Bel Fullana (Mallorca, 1985) es licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona. Sus obras, realizadas en su mayoría en óleo y espray, están inspiradas en la cultura callejera y los fenómenos de masas. La artista combina a la perfección una estética naif con una mirada ácida y, a veces, perversa.
Esta joven artista ya ha expuesto en ciudades como Nueva York, São Paulo, Copenhague, Miami, entre otras, además de hacerlo en gran parte del territorio español. En el 2017 fue galardonada con el Premio Ciutat de Palma de Artes Visuales. Durante el verano de 2018, fue artista residente en DNA Summer Residency en Provincetown, Massachusetts, y en el 2014, en PANAL 361, Buenos Aires. Hablamos con ella sobre su inspiración, trabajo, relación con las drogas y futuros proyectos.
En tus pinturas parece que las bitches no son bitches, solo quieren ser felices. ¿Por qué te has decantado por las chonis y traperas como protagonistas de tus obras?
Me gusta la observación que haces: “En tus pinturas parece que las bitches no son bitches”. Así es como lo veo yo. Los personajes que pinto son pura apariencia, solo quieren aparentar que son muy malotas, muy bitches, pero en el fondo son cute. Para mí son un poco la representación de una especie de esencia adolescente que quiere dejar la inocencia de la infancia atrás y recurre a modelos estéticos maliciosos. La estética choni es una estética que me teletrasporta a mi propia adolescencia, a la época de ir deambulando por las calles buscando algún rincón escondido por las afueras para fumarnos unos porritos. Me acogí a esta estrategia de cigarro y ropa gamberra para pasar el trance hasta la edad adulta, pensando que eso me hacía más respetable o algo así. Supongo que siento una conexión con lo choni y por eso hago que las protagonistas de mis pinturas luzcan con esta estética, y también, obviamente, por la influencia constante de todo el movimiento cultural urbano que ha seguido esta tendencia en los últimos años. Lo marginal se ha idealizado y alabado y se ha llevado a lo mainstream. A mí me fascina que se idolatren actitudes quinquis y barriobajeras, pero a la vez también lo detesto mucho, y diría que esta confrontación de sensaciones me atrae bastante.
El contraste entre lo sexi y la deformidad es una de tus señas de identidad, ¿a qué se debe?
Me gusta imaginarme mis pinturas como si fuesen algo así como una peli de zombis sexis. El contraste entre lo feo y lo bonito, lo infantil y lo perverso siempre me ha interesado. Puede que sea por haber crecido en los ochenta y noventa, cuando la cultura pop tenía un marcado horror aesthetic. Crecí viendo El guardián de la cripta, Gremlins, Chucky, el muñeco diabólico y Los motorratones de Marte, donde los protas eran seres mutantes o muertos vivientes. ¿Y qué me dices de ET? Un ser amorfo, feísimo, pero superentrañable, al que querías ayudar y proteger.
Entre otros elementos, los pitillos, las armas de fuego y los arcoíris se convierten en atributos de tus personajes. ¿Qué valores les aportan?
Los cigarros y las armas en una mujer son un clásico icono empoderador y sexualizador inmediato. Les darían un toque sexual a los personajes, si no fuese porque es un recurso tan recurrente y tan fácil que ya se convierte en casi cómico, y eso me interesa. En cuanto a los arcoíris, los empecé a pintar constantemente porque era un elemento muy naif y porque me gustaba tener todos los colores juntitos en un símbolo. Últimamente lo uso menos, pero me encanta meterlo de vez en cuando; es como una referencia directa a la infancia, a lo cute, a los little pony o a los osos amorosos.
En esa contemporaneidad absoluta de tu trabajo también están muy presentes los tatuajes. ¿Por qué crees que se han convertido en una seña de identidad tan potente del ahora?
Pese a que hoy en día casi toda la gente lleva alguno, supongo que con los tatuajes podemos crearnos nuestra propia seña de identidad y autoidentificarnos como un poco más únicos o diferentes. Esta necesidad me parece un poco básica y superficial, pero a la vez muy natural también. ¡Y la verdad es que me encantan los tatuajes! Soy de las personas que creen que los tatuajes crean adicción. Al hacerte un tatu sientes adrenalina y la aguja sobre la piel te duele, pero te gusta. ¡Tatuarse mola un montón, es muy divertido!
¿Cómo has vivido el proceso de traspasar tu universo pictórico a la escultura?
Pasar mis pinturas a figuras tridimensionales ha sido bastante emocionante. Llevaba mucho tiempo queriendo hacerlo y, a raíz de una exposición institucional en el Museo Es Baluard, de Palma, pensé que era el momento adecuado. El proceso ha sido divertido, ya que he tenido que salir de mi zona de confort y aprender a buscar la manera de producir las figuras. Todavía me falta mucho por investigar y quiero seguir haciéndolo, pero estoy muy contenta de estos primeros resultados. Ahora solo puedo pensar en una gran figura de bronce sobresaliendo entre los árboles de algún parque. ¡Este es mi siguiente objetivo!
