En su seminal libro El estilo transcendental en el cine: Ozu, Bresson y Dreyer (1972), Paul Schrader decía de Robert Bresson que era un formalista, que, para el cineasta francés, “el cine no es un espectáculo, más bien, y en primer lugar, una forma”. Admirador de las narrativas de la alienación social de Bresson, podríamos decir que el cine de Schrader también se mueve en las coordenadas del estilo, en los parámetros de una forma donde una serie de temas recurrentes convergen una y otra vez, repitiéndose siempre de manera diferente: la violencia, la culpa, la redención y el perdón bajo la plástica de la distancia y del acercamiento. Fruto de su educación calvinista y de algunos excesos vitales, Schrader lleva trasladando al cine esas obsesiones a lo largo de toda su trayectoria, desde sus inicios firmando los guiones de Yakuza (Sidney Pollack, 1975) y Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) hasta su última película como director, El contador de cartas, en salas españolas desde el 31 de diciembre de 2021.
El contador de cartas podría incluirse en lo que Schrader denominó en su día “la mirada monocular”; esto es, a la hora de contar historias, su preferencia por centrarse en individuos en vez de grupos sociales, su interés como creador en realizar un estudio absoluto de un personaje. “Mirar a un solo hombre con un solo ojo”, como le indicaba a Breixo Viejo en una entrevista en Secuencias de hace más de 20 años.
El contador de cartas, de hecho, es la historia de un jugador de póker y se inscribe, por tanto, en esta tradición narrativa de la que hablamos: tipos solitarios, samuráis contemporáneos, con un pasado atormentado a sus espaldas y ganándose la vida desde los márgenes, ejecutando su día a día repitiendo acciones y gestos, atrapados en una rutina autoimpuesta a la espera de una epifanía que les redima. El compañero Alejandro G. Calvo asegura que los mejores personajes de Schrader comparten esos rasgos y así lo confirman Travis Bickle (Robert de Niro como taxista en Taxi Driver), Julian (Richard Gere como prostituto en American Gigolo), John LeTour (Willem Dafoe en el rol de un traficante de drogas en Posibilidad de escape) o William Tell (Oscar Isaac), el protagonista de El contador de cartas.
Como sus antecesores, Tell carga sobre sus hombros un trauma que sobrelleva en su día a día mediante un estilo de vida espartano. Exmilitar de élite durante la invasión de Irak y extorturador en la prisión Abu Ghraib, a su pesar, ahora se dedica a jugar al póker, pero solo para ganar lo justo con lo que poder viajar de casino en casino, de tapete en tapete. Cuando se cruce en su vida el joven Cirk, un chaval que busca ayuda para poder vengarse de un coronel militar, también viejo conocido de Tell, las tornas se giraran hacia lugares inesperados. Sabiendo de las obsesiones de Schrader, no cuesta imaginar los oscuros espacios del alma adonde se dirige El contador de cartas.
La antipelícula de póker
“Es tan punk rock..., es de la vieja escuela, pero subversivo en la forma en que aborda el cine. Él se folla al público. Sabe lo que quieres, pero es de los que piensa ‘No te lo voy a dar’”, aseguraba Isaac sobre Schrader
“Jugar al póker no tiene nada de glamuroso”, contaba Schrader en la Mostra de Venecia 2021, donde se presentó mundialmente El contador de cartas. En el polo opuesto de las películas en las que los juegos de azar son sinónimo de glamour, como la saga Ocean’s Eleven, la franquicia de James Bond o clásicos como El rey del juego (Norman Jewison, 1965), Schrader no paró de insistir durante la promoción de la cinta en ese certamen que su obra es la antipelícula de póker. Para el cineasta de 75 años, en el póker “se trata de emplear una cantidad ingente de tiempo en cálculo de probabilidades. Es aburrido, cansado y los hoteles donde tienen lugar las partidas son tremendamente feos”.
Filmada haciendo uso de la luminosidad artificial claustrofóbica de estos espacios, Schrader modula los tempos del póker y los ritmos del jugador buscando atmósferas anticlimáticas, sin emoción ni atisbos de éxitos. Sus intenciones, justamente, van por otro lado, tratando de enfatizar esa trampa cotidiana, parapetándose del trauma, en la que se ha escondido su protagonista, interpretado por un mayúsculo Oscar Isaac.
El actor, de 42 años, ofrece un recital de contención interpretativa que, sin duda, sería alabado por Bresson, maestro de actores de emociones introvertidas. En una entrevista reciente con The Hollywood Reporter, Isaac comentaba: “Schrader es tan enérgico y directo. Sabía desde el primer momento qué película quería y cuál no quería. Rodamos en 20 días y no tuvimos el lujo de hacer tres tomas. Era básicamente una, dos y listo. Esa mezcla de la confianza que tenía en nosotros y, al mismo tiempo, esa precisión como director, es algo realmente asombroso”.
Con otros dos grandes títulos generalistas estrenados esta temporada, Dune, de Dennis Villeneuve, y el remake de Secretos de un matrimonio, de Hagai Levi para HBO y compartiendo protagonismo junto a Jessica Chastain, no nos equivocamos si decimos que Isaac ha tocado techo con su papel en El contador de cartas. “Trabajar con un tipo que es tan punk rock…, que es de la vieja escuela, pero subversivo en la forma en que aborda el cine”, aseguraba el actor en la entrevista citada sobre Schrader. “Él se folla al público. Sabe lo que quieres, pero es de los que piensa 'No te lo voy a dar'. Formar parte de eso […] es como nacer de nuevo”.
Siete cintas clave de Schrader como director