo llega a la redacción, justo cuando el telediario anda falto de contenido. La noticia parece ideal: inquietante, novedosa y con un gancho visual. A partir de ahí, el proceso se acelera. Un primer reportaje (habitualmente, en un magazine matinal) sintetiza la historia y acuña el apodo llamativo de turno: droga zombi, gas asesino, cocaína rosa, doctor muerte, etc. El montaje televisivo intercala testimonios dispersos, medias verdades y exageraciones acompañadas con imágenes de archivo, música tétrica y declaraciones de expertos improvisados o tertulianos todoterreno, de esos que hablan con la misma aparente seguridad del cónclave papal, de centrales nucleares, de geopolítica o de psicofarmacología. Lo que toque esa semana. 

La segunda fase es la multiplicación. El resto de cadenas replica la pieza magnificando su contenido, los digitales amplifican los titulares y las redes sociales aportan su ración de propagación y alarmas. La narrativa se erige a base de anécdotas presentadas como tendencias: tres intoxicaciones se convierten en “ola”, dos incautaciones se leen como “aumento exponencial” o un vídeo sacado de contexto en “la última moda”. La imprecisión se contagia y la hipérbole se multiplica conforme la noticia es reproducida por diversos medios, porque los datos sólidos (prevalencia, análisis toxicológicos, evolución temporal) son ignorados o tardan semanas, sino meses, en aparecer. Y, cuando por fin lo hacen, la historia ya se ha fosilizado en la conciencia colectiva y es tan inamovible de ahí como irrelevante resultaría intentar corregirla. 

La tercera fase, que puede darse o no darse, es la de la profecía autocumplida. Tanto bombo mediático puede terminar por convertir ese fenómeno originalmente minoritario en una realidad social que sí que alcance una escala realmente problemática, retroalimentando el bucle. 

Esta coreografía mediática, repetida verano tras verano, prioriza el morbo a la contextualización: importa menos la magnitud real del fenómeno y su riesgo que la impresión de gravedad, miedo y dramatismo que consiga transmitir. Importan más las emociones que la realidad, convirtiéndose en la definición de sensacionalismo. Lo que desde el periodismo se vende como una loable misión para alertar a la población y evitar el consumo de drogas (fundamentalmente, ilegales), acaba convirtiéndose por accidente en un caldo de cultivo perfecto para el mito y, a veces, para la imitación, y esto sí que puede llegar a convertirse en un gran problema real.

Del caníbal de Miami a los pinchazos fantasma 

La droga del verano: anatomía de un fenómeno, sus consecuencias y algunas recomendaciones

La hemeroteca está llena de ejemplos de este fenómeno veraniego. En el 2012, una persona agredió a otra en Miami, mordiscos incluidos, y esto disparó la alerta sobre una droga que se estaba consumiendo por aquel entonces, conocida como metilendioxipirovalerona o MDPV. Esta droga de efectos estimulantes (como la cocaína o las anfetaminas), perteneciente a la familia de las catinonas (nuevas drogas estimulantes popularmente llamadas “sales de baño”), fue rápidamente bautizada por los medios como “droga caníbal”. Pese a que esta sustancia tuvo poco uso en España, todos los casos de agresiones ese verano y subsiguientes se convirtieron en sospechosos de haber sido inducidos por esta nueva droga, y como ejemplo de sus supuestos efectos se veían en bucle vídeos de peleas en Magaluf o en plena playa, como si el alcohol u otras drogas no pudiesen generar estos mismos comportamientos. Semanas más tarde se supo que el agresor de Miami no tenía MDPV ni ninguna otra catinona en sangre (solo restos de cannabis), pero ya era demasiado tarde y la asociación entre MDPV y caníbales ya era imborrable. Desde entonces, los medios nombran esta droga de forma intermitente siempre que hay peleas en las que alguien muerde a otra persona. Ante esto, conviene recordar que el canibalismo es un comportamiento muy complejo como para que una sola sustancia pueda producirlo. Sabemos que hay drogas que pueden incrementar el apetito (como el cannabis), otras que pueden provocar agresividad en dosis altas en algunas personas (como el alcohol y los estimulantes) e incluso algunas que pueden producir confusión, agitación o comportamientos erráticos, pero la literatura científica no recoge un solo caso confirmado de canibalismo inducido por MDPV u otras drogas. 

