El sistema radicular de las plantas es el encargado de captar agua para que la planta pueda usarla en la fotosíntesis, y elementos minerales del suelo con los que elaborar tejidos como hojas, tallos y flores. Cuando una semilla de cannabis germina, lo primero que asoma es la radícula, la primera raíz, que crece directamente hacia abajo, anclándose en el terreno. Cuando crezca, se convertirá en la raíz primaria de la planta. Conforme avanza y crece la raíz primaria, van apareciendo raíces secundarias laterales, que también se ramifican. Las raíces crean una estructura subterránea similar a la que forma la planta por encima de la superficie con el tronco central, las ramas secundarias y las terciarias. Las raíces se diferencian del tallo principalmente por el color: son blancas por la falta de clorofila y porque no tienen hojas ni nudos. La raíz principal crece en profundidad, mientras que las laterales crecen hacia los lados, más o menos horizontales. A partir de las raíces secundarias nacen multitud de raíces que atraviesan el suelo en todas direcciones. Las plantas usan las raíces para sujetarse al suelo, absorber agua y captar minerales de la tierra. El agua se absorbe sobre todo a través de la epidermis, que es la capa exterior de las raíces más jóvenes, en cuyas puntas se encuentran los pelos radicales. Los pelos radicales son muy pequeños y están presentes sobre todo en las puntas de las raíces en crecimiento.
Las raíces en macetas
Las plantas que viven en macetas disponen de un espacio pequeño para desarrollar su sistema de raíces. Pocas semanas después de la germinación y por grande que sea el tiesto, las raíces tocarán con las paredes de la maceta y, no pudiendo alejarse más de la planta, tendrán que girar y comenzar a crecer alrededor de esta. Lógicamente, al ocupar menos espacio tienen a su disposición menos agua y nutrientes que cuando crecen en el suelo. Su capacidad de sostén de la planta también se ve reducida. En estas condiciones, es el cultivador quien debe preocuparse de aportar a la planta agua y nutrientes frecuentemente, para evitar carencias nutritivas y deshidrataciones por falta de agua.
Las raíces están diseñadas para crecer bajo la superficie, donde las temperaturas nunca suben tanto como sobre ella. Sin embargo, cuando crecen en macetas, estas pueden alcanzar temperaturas muy altas que dañan gravemente las raíces y detienen su crecimiento. Este inconveniente se puede evitar sombreando las macetas o metiéndolas dentro de otras más grandes, para crear una capa de aire que actué como aislante y evite el sobrecalentamiento.
Absorción y distribución de agua y nutrientes
Las raíces absorben el agua sobre todo a través de la capa exterior de las raíces más jóvenes, donde se encuentran los pelos radicales, muy pequeños y finos y siempre junto a las puntas de crecimiento de las raíces. La gran cantidad de pelos radicales existentes aumenta en gran medida el área de absorción de la raíz. La absorción del agua se produce a través de un proceso de ósmosis. La mayor concentración de sales del interior de la raíz respecto del contenido en sales del suelo atrae el agua hacia el interior de la raíz. La mezcla de agua y sustancias minerales que la planta absorbe por las raíces se denomina “savia bruta”, y se transporta a todas las partes aéreas de la planta, donde se transforma en compuestos orgánicos durante la fotosíntesis, con los que fabrica nuevos tejidos.
Las raíces crean una estructura subterránea similar a la que forma la planta por encima de la superficie
Para que la savia bruta ascienda por el tallo de la planta hasta las hojas, se utilizan tres sistemas combinados. En primer lugar, la presión del agua al entrar en las raíces empuja la columna de savia bruta hacia arriba. Después, la fuerza de cohesión entre las moléculas de agua hace que se atraigan entre ellas y se peguen a la pared interior del xilema, que es el conducto por el que asciende. El empuje del agua molécula a molécula es la causa de la presión negativa observada en el xilema y que ayuda a que el agua penetre en la raíz por ósmosis. Por último, la transpiración que se produce en las hojas debido a la energía que aporta el sol produce un efecto de succión, ya que la pérdida de agua por los estomas hace que la columna de savia bruta avance y ascienda, por eso las plantas son capaces de absorber mucha más agua y nutrientes cuando hace calor, ya que la evaporación en las hojas acelera la labor de las raíces.
