Los esteroides anabólicos desde la reducción de riesgos
El uso recreativo de fármacos psicoactivos y el de esteroides con fines estéticos tienen más puntos en común de lo que puede parecer a simple vista.
El uso recreativo de fármacos psicoactivos y el de esteroides con fines estéticos tienen más puntos en común de lo que puede parecer a simple vista. Muchos lectores de esta revista que consideran lícito experimentar con drogas psicoactivas no piensan lo mismo de los anabolizantes. Sin embargo, cada vez es más necesario y urgente abordar el uso de esteroides desde una perspectiva de reducción de riesgos.
Durante siglos, el único objetivo de la medicina fue combatir las enfermedades para que las personas pudieran alcanzar una esperanza de vida razonable. Los avances en el diagnóstico y el tratamiento han permitido que, al menos en los países desarrollados, esta meta se haya alcanzado. Así, en las últimas décadas la medicina también ha comenzado a ocuparse de que las personas puedan vivir mejor además de más años. Muchos de los avances y nuevas técnicas médicas no tienen ya como objetivo prolongar la vida o restaurar el estado de salud a la normalidad, sino también hacer que la vida sea más cómoda o placentera.
En este sentido, uno de los campos de mayor crecimiento tiene que ver con la medicina y la cirugía estética. Ya no se trata solo de corregir deformidades o secuelas de enfermedades y accidentes, sino de modificar algunas características del cuerpo con fines puramente estéticos. Algunas personas consideran que quitarse arrugas, aumentarse el pecho, blanquear los dientes o conseguir unos labios más carnosos es innecesario, frívolo o indicativo de una personalidad inestable y problemática. Pero este razonamiento lleva implícito el mismo tipo de juicio moral que, por ejemplo, se hace a los consumidores de cannabis cuando se les acusa de poner en peligro su salud de forma innecesaria o se les etiqueta como irresponsables drogadictos. En este sentido, experimentar con LSD o hacerse una liposucción deberían valorarse desde la misma óptica: las personas adultas deberían tener derecho a tomar las decisiones que consideren adecuadas sobre cómo modificar su cuerpo o su mente siempre que lo hagan de una forma libre, responsable y conscientes de los posibles beneficios y riesgos a los que se exponen.
Drogas, estética y moral
Existen otras semejanzas más entre el uso recreativo o psiconáutico de las drogas y la medicina estética. Un elemento común es la ausencia del elemento de “curación” o “restauración al estado normal de la salud”, que distingue a las drogas de los fármacos de prescripción y que caracteriza a otras ramas de la medicina. Por otro lado, en ambos casos es evidente un cierto grado de tabú e hipocresía social, excepto si usted es famoso o artista, en cuyo caso sí podrá decir que se ha operado o que probó alguna droga (eso sí, solo lo hizo en su alocada e irresponsable juventud: ahora está vivo de milagro, muy arrepentido y jamás volvería a caer en ese infierno). Si no pertenece usted a ninguno de estos dos colectivos, convendrá que no cuente en las conversaciones del café durante la pausa del trabajo que el fin de semana pasado se comió una pasti. Igualmente, cuando le pregunten por su nueva silueta estilizada sostenga sin pestañear que se debe a la dieta de la alcachofa y las interminables horas de machaque en el gimnasio y absténgase de mencionar la liposucción abdominal del mes pasado, si es que no quiere ser víctima de los juicios morales del personal.
Pero si nos abstraemos de los prejuicios e intentamos hacer un ejercicio de objetividad, lo que queda en ambos casos son actividades humanas en las que se ponen en juego consecuencias potenciales positivas y riesgos. Desde la medicina se ha aceptado este enfoque no paternalista, que ha permitido la aparición de másteres de cirugía estética impartidos en universidades, sociedades científicas en las que se agrupan sus profesionales y cientos de clínicas en las que médicos y cirujanos cualificados aplican sus conocimientos. En los medios de comunicación se anuncian blanqueamientos dentales, alargamientos de pene, liftings faciales o inyecciones de toxina botulínica que pueden financiarse en cómodos plazos o con ofertas de “pague 2 y lleve 3”. Y ninguna institución nacional o internacional se ha llevado las manos a la cabeza hasta el momento ante una actividad innecesaria (porque hacerse un lifting no es necesario para vivir) y que, además, conlleva riesgos: pasar por un quirófano, someterse a una anestesia, sufrir infecciones locales, alergias a fármacos y complicaciones que pueden ir desde el tromboembolismo pulmonar hasta la sepsis generalizada, o simplemente que el resultado no sea satisfactorio.
Dos varas de medir
Así, en este caso, la medicina ha asumido que las personas deben tener la libertad de tomar las decisiones informadas por sí mismas y asumir los potenciales riesgos que conlleve. Con toda seguridad, el hecho de que exista una industria millonaria alrededor que otorga grandes beneficios a los profesionales ha sido un elemento clave para que estos hayan decidido que conviene considerar a sus pacientes/clientes como personas adultas. Sin embargo, este razonamiento no se aplica al uso no médico de psicoactivos. El discurso médico oficial sobre las drogas está impregnado de paternalismo y moralina, se centra únicamente en los aspectos patológicos y considera las sustancias como un conjunto de riesgos, peligros y problemas que se deben evitar. En drogas, todo aquello que no sea abstinencia no está oficialmente considerado.
La respuesta a este modelo irracional en torno a las drogas ha estado en las estrategias de reducción de riesgos y daños, que se han desarrollado en la mayoría de los casos a partir de la sociedad civil. Pese a las evidencias de que constituyen un modelo adecuado para abordar muchas situaciones derivadas del consumo de drogas, estos modelos raramente están financiados y considerados de forma adecuada por las instituciones públicas. Gracias a internet, este discurso alternativo y pragmático creado por ong y asociaciones civiles ha ido madurando, adquiriendo solidez y multiplicando su difusión. En el momento actual, las páginas web orientadas a la reducción de riesgos o al consumo responsable están mejor posicionadas que la mayoría de las webs institucionales, y sus redes sociales son más activas y cuentan con muchos más seguidores.
