Pasar al contenido principal

Enemigo en casa

No se debe confiar a cualquiera nuestra intimidad, aunque sea fumeta y muy alternativo. Aunque queramos creer lo contrario, la marihuana no cura la estupidez humana.

Los protagonistas de este mes pecaron de ingenuos, aunque finalmente reaccionaron rápido y pudieron librarse a tiempo. Todo sucedió en la masía donde vivían, en el campo, ya provincia de Girona, donde además de tener una explotación agrícola, de apicultura y hortalizas, cultivaban marihuana de una gran calidad para algo más que el uso doméstico. Entre unas cosas y otras, la pareja sola no daba abasto, tampoco con la ayuda de los padres de ella.

Un día, cuando un amigo de un colega les ofreció ayuda a cambio de poder ir de vez en cuando a su casa a ducharse y a comer, les pareció genial que les echara unas horitas de faena a la semana. Era un tipo enrollado, fumeta y muy alternativo, y parecía muy motivado en aprender. De modo que, aunque no le conocían demasiado, les pareció un buen fichaje. Así, poco a poco, empezó a conocer los diferentes oficios y hacerse más y más amigo de la familia, tanto, que las confianzas fueron haciéndose cada vez mayores y más corrosivas.

Ahora ya se quedaba en la masía cuando quería, prácticamente a comer y a cenar todos los días, entraba y salía cuando le apetecía y, además, empezaba a trabajar menos, a ir pocas veces a dar el callo y, cuando se le pedía algo de ayuda explícitamente, a poner reparos e incluso a pedir dinero a cambio. En alguna ocasión habían discutido, incluso delante de los hijos de la pareja, y se habían enviado whatsapp un tanto insultantes.

La situación cada vez se ponía más tirante para la pareja, que se sentían invadidos, y ya un poco hartos de vivir con tensión en su propia casa, hablaron entre sí para decidir qué hacían: si valía la pena aclarar las cosas y fijar un precio hora por su trabajo y que no fuera más por la casa o, directamente, cortar la relación al estar esta demasiado viciada.

Decidieron hablar con su huésped trabajador para ver si entre los tres podían encontrar una solución integradora. Pero la conversación se fue de madre y les empezó a recriminar que trabajaba mucho a cambio de nada, que era un trabajo muy duro, que eran unos esclavistas y que era el colmo que encima se sintieran invadidos por él. La pareja le recriminó, en cambio, que apenas trabajaba, que estaba todo el día por casa comiendo de todo y que encima parecía como si le tuvieran que estar agradecidos en algo. La cosa fue cada vez peor hasta que se dijeron de todo y el tipo salió dando un portazo, no sin antes proferir una amenaza que se quedó repiqueteando en el cerebro de nuestros protagonistas: “Os traeré la ruina”.

Esa misma noche decidieron cortar todas las plantas, aunque no estaban del todo a punto, y llevárselas a la casa de un colega a secarlas. Llamaron a un mar de amigos y, al día siguiente, estuvieron todo el día cortando y preparando las plantas para transportarlas. Las metieron en la furgoneta y, ya de noche, las sacaron de casa. Efectivamente, al cabo de un par de días se presentó la comitiva judicial, con Mossos d’Esquadra de la policía judicial y el secretario judicial.

Venían con una orden del juez para registrar la casa, por denuncia de cultivo intensivo de marihuana. Examinaron la casa y el campo alrededor con visible y creciente enfado, culminado con el hallazgo de una bolsa con tres cientos gramos de cogollo pequeño y hoja seca de marihuana, nada respecto de las expectativas que traían de casa. Les preguntaron si habían estado cultivando y dónde, a lo que obviamente no contestaron. Por suerte no les detuvieron; les informaron, eso sí, que se les habría un procedimiento penal por un delito contra la salud pública y que serían citados a declarar ante el juez.

Al cabo de unos días nos personamos con el expediente judicial y, efectivamente, pudimos comprobar que había sido el tipo, el topo, quien había denunciado, y que había descrito con pelos y señales todo lo que se hacía en la masía. El mismo día de la declaración judicial pedimos el archivo de las actuaciones. Ya había llegado el informe del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, en el que se fijaba una cantidad neta de 195 g.

Así que alegamos consumo propio de la pareja y aportamos documentos acreditativos de que eran fumadores de marihuana desde hacía tiempo, como fotos de ellos fumando, solos o con amigos, algunas fotos fumando un porro de grandes dimensiones, alguna multa de la “ley Corcuera”, etc.

También aportamos copia de las conversaciones de whatsapp con el denunciante, en las que se evidenciaba una enemistad entre ellos, como motivo para que el topo hiciera una denuncia falsa contra ellos, y documentación acreditativa de su explotación agrícola, para demostrar que tenían medios de vida lícitos y que, por lo tanto, no necesitaban dedicarse al cultivo de marihuana para su venta a terceras personas.

Al cabo de pocas semanas ha llegado el archivo de las actuaciones. El juez considera que la cantidad aprehendida es perfectamente compatible con el consumo propio, que se demostró que eran consumidores y que, “a mayor abundamiento”, en palabras del auto de archivo, contaban con medios de vida lícitos.

Ahora hay que ver si una vez se le comunique el archivo al fiscal, este lo acepta o decide recurrirlo. Esperemos que opte por la primera alternativa. Lo que sí sabemos es que no se debe confiar a cualquiera nuestra intimidad, aunque sea fumeta y muy alternativo. Y que, aunque queramos creer lo contrario, la marihuana no cura la estupidez humana.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #299

Comprar versión impresa

Te puede interesar...

¿Te ha gustado este artículo y quieres saber más?
Aquí te dejamos una cata selecta de nuestros mejores contenidos relacionados:

Suscríbete a Cáñamo