Para funcionar bien, el sistema radicular debe estar sano, y para ello requiere unas condiciones de humedad, oxigenación y temperatura determinadas. Un error muy común entre los cultivadores es mantener el sustrato permanentemente húmedo, lo que impide una correcta oxigenación de las raíces. Las raíces crecen débiles y enferman con facilidad. Las condiciones del suelo donde crecen las plantas son claves para la salud de la planta. Si las raíces no están a gusto, la planta no se desarrolla bien. Para que las plantas crezcan, el sustrato debe cumplir varias condiciones: conservar bien la humedad pero sin permanecer encharcado, permitir el acceso del oxígeno a las raíces y mantener un nivel de pH y sales en la tierra óptimo para la absorción de agua y nutrientes. El sustrato ideal forma una bola cuando se compacta un puñado entre las manos pero la bola se desmenuza enseguida en cuanto se aprieta. El pH debe estar entre 5,5 y 7. En cultivo de interior se suele mantener en la banda baja de este espectro (pH 5,5-6), y en cultivo exterior, menos exigente, lo ideal es un pH entre 6 y 7.
El sustrato debe conservar bien la humedad pero sin permanecer encharcado, permitir el acceso del oxígeno a las raíces y mantener un nivel de pH y sales en la tierra óptimo
Es frecuente que muchos problemas que pueden parecer a primera vista consecuencia de una carencia de nutrientes respondan en realidad a un desequilibrio en las condiciones del sustrato. Por ejemplo, cuando se acumula un exceso de sales en la tierra, estas impiden la absorción de ciertos nutrientes e, incluso, del agua, reduciéndose el crecimiento y apareciendo en las hojas síntomas de carencias. Si el pH del sustrato o del agua de riego es demasiado alto o demasiado bajo, ciertos minerales quedan bloqueados y no pueden ser absorbidos. Cuando las raíces no tienen acceso a suficiente oxígeno, el crecimiento de la planta se ralentiza y, si permanecen demasiado encharcadas, pueden llegar a pudrirse y la planta se moriría. En el extremo opuesto, si la tierra se seca demasiado entre riego y riego, las raíces sufren y las partes más sensibles (como los pelos radiculares) mueren. A consecuencia de estas lesiones, la planta tiene que dedicar su energía a reparar las raíces y el crecimiento se reduce.
Los abonos y las raíces
Hay dos grandes familias de fertilizantes: abonos de síntesis química y abonos orgánicos. Los abonos químicos se producen a partir de compuestos sintetizados artificialmente o de minerales ricos en el nutriente deseado. Aportan nutrientes en forma iónica directamente asimilables por las plantas. En la naturaleza, los millones de microorganismos presentes en la tierra son los encargados de descomponer lentamente la materia orgánica e ir liberando nutrientes en forma iónica, que las plantas absorben. Los abonos químicos o minerales contienen los nutrientes directamente en forma iónica, por lo que los microorganismos del suelo no tienen que desempeñar su papel y acaban muriendo por falta de materia orgánica, lo que repercute en una pérdida de fertilidad del suelo a medio y largo plazo. Los abonos orgánicos se elaboran a partir de productos de origen vegetal o animal. El principal beneficio asociado a la utilización de abonos ecológicos es que, por su contenido en materia orgánica, ayudan a incrementar la fertilidad del suelo y a mantener una biodiversidad de microorganismos viviendo en él. Los nutrientes contenidos en la materia orgánica se mantienen protegidos por esta y no se pierden arrastrados por la lluvia o degradados por el sol. En cambio, los elementos minerales en su forma más simple permanecen muy poco tiempo disponibles para las plantas, por lo que gran parte de los nutrientes aportados por los abonos químicos nunca llegan a ser utilizados por las plantas.
Lixiviar es regar con agua abundante para arrastrar los nutrientes acumulados en el sustrato
Los cogollos tienen mucho mejor sabor y un humo más suave cuando las plantas tienen menos minerales acumulados en los tejidos. Hay dos sistemas para lograrlo: lixiviar las macetas y regar las plantas solo con agua.
En plantas que han sido fuertemente abonadas y cuyo sustrato presenta un nivel alto de sales, el riego con agua puede resultar insuficiente, pues la planta no llega a consumir todas sus reservas aun con varias semanas sin abono, y la lixiviación resulta imprescindible para arrastrar una buena parte de las sales.
La lixiviación consiste en efectuar un riego muy abundante con agua de ósmosis o agua poco salina, con el fin de arrastrar los nutrientes acumulados en el sustrato, dejándolo lo más limpio posible. Algunos cultivadores realizan lixiviaciones periódicas durante el ciclo de cultivo para mantener un nivel bajo de sales en el sustrato, mientras que otros solo realizan una, generalmente una o dos semanas antes de la cosecha.
El riego con agua se emplea en los últimos días o semanas antes de la cosecha. Las plantas dejan de recibir abonos en el agua de riego para consumir lo que queda en la tierra y en sus tejidos. El periodo de riego con agua puede tener duraciones muy distintas según cada cultivador. Los cultivadores comerciales suelen usar periodos muy cortos, de apenas dos o tres días, e incluso abonan hasta el último día, mientras que los cultivadores más preocupados por las cualidades organolépticas de sus cogollos pueden llegar a mantener sus plantas hasta tres semanas sin nada más que agua.