Ser la estrella de una película de serie B probablemente no sea el sueño de cualquier aspirante a actriz, pero muchas de las protagonistas de estas películas, producciones al kilo sin un guion sólido y destinadas al entretenimiento puro y duro, se han hecho un hueco en el corazón de los espectadores y en la propia historia del medio. Uno de los motivos de su éxito se debe al atractivo de estas intérpretes, es cierto, pero tampoco hay que desdeñar las historias desacomplejadamente simples y divertidas que protagonizaban. Historias de atracos, de huidas, de venganza, ciencia-ficción o terror, inverosímiles y sin apenas presupuesto, y en el que el carisma de la actriz lo era todo.
El estreno en salas de Chicas a la fuga, de Ethan Coen, cuyo guion firma junto a su mujer Tricia Cooke, y Hotel Royal, de Kitty Green, el 1 y el 15 de marzo respectivamente, nos brinda la oportunidad de reencontrarnos con los diversos arquetipos femeninos que han protagonizado este tipo de producciones. La serie B ha tenido diferentes períodos dorados –de proyectarse como la segunda cinta de las antiguas sesiones doble a convertirse en producciones para televisión o para los extintos videoclubs–, y ahora, con las grandes producciones hollywoodienses ahogadas en narrativas digitales superheroicas, cifras obscenas y al borde de la amenaza por la IA, parece que hay una cierta añoranza por esas historias sin pretensiones que solo buscaban hacer cierta la máxima de que una película solo necesita una chica y una pistola. En algunos casos, un coche también ayuda.
Pisa el acelerador
Aunque muchas de las chicas de las serie B son recordadas por el cine explotation, de las lethal women del cine carcelero a las girls and guns del cine asiático de los años 90, es en la carretera donde más fortuna han hecho estas películas y sus protagonistas. Que se lo digan a Russ Meyer, uno de los grandes nombres del cine exploit y de la serie B violenta y contracultural. En su nómina, dos hitos: Motorpsycho (1965), sobre un grupo de motoristas que agrenden a diestro y siniestro, y, sobre todo, Faster Pussycat! Kill Kill! (1965), reverso de la anterior y protagonizada por una majestuosa Tura Satana como la líder de una banda de go-gos violentas que asaltan a las pobres almas que se cruzan con ellas en la carretera.
Dos chicas a la fuga, de hecho, se inspira en Motorpsycho y otras sexploitation de la época como Bad Girls Go Hell (1965), de Doris Wishman, o las cintas de John Waters y las del primer Almodóvar. Películas “un poco sucias, pero paradójicamente llenas de inocencia”, comenta Ethan Coen. La película, así pues, nos sitúa en 1999 para seguir a Jamie (Margaret Qualley) y Marian (Geraldine Viswanathan), dos amigas lesbianas, que emprenden un viaje por carretera desde Filadelfia hasta Florida. A Jamie le ha pillado en la cama con otra mujer su novia policía, y las dos amigas esperan que ese viaje les cambie un poco la vida. Empezando por su nómina de contactos, ya que uno de los objetivos es parar en todos los bares de lesbianas de la Costa Este. Cuando alquilan un coche en una agencia de vehículos, recibirán uno equivocado y su supuesto viaje de placer se complicará, como mandan los cánones, cuando se crucen con un par de matones, su astuto jefe y un maletín. En el reparto de secundarios, Colman Domingo, Matt Damon, Bill Camp, Joey Slotnick y Pedro Pascal.