Tiempo después, apareció en Florida otra catinona, la alfa-pirrolidinopentiofenona o α-PVP, popularizada con el nombre de flakka y etiquetada esta vez por los medios como la “droga zombi”. Los titulares hablaron de corredores que huían desnudos de alucinaciones y de delirios violentos, comportamientos erráticos, y se repitió el mismo proceso que con la MDPV. Aunque algunos casos sí que fueron reales, el consumo siguió siendo muy minoritario, sobre todo en España, donde este tipo de reacciones y las urgencias documentadas pueden contarse con los dedos de una mano, cosa que no podemos decir de otras drogas, como el alcohol, los opioides y la cocaína. 

Otra supuesta tendencia veraniega muy comentada fue el tampodka, consistente en el uso de tampones bañados en vodka, que los adolescentes se insertaban en la vagina o el ano como forma alternativa de emborracharse. De esto se habló mucho en el 2009, pero fue otra de estas noticias sobredimensionada y cuya base real es incluso debatible, porque no hay ninguna prueba documentada de esta práctica y a priori tampoco parece que sea una forma de consumo muy agradable, tratándose de una sustancia irritante como es el alcohol, que en cambio es muy fácil de consumir por vía oral. 

Un clásico veraniego recurrente es la preocupación mediática por la escopolamina o burundanga, esa droga que supuestamente anula la voluntad y convierte a la víctima en siervo de su agresor. En realidad, no existe ninguna droga capaz de hacer eso, y no es porque no la hayan buscado los servicios secretos de medio mundo. Lo más parecido a este efecto sería la dificultad para defenderse que inducen drogas depresoras mucho menos intrigantes como el alcohol, las benzodiacepinas o el GHB. Con respecto a la escopolamina, aparte de ser una sustancia delirógena cuyos efectos pueden ser muy incompatibles con una auténtica sumisión química, es muy tóxica y difícil de dosificar, habiendo matado accidentalmente a varias personas, pero los medios siguen propagando la sospecha de su uso en muchos casos de violación o robo, pese a que informes forenses del Instituto Nacional de Toxicología demuestran que, de centenares de sospechas, apenas hay un par de intoxicaciones confirmadas y no fueron muy exitosas para los agresores. 

El verano del 2022 elevó la alarma con los misteriosos “pinchazos” en fiestas y discotecas, fundamentalmente a mujeres. Los titulares hablaban de sumisión química masiva, y aunque algunos de los pinchazos fueron ciertos y algunas personas llegaron a sufrir malestar y desmayos, nunca se encontró nada relevante ni drogas en las víctimas, ni agujas ni sospechosos ni tan siquiera un móvil delictivo, pero eso no evitó que la tendencia explotase con cientos de casos denunciados. Este fenómeno sigue siendo un gran misterio a caballo entre una broma desagradable para quienes lo sufrieron, la imitación y cierta histeria colectiva. 

Entre tanto, a veces también surgen noticias con fundamento parcial, aunque tremendamente magnificadas. El óxido nitroso, más conocido como gas de la risa, es una droga anestésica disociativa de efecto breve y consumida en globos, muy popular en algunos países europeos del norte, como Reino Unido, que gana fama cada verano en las zonas de costa por la llegada de miles de turistas que la usan. Ha propiciado incautaciones de miles de botellas y algunos (pocos) ingresos por neuropatías asociadas al déficit de vitamina B12 que puede ocasionar su abuso. El riesgo existe, pero la narrativa televisiva prefería el dramatismo de “globos mortales” al matiz de un consumo que, siendo creciente, continúa siendo de bajo riesgo y está a años luz del alcohol en impacto sanitario real, por no mencionar el detalle de que el óxido nitroso es una droga muy usada en medicina desde hace cientos de años. 

