La regla básica del cultivo orgánico es sencilla: no usar abonos producidos por síntesis química. La idea es que las plantas solo absorban elementos que provengan de la descomposición de la materia orgánica o, como mucho, de la degradación de ciertas rocas por la acción de los microorganismos del suelo, básicamente, bacterias, hongos, levaduras, etc. Este objetivo se puede lograr de dos formas; la más sencilla y habitual es cultivar con abonos líquidos orgánicos, productos que se elaboran descomponiendo una mezcla de agua y materia orgánica de origen vegetal y/o animal en lo que podríamos llamar tanques de fermentación. El resultado es un líquido rico en nutrientes libres y que también contiene algo de materia orgánica sin descomponer y microorganismos.
El cultivador utiliza este abono líquido como lo haría con uno de síntesis: simplemente, disuelve la dosis indicada en el agua y riega las plantas con la solución nutriente. Es fácil, práctico y parece ecológico, aunque la verdad es que no es tan distinto del abono químico. Al fin y al cabo, cuando una planta absorbe un átomo de nitrógeno le da igual que este provenga de una hoja descompuesta o de una síntesis de laboratorio, para ella solo es nitrógeno.
Es bien cierto que se ha demostrado que todas las plantas necesitan ciertos elementos minerales como nutrientes y que sin ellos no se pueden desarrollar bien. Tres nutrientes primarios que se usan en grandes cantidades: nitrógeno, fósforo, potasio; tres nutrientes secundarios que son necesarios en menor cantidad: calcio, magnesio, azufre. Por último, hay una serie de elementos traza o microelementos que son necesarios en cantidades muy pequeñas pero que deben estar presentes para que las plantas se desarrollen correctamente: hierro, boro, manganeso, zinc, molibdeno y cobre. Algunas fuentes incluyen dentro del grupo de los micronutrientes otros minerales como el cobalto, el silicio, el cloro y el selenio. Los abonos líquidos, tanto los orgánicos como los de síntesis, contienen estos elementos esenciales, por lo que son bastante similares.
Entonces, ¿qué gracia tiene el cultivo orgánico? Lo mejor de cultivar orgánicamente no está en los nutrientes esenciales, esa lista de elementos químicos que hemos explicado antes. Lo mejor es que en la naturaleza los nutrientes son liberados por una gran biodiversidad de millones de microorganismos que viven en el suelo. Ese conjunto de especies conviven y se equilibran, ayudan a mantener las enfermedades controladas, evitan que los bichos se descontrolen hasta convertirse en plagas y, además, producen una enorme cantidad de moléculas diversas, enzimas, vitaminas, fitohormonas, etc., que actúan como estimuladoras del crecimiento, controladoras del pH, capturadoras de nutrientes y, en general, mantienen unas condiciones en la tierra que son óptimas para el desarrollo de las plantas.
Y aquí es cuando entra en escena la segunda forma de cultivar orgánicamente, la complicada, al menos de inicio. Los defensores más ortodoxos del cultivo orgánico no están dispuestos a aplicar nutrientes en el agua de riego, como me dijo una vez uno: “¿Acaso de las nubes llueve solución nutriente? No, solo cae agua, nada más”. En su opinión, las plantas más sanas y energéticamente más equilibradas, lo que quiera que esto signifique no lo sé, pero él lo expresaba así: “se crían con lo que el suelo da”. Y crear un buen suelo es todo el secreto, un suelo vivo, lleno de materia orgánica, minerales y, sobre todo, microorganismos que lo vayan descomponiendo todo progresivamente y liberando nutrientes y otros compuestos que alimenten, estimulen y potencien el crecimiento y la floración de las plantas.
Crear suelo fértil
Si las plantas van a crecer directamente en un huerto o en un jardín, plantadas en la tierra madre, todo es más sencillo. Pero la mayoría de los cultivadores de cannabis no pueden hacerlo así y deben recurrir a las macetas. Lo complicado cuando se trabaja con macetas es lograr que en la limitada cantidad de tierra que contiene haya suficientes materiales orgánicos como para que al descomponerse nutran las plantas durante los meses que dura la cosecha, entre cuatro y seis, por lo general. Suele ser necesario emplear macetas bastante grandes, de 20 l como mínimo en interior y de 40 l en exterior. Esta diferencia es porque las plantas de interior se suelen cultivar en ciclos más rápidos, con pocas semanas de crecimiento y una duración total de tres o cuatro meses, como mucho, por lo que no suelen superar los 100-150 cm. En exterior, por el contrario, es normal que las plantas vivan seis meses, tres de ellos en crecimiento, y que superen fácilmente los 2 m de altura.
El proceso no es complejo, basta con conseguir todos los ingredientes de la receta de tierra y mezclarlos en las proporciones indicadas. Es importante mezclarlos muy bien, para que queden distribuidos homogéneamente; casi siempre se mezclan en seco para que el trabajo sea más fácil. Algunos de estos ingredientes, como el humus de lombriz, ya son ricos en microorganismos, pero siempre es recomendable añadir algún producto específico, un inóculo de diferentes especies beneficiosas para el suelo. A continuación, la mezcla debe humedecerse y dejarse reposar durante varias semanas para que los microorganismos se activen, empiecen a reproducirse y a descomponer los ingredientes del sustrato.