El viaje por carretera y los elementos criminales de la cinta comparten algunas similitudes con otras películas de los hermanos Coen, como No es país para viejos (2007), pero Dos chicas a la fuga es muy diferente. Cooke comentaba en Collider que su cinta es “un poco cutre”, en comparación con las obras de los Coen. “Ethan y Joel hacen películas intelectuales, y esta no lo es”. Aquí se celebra a Russ Meyer, Robert Aldrich y su perturbadora Un beso mortal (Kiss Me Deadly, 1955), y a Quentin Tarantino en tanto que miríada de referencias. La alusión a Tarantino no es baladí, ya no tanto por su seminal Pulp Fiction, sino por ese experimento de glorificación de la estética grindhouse, el cine de terror de los 70 de bajísimo presupuesto, en la magnífica Death Proof (2006). La sexta película de Tarantino es, así pues, un slasher que sigue a Stuntman Mike (Kurst Russell), un asesino en serie que mata a chicas en la carretera con su coche de doble de acción. Hasta que se cruza con Abernathy (Rosario Dawson), Lee (Mary Elizabeth Winstead) y Zoe (Zoë Bell), tres amazonas que evocan a las salvajes protagonistas de Faster Pussycat!, sedientas de venganza después de que Stuntman Mike haya asesinado a su amiga Kim (Tracie Thoms).
Al límite
Otro road trip femenino y violento es el que propone Kitty Green con Hotel Royal, la historia de dos amigas en la Australia profunda en clave de western árido y amenazante. Hannah y Liv (Julia Garner y Jessica Henwick, respectivamente) son dos mochileras americanas que, cuando se quedan sin dinero para seguir su hedonista viaje por el otro lado del mundo, acaban en un sórdido pub de una zona minera en Australia, lleno de mineros borrachos y deslenguados.
En ese lugar en medio de ninguna parte, cualquier interacción puede ser interpretada como el preámbulo de una película de terror, y esa es, justamente, la virtud de una película que bascula entre los dos puntos de vista de sus protagonistas: Hannah es un poco más cautelosa que Liv, bebe menos, se mantiene alerta y, cuando llega el momento, coge un hacha para defenderse de la amenaza. “Todos los sucesos que ocurren en la película podrían ocurrir en un bar del centro de Manhattan”, cuenta Green en IndieWire en relación con la cultura machista australiana. “[Hotel Royal] Trata en realidad de la agresividad alimentada por el alcohol, ese comportamiento que, si no se controla, puede convertirse en algo terrible. Trata de lo que toleramos, lo que permitimos, lo que soportamos como mujeres en esas situaciones y lo que sucede cuándo nos defendemos, cuándo decimos ‘no’ y tenemos que sacar el hacha”.
Esa violencia latente e inquietante forma también parte de la narrativa de Spring Breakers (2012), de Harmony Korine, la historia de cuatro amigas y un viaje de fin de curso que se transforma en un salto al otro lado del espejo y que convirtió a dos chicas Disney (Selena Gomez y Vanessa Hudgens) en insospechadas criminales junto a Ashley Benson y Rachel Korine. De las muchas imágenes icónicas que nos ha dejado esa película, la estampa de las muchachas en bikini, cubiertas con un pasamontañas rosa, fusil de asalto bajo el brazo, cantando la balada “Everytime”, de Britney Spears, alrededor de un piano blanco junto al gánster interpretado por James Franco, resume a la perfección el espíritu de la propuesta.
Más en línea con El demonio de las armas (Gun Crazy, 1950), de Joseph H. Lewis, otro de esos noirs de serie B violentísimos de los cincuenta inspirado, en este caso, en la leyenda de Bonnie & Clyde, se presentaba en el Festival de Sitges del año pasado 68 Kill, de Trent Haaga (Cheap Thrills). La película, repleta de giros alocados y violencia frenética, cuenta las desventuras de Chip (Matthew Gray Gubler) y Liza (AnnaLynne McCord) cuando esta, tras un trabajo como prostituta, le roba el dinero de la caja fuerte a un benefactor. Una película repleta de sensualidad, pistolas y vida al límite.
La última propuesta que se mueve en estas coordenadas es la novísima Love Lies Bleeding, de Rose Glass (Saint Maud) y protagonizada por Kristen Stewart, Katy O’Brian, Jena Malone, Dave Franco y Ed Harris. Recién presentada en los festivales de Sundance y Berlín, la cinta nos traslada a los años 80 para contar el romance peligroso entre el personaje de Stewart y el de O’Brian, una aspirante a culturista. Aunque ha recibido críticas encontradas, estamos convencidos de que la pareja protagonista y el tono gore y salvaje por el que navega le sacaría una sonrisa cómplice a la mítica Tura Satana.