Montaigne, y IV

“Estos tiempos, en los que no hemos de defendernos sino de las novedades”. Leer hoy a Montaigne es casi como sentarse a su lado en el café de la esquina y contemplar el estado del mundo: guerras, epidemias, corrupción, injusticia. Cuando confiesa: “Me gusta el andar poético, a saltos y zancadas”, nos está ofreciendo una definición de aforismo, género que no cultivó, pero esmalta toda su prosa. Es sorprendente que el primer intelectual moderno que tuvo conciencia de lo público –gracias, por supuesto, a la aparición de la imprenta– entonara en sus Ensayos un grandioso canto a sí mismo.
Quien haga perder al amor la ayuda de la poesía, lo privará de sus mejores armas. (III, V)
Un buen matrimonio, si los hay, intenta imitar las cualidades de la amistad. Es una dulce sociedad de vida, llena de constancia, confianza y un infinito número de útiles y sólidos servicios y obligaciones mutuas. (III, V)
Hacen muy bien las mujeres al rechazar las normas de vida que rigen en el mundo, pues han sido hechas por los hombres sin contar con ellas. (III, V)
A quien no ama la caza sino por la presa, no le corresponde entrar en nuestra escuela. (III, V)
Cuento entre las mayores fealdades a las bellezas artificiales. (III, V)
El más fructífero ejercicio del espíritu es, a mi juicio, la conversación. Consentiría en perder la vista antes que el oído. (III, VIII)
¿Qué mayor victoria esperáis que la de hacer ver al enemigo que no puede venceros? (III, VIII)
La corrupción del siglo se lleva a cabo mediante la contribución particular de cada uno de nosotros. (III, IX)
Solo pretendo conseguir la reputación de no haber conseguido nada. (III, IX)
Podemos añorar tiempos mejores, pero no huir de los presentes. (III, IX)
La prisa se pone a sí misma la zancadilla. (III, X)
Heme aquí, virgen aún de procesos y libre de querellas; rara merced del cielo. (III, X)
No se contentan con ningún fruto si falta la celebridad. (III, X)
Al menos por ambición, rechacemos la ambición, ese apetito de renombre, bajo y pedigüeño, que nos hace mendigarlo a toda suerte de gentes. (III, X)
¿En qué situación estamos? Nuestra medicina produce infección. Al comienzo de estas epidemias pueden distinguirse los sanos de los enfermos, pero cuando duran, como la nuestra, ninguna parte está exenta de corrupción. (III, XII)
Si no sabéis morir, no os importe, la naturaleza os informará suficientemente en el momento mismo. (III, XII)
Más valdría no tener ninguna ley que tener tantas. (III, XIII)
No hay fin para nuestras indagaciones. Es señal de cortedad o cansancio que la mente se contente. Ningún espíritu generoso se detiene: va siempre más allá de sí mismo. Su alimento es el asombro. (III, XIII)
Con mi propia experiencia tendría bastante para hacerme sabio, si fuese buen estudiante. (III, XIII)
Mi aprendizaje no tiene otro provecho que mostrarme cuánto me falta por aprender. (III, XIII)
Al igual que los ricos, los mendigos tienen sus propias magnificencias y voluptuosidades. (III, XIII)
La palabra es mitad del que habla y mitad del que escucha. (III, XIII)
Si no abrazas la muerte una vez al mes, dale al menos un apretón de manos. (III, XIII)
Quien teme sufrir, sufre ya por lo que teme. (III, XIII)
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