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Lo que el váter chiva del uso de drogas

Estudios de aguas residuales

Si alguna vez hemos pensado que el váter es un confesor íntimo y discreto, hoy venimos a aguar un poco la fiesta: nuestras tuberías hablan, y mucho. En las últimas dos décadas, una disciplina científica con nombre de ciencia ficción, epidemiología basada en aguas residuales, se ha convertido en uno de los termómetros más finos para tomar el pulso del consumo de drogas (y otras cosas) a escala poblacional. No espía a nadie en particular: toma muestras anónimas del agua que entra a las depuradoras y, a partir de ahí, reconstruye patrones de uso con una rapidez y un detalle que complementan (y a veces desafían) lo que nos cuentan las encuestas, las urgencias o las incautaciones. En este artículo explicamos por qué es importante medir estas cosas, qué herramientas tenemos para hacerlo, qué papel tiene el análisis de aguas, cómo funciona un estudio de este tipo, qué otras utilidades le están dando a esta tecnología (sí, incluso detectar laboratorios ilegales o nuevas olas de COVID) y qué nos dice el último informe europeo con datos del 2024 sobre las aguas de 128 ciudades. 

Un día encendemos la televisión y en el informativo hablan de que la policía se ha incautado de un paquete que contenía varios kilos de etonitazeno (una potentísima droga opioide, hasta diez veces más potente que el fentanilo, de la familia de los nitazenos), y de que esto supone la confirmación de la llegada de este peligrosísimo opioide a nuestro país. Esa misma tarde, en el magazín televisivo, varios tertulianos se llevan las manos a la cabeza anunciando que estamos a las puertas de una epidemia que va a arrasarnos, y aparecen testimonios de usuarios de drogas opioides afirmando haber notado que su heroína tiene efectos diferentes últimamente. En paralelo, en las redes sociales se viralizan clips de influencers y podcasts hablando de los peligros de esta nueva droga, junto con vídeos sobre personas aparentemente bajo sus efectos, y se sospecha de su presencia en todo tipo de sucesos del telediario… Cuando nos queremos dar cuenta, pareciera como si esta droga estuviese en todas partes y debiera ser la prioridad absoluta en materia de salud pública. 

¿Cómo saber si esta histeria está justificada?, ¿cómo averiguar si la incautación es un hecho aislado (de momento) o efectivamente es la primera constatación de que ya estamos sufriendo una epidemia de consumo?, ¿cómo conocer la evolución del consumo poblacional de esta y otras drogas?, ¿dónde y cuándo se está tomando?, ¿deberían redirigirse los recursos destinados para prevenir, reducir riesgos y tratar los consumos problemáticos de drogas tradicionalmente más instauradas como la cocaína o el alcohol, para abordar esta nueva droga? 

Este tipo de preguntas son el pan de cada día en el campo de la epidemiología y la salud pública, y responderlas adecuadamente (en base a datos actualizados y precisos) es crucial para el buen funcionamiento de todo el sistema de vigilancia, prevención y preparación. Sin ir más lejos, en plena epidemia de consumo de opioides (como el fentanilo) en Estados Unidos, California decidió destinar muchos recursos que antiguamente estaban centrados en la prevención, reducción de daños y tratamiento del consumo de drogas estimulantes (como la metanfetamina) al abordaje del consumo de opioides, y esto supuso que durante años no detectase un nuevo incremento en el consumo de metanfetamina, que entre el 2018 y el 2022 se tradujo en muchas muertes. Si lo hubiese detectado a tiempo, habría podido lidiar mejor con ello. 

Desde una perspectiva de salud pública, más allá de los titulares de prensa y las modas virales, es importantísimo conocer el consumo real de drogas en la población, porque lo que no se mide no se puede conocer ni prevenir ni tratar adecuadamente. Entender qué se consume, dónde y cuándo es importantísimo, porque permite anticipar picos de riesgo y dimensionar dispositivos (por ejemplo, sabiendo que los fines de semana hay más consumo de cocaína o MDMA, se pueden reforzar equipos de urgencias y reducción de riesgos en zonas de ocio), asignar los recursos con criterio (por ejemplo, si una ciudad o barrio muestra cargas altas de estimulantes, no tiene sentido poner todo el foco en opioides, y viceversa) y detectar las diferencias de consumo entre diferentes territorios, lo que exige respuestas locales y específicas. 

Además, este conocimiento permite detectar la aparición de nuevas sustancias y tendencias de consumo, así como evaluar la eficacia de las políticas y los cambios del mercado para conocer lo que funciona y lo que no funciona en términos de prevención, reducción de daños y tratamiento. Como suelo decir: cuando se trata de drogas, la información (a todos los niveles) no solo es poder, sino que también es salud.

