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Tu droga se ha comido a mi madre

Ilustración: Hannibal Lecter
“Supongo que tu madre te dice, al igual que me decía a mí la mía: ‘Es importante, hijo, probar siempre cosas nuevas’”, Hannibal Lecter.

Estoy casi seguro de que lo tenían todo ya dispuesto para meter a otro niño en un pozo, pero cancelaron el plan a última hora porque apareció el caso de un tarado en Madrid que asesinó a su madre y luego se la fue comiendo a trozos. Por suerte, los tertulianos habituales están igual de bien instruidos en prospección de minas que en criminología y farmacología, así que ya han apuntado la relación entre este suceso y la “droga caníbal”, que es el nombre con el que se dio a conocer al gran público la 3,4-metilendioxipirovalerona (dejémoslo en MDPV) hace siete años.

Esta sustancia fue desarrollada en los años 60 por trabajadores de la farmacéutica Boehringer Ingelheim, que logró su patente en Estados Unidos el 11 de noviembre de 1969. Así, en la patente “US 3478050 A” se describe la síntesis del fármaco y se explica que es un estimulante del sistema nervioso central. La MDPV está estructuralmente relacionada con la pirovalerona (PV), que sí se llegó a estudiar en humanos e incluso a comercializar para el tratamiento de la fatiga crónica y como supresor del apetito.

Pero de los efectos de la MDPV no se encuentran referencias previas a 2005, cuando algunos usuarios decidieron hacer de cobayas humanas y luego relatar sus experiencias por escrito en foros especializados. En la literatura médica no aparecen estudios científicos hasta 2008. Éste no es un caso excepcional, sino la dinámica habitual dentro del grupo de los llamados “research chemicals” o “legal highs”.

Debido a la prohibición de las drogas clásicas, productores y distribuidores intentan evitar consecuencias penales sintetizando nuevas sustancias; muchas veces, con estructuras moleculares similares a las de otras drogas ya conocidas, aunque esto no signifique necesariamente que su efecto vaya a ser el mismo. He aquí una de las grandes bondades de la guerra contra algunas drogas: cuando se prohíbe una sustancia de la que se conocen sus usos y se han estudiado sus efectos en humanos a largo plazo, surgen diez moléculas de las que no existe información alguna sobre los posibles perjuicios derivados de su consumo.

Es absurdo siquiera pensar que la represión o la legislación puedan en algún momento llegar a estar a la altura de la creciente oferta. “Es una fuerza de mercado invencible”, que diría Seth Abrahams, el personaje de Traffic. De hecho, los primeros estudios relacionados con la MDPV surgen como consecuencia de la primera aprehensión de esta sustancia en 2007, por parte de las autoridades alemanas; eso son dos o tres años de diferencia desde que se puso al alcance del público. En 2009 se ilegaliza en Dinamarca, y al finalizar 2011 ya estaría prohibida también en Reino Unido, Suecia, Alemania, Australia, Finlandia y Estados Unidos.

Aunque sin duda alguna, cuando se puede decir que verdaderamente la MDPV se comió el panorama fue en 2012. Como si fuera un grupo indie vendido a las multinacionales, aquel año la droga se convirtió en mainstream; cambio de nombre incluido, pues adoptó una denominación mucho más comercial que 3,4-metilendioxipirovalerona: la “droga caníbal”. (Permitidme la analogía, pero no perdamos de vista una diferencia fundamental: las drogas son sustancias inertes que no toman decisiones por sí mismas, ni para bien ni para mal; la MDPV no eligió ser, cambiar, curar o matar).

Para saltar a la fama, la “droga caníbal” (o la droga antes conocida como “MDPV”) supo rodearse de los mejores. Rudy Eugene era un ciudadano ejemplar –en verdad, no– al que una noche tonta, completamente desnudo, le dio por comerse a un mendigo, hasta que fue interrumpido, con muy mala educación, por un agente de policía. O siendo más precisos, por las seis balas que le disparó.

