El discreto encanto de un pensador reaccionario
Nicolás Gómez Dávila

Tras cuatro entregas dedicadas a Montaigne, retornamos a los cultivadores del aforismo puro de la mano del solitario escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila (1913-1994), quien reconocía al autor de los Ensayos como el primero de sus “santos patronos”. Parafraseando uno de los lapidarios textos de este confeso y lúcido representante del pensamiento reaccionario, cabría afirmar: “Pocos aforismos [ideas] no palidecen ante una mirada fija”. Su poética del género podría condensarse en el siguiente axioma: “Los milagros literarios rara vez exceden constelaciones de treinta palabras”. De Sucesivos escolios a un texto implícito (1992), última de sus entregas bibliográficas, seleccionamos treinta y tres “milagros literarios” capaces de no palidecer “ante una mirada fija”.
Solo lo inesperado satisface plenamente.
La existencia de la obra de arte demuestra que el mundo tiene significado.
De la absoluta insignificancia solo nos rescata lo inconmensurable: una impresión estética, un gesto de caridad, la luz de unos ojos.
Filósofo honesto es el que no deja que su oficio piense por él.
La verdad nunca es conquista definitiva, sino posición que toca defender.
El mundo moderno es menos creación de la técnica que de la codicia.
Al acrecentar su poder, la humanidad está multiplicando sus servidumbres.
La vida es un combate cotidiano contra la estupidez propia.
Lo incomprensible aumenta con el crecimiento de la inteligencia.
Ya no hay clase alta, ni pueblo; solo hay plebe pobre y plebe rica.
La vocación auténtica se vuelve indiferente a su fracaso o a su éxito.
Saber no resuelve sino problemas subalternos, pero aprender protege del tedio.
Los credos del incrédulo me dejan atónito.
Hay errores que solo puede cometer el que conoce bien el tema.
La excelencia de un espíritu resulta a veces de una mediocridad pacientemente derrotada.
No todos los vencidos son decentes, pero todos los decentes resultan vencidos.
Desigualdad e igualdad son tesis que conviene defender alternativamente, a contrapelo del clima social que impere.
En los siglos espiritualmente desérticos, solo cae en cuenta de que el siglo está muriéndose de sed quien aún capta aguas subterráneas.
Tradición, propaganda, casualidad o consejo escogen nuestras lecturas. Nosotros solo escogemos lo que releemos.
La fe no resuelve nuestras dudas, las consume.
La voluntad le es concedida al hombre para que pueda negarse a hacer ciertas cosas.
Hay tareas de la inteligencia que son asunto de francotiradores, pero las propiamente científicas exigen alistarse en el ejército regular.
Burke pudo ser conservador. Los progresos del “progreso” obligan a ser reaccionario.
Mientras los contemporáneos solo leen con entusiasmo al optimista, la posteridad relee con admiración al pesimista.
En ciertas épocas, la falsa profundidad se convierte en un género literario autónomo.
Las palabras nacen en el pueblo, florecen entre escritores, mueren en boca de la clase media.
Cualquier cosa que se vuelva rentable cae en manos viles.
Una educación sin humanidades prepara solo para oficios serviles.
Tener fe en el hombre no alcanza a ser blasfemia.
No sabemos a fondo sino aquello que no nos sentimos capaces de enseñar.
Escribir es a menudo ineludible; publicar es casi siempre impúdico.
Las democracias tiranizan preferentemente por medio del poder judicial.
Hasta ayer, la sociedad tenía notables; hoy solo tiene notorios.