Ilustración drogófila y borreguismo esteroideo
De esta forma, acceder a información fiable, de calidad, basada en ciencia y orientada a los usuarios de cannabis, cocaína o MDMA es sencillo. Pero existe un grupo de sustancias que ha permanecido al margen de este fenómeno, y que precisamente son fármacos destinados a modificar el cuerpo en lugar de la mente. Hablo del grupo de los esteroides y anabolizantes que son utilizados en forma de ciclos por amantes del fitness y asiduos al gimnasio con objetivos estéticos. La información disponible en la red sobre estas sustancias no se ha desarrollado de la misma forma que con las drogas psicoactivas, y en su lugar aparecen dos tipos de mensajes.
Por un lado, tenemos el mensaje oficial antidroga, que tiene como base el principio de “elevar la percepción del riesgo” (es decir, meter miedo independientemente de la veracidad de los mensajes) y advierte de que cualquier acercamiento a estas sustancias causará invariablemente calvicie, impotencia, problemas de próstata, infartos, hipertensión, agresividad y cáncer de hígado. Pero la información alternativa en internet consiste en ensaladas de ciclos en los que se proponen dosis y frecuencias de uso muy elevadas, combinaciones de sustancias no experimentadas en humanos y métodos de supuesta reducción de riesgos (uso de fármacos para proteger el hígado, antiestrógenos, gonadotropinas…) que no tienen ninguna eficacia probada en humanos. Blogs con dietas bizarras, discusiones sin fundamento sobre creatinas, ejes hormonales, carnitinas e insulinas conviven con interminables debates sobre las dosis y frecuencias adecuadas de uso de estas sustancias, en los que el análisis basado en ciencia brilla por su ausencia. Las experiencias de los usuarios y un manejo incorrecto de la bibliografía científica suelen ser los únicos argumentos utilizados en la discusión sobre sustancias, dosis y formas de uso.
Así, la calidad de la información disponible sobre los esteroides es en general muy baja y, al contrario de lo que sucede con las drogas de uso recreativo, no existen páginas web o foros de referencia (como Erowid, Bluelight o Drug-forum) que garanticen una mínima adecuación de los contenidos a la ciencia. La accesibilidad a estas sustancias a través de farmacias en línea es elevada, y su adquisición plantea menos problemas que otras sustancias sometidas a control. El hecho de que los anabolizantes den resultados visibles en pocas semanas y tengan pocos efectos adversos a corto plazo facilita la propagación de mensajes inadecuados que pueden poner en riesgo la salud de los usuarios.
Pero, al igual que sucede con las sustancias psicoactivas, puede plantearse un abordaje del tema desde una perspectiva de uso responsable. Como en el caso de la medicina estética, es posible plantear formas de uso de estas sustancias en las que exista un balance de beneficios/riesgos razonable. Si una mujer quiere aumentar sus pechos puede acudir a una clínica de cirugía estética autorizada en la que un cirujano titulado y experto practique la operación con todas las garantías sanitarias. O podría ponerse en manos de Paca “la Piraña”, una travesti amiga de Cristina “la Veneno” que se hizo famosa en los programas del corazón de la década pasada por, supuestamente, inyectar implantes de silicona industrial en su piso de Barcelona. Ambas opciones tienen riesgos, pero en un caso la probabilidad de tener problemas es mucho más elevada que en el otro.
Hacia un abordaje racional de los esteroides
De la misma forma que existen suficientes datos para poder orientar a las personas que decidan acercarse a la LSD o la MDMA, es posible un abordaje racional de los esteroides. La información oficial sobre estas sustancias suele centrarse solo en sus peligros y olvida, por ejemplo, que existen estudios sobre la eficacia del enantato de testosterona como anticonceptivo masculino en administración semanal y que estos ensayos fueron financiados nada menos que por la Organización Mundial de la Salud. La oxandrolona, otro esteroide anabólico, se ha evaluado en alteraciones genéticas como el síndrome de Turner, curas de quemados o tetraplejia. Y también existen decenas de estudios en humanos con nandrolona que pueden utilizarse como indicativos para asesorar a los usuarios.
Conviene insistir en que el uso de esteroides con fines estéticos no está exento de riesgos y peligros. Pero en gran medida estos dependen del tipo de sustancia, vía de administración, frecuencia de uso, dosis utilizada, así como de las características de la persona (edad, salud cardiovascular, tratamientos médicos, presencia de otras enfermedades…). En Europa se estima que entre el uno y el dos por ciento de los jóvenes entre dieciocho y treinta y cinco años ha utilizado alguna vez estas sustancias con fines estéticos, porcentaje que sube hasta el diez y el treinta y cinco por ciento de asistentes a gimnasios. Las cifras son suficientemente elevadas como para plantearse la necesidad de algún tipo de intervención. Y no esperemos nada de nuestras autoridades sanitarias aparte del consabido mantra de “es malo” y la promulgación de leyes para castigar a usuarios y profesionales (incluso cuando no sean deportistas de competición, tal y como refleja la reciente modificación de enero del 2015 del Código penal en su artículo 362). Como ha sucedido con el resto de las sustancias (desde la heroína hasta la MDMA), serán las organizaciones civiles que trabajan en reducción de riesgos quienes deberán liderar un enfoque hacia estas sustancias basado en criterios racionales, científicos y que, sobre todo, contribuya a proteger la salud de sus usuarios.
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