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Los genes de una planta determinan lo que puede llegar a ser, lo máximo a lo que puede aspirar. Si la genética marca un diez por ciento de THC, esta es la máxima concentración del cannabinoides que se logrará si el cultivo va bien y la planta se desarrolla vigorosa y bien alimentada, aunque si las condiciones no son buenas, sufre plagas o carencias nutritivas, puede ser mucho menor. Una buena variedad es la que tiene una genética que permite obtener calidad: alta potencia, gran productividad, buen sabor y olor, resistencia y rapidez. De todos los elementos necesarios para cultivar cannabis, las semillas y los esquejes son el gasto en que menos hay que ahorrar. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que haya que comprar las semillas más caras del banco de semillas, simplemente hay que hacerse con semillas de un banco reputado y de fiar, en general cualquiera de los que llevan años en el mercado. Si no se quiere gastar demasiado, se escogerán las variedades clásicas, que siempre dan buen resultado.
La clave está en lo básico, en que las plantas estén a gusto
El cannabis es una planta muy resistente capaz de crecer en condiciones muy diversas, pero esto no quiere decir que se puedan obtener buenos cogollos en cualquier sitio. Las flores densas y resinadas que caracterizan el buen cannabis se consiguen cuando las plantas pueden desarrollar todo su potencial, y para ello necesitan muchas horas de sol y nutrientes en abundancia. La falta de sol no se puede compensar con abonos caros o estimuladores de cogollos, y eso lo saben los buenos cultivadores. Hay que partir de buenas condiciones, y eso también se aplica al clima. Uno de los errores típicos de los cultivadores principiantes es que siembran demasiado pronto, casi siempre en marzo, probablemente, con la esperanza de cosechar antes o de lograr plantas más grandes, cuando lo que consiguen es que las pobres plantitas tengan que vivir en un clima aún frío sus primeras semanas, cuando más débiles son. Es mejor, casi siempre, esperar a abril, mayo e, incluso, junio para germinar. En general, sobre todo si las plantas crecen en macetas, mi consejo es germinar en mayo. Las plantas disfrutarán de días largos y cálidos desde el primer momento, sin interrupciones por tormentas, lluvias o bajas temperaturas. En la naturaleza, la germinación se intenta adelantar porque las plantas tienen que competir con otras por el espacio y los nutrientes, y quien nace primero lleva ventaja. Pero, en un cultivo doméstico, cada planta tiene garantizadas las mejores condiciones, por lo que no necesita ese tiempo extra, ya que se puede desarrollar a una gran velocidad.
Pese a lo que muchos creen, los mejores cultivadores no suelen hacer nada muy fuera de lo común ni tienen recetas secretas de abonos mágicos. No se trata de usar mezclas de tierra muy complejas, nutrientes orgánicos traídos del Amazonas o el Himalaya ni nada parecido. La clave está en lo básico, en que las plantas estén a gusto. Y para lograrlo, lo mejor es fijarse en ellas, aprender a descifrar su lenguaje, la forma en que muestran su estado. Por ejemplo: los tallos largos y finos en las plantas jóvenes suelen indicar falta de luz, hay que buscar un lugar con más sol; el color verde claro casi amarillento es un síntoma de falta de nutrientes, la planta pide más abono; la aparición de araña roja casi siempre indica demasiado calor y humedad escasa, además de pulverizar con algún pesticida, conviene regar más y quizás tapar las plantas con una malla de sombreo no muy tupida, que ayude a bajar la temperatura. La tierra de las macetas se calienta mucho más de lo que lo hace el suelo y, con frecuencia, este calor perjudica a las raíces, que se deshidratan. Un truco muy útil es poner las macetas separadas del suelo para que no se recalienten tanto, colocándolas sobre una plancha de corcho o un palé de madera. Algunos cultivadores meten cada maceta dentro de otra maceta para que entre las dos quede una capa de aire que actúe de aislante y mantenga la tierra más fresca.
Al principio, mientras aún no tenemos mucha experiencia, hay que observar mucho y hacer poco. A veces, los cultivadores hacen más daño haciendo que quedándose quietos. Si la tierra está húmeda no hace falta regar, y si tarda tres o cuatro días en secarse y no regamos durante esos días, no pasa nada.
De todos los elementos necesarios para cultivar cannabis, las semillas y los esquejes son el gasto en que menos hay que ahorrar
No se logran mejores resultados añadiendo muchos abonos distintos. De hecho, puede ser contraproducente, sobre todo si son de distintas marcas. La mayoría de los fabricantes de abonos crean sus productos pensando en una forma concreta de uso. Por ejemplo, hay abonos de floración que no necesitan nada más, pues llevan todos los nutrientes que la planta requiere, sin embargo, otros necesitan combinarse con un estimulador de la floración que aporta parte del fósforo y el potasio. Si añadimos el estimulador a un abono que no lo necesita, lo único que logramos es desequilibrar la proporción de los distintos elementos y, quizás, provocar una deficiencia o una sobredosis de algún nutriente.
El cultivo es como una carrera de fondo y no se acaba hasta cruzar la meta, que en el caso del cannabis es cuando los cogollos, ya secos y curados, están listos para el consumo. El proceso desde la semilla hasta la pipa dura no menos de cuatro meses, y con frecuencia cinco o seis, pero si se hace bien, proporciona un producto de primera, de origen conocido, cultivado con amor y sin productos tóxicos, fruto de nuestro esfuerzo y premio a la dedicación. Nada que ver con un cogollo comprado: en cada calada encontraremos esa satisfacción especial que da saber que lo hemos hecho nosotros.