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El paraíso perdido

No sabían que los beneméritos, en su afán de preservar el orden y la moralidad pública, y mantenernos a salvo de la terrible plaga de la marihuana, estaban dedicando varios agentes, todos los días, a vigilar las entradas y salidas de la nave.

Los tres amigos, todos ellos de la Argentina, vinieron con la ilusión de pasar una buena temporada en Barcelona, cultivando y fumando yerba, con un sueldo módico, pero que les dejaría mucho tiempo libre y, además, unos buenos colocones gratis. Cuando les enseñaron la nave, ya en marcha, no se lo podían creer. Era una plantación enorme, con diversas zonas según el tipo de cultivo, todo en una instalación moderna y con mucho espacio entre las plantas para poder tratarlas con el debido mimo. Pero, además, en la planta de arriba había un espacio diáfano con muchas herramientas de diverso tipo, con lo que encima podrían hacer cosas de arte urbano, que les encantaba.

Las primeras semanas fueron de maravilla; las plantas iban creciendo, algunas ya tenían bastante cogollo, con lo que podían ir haciendo catas, y traían objetos de la calle e iban haciendo diversas intervenciones, como restauración y fabricación de muebles, de atrezos para obras de amigos, y también proyectos de fotografía y vídeo digital. Sin embargo, no sabían que unos técnicos de Endesa habían detectado sobrecargas en las líneas de la zona, y como eran muy cumplidores con la ley y el orden, se lo habían comunicado a la Guardia Civil, y que estos, junto con los técnicos, habían identificado la acometida en la que se estaba produciendo un consumo muy excesivo sobre la potencia contratada.

No sabían tampoco que los beneméritos, en su afán de preservar el orden y la moralidad pública, y mantenernos a salvo de la terrible plaga de la marihuana, estaban dedicando varios agentes, todos los días, a vigilar las entradas y salidas de la nave, haciendo fotografías, recabando las grabaciones de las cámaras de seguridad del polígono, y que incluso hacían seguimientos a algunas de las personas que entraban y salían de tan peligroso lugar.

Por eso, cuando dos de ellos fueron un día intervenidos por la Policía, con registro de todas sus pertenencias, tampoco sospecharon nada. Ay, luego vinieron las lamentaciones: ¡si aquel día se hubieran imaginado lo que estaba pasando, cuántos problemas se hubieran evitado! Pero no se imaginaban nada malo porque en realidad pensaban que el cultivo de marihuana para asociaciones era legal, o que al menos no estaba prohibido, o que al menos no les podían meter en la cárcel por ello. Pero estaban muy equivocados...

Cuando la Policía tuvo montada su investigación, pidió autorización de entrada y registro al juzgado de guardia, pero este la denegó, argumentando que la nave no era un domicilio y que, por lo tanto, como era un espacio de trabajo, donde no se desarrollaba intimidad personal alguna, la Policía podía entrar sin pedir permiso. Y así lo hicieron. No esperaron muchos días, y tampoco escatimaron medios ni las formas típicas de la Policía cuando veían películas de pequeños: pistola en mano, patada en la puerta, derribo del enemigo, manos a la espalda, rodilla sobre la columna, esposas apretadas hasta el tope y un par de hostias al que giraba la cabeza para mirar y saber de qué narices iba todo aquello.

Los muchachos estaban tranquilamente entre las plantas, mirando y oliendo aquí y allá, y de pronto todo aquel estrépito. Se quedaron atónitos, y los agentes, supersatisfechos. Estuvieron horas inspeccionando toda la nave a consciencia: hicieron un reportaje fotográfico de todo el espacio, de los objetos y aparatos para el cultivo, de todas las plantas, desde diversos ángulos y, claro está, de la conexión ilegal de electricidad. Posteriormente, fueron agrupando los diferentes tipos de plantas y fueron pesando cada grupo para determinar el peso en bruto total de la plantación, que les dio 960 kg. No disimularon su alegría al haber hecho un decomiso tan elevado.

Una vez hicieron el pesado en bruto, pasaron a la toma de muestras de cada grupo de plantas y de los cogollos que ya se habían cosechado. Las muestras las fueron introduciendo en diversos sobres y, posteriormente, todo ello en una bolsa precintada. Los muchachos asistieron muy tristes, además de confusos y temerosos, a tal destrucción. Lo que era un bonito jardín y un precioso taller artístico se había convertido, en cuestión de horas, en un quilombo impresionante.

Pero la apisonadora policial no permitía muchos sentimentalismos. Se los llevaron detenidos y pasaron dos amargas noches en comisaría antes de ser llevados ante el juzgado de guardia, con la esperanza de poder salir en libertad provisional. Sin embargo, la jueza, abrumada por tantos kilos en bruto y con la acusación policial de que era una organización criminal, ni siquiera los escuchó en su declaración judicial, y no dudó ni un instante en acordar su prisión provisional, por motivo de ser un cultivo intensivo con defraudación de electividad, pertenencia a una organización criminal y participación en otro delito de blanqueo de capitales.

El shock de los muchachos fue tremendo: no crían que podía ser delito, y menos que les pudieran enviar a prisión. Ahora estamos tratando de que les den la libertad, pero no siendo residentes legales, la cosa se complica todavía más. Sin embargo, como en realidad no hay indicio alguno de organización criminal, no tardarán en ser puestos en libertad. Crucemos los dedos.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #305

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