El caso de este mes terminó con absolución, lo cual suele ser motivo de alegría y satisfacción, tanto para el procesado como para el abogado que lo defiende. Sin embargo, en esta ocasión me quedé con un muy mal sabor de boca. Por una parte, porque yo no tuve que hacer nada: el investigado lo tenía todo pensado, muy pensado, y se defendió solito. Y por otra parte, porque resulta que mi cliente, designado de oficio, se dedicaba a estafar a consumidores que no eran muy previsores y compraban a altas horas de la noche en espacios de fiesta. Nuestro héroe del mes se dedicaba a vender papelinas a base de Nolotil y éxtasis sin nada de MDMA, pastillas bien elaboradas con sus logos al uso y sus colores bien llamativos. Aunque no era la primera vez que le detenían, el negocio le funcionaba muy bien. Al salir en libertad por auto judicial, después de pasar un día en el calabozo, insistió en invitarme a desayunar, y me contó cómo se lo montaba: “Trabajo sobre todo los meses de primavera y verano, desde las dos de la mañana hasta el cierre; son las horas en las que la gente pilla cualquier cosa sin importarle nada. A veces en una misma noche vuelven y me piden más. Yo no me coloco cuando trabajo –me aseguró muy orgulloso–, hay que estar muy atento para evitar que los de seguridad te echen el ojo”. El café con leche y el cruasán empezaban a tener un sabor amargo.
Yo no sabía cómo reaccionar; por un lado me causaba rechazo, por otro me interesaba la historia. Hasta ese momento no sabía nada sobre él. El día anterior había estado de guardia del turno de oficio del Colegio de Abogados. Me llamaron del Colegio y me asignaron su defensa. Le vi en la comisaría de los Mossos d’Esquadra en el barrio de Les Corts, en Barcelona. Como siempre hago, le dije que no declarara. Estuvo conforme. Yo ya noté que sabía de qué iba el rollo. Al día siguiente nos vimos en el juzgado de guardia; se le vía muy tranquilo. Nuevamente acordamos que no contestara a ninguna pregunta de las que se le formularan, sino únicamente a las mías, para explicar sobre sus consumos de drogas, arraigo en España, etc. Me sorprendió lo tranquilo que estaba. Al fin y al cabo, le habían detenido con lo que parecían quince gramos de cocaína y treinta y tres pastillas de MDMA, es decir, unos tres años de cárcel mínimo y diez mil euros de multa. No está nada mal; era para tomárselo un poco en serio. Se presentó ante el juez muy educado y cortés, manteniendo la compostura y visiblemente relajado. Todo un profesional, como supe unas horas más tarde. Poco después de la declaración, el juez de Instrucción acordó su libertad provisional, y mandó las sustancias al Laboratorio Científico para su análisis. El ministerio fiscal pidió su prisión provisional eludible con fianza de cinco mil euros alegando que tenía numerosos antecedentes policiales. Yo me opuse a la prisión alegando que si bien era cierto que tenía todas esas detenciones previas por tráfico de drogas, todavía era más cierto que no tenía ningún antecedente por condena judicial. Por algún motivo se le detenía pero no se le condenaba. Sí, era extraño, pero tenía una explicación muy sencilla. En el bar me lo aclaró todo.
Llevaba varios años dedicado al negocio. Tenía su proveedor de pastillas falsas, y las papelinas de supuesta cocaína se las hacía él solo. Se cargaba bien los bolsillos e invertía en la entrada de discotecas grandes y sobre todo festivales, su preferido era el Sónar, y no por la música. Se sacaba varios miles de euros al mes en temporada alta. A veces los servicios de seguridad le veían haciendo algún pase y lo retenían hasta que llegaba la policía. Y siempre pasaba lo mismo. Uno o dos días en el calabozo, abogado de oficio, no declaraba ante la policía ni ante el juez, le dejaban en libertad por no tener antecedentes penales y, al cabo de pocos meses, cuando llegaban los análisis del Laboratorio Científico, le archivaban el caso. Así una vez y otra. A pesar de estas detenciones, el negocio era rentable, dado que la materia prima era muy barata. En mi caso fue tal cual. Lo dejaron en libertad y al cabo de unas semanas llegó el informe sobre las sustancias decomisadas con una conclusión muy sencilla: no se detectaba ninguna de las sustancias objeto de fiscalización penal internacional. Por lo tanto, archivo inmediato de las actuaciones. Lo que me hizo gracia fue que cuando ya nos despedíamos me preguntó que por qué no le procesaban por estafa. Lo miré sin decir nada y pensé: otro que se beneficia de la prohibición de las drogas; ya somos unos cuantos.