Otro ejemplo similar a este sería el del Cloretilo, ese espray de venta en farmacias para uso tópico como crioanestesia y que se proyecta sobre una tela y se aspira con el objetivo de tener una experiencia disociativa similar a la del gas de la risa pero más potente. Esta droga gana cierta popularidad cada tanto tiempo en botellones de nuestro país. Pese a que los medios la pintan como una droga muy peligrosa y extendida, lo cierto es que su riesgo no es tan grande como el de otras drogas menos misteriosas y de uso más extendido, como la cocaína y el alcohol. 

El verano pasado, la alarma saltó por el uso anecdótico y bastante poco extendido de dos drogas legales como son la cafeína y la nicotina, pero por vías diferentes a las convencionales: la cafeína para esnifar y los sacos de nicotina bucal llamados snus, ambos con apariencia inocente pero que pueden dar algún susto al consumidor principiante por la intensidad de sus efectos frente a la cafeína ingerida o la nicotina fumada. La alarma saltó por la aparición de ambos productos en mercados legales, pero no por una verdadera demanda. 

Pero no todas las drogas del verano son exageraciones. Hay ejemplos de amenazas reales, aunque su cobertura fuese bastante descontextualizada, como en el fentanilo, una sustancia de uso médico muy extendido pero cuyas noticias explotaron en el verano del 2023 a causa de su uso como un adulterante para la heroína a nivel de calle, que está causando una auténtica epidemia con cientos de miles de muertes en Norteamérica. Afortunadamente, en España y Europa en general no supone una amenaza tan grande todavía, pese a que los medios lleven ya dos años asegurando que está haciendo estragos aquí. 

Una de las últimas drogas del verano es la cocaína rosa o tusi, y resulta más interesante en tanto en cuanto sí que ha conseguido popularizarse mucho, aunque buena parte de su popularidad sea precisamente a causa de la campaña de marketing gratuito que le han hecho los medios. El tusi, pese a lo que dicen los medios, no es una droga sino una mezcla de varias drogas, generalmente ketamina, MDMA y cafeína, tintado con colorante rosa, con ocasionales trazas de LSD o 2C-B. Hay peligro real (sobre todo, por la composición impredecible y su consumo tan extendido), pero su peligrosidad real se ve diluida en el mito cuando la prensa recurre a titulares sobre “droga de las modelos” o “droga de la élite”. 

Así, cada verano se reescribe un cuento parecido: se selecciona una sustancia llamativa, se extreman sus peligros y su nivel de consumo para presentarla como amenaza inminente para la sociedad, sin datos sólidos sobre su verdadera peligrosidad y alcance. No hay duda de que todas las drogas (ya sean legales, ilegales o de uso médico) pueden ser muy peligrosas, pero lo más peligroso es la ignorancia, que puede propagarse en forma de mitos.

Daños colaterales del sensacionalismo

Más allá del espectáculo televisivo, esta dinámica veraniega tiene consecuencias negativas tangibles para la salud pública y entorpece el trabajo para la reducción de riesgos. 

Primera, popularización y efecto imitación: las noticias popularizan y normalizan el uso de esa droga como algo de moda o muy extendido, incrementando la curiosidad de la gente en un periodo en el que sobra tiempo libre, y eso empuja la demanda. Incluso consumidores que ya conocen los clásicos se sienten atraídos por lo que la televisión pinta como novedoso y transgresor. Mientras, los propios reportajes actúan de tutorial involuntario y tremendamente impreciso para quienes buscan experiencias nuevas. 