¿Qué herramientas se usan para saber qué drogas se consumen, dónde, cuándo y por quién? 

Con drogas legales como el alcohol, el tabaco o la cafeína, no es muy complicado conocer su consumo poblacional, pues podemos estudiar sus ventas, preguntar a los usuarios, preguntar a los comerciantes, observar su uso diario en diferentes lugares, etc. En cambio, cuando se trata de averiguar los hábitos y tendencias poblacionales en el uso de drogas ilegales, hay muchas barreras que dificultan saberlo con exactitud. La mayoría de estas barreras son consecuencia directa de su ilegalidad, como, por ejemplo, el estigma de admitir su consumo en las encuestas, el desconocimiento sobre los volúmenes de ventas en los mercados clandestinos, el propio desconocimiento de los usuarios de lo que están tomando realmente, la adulteración, etc. 

Por esto, ninguna herramienta por sí sola aporta suficiente información de calidad o cuenta todo sobre el consumo de drogas ilegales en un lugar, por lo que hay que acudir a una mezcla de herramientas, indicadores y métodos para conseguir una información lo más precisa posible. El buen diagnóstico se logra triangulando varias fuentes, porque si nos fiamos solo de una, correríamos el riesgo de equivocarnos y mucho. Esto sería algo parecido a lo que sucede en la parábola del elefante y los hombres ciegos, en la que un grupo de personas ciegas tocan un elefante y cada uno, según la parte que esté tocando (trompa, oreja, pata, costado, cola, colmillo), cree que lo que está tocando es algo distinto (serpiente, abanico, columna, muro, cuerda, lanza), pero solo tocando todas esas partes podríamos saber qué es un elefante. Si solo nos fiamos de una herramienta, indicador o método, lo más probable es que confundamos al elefante por una serpiente (su trompa). 

Los métodos más utilizados para averiguar el consumo poblacional de drogas son: 

- Encuestas (poblacionales y escolares): estiman prevalencias y perfiles de consumo, pero sufren sesgos (memoria, deseabilidad social) y tardan en actualizarse. 

- Clínica y toxicovigilancia (como urgencias, admisiones a tratamiento, mortalidad, centros de información toxicológica): aportan información sobre gravedad y daños. 

- Indicadores de oferta (como incautaciones, precios, pureza): dibujan disponibilidad y mercados, pero no consumo directo. 

- Drug checking y análisis forense: detectan cambios de composición (adulteración y pureza) y alertan sobre lotes peligrosos. 

- Monitoreo digital (en foros/redes), estudios cualitativos, estudios en contextos concretos (como ocio nocturno, cárceles). 

- Estudios de aguas residuales: miden biomarcadores en orina (droga o metabolito) a la entrada de depuradoras, permitiendo estimar cargas diarias por cada mil habitantes, detectar patrones semanales y comparar ciudades con un protocolo común. 

Esta última es una herramienta innovadora que permite obtener abundante información (y de manera rápida y bastante simple) para enriquecer mucho este conocimiento del consumo poblacional real de drogas a gran escala en un determinado territorio, y en la que vamos a profundizar aquí.

¿Qué es y cómo funciona un estudio de aguas residuales? 

Estudios de aguas residuales

Fotos: Laura Aranda.

Un estudio de aguas residuales mide, de forma anónima y agregada, los restos de drogas (y sus metabolitos) que llegan a una depuradora para estimar qué sustancias se consumen, dónde y cuándo. 

Primero, se hace un muestreo estandarizado, en el que se recogen muestras de 24 h de aguas residuales durante una semana (en Europa, habitualmente se hace entre marzo y mayo). Esas muestras se analizan con técnicas avanzadas y muy precisas (como LC-MS/MS), buscando biomarcadores urinarios de drogas, como son la propia sustancia (por ejemplo, MDMA, anfetamina, metanfetamina, ketamina) o el metabolito principal que produce el cuerpo al metabolizarla (por ejemplo, benzoilecgonina para cocaína, THC-COOH para cannabis). 

Después, a partir de la concentración (medida en unidades muy pequeñas, como nanogramos por cada litro) de drogas/metabolitos detectados y el caudal (litros por día), se calcula la carga diaria (en miligramos al día por cada mil habitantes). Como estimar la población que hay en una determinada zona de la ciudad en un momento concreto es complejo (por los desplazamientos diarios, el turismo o los eventos), así que se usan datos indirectos (como el número de móviles conectados a la red en esa zona) para ajustar poblaciones dinámicas y reducir errores. 

