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Humano, demasiado humano

Friedrich Nietzsche

Primer libro de su operación de “transmutación de todos los valores”, Humano, demasiado humano (1878-1880) es considerado por Lou Andreas-Salomé como un “hijo del dolor”, no en vano opio y veronal fueron para Nietzsche, asediado por terribles jaquecas, compañeros de escritura. En 1894, cinco años después de su enajenación irreversible en Turín y seis antes de su fallecimiento en Weimar, la discípula de Freud publicó el estudio pionero y probablemente más bello que se haya dedicado al filósofo. En él, afirma: “Creó un nuevo estilo, que expresa no solo los pensamientos, sino toda la riqueza emotiva”. Tres décadas más tarde, Juan Ramón Jiménez dirá lo mismo con otras palabras: “La filosofía de Nietzsche no es de la cabeza, sino de todo el cuerpo”.   

El asceta hace de la virtud necesidad. (I, 76)

Al contraer matrimonio, debes plantearte la siguiente pregunta: ¿podré conversar con esta persona hasta la vejez? Todo lo demás es transitorio, pero la mayor parte del trato corresponde a la conversación. (I, 406)

Quien piensa profundamente sabe que nunca acierta. (I, 518)

Pertenecemos a una cultura cuyo fin está en peligro de sucumbir a los medios. (I, 520)

Quien vive de combatir a un enemigo, tiene interés en que siga vivo. (I, 531)

Quien se desvía de lo tradicional es víctima de lo extraordinario; quien permanece en lo tradicional, se convierte en su esclavo. En ambos casos, se encamina al desastre. (I, 552)

La madre del desenfreno no es el gozo, sino la ausencia de gozo. (II, 77)

Debe aprenderse a salir más limpio de las situaciones sucias y, si es preciso, a lavarse con agua inmunda. (II, 82)

Aprender de los enemigos es el mejor camino para amarlos, porque predispone a la gratitud. (II, 248)

Es difícil que alguien se rompa una pierna mientras asciende fatigosamente, pero no cuando comienza a elegir los caminos fáciles. (II, 266)

Incluso el espíritu más rico pierde alguna vez la llave de la cámara donde guarda sus tesoros, y tiene que mendigar para vivir. (II, 375)

El bien nos disgusta cuando no estamos a su altura. (II, 391)

El gran estilo nace cuando lo bello logra la victoria sobre lo terrible. (III, 96)

Concisión, sosiego y madurez: si encuentras estas cualidades en un autor, detente y celebra una fiesta en medio del desierto: tardarás mucho en volver a disfrutar tanto. (III, 108)

Se aprende más rápido a escribir grandiosamente que a escribir con sencillez. (III, 148)

Un pequeño jardín, higos, queso y tres o cuatro amigos: esa fue la opulencia de Epicuro. (III, 192)

Lo más necesario hay que pagarlo caro, pues con ello se costea lo caprichoso. Así grava el lujo con un impuesto constante a quien prescinde de él. (III, 238)

No se dirigen hacia la luz para ver mejor, sino para brillar más. Llaman luz a aquello que les hace brillar. (III, 254)

Algunas horas de alpinismo igualan a un granuja y a un santo. La fatiga es el camino más corto a la igualdad y la fraternidad, a las que el sueño añade la libertad. (III, 263)

Toda interrupción debe ser considerada por el pensador con indulgencia, como un modelo nuevo que se ofrece al artista. Las interrupciones son los cuervos que llevan comida al solitario. (III, 342)

El incremento de sabiduría puede medirse exactamente por la disminución de bilis. (III, 348)

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #313

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