Postales desde Holanda
Estaba muy enfadado, los peores pronósticos se habían cumplido. Carlitos “el Gordo”, mi proveedor habitual de esquejes, había sufrido un contratiempo en forma de plaga de araña roja en su cuarto de madres y no iba a tener nuestras plantas a tiempo.
Estaba muy enfadado, los peores pronósticos se habían cumplido. Carlitos “el Gordo”, mi proveedor habitual de esquejes, había sufrido un contratiempo en forma de plaga de araña roja en su cuarto de madres y no iba a tener nuestras plantas a tiempo. Acababa de gastarme un dineral en montar un cuarto de más de 30.000 vatios y no tenía plantas para cultivar. No solo eso, parte de la cosecha ya estaba vendida y debía entregarla en doce semanas, así que tenía un problema y no me sobraba el tiempo. Como veis, la vida del cultivador de cannabis no siempre es tan idílica.
Hubiera podido sembrar semillas, pero sé por experiencia que no es una buena idea. Aunque sean de una gran variedad, homogénea y estable, cada semilla da lugar a una planta distinta, con sus características propias, posiblemente similares a las de sus hermanas, pero no iguales. Cuando cultivas cerca de mil plantas a la vez, resulta imprescindible que se comporten igual para poder aplicarles los mismos cuidados a todas a la vez. Pequeñas diferencias pueden causar grandes problemas. Por ejemplo, si unas crecen más que otras, las altas se quemarán por acercarse en exceso a las lámparas o las pequeñas no se desarrollarán bien por quedar demasiado alejadas de la luz. Si sus necesidades de riego no son iguales, unas pasarán sed y otras sufrirán por exceso de agua. Hay que tener en cuenta que es imposible dar cuidados especiales a cada planta, ya que el riego es automático y el abono se prepara para todas a la vez. La única forma de obtener un producto final de la mejor calidad en grandes cantidades es cultivando esquejes. Y no unos esquejes cualquiera: deben provenir de una buena madre, rápida, productiva, resistente, con gran aroma y mejor potencia; en otras palabras, deben ser clones de élite.
Las dificultades logísticas de los grandes números pasan desapercibidas pero son la parte más complicada de esta profesión. Una de las mayores dificultades para poner en marcha un cuarto de cultivo grande es que necesitas tener un montón de plantas iguales todas listas para el trasplante al mismo tiempo. Me gusta cultivar 16 plantas bajo cada lámpara de 600 vatios. Si pongo menos necesitan demasiado tiempo para ocupar el espacio disponible, y si pongo más no se hacen lo suficientemente grandes y la producción resulta más baja. Lógicamente, este número depende también de qué variedad cultive, pero se cumple para la mayoría de las genéticas comerciales de alta productividad. Con 56 lámparas listas y preparadas necesitaba 896 plantas, casi nada. Hacer todos estos esquejes puede llevarle un día completo a dos personas, pero es que cada planta madre solo tiene un número limitado de buenas puntas que se puedan cortar como esquejes. Aunque sean plantas madre bien grandes, no suelen dar más de cuarenta esquejes, cincuenta con mucha suerte. Para cortar casi 900 esquejes en un día se necesitan al menos veinte grandes plantas madre en perfectas condiciones en el mismo momento. No hay mucha gente que tenga esa capacidad de producir esquejes, pero unos cuantos de ellos viven en Holanda.
Mi socio Nil es holandés y lleva en esto toda la vida. Aprendió a cultivar con su tío Stefan, un tipo peculiar con aspecto de viejo hippy fumeta y pacifista pero que, según cuenta su sobrino, siempre va armado “por si acaso”.
De tonto no tiene un pelo, el tío Stefan. Quería que le subiésemos hasta Holanda cinco kilos a precio español y con transporte gratis. Pero, claro, favor con favor se paga. Aceptamos. Salimos al día siguiente al amanecer, teníamos por delante casi 1.500 kilómetros de autopista, con suerte estaríamos en Holanda para la cena. La idea era dormir en casa de Stefan y por la mañana cargar los esquejes y volver del tirón. Llevamos el coche de Nil, un enorme Volvo familiar con matrícula holandesa. Los cinco kilos iban envasados al vacío, dentro de dos grandes maletas. El viaje de ida fue bastante tranquilo. Nil había traído cincuenta gramos de una Haze supereléctrica de la que fuimos fumando un peta tras otro durante las quince horas de viaje. Era tan estimulante que no nos entró sueño en todo el día; parecía cocaína.
Al llegar, descargamos las maletas y el tío Stefan nos pagó. Luego fuimos a cenar y nos llevó a tomar unas cervezas y a fumar unos petas. Después de todo el día fumando Haze acabamos metiéndonos medio gramo de BHO de una kush supernarcótica para conseguir relajarnos.
Por la mañana fuimos a recoger los esquejes, Stefan había quedado con su proveedor en una nave de un polígono industrial bastante solitario. Descubrimos con cierta decepción que tenía poco más de 700 esquejes, doscientos menos de lo previsto. Estaban colocados en bandejas de jiffys y solo había doce bandejas. En total, 720 esquejes. Al menos tenían buena pinta, se veían sanos y Stefan nos aseguró que quedaríamos satisfechos. La verdad es que no había otra cosa, así que pagamos y los cargamos en el coche. Menos mal que el maletero era grande, porque no habíamos pensado que las bandejas de esquejes no se pueden apilar, si no quieres chafar los esquejes de abajo. Lo ideal hubiera sido buscar unas cajas para meter los esquejes dentro y transportarlos discretamente, pero nos entró la paranoia y solo queríamos marcharnos. Stefan nos pidió que lleváramos con nosotros a la hija de una amiga suya, Susan, que iba a pasar unos días en Barcelona. La chica era muy guapa y queríamos largarnos, así que aceptamos enseguida.
Nil no tardó en liar el primer peta de Haze, le dio unas caladas y enseguida se lo pasó a Susan. Ella fumó con ganas pero, por alguna razón, no le sentó bien. Durante las siguientes cinco horas agarró una paranoia salvaje: cada vez que adelantábamos un coche se escondía temblando. Gritaba sin motivo, suplicaba que parásemos y, un minuto después, que no lo hiciéramos, que la devolviésemos a Ámsterdam, que llamásemos a su madre, que fuéramos a un hospital. Al principio nos rallamos, pero luego subimos la música y decidimos que ya se le pasaría. Atravesamos Francia con el coche cargado de esquejes, fumando peta tras peta de Haze y con una chavala en pleno ataque de ansiedad cannábico. Varias horas después Susan se calmó y se durmió hasta llegar a España. Menos mal que iba durmiendo, porque nos encontramos con un control en un peaje de la autopista y, si hubiera estado despierta, con la paranoia que tenía, nos paran seguro. Al final llegamos de vuelta cuarenta horas después de haber salido, recorrimos cerca de 3.000 kilómetros y consumimos 23 gramos de Haze entre los dos. Cada esqueje, una vez sumados los gastos del viaje, nos había costado cerca de cinco euros. Si todo iba bien, tras la cosecha obtendríamos entre 150 y 200 euros en cogollos de cada uno.
Fotos: Genetics by Marimberos