En Europa, los datos obtenidos con esta técnica se comparten con la red SCORE, que desde el 2011 coordina, almacena y compara los resultados. Como en comunidades pequeñas (prisiones, escuelas, festivales) existe riesgo de que los resultados estigmaticen a grupos identificables, se siguen guías éticas específicas y criterios estrictos de anonimización a la hora de publicarlos. 

La gracia está en juntar piezas y comparar: si suben las cargas de MDMA en el agua y, a la vez, los precios bajan y la pureza sube, podemos inferir mayor disponibilidad y consumo de esta droga. En cambio, si la encuesta dice lo contrario, habrá que revisar los métodos o pensar en otros factores que puedan estar detrás de esa aparente contradicción, como grandes eventos festivos puntuales que puedan haber coincidido con el día de muestreo, la presencia de laboratorios de síntesis de MDMA vertiendo residuos a las alcantarillas, redadas policiales en las que se esté intentando destruir pruebas o el consumo de otras sustancias (legales, médicas o ilegales) que puedan estar alterando la estimación.

¿Qué limitaciones tienen este tipo de estudios? 

Pero no todo son ventajas. Aunque aporten mucha información muy valiosa sobre el uso de drogas en una población y que sería muy difícil de obtener de otro modo, los estudios de aguas residuales tienen limitaciones (como todas las demás herramientas) que hacen que no sea una técnica perfecta y necesite siempre ser complementada con otras. Por ejemplo, algunas de sus principales limitaciones son: 

  • No se pueden hacer en todos los barrios ni extrapolar a grandes regiones: no son estudios que se hagan en todas las ciudades o barrios, sino que suelen hacerse en algunas de ellas seleccionadas buscando que sean representativas del consumo poblacional general del país/continente, pero la mayoría de ciudades europeas quedan fuera del análisis. Además, no son fiables los datos extraídos de barrios o zonas donde no haya un buen alcantarillado, o se usen fosas sépticas o se orine mucho en la calle/campo, pues mucha de la orina de estas zonas no llega a los puntos de muestreo (que normalmente son las estaciones de depuración de aguas residuales).
  • Tampoco se puede extrapolar a todo el año: no se muestrea durante todo el año, sino que se elige una semana (suele ser entre marzo y mayo), pero no captura toda la estacionalidad local y puede dar lugar a malinterpretaciones si en esos días se produce un aumento o disminución anormal de las concentraciones de drogas en aguas residuales por factores contextuales (festivales de música, semanas de exámenes, redadas policiales, laboratorios de producción, etc.).
  • No dan prevalencia ni perfiles de los consumidores: no informan de cuántas personas consumen y cuántas no, con qué frecuencia lo hacen, ni qué características tienen los consumidores. Tampoco informan de pureza o dosis.
  • Pueden ser poco específicos: algunos biomarcadores no son específicos del consumo ilícito (por ejemplo, morfina y anfetaminas también pueden proceder de uso terapéutico).
  • No se pueden medir todas las drogas: mediante esta técnica, se puede medir con bastante precisión el consumo que hay en la ciudad de cocaína (midiendo benzoilecgonina), MDMA, anfetamina, metanfetamina y ketamina. El cannabis se estima midiendo THC-COOH, pero se excreta poco y hay más incertidumbre. En cambio, la heroína es el talón de Aquiles: su metabolito específico (6-MAM) es inestable en aguas residuales, por eso se usa la morfina como proxy, pero no distingue entre la de uso médico y la proveniente de consumos ilícitos.
  • La población real en una zona y momento determinados es difícil de estimar: la gente que aporta a las aguas cambia (turismo, desplazamientos diarios, etc.) y las estimaciones de número de personas varían mucho según el método utilizado, por eso se recurre a técnicas indirectas como los teléfonos móviles conectados a una red.
  • Fuentes no debidas al consumo: aunque pueden diferenciarse las drogas que han sido consumidas y orinadas de las que han sido vertidas directamente a la alcantarilla (por laboratorios ilícitos de producción de drogas o para la eliminación de lotes durante redadas policiales); esta diferenciación requiere de un análisis con perfilación enantiomérica, que es más laborioso y no suele aplicarse.
  • Incertidumbres químicas y del alcantarillado: degradación/transformación en red y diferencias de resultados según cuál sea la elección del biomarcador a medir. 

