Hay trayectorias cinematográficas cuyo recorrido parece justificar tendencias, movimientos o incluso teorías. Es el caso, por ejemplo, de Federico Fellini, cuya carrera fue a la par del auge y confirmación de la célebre política de los autores, proclamada por François Truffaut en las páginas de Cahiers du Cinéma y adoptada al otro lado del charco con éxito por críticos como Andrew Sarris en su no menos conocido Notes on the Author Theory, una de las biblias del Nuevo Hollywood. “Si 1954 fue el año de La Strada y de la promulgación por parte de Truffaut de una política de autores”, cuenta el profesor Frank Burke, especialista en el cine del italiano, “cuando se rueda La Dolce Vita en 1959, surge la Nouvelle vague francesa, mientras que cuando aparece 8 1/2 en 1962 se publicaba el influyente libro de Andrew Sarris”. Resulta muy complicado, así pues, separar al creador del fenómeno cultural del autor de la ola que lo contextualiza.
Han pasado más de sesenta años desde que Truffaut sentara cátedra sobre el cine de autor y, sin embargo, la sombra de Fellini sigue siendo aún alargada. Acudir al voluptuoso cineasta cada vez que un creador cinematográfico decide recordar sus orígenes a través del cine puede resultar fácil y hasta perezoso, pero también inevitable habida cuenta de las muchas deudas que no pocos directores parecen tener con el italiano y con su manera de relacionarse, al menos desde el séptimo arte, con el pasado.
El caso de Sorrentino con Fue la mano de Dios, estrenada hace un año en Netflix, tal vez sea más evidente en términos de filias fellinianas que el de Roma, de Alfonso Cuarón, el de Belfast, de Kenneth Branagh, el de Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar, o el de Richard Linklater en Apolo 11 1/2, pero tanto uno como los otros trabajos han abierto la puerta a una ola creativa en la que el recuerdo aparece como el único relato posible. Ahora, Armageddon Time, de James Gray, The Fabelmans, de Steven Spielberg, y Bardo, de Alejandro González Iñárritu, otros tres opus autobiográficos de otros tres grandes cineastas, llegan a la gran y pequeña pantalla este noviembre para completar un inesperado ciclo de cineastas evocando su infancia y sus inicios. Estas tres últimas propuestas, como la de sus compañeros, nos recuerdan por una parte el enorme influjo de la autobiografía entendida tal y como lo hizo Fellini pero también apuntan, quizá, que esa idea del gran autor que se impuso con el italiano podría estar despidiéndose, volviendo su mirada atrás consciente del paso de los años y de su pronta desaparición.
Los tormentos de Iñárritu en ‘Bardo’
Han pasado casi siete años desde que Alejandro González Iñárritu lograra el Oscar a la Mejor dirección por El renacido, y veremos qué sucede con Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades, su controvertido y particular 8 1/2 bajo el signo de Julio Cortázar o Borges sobre la crisis existencial que sufre un periodista y documentalista mexicano llamado Silverio Gacho, interpretado por Daniel Giménez Cacho.
Como suele suceder, lo nuevo de Iñárritu no es plato para tibios y promete provocar opiniones encendidas cuando se estrene en salas el próximo 4 de noviembre (el 16 de diciembre en Netflix). Y no solo por todo lo que rodea la obra, desde las dos horas y cincuenta y cuatro minutos de duración de la película que se presentó en la Mostra de Venecia –recortadas hasta llegar a poco más de dos horas y media en menos de un mes para su presentación en el Festival de San Sebastián–, hasta los rumores sobre el rodaje de Bardo en relación con la falta de protocolos sanitarios contra la Covid o las críticas polarizadas en su estreno en el Lido, sino también por la particular manera de entender el cine del mexicano, siempre desde el desbordamiento.
En Bardo, el director de Amores perros y Birdman propone “experimentar un estado mental” que arremete contra todos, incluso contra su propia egolatría. Para algunos, una oda a su narcisismo, para otros, una película en la que el mexicano desnuda todas sus inseguridades; de lo que no hay duda es de los riesgos profesionales que ha asumido. “Esta película, a diferencia de las otras, no la hice con la cabeza, sino con todo mi corazón”, comentaba el cineasta en la presentación en Venecia del filme. “Es una biografía emocional que no pretende ser verdadera, sino honesta. Lo más difícil es compartirla”.
Queens en los 80 y el neocapitalismo, según James Gray
“El título de la película es de la canción de los Clash ‘Armagideon Time’. Me gustaban mucho los Clash en 1981, así que me pareció que encajaba”, explicaba el americano James Gray en las páginas de The Hollywood Reporter sobre el origen del título de su película. “Luego recordé que Ronald Reagan siempre hablaba del Armagedón. Siempre mencionaba el fin del mundo. Era un trauma cultural y era algo que pesaba en los niños que crecieron en los 1980”.
No es casual que el protagonista de Armageddon Time, en salas de cine a partir del próximo 18 de noviembre, sea un chaval, supuesto alter ego de Gray. El cineasta, nacido en 1969, creció durante el reaganismo en el seno de una familia de ascendencia judía, una característica que ha aparecido en algunas de sus películas (La otra cara del crimen o Two Lovers), pero que aquí se aborda, aunque no de manera confesa, desde la autobiografía y Gray vuelve la vista atrás para recordar los años formativos como escenario de una clase media en fricción con muchas de las tensiones económicas, de clase o étnicas que todavía hoy no ha superado Estados Unidos. Con ecos del Scorsese de la década de los 80, el cine de Truffaut o el de Coppola, Anne Hathaway, Anthony Hopkins o Jeremy Strong (Succession) acompañan esta meditación sobre el pasado reciente del país, caldo de cultivo del turbocapitalismo inmisericorde por el que navega en el presente.
La sala de cine, el hogar del pequeño Spielberg
En el último Festival de Toronto, Steven Spielberg logró con The Fabelmans el Premio del Público, en una gesta que supone coronarle como el favorito en esta próxima temporada de premios del cine estadounidense en la carrera hacia los Premios de la Academia. Aunque todavía quedan meses y no pocas cintas brillantes por estrenar durante este tiempo, Spielberg tiene todo a su favor para verse, como mínimo, paseando por la alfombra roja de los Oscar una vez más. La cinta llega el 24 de noviembre a salas de cine y supone el particular Amarcord del gran director taquillero del cine de los últimos 40 años, el despertar a la vida y al cine a través de los ojos de un niño, sosías, está claro, del Spielberg infante.
Gabriel LaBelle encarna a Sammy, el álter ego del director, mientras que Michelle Williams y Paul Dano interpretan a sus padres y Seth Rogen a su tío favorito. El genial cameo de esta película que narra la educación sentimental y cinéfila de un niño en la Arizona de la posguerra, con la promesas y espejismos de los años del baby-boom, es absolutamente sorprendente: David Lynch. Las crónicas desde Toronto no han confirmado lo que viene siendo un rumor a voces desde hace meses, que Spielberg le ha encomendado al director de Twin Peaks y Carretera perdida la misión de ponerle rostro al legendario John Ford, con quien al parecer Spielberg mantuvo un encuentro que le marcaría para siempre. Si así fuera, ya solo como idea merece entrar en los anales del cine, pero The Fabelmans, a tenor de todo lo dicho tras su paso por Toronto, apunta, tal vez, a película-memoria definitiva: “Se presagia un éxito absoluto que pondrá patas arriba a la industria”, señalaban en The Hollywood Reporter para, como corolario, sentenciar: “The Fabelmans se toma un momento para saborear la incertidumbre y la esperanza entre la imaginación de una carrera y su asombrosa realización”.