“La estética choni es una estética que me teletrasporta a mi propia adolescencia, a la época de ir deambulando por las calles buscando algún rincón escondido por las afueras para fumarnos unos porritos”
En algunas de tus pinturas aparecen referencias a pastillas y otras drogas. ¿Qué pensarían tus personajes sobre el prohibicionismo?
Los personajes de mis pinturas se revelarían contra el prohibicionismo seguro; saldrían con sus motos y pistolas a disparar gases con efectos psicotrópicos… [risas] No estoy muy posicionada acerca de este conflicto, ya que no he sido muy consumidora de sustancias; tampoco tengo hijos que las puedan consumir, y por eso no me preocupa ni pienso mucho en ello. Aunque sí creo que el hecho de que el consumo sea ilegal fomenta toda una red de tráfico. Creo que si el consumo fuese legal sería algo parecido al alcohol, que hay quien lo consume y quien no; quien lo consume y tiene problemas con ello y quien no los tiene. Si el riesgo de legalizar es que llegue a más gente, pues no sé… Yo a los quince años era capaz de buscar la manera de consumir mis cosillas; no me hacía falta que fuese legal, lo conseguía sin muchos problemas y encima me gustaba porque estaba prohibido. Lo que quiero decir es que, si las drogas fuesen legales, no creo que hubiese un número mucho mayor de consumidores, y todo estaría más regulado y estable y los narcoproblemas disminuirían. ¿No? No sé. De todas maneras, no soy muy fan del consumo continuo de cannabis. Cuando era jovencita fumé mucho y, aunque me encantaba y me ponía supercreativa, también me sentía como una mierda; era un subidón/bajón constante, y me alegro de haberlo dejado. Creo que es importante consumir con conocimiento y sin dejar que te acabe controlando. Hay que conseguir un equilibrio al que a veces no es tan fácil llegar, sobre todo si eres joven e inmaduro. No sé… A lo mejor hay contradicciones en lo que estoy diciendo, pero nunca había pensado mucho en ello, ya te digo.
¿Sigues alguna rutina para trabajar?
Ojalá pudiera seguir una rutina. Me encantaría ponerme un horario y seguirlo; lo he intentado, pero me resulta imposible, no hay manera. A veces pinto de día, a veces de noche, a veces pinto todo el día, a todas horas, y a veces pasan semanas sin que toque un pincel. Pero, aunque esto pase, aunque no esté pintando ni trabajando aparentemente, siempre le estoy dando vueltas a la cabeza: 24/7. Adoro mi trabajo, pero a veces me siento agotada, a veces lo siento como un peso que no puedo quitarme de encima. Nunca desconecto, siempre me cuestiono, nunca estoy segura de lo que hago. Es emocionante y satisfactorio, pero agotador también. La suerte es que trabajo en mi propia casa. Vivo en Mallorca, en una casa en mitad del campo donde tengo un pequeño espacio habilitado para trabajar. Muchos días ni siquiera salgo de casa. La mayor parte del tiempo lo paso sola, sin tener que ver a nadie, compartiendo mi tiempo y mi espacio con mi perra, que es lo que me hace más feliz del mundo.
Estás representada a través de varias galerías en ciudades tan importantes para el arte contemporáneo como Nueva York. ¿Cómo han recibido allí tu trabajo?
Mi primera exposición en Nueva York fue en el 2018. Estoy muy orgullosa de que mi trabajo llegara a esa ciudad y de que se mantenga en ella, ya que desde entonces he estado participando en exposiciones individuales y colectivas muy de vez en cuando y en varias galerías. Veo que sigue habiendo un interés, y me alegro de que no fuese algo meramente puntual.
¿En qué estás trabajando ahora?
En octubre tengo dos exposiciones individuales, una en Sídney y otra en Nueva York. Seguramente serán dos exposiciones de pintura, y aparte también estoy trabajando en una edición de pequeñas esculturas de resina que supongo que tendré listas antes de final de año.
¿Cuál sería el porro perfecto para las protagonistas de tus obras?
Las protagonistas de mis obras fuman tabaco industrial. Como yo, no fuman porros; lo dejé hace mucho tiempo a raíz de un amarillo horrible que me dio una vez. ¡Pensaba que me moría! En mis tiempos joviales me fumaba lo que se me ponía por delante, sin fijarme en el tipo de planta ni nada; por eso ahora mismo no puedo decirte cuál sería el porro perfecto o preferido. ¡Me gustaban todos! Hasta que casi la palmé (o al menos así lo sentí) por el amarillo ese de aquella ocasión. Me acuerdo de la sensación perfectamente y hará unos veinte años ya. Igual si hubiese tenido más cuidado a la hora de fumarme los petas, podría seguir disfrutando de ello de vez en cuando. Aquella vez, al preguntar, descubrí que quien nos dio la hierba esa noche le había metido algo de ácido a la planta; un experimento con un tripi, me dijeron… Igual estaban burlándose de mí y no era real, no lo sé, pero para mí fue todo un viaje en el que me dejé algunas neuronas seguro.