Segunda, fatiga informativa y pérdida de confianza: si cada temporada se anuncia un apocalipsis químico diferente que no llega a materializarse, la audiencia se inmuniza a estos mensajes. Cuando llegue un peligro realmente grave –la irrupción del fentanilo o los nitazenos, por ejemplo– tal vez se desestime como otro hype veraniego. 

Tercera, desviación del foco y los recursos de los verdaderos problemas reales derivados del uso de drogas legales e ilegales: los equipos que trabajamos en reducción de riesgos y daños terminamos dedicando más tiempo y energías a intentar contextualizar o desmentir estas informaciones sesgadas que a hacer nuestro trabajo de protección de la salud frente a aquellas drogas y consumos que sí suponen una amenaza real aunque sean menos vistosos. Contrarrestar el sensacionalismo devora nuestros limitados recursos, que deberíamos dedicar a educar y proteger vidas de peligros más cercanos y prioritarios.

Claves para decodificar la próxima alarma veraniega

Para saber contextualizar bien estas informaciones veraniegas y separar el grano de la paja, la mejor defensa es el pensamiento crítico en varios frentes. Ante una noticia sobre la “nueva droga que arrasa”, conviene rastrear la fuente: ¿proviene de un informe toxicológico, de un parte policial, de un vídeo viral o de un simple testimonio? También hay que preguntarse por la magnitud real del fenómeno: ¿hay estadísticas y números o solo palabras poco precisas?, ¿cuántos casos contrastados existen y en qué periodo? Una docena de intoxicaciones localizadas no equivale a una ola nacional. 

Para averiguar el peligro real, es importante distinguir entre riesgo potencial y daño real que está produciendo una droga. Todas las drogas tienen riesgos, siempre, pero según como se usen pueden ser mayores o menores o tener más o menos probabilidades de materializarse en forma de daños reales. Por ejemplo, el alcohol puede matar en dosis de unas 10-15 unidades (en personas sin tolerancia que las consuman de golpe) o por otros medios (como los accidentes de tráfico o violencia), y actualmente está detrás de más de tres millones de muertes anuales en el mundo, pero los informativos no hablan de beber como una “peligrosa moda letal” porque la probabilidad de morir por beber como lo hace la mayoría de la sociedad es baja en general. 

El lenguaje nos ofrece otra pista: adjetivos como zombi, asesina, letal o la expresión de los ricos suelen ser el perfume del clickbait. Y la fecha, un indicio adicional: si el drama florece en julio o agosto y se evapora en septiembre, quizá se trate de un verano más de Pedro y el lobo.

Los básicos de la reducción de riesgos para drogas legales e ilegales 

Independientemente de la droga que vayamos a ver protagonizar los informativos este verano, no hay que olvidar que todas (ya sean legales, ilegales o de uso médico controlado) tienen riesgos siempre. Aunque la única forma cien por cien segura de evitarlos es no consumir ninguna, hay estrategias que pueden ayudar a reducir sus peligros para aquellas personas que decidan tomarlas (por su cuenta y riesgo), como las medidas básicas de reducción de riesgos que no nos cansamos de repetir y que se deberían aplicar siempre a todas las drogas en el uso recreativo, sean del verano o no:

  • Antes de decidir consumir cualquier sustancia, hay que informarse muy bien (y de fuentes contrastadas como Energy Control) sobre la sustancia, sus efectos, riesgos, sus dosificaciones, su legalidad, medidas de precaución, etc.
  • Si se trata de una droga ilegal o proveniente de una fuente no regulada (como el mercado negro), analizarla siempre que sea posible en servicios de análisis como los de Energy Control o, si esto no fuese posible, con kits de testeo casero (como los de Miraculix).
  • Tomar la mínima dosis necesaria para obtener el efecto deseado y esperar suficiente tiempo antes de decidir si se redosifica, ya que, cuando hablamos de drogas, start low and go slow o, lo que es lo mismo, menos es más.
  • Espaciar lo más posible los consumos en el tiempo (semanas, meses, años) para minimizar los riesgos acumulativos (como la adicción o los daños físicos).
  • Evitar drogas de cualquier tipo si se está mal de salud mental o física (enfermedades puntuales o crónicas), así como si uno se encuentra mal anímicamente.
  • No mezclar drogas con otras drogas (ya sean legales o ilegales) o con fármacos/tratamientos, para evitar interacciones peligrosas o efectos inesperados.
  • No consumir estando solo, y que las personas que acompañen sepan lo que la persona ha consumido, así como sus efectos y posibles riesgos.
  • Conocer bien el espacio en el que se está (y su idoneidad) y las personas con las que se está.
  • Alimentarse e hidratarse adecuadamente antes, durante y después de los efectos.
  • Descansar adecuadamente antes y después de los efectos.
  • Vigilar la temperatura corporal, el ritmo cardiaco.
  • No conducir, trepar, hacer deporte, pelear, tener sexo sin protección o llevar a cabo otras actividades de riesgo mientras se está bajo los efectos de cualquier sustancia. 

Además, cada sustancia exige precauciones concretas que conviene averiguar siempre que sea posible para evitar males mayores. El óxido nitroso demanda respirar sentado por las posibles caídas, no respirarlo durante demasiado tiempo para evitar la falta de aire, espaciar globos y suplementar vitamina B12 si el uso es frecuente. El Cloretilo, al ser un espray frío, puede causar congelación de vías respiratorias o síncopes: debe evitarse pulverizarlo directamente en la boca o usarlo en lugares mal ventilados y, de usarse, hacerlo con supervisión. La cafeína en polvo multiplica el riesgo de taquicardia, ansiedad, dolores de cabeza y lesiones nasales. Con MDPV, α-PVP o estimulantes similares, los riesgos están a nivel de su toxicidad desconocida, su efecto cardiovascular, térmico y psiquiátrico, por lo que hay que extremar las precauciones en la dosificación; la caracterización y el control del estado mental, cardiovascular; la temperatura corporal, y la hidratación. En cuanto a cualquier sospecha de sumisión química con cualquier sustancia o de los pinchazos, más allá de la agresión física y la ansiedad colectiva que generan, es esencial exigir una analítica antes de difundir la sospecha de sumisión química para evitar que los medios pongan el foco en algo que puede eclipsar el verdadero problema del delito. Estas pautas salvan más veranos que cualquier alarma televisiva. 

Conclusión

El periodismo de drogas debería buscar informar y proteger la salud pública, y no dudo de que esa sea una de sus intenciones al crear estas campañas de miedo, pero comete el error de pensar que cuanto más hipérbole genere en torno a las drogas, mejor será para la salud de la sociedad, y en eso se equivocan. Puede que esta estrategia les ayude a ganar audiencia, pero puede terminar por producir el efecto contrario al esperado en la salud pública. Contextualizar bien estas noticias, incluir voces expertas y huir del adjetivo grandilocuente son gestos que ayudarían a evitar que estos fenómenos terminen siendo más dañinos que preventivos. Y, sobre todo, reconocer la incertidumbre cuando los datos aún no existen: decir “no lo sabemos” o “todavía no hay datos” es un acto de honestidad que previene el desgaste de la credibilidad y evita que vivamos el cuento de Pedro y el lobo cada verano. 

Desde el campo de la reducción de riesgos y la divulgación, siempre ofrecemos y seguiremos ofreciendo nuestra colaboración para aclarar estas noticias y aportar información de calidad. Dos minutos de rigor en prime time a menudo valen más que una hora de plató repleta de especulación. Informar bien es, también, una forma de reducción de riesgos y de daños. Pero, mientras sigamos en esta misma dinámica de las drogas del verano, recuerda: sé escéptico, pregunta, contrasta y cuídate. La mejor vacuna contra el pánico veraniego no es el silencio, sino la información útil, rigurosa y sin morbo. El verano es demasiado corto para jugársela por fiarse a ciegas de un hype televisivo. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #330

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