Además de estas limitaciones, también existen algunos riesgos a considerar, como el riesgo de que esta técnica se utilice para monitorizar secciones pequeñas e identificables de la red de aguas residuales (como una manzana, bloque, edificio o casa), lo que ya supondría una importante violación de la privacidad, al poder conectar los resultados con un individuo o comunidad, motivo por el cual esta técnica debe cumplir rigurosos estándares éticos, y en algunos países se usa con fines de investigación policial para la detección de laboratorios de drogas (solo con orden judicial). Asimismo, está el riesgo de que los resultados estigmaticen a grupos identificables, para lo cual se siguen guías éticas específicas y criterios estrictos de anonimización a la hora de publicarlos. Teniendo en cuenta estas limitaciones y riesgos, pasemos a ver lo que sí nos puede decir esta tecnología sobre el consumo de drogas en Europa.

¿Qué resultados principales vemos en el último estudio europeo? 

Estudios de aguas residuales

Fotos: Laura Aranda.

El último informe de la Agencia Europea de Drogas (EUDA) sobre el tema, publicado en marzo del 2025 (con los datos del 2024), ofrece la foto comparada más amplia hasta la fecha: 128 ciudades en 26 países durante una semana de muestreo entre marzo y mayo. Aquí van algunas de sus principales conclusiones: 

1. Cocaína: el oeste sigue liderando el consumo, y continúa creciendo

Las cargas de benzoilecgonina (metabolito de la cocaína) siguen siendo más elevadas en Bélgica, Países Bajos y España, con niveles bajos en la mayor parte del este europeo, aunque con señales de subida. Frente al 2023, en 39 de 72 ciudades con datos comparables aumentó la cocaína; en 16 se mantuvo y en 17 bajó. Además, en países con varias ciudades, las ciudades más grandes suelen mostrar cargas más altas (por habitante). Y, como es habitual, los fines de semana se disparan.

2. MDMA: muy marcada por el ocio 

Los picos de fin de semana son la norma. Las cargas más altas aparecen en Bélgica, Chequia, Países Bajos y Portugal. A largo plazo, subió entre el 2011 y el 2016, cayó con fuerza en el 2020 y el 2021 (pandemia y cierres) y desde el 2022 muestra un dibujo irregular por ciudades: en el 2024, 41 ciudades vieron aumentos, 11 estables y 24 descensos.

3. Anfetamina y metanfetamina: viejos y nuevos focos

La anfetamina se concentra en el norte y el este (altas cargas en Suecia, Alemania, Noruega, Bélgica, Países Bajos). En el sur hay niveles más bajos, con algunos repuntes. La metanfetamina, históricamente asociada a Chequia y Eslovaquia, aparece ya en Países Bajos, Bélgica, Finlandia, Turquía, Croacia y España, con señales de aumento en ciudades del centro de Europa. Curiosamente, estos dos estimulantes anfetamínicos muestran patrones más planos entre semana (usuarios más frecuentes), a diferencia del patrón de fin de semana de cocaína o MDMA. En el 2024, ~60% de ciudades reportaron más cargas de anfetamina y metanfetamina entre semana que en fin de semana, lo que se correspondería con su uso laboral, académico y médico.

4. Cannabis: alto en el sur, pero menos que el año previo en muchas ciudades 

El metabolito THC-COOH aparece con cargas altas en España, Países Bajos, Portugal y también Noruega. Entre el 2023 y el 2024 se observa un mosaico: ciudades que suben, bajan o se mantienen, y en el agregado europeo, la EUDA resumía el titular del año así: “Más estimulantes, menos cannabis”.

5. Ketamina: consolidándose (con matices)

Bélgica, Países Bajos, Hungría y Noruega muestran las cargas más altas de ketamina. Predomina el patrón de consumo de fin de semana, coherente con su uso recreativo; pero las cargas absolutas siguen por detrás de cocaína o MDMA y con gran variabilidad entre ciudades.

6. Más diferencias entre ciudades que entre países 

En dieciocho países con varias ciudades muestreadas, el estudio subraya diferencias notables entre ellas: sustancias, edad media, presencia de universidades, zonas de ocio, turismo…; todo eso se refleja en lo que se detecta en el agua. Un hallazgo clave es que no debemos generalizar que el tipo de consumo es similar a nivel europeo o incluso a nivel de un mismo país, pues rara vez es cierto.

7. ¿Y España? 

En España, el muestreo se llevó a cabo en nueve estaciones de depuración de aguas residuales (EDAR) de siete municipios, concretamente en Barcelona (EDAR Baix Llobregat), Castellón de la Plana (EDAR Castellón), Granada (EDAR Granada), Madrid (planta “VdlV”, Viveros de la Villa), Santiago de Compostela (EDAR de Silvouta), Tarragona (EDAR Tarragona) y Valencia (consolidando Pinedo I, Pinedo II y Quart-Benàger).

