“Me hubiera gustado cultivar este año pero me he dormido y ya no estoy a tiempo”. Esta frase fue pronunciada frente a mí por un joven y desanimado aspirante a cultivador que se lamentaba de que se le hubiera pasado la primavera entera sin haberse decidido a germinar unas cuantas semillas y ya daba por perdida la temporada. “Nada más lejos de la realidad –le informé–; aún hay tiempo y varias opciones donde elegir: el cannabis es una especie muy flexible, capaz de crecer y desarrollarse a gran velocidad”. Quien quiera aún tiene tiempo de hacer una buena cosecha de verano.
La tradición y los manuales de cultivo recomiendan sembrar las semillas para la cosecha de verano en algún momento de la primavera, por lo general, en abril o mayo. Hay algunos cultivadores que siembran incluso en junio, sobre todo en balcones donde no quieren que las plantas se hagan demasiado grandes. El solsticio de verano ocurre en el hemisferio norte entre el 20 y el 22 de junio, según el año, y marca el momento en que el semieje del planeta se encuentra más inclinado hacia el sol o, lo que es lo mismo, el día en que el sol alcanza la máxima altura en el cielo al mediodía. Si en el solsticio de invierno se da el día con menos horas de luz del año, en el solsticio de verano ocurre lo contrario, el día es el más largo del año. Entre el solsticio de invierno y el de verano, los días se van haciendo más largos y las noches más cortas. En cambio, entre el solsticio de verano y el de invierno ocurre al contrario, los días se acortan y las noches se alargan.
La fecha tradicional de siembra del cannabis en primavera responde al ciclo natural de la planta. Las semillas caídas al suelo en la cosecha anterior germinan cuando los días se alargan y las temperaturas suben, lo que ocurre generalmente entre marzo y abril. Las plantas crecen aprovechando los días que se alargan, y empiezan a florecer pasado el solsticio, una vez que la duración de las noches alcanza la medida necesaria, algo que depende de cada variedad pero que suele ocurrir entre julio y agosto.
Los cultivadores saben que, independientemente de que se siembren las semillas en marzo, abril, mayo o junio, las plantas de la misma variedad empiezan a florecer a la vez y acaban de madurar también al mismo tiempo. La única diferencia que genera una siembra temprana o tardía es que el tiempo de crecimiento es más largo o más corto, respectivamente, por lo que las plantas se harán más o menos grandes. Por tanto, cuando un cultivador quiere que las plantas crezcan mucho las siembra pronto, y si quiere que se queden de un tamaño moderado las siembra más tarde.
Las sativas más puras se benefician especialmente de la siembra en julio, ya que su tamaño se controla mejor.
Pues bien, lo mismo pasa en la siembra postsolsticio, lo único que sucede es que la fase de crecimiento se acorta. Por ejemplo, si una planta suele empezar a florecer el uno de agosto, tendrá cinco meses de crecimiento si se siembra el uno de marzo; cuatro meses si se siembra el uno de abril; tres meses si se siembra el uno de mayo; dos meses si se siembra el uno de junio, y un mes de crecimiento si se siembra el uno de julio. Se reduce el tiempo que la planta dedica a crecer pero, una vez el fotoperiodo la pone a florecer, el desarrollo sigue igual que con cualquier otra planta, solo que más pequeña.
El calor y el buen tiempo de julio producen un crecimiento rapidísimo en las plantas. No hay días nublados ni días frescos o de tormenta que ralenticen el desarrollo. Cada día es magnífico y las plantas los aprovechan al máximo.