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'Kromlech' o el grito pétreo

El artista vasco Javier Olaizola, en un acto de rebeldía, construye Kromlech. La inspiración cannábica y las reivindicaciones libertarias hacen de este círculo de piedra un grito enérgico de voz social.

El artista vasco Javier Olaizola, en un acto de rebeldía, construye Kromlech. La inspiración cannábica y las reivindicaciones libertarias hacen de este círculo de piedra un grito enérgico de voz social.

Cuando en la antigüedad se construyeron los primeros crómlech, el ser humano alzaba la mirada al cielo y era allí donde veía los designios de un dios. Ese dios no era más que la naturaleza que lo rodeaba: el cielo, la tierra, los animales, las plantas y, cómo no, las piedras.

El primer instrumento que nos diferenció de los animales acusando un raciocinio superior fueron las piedras; esos objetos que se convirtieron en útiles y armas primigenias. Eran armas de ataque, defensa y expresión artística. Y así lo demuestra Javier Olaizola con su reinterpretación contemporánea de esta obra originalmente neolítica.

 

¿Qué es un crómlech?

Originariamente, el crómlech es un monumento megalítico formado por piedras incrustadas en la tierra que adoptan una forma circular.  Podemos encontrarlos en Gran Bretaña, la Bretaña francesa, la península Ibérica, Dinamarca y Suecia. Quizás el más conocido sea el de Stonehenge, en Gran Bretaña, por su tamaño y por cómo ha llegado a nuestros días. Se trata de un monumento funerario que pasó a convertirse en recinto sagrado.

Las hipótesis sobre su uso se sustentan en la arqueología y no en textos, al tratarse de una obra prehistórica. Se podrían datar sobre los años 3500 a 2000 aC. Se cree que los crómlech pudieron estar orientados hacia las estrellas, como una especie de observatorio astrológico, pero aún se continúa investigando sobre ello.

El carácter espiritual de todos estos monumentos sí que es indiscutible, y se percibe en el mismo instante en el que se avistan, en medio de la naturaleza,  estos mágicos anillos de piedra.

La autogestión es el camino

Kromlech, de Javier Olaizola, es una obra totalmente autogestionada a la manera colaborativa. Un encuentro entre amigos en un medio natural como las minas de Arditurri (País Vasco); la reunión en sí se convierte en la parte más importante del proceso creativo. La unión hace la fuerza, y así lo demuestra el artista, convirtiendo el esfuerzo físico de un grupo aunado por una ilusión común en el motor creativo de una obra de cantería, con un significado más potente que el propio círculo que forma.

Kromlech, además de ser un gran monumento pétreo, es también, en su cara más poética, esa piedrecilla que se mete en el zapato de unos gobernantes que creen que la enseñanza en valores solo puede venir por el camino de las megaconstrucciones y los gastos millonarios. La participación colectiva y los regalos que la propia naturaleza dona hacen que este proyecto autogestionado tenga más fuerza que cualquier obra bajo el mecenazgo institucional.

El artista no pide permiso a nadie para realizar esta construcción, puesto que ante la belleza de una reivindicación sincera no hay trato que valga, como lo hacían los antiguos pobladores de esta nación, de manera libre a la par que respetuosa. Este acto de rebeldía constituye en sí mismo el manifiesto de la obra.

Ese es el camino a la libertad de esta propuesta artística, que no le debe nada a nadie más que a los participantes, al entorno y al público que cierra la acción. Se completa así un metacírculo que simboliza la perfección de un trabajo guiado por la voluntad de los que atraviesan con espíritu crítico un camino hacia la belleza. Una belleza que llena el espíritu, razón y fin último de Kromlech.

Importancia de la marihuana en el proceso creativo

Javier Olaizola construye puentes dialécticos entre realidades paralelas, creando un diálogo contracultural que pone encima de la mesa la importancia de las personas y no de las marcas. El rigor de las conversaciones personales frente a la confusión burocrática. El artista, para conseguir lo que busca, necesita tomarse su tiempo y recapacitar sobre todo lo que lo rodea. Y ahí entra en juego la marihuana, máximo exponente de las drogas que despiertan la creatividad de los artistas: “Creo en la autogestión, para gestionar el arte y para el consumo de marihuana”, confiesa Javier Olaizola, convirtiendo así esta opción libertaria en el leitmotiv de la obra.

Así como muchos escritores toman café para centrarse, artistas como Olaizola hacen un uso lúdico del cannabis para que sus pensamientos se ramifiquen entre bocanadas de humo y se conviertan en realidades certeras. “La marihuana me conecta con lo lúdico, me aporta ese punto de incoherencia necesario en el proceso de creación, en ocasiones elevándome ese palmo del suelo que me ayuda a ver con otra perspectiva”.

Al tratarse de un trabajo colaborativo, estos porros también son compartidos, como lo puede ser el agua o la comida que llevan. Se respeta profundamente la libertad de quien no quiere fumar y se hace un consumo responsable de esta sustancia, que, frente a lo que muchos puedan pensar, da fuerzas para el trabajo físico y la tranquilidad espiritual para poder lograr tal esfuerzo.

Las divagaciones destapadas por la marihuana forman parte de las conversaciones que conforman la obra. No se trata solo de la construcción en sí, sino también del ambiente que rodea al Kromlech. Un grito más de libertad que lleva a algunos de los participantes de esta acción colectiva a disfrutar de una droga que abre horizontes y afianza lazos.

El broche perfecto para el final del trabajo es la fiesta que se celebra al acabar Kromlech, donde todos los colaboradores conmemoran la labor que les ha unido: “La fiesta, el encuentro, los aromas compartidos, las ideas, las personas, los paisajes, la comunicación y un buen petardo”. Es el resumen que Javier hace de este acto festivo en medio de la naturaleza, que devuelve la fe en el arte y sus porqués. “La marihuana es una forma de vida”, zanja Javier Olaizola mientras se enciende un canuto.

Kromlech añade sin agredir y construye por sí mismo una reivindicación de carácter real, plasmada en un círculo de piedra que girará en el recuerdo de todos los que allí trabajaron, así como del público que se asome con curiosidad a la propuesta. La creatividad tiene que ser libre o no ser. Y esto es lo que grita Kromlech con cada una de sus piedras.

Kromlech 01

 

Kromlech 02

 

Kromlech 03

 

Kromlech 04

 

Kromlech 05

 

Kromlech 06

 

Kromlech 08

 

Fotos: Javier Olaizola. Retrato de Juxe

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