Para encontrar las causas finales que llevan a alguien a cometer este tipo de atrocidades solemos contar con dos comodines: el primero, ya lo cantaba Siniestro Total, es que “la sociedad es la culpable”; el segundo, que hace honor al origen etimológico de sus conceptos, es el de la droga (“phármakon”) como chivo expiatorio (“pharmakós”).

Supongo que nos gusta pensar que nadie actuaría de según qué maneras sin ningún motivo aparente. Y el modelo de comunicación de masas actual, además de la desconcertante desinformación, ha provocado un aumento exponencial de la necesidad de sobreexplicarlo todo. De la misma forma que infinitos monos golpeando infinitos portátiles durante un tiempo infinito acabarían por escribir un artículo igualito a éste, medios y autoridades lanzan hipótesis, y malo será que alguno no acierte. Vamos, que a falta de razones, las adivinamos, por no decir que nos las inventamos.

Debido a la necesidad de ofrecer declaraciones a los medios sobre todo aquello, y dado que no estamos acostumbrados a esperar a que alguna prueba nos confirme lo que ya sabemos, las autoridades estadounidenses dedujeron no se sabe cómo que Eugene había consumido MDPV, lo que le abocó inevitablemente al canibalismo. Pero la ciencia es una zorra despiadada, y los informes toxicológicos posteriores determinaron que no había ingerido trozos humanos (por lo visto, Eugene no se lo tragaba) y que no había tomado la ya para siempre llamada “droga caníbal”.

La noticia apareció en medios de todo el mundo, dándole una innecesaria publicidad a una droga que hasta entonces sólo era conocida por un reducido grupo de usuarios. Ninguno de estos consumidores, por cierto, ni los estudios que se han hecho en los últimos años relacionan su ingesta con un antojo de carne humana. Y la verdad es que resultaría un tanto contradictorio que una sustancia que suprime el apetito provoque hambre de hombre. Sería frustrante, como poco, tomarte la molestia de prepararlo todo para comerte a alguien y que luego se te haga bola.

Hay un viejo aforismo, muy recurrente en las facultades de Periodismo e irónicamente oportuno en este caso, que dice que si un perro muerde a un hombre, no hay noticia, pero que si es el hombre el que muerde al perro, la cosa cambia. Es decir, que en los medios priman los hechos inusuales; dándose la circunstancia, además, de que muchas veces la difusión acaba por convertirlos en habituales. Si conseguimos extender suficientemente la idea de que la MDPV causa canibalismo, antes o después acabará apareciendo algún caníbal que haya tomado MDPV. Otra profecía autocumplida, y a funcionar.

Qué dijeron los que sí sabían lo que decían

Energy Control: “No se conoce ninguna droga de uso recreativo que genere unos efectos tan específicos como puede ser un comportamiento caníbal. En observaciones que se han hecho en consumidores inyectores de MDPV, no se han descrito comportamientos de tipo caníbal. En el Servicio de Análisis de Energy Control hemos atendido a diversos usuarios de esta sustancia desde el año 2009 hasta finales del 2012 y nunca hemos detectado este comportamiento”.

Ai Laket!!: “Sabemos de personas consumidoras de esta sustancia y no reportan para nada comportamientos caníbales. La MDPV fue ya analizada por nuestra asociación en el 2011, gracias a los laboratorios Sgiker. En aquella ocasión decíamos lo siguiente: MDPV: ‘Sustancia psicoactiva con propiedades estimulantes. Cuyo uso lúdico se remonta al año 2004. Su distribución se realiza principalmente a través de internet y en el 2010, se afirma que se comercializa como si se tratara de un producto de higiene, sales de baño. Ha sido una sustancia muy mediatizada por este motivo’”.

Ilustración

Original de Freddy Agurto Parra, modificada para añadir la molécula de la MDPV.

 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #256

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