Mercados de la red profunda
Los mercados de drogas de la red profunda son, a mi juicio, uno de los hitos más importantes de las últimas décadas en el campo de las sustancias psicoactivas fiscalizadas.
Ya he señalado de forma repetida en otras entregas de esta serie que los mercados de drogas de la red profunda son, a mi juicio, uno de los hitos más importantes de las últimas décadas en el campo de las sustancias psicoactivas fiscalizadas. En mi opinión, el potencial que tienen los mercados para revolucionar las políticas de drogas es similar a la repercusión del formato MP3 o los programas de intercambio de archivos en la industria discográfica. La breve historia de internet nos muestra que, una vez se ha conseguido un determinado avance, no hay vuelta atrás.
Hacer predicciones en este sentido es arriesgado, pero en este caso confluyen todos los elementos necesarios para que nos encontremos ante uno de esos “puntos de no retorno”. El navegador Tor y las criptomonedas como bitcóin hacen posible conectarse a internet y realizar transacciones económicas con un grado razonable de anonimato. El encriptado PGP permite la comunicación entre dos personas de forma cifrada con el grado de seguridad que proporcionan las matemáticas. La detección de pequeñas cantidades de drogas camufladas en el correo postal ordinario es, en la práctica, inviable. La suma de estos factores tiene, al menos en potencia, la capacidad de revolucionar la forma en la que se distribuyen las sustancias psicoactivas fiscalizadas.
El interés de los medios de comunicación en la red profunda es hasta el momento limitado, aunque creciente. En su mayoría se han limitado a reproducir los tópicos y clichés que la definen como un infierno de perversiones en el que es igualmente sencillo comprar una pastilla de éxtasis, encargar un asesino a sueldo o descargar pornografía infantil. Algunos medios prestigiosos como The Economist o Time han dedicado portadas y reportajes extensos al tema, contribuyendo a incrementar el morbo y el interés general. El juicio a Ross W. Ulbricht, acusado de ser Dread Pirate Roberts, el cerebro de Silk Road, fue asunto de portada en la prensa nacional e internacional, por si acaso alguien no se había enterado aún de que existe una zona de internet donde se pueden comprar drogas. En España algunos programas de televisión, de esos que se autodenominan “de investigación”, han dedicado reportajes al asunto, y los medios generalistas también se han ocupado ocasionalmente del tema. Aunque teniendo en cuenta que la red profunda tiene todos los elementos de morbo y sensacionalismo que encantan a nuestra prensa, resulta curioso que el interés, hasta el momento, haya sido tan limitado.
La comunidad científica sí que acoge el fenómeno de los mercados con interés y rigor. En los últimos tres años, los estudios e investigaciones, presentaciones o ponencias en congresos se han ido haciendo más frecuentes. Silk Road fue el primer objeto de estudio, aunque en la actualidad se abordan todos los mercados. Revistas científicas prestigiosas como Addiction o Drug and Alcohol Dependence han recogido estudios al respecto y el International Drug Policy Journal publicará a final de año un número monográfico dedicado a los cibermercados. El Observatorio Europeo sobre Drogas y Toxicomanías, institución de la Unión Europea dedicada al tema, también ultima un riguroso informe en el que se abordan en profundidad distintos aspectos de los mercados de la red profunda desde una perspectiva científica.
La mayoría de los estudios e investigaciones que se han llevado a cabo hasta el momento describen distintos aspectos del funcionamiento o las características de los mercados, intentan caracterizar a sus usuarios o evalúan las ventajas e inconvenientes que suponen frente a los mercados de drogas tradicionales. También existen, dentro del campo de la informática, multitud de publicaciones científicas en las que se evalúa la seguridad de Tor o el grado de confidencialidad y anonimato que proporcionan las cibermonedas. Pero recientemente se ha publicado un estudio muy importante, realizado por dos investigadores de la Carnegie Mellon University (Kyle Soska y Nicolas Christin, Measuring the Longitudinal Evolution of the Online Anonymous Marketplace Ecosystem), presentado el 12 de agosto en el USENIX Security Symposium (disponible pinchando aquí). A través de una sofisticada tecnología informática, los autores atraparon los datos completos de dieciséis mercados, obteniendo información sobre el número de ventas, los productos ofrecidos, las características de los vendedores… Así se ha demostrado, por ejemplo, que Silk Road generó una media de 600.000 dólares en ventas durante su existencia, que los productos más vendidos son cannabis, éxtasis y cocaína, y que la mayoría de los vendedores (hasta el 70%) habían ganado menos de 1.000 dólares y tan solo un 2% habían conseguido más de 100.000 dólares en ganancias.
El interés científico y de investigación refuerza la hipótesis que lanzamos en el primer párrafo: los mercados de drogas de la red profunda constituyen una de las amenazas potenciales más importantes de las últimas décadas para las políticas de drogas actuales, basadas en la prohibición y en la represión legal. Según los datos del estudio mencionado, los mercados de la red profunda supondrían entre el 0,5 y el 1% del volumen del mercado global de las drogas, aunque su potencial de crecimiento es muy elevado.
