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La felicidad de la desgracia

Nikos Dimou

Hace casi medio siglo, Nikos Dimou (Atenas, 1935) publicó La desgracia de ser griego, el ensayo en lengua helena más exitoso desde la época arcaicacuando su compatriota Hipócrates utilizó por vez primera el término Aforismos para titular una colección de notas: “La vida es corta, la ciencia extensa, la ocasión fugaz, la experiencia insegura, el juicio difícil...”. Esa primera verdad hipocrática, “La vida es corta”, resulta la más difícil de asimilar para un griego, a quien “ninguna promesa de vida futura puede compensar por la pérdida del paraíso terrenal”. Eco de las sentencias grabadas en el templo de Delfos –empezando por aquella de “Conócete a ti mismo”, es decir, “Reconócete mortal”–, los fragmentos de Dimou entroncan con la tradición del pesimismo griego. Ramón Pérez de Ayala afirmaba en 1930 que existen “varios rasgos del carácter comunes entre griegos y españoles”. Adivínelos el lector.

Definimos la felicidad como el estado (por lo general pasajero) en el que la realidad coincide con nuestros deseos.

En otras palabras, podemos denominar desgracia a la distancia entre deseo y realidad.

Podríamos definir al ser humano como el animal que desea siempre más de lo que puede alcanzar. El animal inadaptado. Dicho de otro modo, podríamos definir al ser humano como el ser que lleva dentro de sí la desgracia.

Axioma: los griegos hacen cuanto pueden para agrandar la brecha entre deseo y realidad.

En lo fundamental, los griegos ignoran la realidad. Viven dos veces por encima de sus posibilidades. Prometen el triple de lo que pueden hacer. Pretenden saber el cuádruple de lo que saben. Sienten (y se sienten) el quíntuple de lo que verdaderamente experimentan.

Síntoma sustancial del alma griega: la fabricación de mitos.

Los otros pueblos tienen instituciones. Nosotros tenemos espejismos.

El reciente idilio de los griegos con la sociedad de consumo: un largo y doloroso noviazgo, sin matrimonio.

Durante el último siglo la Iglesia griega ha servido, con fidelidad y devoción, a muchos señores. Excepto al Único.

Parámetros estadísticos del griego medio: vive en el país más caro de Europa –en relación con su salario–, tiene la peor seguridad social, el mayor número de accidentes de tráfico, el sistema educativo más pobre y las tiradas de libros más raquíticas. (Espero que haya algún país –Portugal, por ejemplo– que me desmienta en algo).

Mientras la mitad de los griegos intentan transformar Grecia en un país extranjero, la otra mitad emigra.

Todo el método y el sistema que faltan en nuestra vida cotidiana y en nuestro trabajo, los aplicamos a nuestra misión secreta: destruir lo más eficazmente posible este hermoso lugar que nos deparó el destino.

En nuestro fuero interno estamos convencidos de que no somos dignos de vivir en una tierra tan hermosa. E intentamos reducirla a nuestra medida. A nuestro nivel. Y acabamos cubriéndola de cemento y basura.

Lleva a Grecia en tu corazón, y sufrirás un infarto.

Todos cuantos amaron esta tierra murieron jóvenes, suicidas o locos.

¿Encontrará alguna vez esta gente su rostro? Pero acaso sea la contradicción su verdadero rostro.

Naturalmente, se podría escribir también un libro que se titulara La felicidad de ser griego.

Pues bien, al escribir sobre la desgracia, he escrito también sobre la felicidad.

Sobre la felicidad de la desgracia de ser griego.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #321

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