Aunque no todas las estaciones de muestreo pudieron muestrear todas las drogas del estudio, los resultados sitúan a España, un año más, entre los países con mayores cargas de cocaína (medida a través de benzoilecgonina), siendo Tarragona y Granada las ciudades con mayores niveles por habitante, y de metabolito de cannabis (THC-COOH) con Barcelona, Tarragona y Lleida a la cabeza. En el caso de MDMA, el panorama es variado por ciudad, pero las mayores cargas se detectaron en Granada y Barcelona. La anfetamina se mantiene en niveles relativamente bajos comparada con el norte de Europa, con ninguna ciudad destacando claramente sobre las demás. La metanfetamina se detectó en cargas bajas en general, pero con Barcelona muy por encima de las demás ciudades del país (una sustancia a vigilar de cerca). En cuanto a la ketamina, esta aparece sobre todo con picos asociados a fines de semana en áreas de ocio, teniendo mayor presencia en Barcelona, Tarragona y Granada. 

¿Qué se puede hacer con esta información? 

Toda esta información puede ser muy útil para prevenir mejor: si los picos son de fin de semana, reforzar intervenciones en ocio (puntos de información, reducción de riesgos/daños, análisis de drogas, hidratación, mensajes de dosificación y mezclas). De esta manera, se puede ayudar a adaptar las campañas al perfil local (no es lo mismo un campus que una ciudad de turismo masivo), con datos recientes y reales. Además, contrastar lo que dice la alcantarilla con encuestas, urgencias, servicios de análisis e incautaciones permite tener una imagen más clara y precisa de lo que sucede. Cuando los datos convergen, ganamos confianza; cuando divergen, aprendemos algo nuevo. Pero no solo de drogas ilegales se aprende con estos estudios.

¿Qué otras utilidades tienen este tipo de estudios? 

El alcantarillado es un espejo químico de hábitos y exposiciones que no solo se puede utilizar para estudiar el consumo de drogas ilegales, sino que también se puede aprovechar para conocer: 

  • Consumo de drogas legales de uso diario como la nicotina y la cafeína: sus metabolitos sirven incluso como biomarcadores de población (estimador alternativo del “número de personas aportando orina”).
  • Consumo de drogas legales de uso recreativo como el alcohol: el metabolito etilsulfato (EtS) permite seguir tendencias por ciudad o país, evaluar medidas (por ejemplo, restricciones COVID) y ver picos estacionales.
  • Aparición y consumo de nuevas sustancias psicoactivas (NPS) y esteroides: cribados de alta resolución en contextos de ocio o prisiones descubren patrones que otros sistemas no ven.
  • Estudiar consumos en eventos masivos (festivales): permiten ajustar equipos de reducción de riesgos, minimizar impactos ambientales (vertidos puntuales de estimulantes al medio) y estudiar la aparición de nuevas drogas.
  • Estudiar consumos en determinados lugares, como universidades, institutos, prisiones, festivales, etc.
  • Detectar y monitorizar enfermedades infecciosas: la vigilancia de SARS-CoV-2 vía aguas residuales se consolidó como alerta temprana para variantes y rebrotes, incluyendo pilotos en España (sistema Vigía en Madrid, proyectos nacionales como VATar-COVID-19).
  • Y sí, también puede estudiar la producción de drogas y detectar la ubicación de los laboratorios: la firma enantiomérica (proporción de isómeros espejo) cambia tras el metabolismo humano; si en el alcantarillado aparece una fracción no metabolizada (o residuos de síntesis), podemos inferir vertidos directos vinculados a producción. En algunos países, como Holanda, se utiliza este método para detectar laboratorios de drogas ilegales, lo que ha llevado a que muchos productores de drogas sintéticas ya no viertan los deshechos de producción al alcantarillado, sino que los abandonen en el campo, con su consecuente impacto ambiental. Otro daño colateral de la política prohibicionista. 

Conclusión 

La ciencia del váter no es glamurosa ni exacta, pero es tremendamente útil y es muy probable que cada día esté más presente y perfeccionada. Mientras seguimos debatiendo sobre políticas de drogas más humanas y justas, el alcantarillado nos ofrece un espejo de la realidad del consumo: muestra lo que ya está pasando y nos da margen de maniobra para intentar proteger mejor la salud, reducir riesgos/daños y optimizar recursos. 

Si vivimos en alguna de las ciudades que se muestrean entre marzo y mayo, sentimos decir que nuestro váter no guardará nuestros secretos, pero al menos nadie sabrá de quién son: “se dice el pecado pero no el pecador”, reza el refrán, y nuestra orina puede estar contribuyendo a un mejor conocimiento del consumo de drogas que se traducirá, ¡ojalá!, en mayor entendimiento y una mejor salud pública, o eso dicen. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #333

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