La respuesta de los gobiernos y las instituciones internacionales ha sido aplicar la misma receta que lleva utilizando durante los últimos cien años con pésimos resultados: represión policial y condenas judiciales para administradores, vendedores y, en algunos países, incluso para los compradores. El sistema represivo despilfarra cantidades astronómicas de dinero, pero en cincuenta años no ha sido capaz de evitar que la cocaína, derivada de una planta que se cultiva en un área menor a la de Castilla-La Mancha (unas 150.000 hectáreas, según estimaciones de la JIFE), pueda encontrarse en cualquier esquina del Bronx, de la Barceloneta o en los suburbios de Tokio a cualquier hora del día o de la noche. Si esto es así con una planta que solo puede crecer en una región geográfica muy determinada y cuyas rutas de distribución son previsibles, ¿qué resultados cabe esperar ante un fenómeno como el de los mercados de la red profunda?
La veda la abrió el senador de Estados Unidos Charles Schumer, quien alertó el 5 de junio de 2011 sobre la existencia de Silk Road y pidió formalmente a las autoridades federales su persecución y cierre. Por cierto, este senador propuso como juez federal a Katherine Forrester, a quien “casualmente” luego se le encargó el juicio de Ross W. Ulbricht tras el cierre de la página. Pero ya dedicamos el número anterior de esta entrega a analizar ese juicio, por lo que no insistiremos más sobre este asunto.
El cierre de Silk Road se siguió de unas cuantas detenciones de vendedores en Australia, Alemania, Reino Unido, Holanda y Estados Unidos que habían estado operando en la web. En todos los casos se trataba de vendedores que habían incumplido normas básicas de seguridad. Como anécdota, podemos señalar el caso del vendedor MDPro, quien vendió fármacos de prescripción en Silk Road como oxicodona, codeína, diazepam o metilfenidato, y fue interceptado por la policía estadounidense. Un ginecólogo de Delaware y su novia, que se dedicaban a sustraer fármacos de hospitales y venderlos en Silk Road, fueron detenidos. Pero las detenciones no fueron consecuencia de investigación de huellas dactilares, trazabilidad de los fármacos, detectives secretos o poderosos megaordenadores que los localizaran. La pareja fue tan estúpida de dejar su dirección de correo postal real como remitentes en el caso de que el paquete tuviera que ser devuelto. Vamos, que por algún retorcido y extraño mecanismo psicológico estaban pidiendo a gritos ser detenidos.
Las autoridades se encargaron de que cada una de estas detenciones tuviera su lugar en la prensa para transmitir una sensación de eficacia, aunque lo cierto es que los arrestos se pueden contar con los dedos, mientras que el número de vendedores en Silk Road estuvo en torno a los 1.200. Idéntica estrategia mediática se produjo durante la “Operación Onymous”, una intervención conjunta del FBI y Europol que cerró varias webs de la red profunda en noviembre del 2014. Al principio se informó del cierre de 414 páginas, aunque finalmente se redujo el número a 27, en su mayoría clones falsos de mercados auténticos que siguieron funcionando con normalidad.
La policía no informó sobre los métodos utilizados (“es algo que nos reservamos para nosotros; no podemos compartir con el mundo cómo lo hemos hecho porque queremos hacerlo una y otra vez”, dijo Troels Oerting, jefe del European Cybercrime Centre). Sin embargo, para Andrew Lewman, director del Tor Project: “Estas declaraciones eran pretenciosas y las autoridades pretendían dar la sensación de haber crackeado Tor para disuadir a otras personas de utilizarlo con fines criminales”.
Es muy probable que Lewman tenga razón y Oerting estuviera tirándose un farol. Si la policía hubiera dado con un método seguro y fiable para localizar el lugar desde el que operan las webs que se ocultan en la red profunda, primero deberían haber desactivado la multitud de páginas de pedofilia, venta de armas o actividades delictivas graves, en lugar de centrarse en las de venta de drogas. De hecho, Silk Road 2.0, un mercado que desde su fundación decidió vender solo psicoactivos fiscalizados y no objetos robados, servicios de hacking o extorsión y que había renunciado de forma explícita a vender armas, fue una de las webs neutralizadas. Mientras tanto, y de forma simultánea, webs como Evolution o Agora que sí ofrecían este tipo de servicios y productos no se vieron afectadas por la “Operación Onymous”. Un año después de esta intervención policial hay activos más de 35 mercados distintos que funcionan a pleno rendimiento.
Desde entonces y con cierta regularidad, se produce la detención de algún vendedor de la red profunda en algún lugar del mundo. Esto puede ser el resultado de una mayor atención policial al fenómeno o simplemente consecuencia de que cada vez más vendedores de drogas utilizan la red profunda. Como curiosidad, llama la atención el hecho de que la mayoría de los detenidos rara vez superan los veinticinco años. Hace pocas semanas fue detenido en Australia un joven de diecisiete años que operaba desde casa de sus padres, para sorpresa y disgusto de estos.
Desde luego, existe cada vez un mayor interés de las distintas policías y agencias internacionales en el fenómeno. En Europa, el proyecto ITOM (Illegal Trade on Online Marketplaces) es la iniciativa más avanzada al respecto, aunque las ideas que tienen sus responsables son a veces demenciales. En una reunión a la que fui invitado el pasado invierno, escuché de un alto representante policial cómo una de las posibles estrategias planteadas era trollear los mercados introduciendo un gran número de compradores y vendedores falsos que desvirtuaran los sistemas de feedback y puntuación. Creo que desistieron de la idea cuando les planteé que la alteración de los mercados podía poner en grave riesgo la salud de los consumidores. Porque las Fuerzas del Orden, además de ser eficaces, tienen que ajustarse a la ley y actuar con ética si no pretenden ponerse al nivel de aquellos a quienes persiguen. Además, en este caso, la batalla está perdida antes de empezar.
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