Este proceso de reposo también se denomina cocinado, y hay quien lo hace directamente en las macetas, amontonándolas y dejándolas en un lugar a la sombra, pero la mayoría prefiere activar la mezcla en contenedores más protegidos del exterior, normalmente bidones o sacos, para intentar evitar que entren insectos, pájaros, ratones y otros animales. Las condiciones ideales para el cocinado se dan con tiempo templado y moderadamente húmedo, para que la tierra ni se recaliente ni se enfríe y ni se empape ni se reseque; un rango de temperaturas entre 10 y 25 ºC es correcto. La velocidad de reproducción de los microorganismos y sus necesidades de agua dependen en buena parte de las condiciones climáticas. Si hace calor conviene revisar de vez en cuando la tierra para asegurarse de que no se seca demasiado, ya que los microorganismos detienen su desarrollo si la humedad desaparece. Pasadas varias semanas, la tierra está lista para llenar las macetas y sembrar las semillas o plantar los esquejes. En cada centímetro cúbico de tierra habitarán millones de microorganismos, que serán los que aporten nutrientes y otros elementos beneficiosos a nuestras queridas plantas. A partir de ese momento solo hay que regar con agua cuando sea necesario, sin necesidad de añadir ningún fertilizante líquido. Es importante usar agua con la menor cantidad de sales posible, como el agua de lluvia o de un filtro de ósmosis inversa.
La receta
Estas cantidades están pensadas para elaborar unos 100 l de tierra; para producciones mayores o menores solo hay que aumentar o disminuir proporcionalmente la cantidad de cada ingrediente. Es muy importante mezclar bien todos los elementos, por lo que no recomendamos hacer más de 200 l de una vez porque resulta demasiado difícil remover la tierra.
- Turba (30-50 l): con menor cantidad el sustrato drena más y con más turba retiene más agua).
- Perlita (20-30 l): más perlita en clima húmedo y/o macetas grandes; menos en clima seco y/o macetas pequeñas.
- Estiércol, humus de lombriz, compost, mantillo (unos 30 l, de uno de estos elementos o una mezcla de varios de ellos).
- Polvo de roca, harina de basalto (2-4 l).
- Cal agrícola (1 l).
- Mezcla de abonos orgánicos en polvo (2 l): hay muchos productos que sirven para esta mezcla, cuantos más usemos, mejor. Deben estar secos y molidos en polvo (algas, huesos, plumas, sangre, guano, pescado, nim, alfalfa, guano...). Hay que preparar una mayor cantidad de la que vayamos a utilizar para la preparación del sustrato, ya que sirve para regenerar la tierra usada en años anteriores o para abonar de nuevo a mitad de cultivo si notamos que empiezan a faltar nutrientes. Este abono se conserva muy bien siempre que esté en un recipiente hermético y alejado de la luz y el calor. También se pueden usar las mezclas comercializadas como abono orgánico en polvo.
El corazón de un sustrato orgánico para cultivar cannabis es la tierra base, que constituye más del noventa por ciento del volumen, y se forma con tres ingredientes: turba, perlita y humus de lombriz. La turba absorbe agua, la perlita oxigena y el humus aporta microorganismos y nutrientes. Básicamente, la tierra base aporta la mayor parte de los tres elementos básicos que necesitan las raíces de las plantas: agua, oxígeno y nutrientes. Es muy importante que estos productos sean de una buena calidad.
Escogeremos una turba de grano grueso o medio, puede ser solo turba rubia o una mezcla con algo de turba negra. Es importante humedecerla bien desde el principio y no dejar que se reseque en exceso, pues luego cuesta mucho volver a humedecerla.
La perlita favorece el drenaje del sustrato y también puede ser gruesa o fina, en general, cuanto más gruesa, más adecuada para macetas grandes. Usaremos mayor cantidad en climas húmedos y menor en climas secos.
El humus de lombriz, también conocido como lombricompost, es un fertilizante orgánico fantástico. Contiene nutrientes primarios, secundarios y oligoelementos, además de sustancias húmicas muy beneficiosas para las plantas y millones de microorganismos. No es muy fuerte, por lo que se puede usar en gran cantidad sin riesgo de quemar las raíces. Es el producto que queda cuando se les da de comer materia orgánica a las lombrices rojas o de California. Obviamente, su calidad depende en buena medida de qué materiales se usen como alimento de las lombrices. Hay que buscar que sea de buena calidad y solo se emplee materia orgánica de origen conocido.
Reciclar el sustrato
Una de las grandes ventajas de un sustrato plenamente orgánico es que se puede reutilizar indefinidamente simplemente reacondicionándolo tras cada cosecha. Para ello hay que ir añadiendo nuevos aditivos para mantenerlo en buenas condiciones. Hay que arrancar el tallo de la planta ya cosechada, sacar el sustrato de la maceta, trocearlo y desmenuzarlo todo lo posible. Al volumen de tierra a reciclar se añade un veinte por ciento de humus de lombriz, entre el diez y el veinte por ciento de perlita (en función de que queramos que drene más o menos), un poco de cal agrícola y un uno por ciento de la mezcla de abono orgánico en polvo. Se mezcla todo bien, se mete en sacos o macetas, se humedece y se deja reposar dos o tres meses antes de usarla. En este tiempo, los microorganismos habrán descompuesto los restos de raíces que pudiesen quedar en el sustrato y estará listo para la nueva plantación.