El caso de este mes tiene un final agridulce, aunque haya habido una absolución. Nuestro antihéroe –ya sabréis por qué lo llamamos así– vivía en una casa ocupada, con C y no con K. No reivindicaban nada sino que trataban de vivir sin trabajar demasiado duro, y por ello a veces tenían problemas con la policía. Aquel día él no estaba en casa, pero iba de camino. Resultó que en su piso se estaba produciendo una pelea entre otros de los que vivían allí, y los vecinos llamaron a la policía. Armas blancas, sangre, perros peligrosos sin bozal... Los Mossos fueron en tropel, llegaron al piso al tiempo que dos personas salían de la vivienda gritando que un tercero, que estaba dentro, les había intentado acuchillar. Los agentes entraron corriendo y lo buscaron, pero al parecer, al ser un primer piso, había saltado a la calle por un balcón. Al poco rato llegó nuestro antihéroe, y al ver la situación, en vez de dar media vuelta, se acercó a preguntar qué pasaba en su casa. Un agente le preguntó si vivía allí y al contestar que sí le detuvieron inmediatamente. Le informaron que estaba detenido por un delito de tráfico de drogas de los que causan grave daño a la salud. Pena mínima de tres años. No se inmutó demasiado. Al parecer, los agentes al entrar habían visto indicios evidentes de tráfico de drogas. Ahora había que esperar que llegara la autorización judicial de entrada y registro. Al cabo de unas horas llegó el letrado del juzgado y procedieron al registro. Había efectos por todas partes: balanzas de precisión, sustancias de corte, restos de drogas e incluso armas de fogueo. Pero en la habitación que nuestro protagonista dijo que era suya no encontraron más que pequeñas cantidades. Eso sí, en la habitación contigua, que estaba cerrada con candado, encontraron más de 60 g de MDMA y 15 de ketamina, cantidad suficiente para llevar a todos los moradores a la cárcel durante unos meses.
En el registro, el detenido aseguró que lo suyo era únicamente lo que estaba en su habitación, que era para consumo propio, y que no sabía nada de lo que se había encontrado en las otras estancias. Aseguró que la otra habitación no era suya, ni sabía de quién era. En su declaración ante el juez de guardia ratificó sus manifestaciones y volvió a asegurar que no sabía quién vivía en las otras habitaciones, que mucha gente entraba y salía, y que él solo se preocupaba de su habitación. El juez le dejó en libertad con cargos a la espera de juicio. Ahora tocaba investigar qué otras personas vivían en el domicilio. En el registro, la policía encontró documentos de otras dos personas, y para averiguar si vivían en el piso sacaron sus fichas policiales y fueron a preguntar a los vecinos. Varios de ellos contestaron afirmativamente y los pusieron en búsqueda y captura. Al cabo de unos meses, la policía los identificó y los llevó ante el juez. Declararon que ya no vivían en el piso y que aquellos documentos encontrados eran muy viejos, y que los habían dejado allí cuando abandonaron aquel domicilio.
El fiscal acusó a los tres investigados solicitando penas de cuatro años y cinco meses de prisión y multa de siete mil euros para cada uno de ellos. Uno de los otros dos acusados se fue del país y ya no pudo ser llevado a juicio. Solo quedaban dos acusados, nuestro héroe y el ocupante de la habitación donde se había encontrado la mayor parte de la sustancia. Al final, 48 g puros de MDMA y 13 de ketamina, cantidades muy superiores a las que podían defenderse como consumo propio. El abogado del otro acusado planteó su defensa con el argumento de que aquella sustancia no era suya, que nada de lo que había en aquella habitación era suyo y que hacía tiempo que ya no vivía allí. Los papeles que habían encontrado los había dejado allí por desidia, ya que eran antiguos y no los quería para nada. Nuestro protagonista, por su parte, se defendió diciendo que nada de lo que había en las otras habitaciones era suyo, que él solo respondía de las sustancias halladas en su estancia, y que estas eran para su propio consumo. El fiscal, en cambio, sostenía la tesis de que todo lo que había en el piso era de todos, ya que en estancias comunes, como baño, cocina y comedor, se habían encontrado efectos propios del tráfico, como balanzas de precisión y sustancias de corte. Finalmente, el tribunal decidió absolver a nuestro superhéroe y condenar al otro acusado. Se razonó en la sentencia que no quedaba acreditada la hipótesis de la autoría colectiva, y sí en cambio que el otro acusado vivía allí. Un elemento final de convicción contra el otro acusado fue la declaración de nuestro antihéroe diciéndole al tribunal que sí, que su compañero de causa residía entonces en aquella habitación, con lo cual echó por tierra todos los esfuerzos de su defensa para conseguir la absolución. A veces los enemigos están dentro de casa y no fuera.