Juno era un amante de la marihuana. No fumaba mucho ya, pero le gustaba hacer crecer en su armario de interior tres o cuatro plantitas por trimestre, y las degustaba con amigos a los que también honraba con alguna ofrenda en forma de cogollos. Era tan meticuloso y organizado, que había conseguido una instalación que no hacía nada de ruido ni olor, por lo que los vecinos, cuando se quejaban de él, nunca era por motivos relacionados con la salud pública. No, lo que les molestaba a sus virtuosos vecinos y vecinas era que fuera también un amante del mejor rock urbano español, música que solía escuchar a un volumen alto, aunque siempre en horario diurno, precisamente por respeto al vecindario. Pero un día se presentó en su domicilio la Policía.
Eran las siete de la tarde, había vuelto de trabajar y estaba escuchando música mientras se preparaba la cena. No escuchó el timbre sino unos golpes que no supo identificar. Bajó el volumen. Los ruidos provenían de la puerta, sonaban muy fuertes, quien fuera que llamaba de ese modo se estaba pasando tres pueblos. Fue y abrió de golpe, de mal humor; menudo colgado quien llamaba así. Eran dos agentes de la Policía Local. No se identificaron ni dieron las buenas tardes. Le hablaron en tono autoritario y despótico: que se identificara, que qué eran aquellos ruidos, que qué clase de persona era.
Juno vestía de negro, pelo largo recogido en una cola, y le colgaban varios pendientes de las orejas. Seguro que su aspecto no era del agrado de los agentes del orden, ya que lo miraron de arriba abajo varias veces. Le exigieron de nuevo que se identificara y, mientras tanto, iban mirando dentro de la casa por si veían algo que les permitiera entrar por delito flagrante. “Seguro que debe de tener droga ahí dentro −pensarían los agentes−. Tal vez algo duro, como cocaína o heroína. Tal vez armas o quizás...”. Bueno, tampoco podemos saber qué es lo que pensaban los agentes, pero nos lo podemos imaginar por cómo se comportaron con Juno.
Nuestro protagonista del mes, cuando se vio tan mal tratado por los agentes, tuvo la reacción de decirles que estaba en su casa, que no había hecho nada y que no tenía por qué identificarse, y trató de cerrar la puerta. Los agentes pusieron el pie para que no cerrara e hicieron fuerza para abrir mientras le chillaban que no podía cerrar, que se tenía que identificar y que, si no, le llevarían detenido. Pero Juno no hizo caso, empujó fuerte la puerta y trató de sacar de en medio a los agentes, y estuvo a punto de conseguir cerrarla del todo, pero el segundo agente dio una fuerte embestida contra la puerta, que lo desestabilizó un instante, lo que aprovecharon los servidores públicos para entrar en el domicilio, gritando como posesos, y detenerle con mala uva, poniéndole las esposas en la espalda y bien apretadas.
Después de aquello, más satisfechos y relajados, inspeccionaron el domicilio y vieron el armario con las tres plantas. Fueron a por ello. Le cortaron las plantas y las metieron en bolsas precintadas. Se lo llevaron a comisaría. De camino en el coche patrulla le fueron insultando y diciéndole que se le iba a caer el pelo, que los había lesionado, que le iban a caer varios años por resistencia y por salud pública. En comisaría, al cabo de unas horas y después de declarar ante otros agentes, lo dejaron en libertad. Le imputaron solo el delito de resistencia grave y desobediencia a los agentes de la autoridad.
A los pocos meses tuvo el juicio penal por resistencia. El fiscal le acusó y pidió una condena de nueve meses de prisión por el delito de resistencia, y una condena por delito leve de lesiones, al aportar uno de los agentes un parte de lesiones por dolor en la muñeca. El juez de lo penal lo condenó a siete meses. La condena fue recurrida, y Juno fue absuelto, por entender el tribunal que cuando los agentes se extralimitan en sus funciones, sí que es aceptable jurídicamente que el ciudadano se oponga a ello, siempre que no rebase ciertos límites. En el caso de Juno, el tratar de cerrar la puerta de su casa para evitar una intromisión ilegítima en su domicilio era perfectamente aceptable, y no tenía tampoco ningún deber de identificarse porque estaba en su casa y no había cometido ningún ilícito.
Respecto de la marihuana, se le impuso una sanción por la Ley de Seguridad Ciudadana, que fue recurrida y anulada, dado que el cultivo no era visible al público. Así que, ya lo sabéis, la Policía no puede entrar en nuestra casa si no lo autorizamos expresamente. Sin nuestro consentimiento solo pueden entrar si lo autoriza un juez o en algunos casos de delito flagrante. Así que, si no se dan estos supuestos y tratan de entrar: ¡resistencia!