Francis Ford Coppola, nacido en Detroit en 1939, es un tipo al que siempre le ha gustado jugársela. Proyectos monumentales, presupuestos desmesurados, egos titánicos y balanceos en la cuerda floja. “Eso ha sido parte del genio de Francis desde siempre, no solo atreverse a cruzar el puente, sino a hacerlo por el borde y, por lo visto, sin caerse, colgado en el espacio mientras los tiburones le mordisquean los talones y él dice: ‘Eh, venid aquí, es fantástico”, recordaba el montador Walter Murch en el seminal libro sobre el Nuevo Hollywood Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind.
Ahora, con 85 años, presenta Megalópolis, en salas de cine desde el pasado 27 de septiembre después de estrenarse en el Festival de Cannes del pasado mayo y recibir críticas encontradas. Desde luego, a Coppola no puede acusársele de que su última película no sea una apuesta loquísima y personalísima, tanto por su planteamiento, en un futuro Nueva York ataviado de Imperio Romano un arquitecto (Adam Driver) aspira construir una utopía a partir de una ciudad corrupta, enfrentándose al mismísimo alcalde (Giancarlo Esposito), como por las formas, de un barroco extremo. A diferencia, no obstante, de las películas que han hecho del cineasta uno de los más temerarios kamikazes de Hollywood, la que puede ser su última gran obra es también la más esperanzadora. A pesar de los reveses.
Érase una vez un cineasta
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Apocalypse Now (1979)
En el celebérrimo libro de Biskind, George Lucas recordaba que su colega Francis “era capaz de venderles hielo a los esquimales”, pero con Megalópolis, que ha costado la friolera de 120 millones de dólares, el director de Apocalypse Now (1979) no ha contado con tantos apoyos y ha tenido que producirla enteramente a través de su empresa personal, American Zoetrope.
Hubo un tiempo, claro, en que el dinero le caía a espuertas y Coppola era Dios en ese Nuevo Hollywood que permitía todos los excesos si con ello se llenaban las arcas de los grandes estudios. Pero todo llega a su fin y el caos de Apocalypse Now fue la piedra de toque que llevó a los estudios a ir cerrándole el grifo de dólares paulatinamente.
Justo después de los éxitos de El Padrino (1972), y El Padrino, Parte II (1974), el cineasta asumió la dirección de Apocalypse Now, tras las dudas de George Lucas para encargarse del proyecto, y comenzó a prepararlo todo como siempre hacía: a lo grande. Quiso fichar a Steve McQueen y a Al Pacino, pero al no convencerles se enfureció y tiró sus Premios Oscar por la ventana, destrozando todos menos uno. Tras una serie de negociaciones logró reunir 12 millones de dólares para financiarla. El 1 de marzo de 1976, Coppola, acompañado por su familia, partió por fin para Filipinas. Estaba previsto que el rodaje durase catorce semanas, pero, como bien sabemos, los planes se fueron al traste. El ataque al corazón que sufrió Martin Sheen, los problemas con Marlon Brando, los derroches opíparos de Coppola, las drogas que corrían por el set de Filipinas, un incendio, ¡un tifón que se lo llevó todo por delante…! Al final, Apocalypse terminó costando más de 40 millones de dólares y casi liquida al cineasta y al Nuevo Hollywood.
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En Megalópolis, Adam Driver encarna al arquitecto empeñado a construir una utopía en la futura y corrupta ciudad de Nueva York.
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Corazonada (1981)
Esa infame medalla se la acabó colgando Michael Cimino por la operística Las puertas del cielo (1980), que dio carpetazo a la United Artists, aunque para Coppola, quien decía que “para vivir dentro de tus posibilidades no se necesita imaginación”, las cosas también cambiaron. En parte. Con Corazonada (1981), completamente rodada en los estudios que el director había adquirido en Santa Mónica hacía poco, volvió al camino del derroche. Protagonizada por Teri Garr, Frederic Forrest, Raúl Juliá y Nastassja Kinski, este musical romántico contaba con un presupuesto inicial de 12 millones, pero acabó costando 27 y recaudó tan solo 2,5 millones. Biskind recuerda: “Después de mucho discutir, llegó a un acuerdo con Columbia, y la película se estrenó el día de San Valentín de ese año. Fue retirada de cartel a finales de abril, apenas siete semanas más tarde, sepultada bajo una avalancha de críticas negativas y crueles”. Coppola, que se había hipotecado para financiar Corazonada, estaba literalmente arruinado.
Caída, resurgimiento y vuelta a las andadas
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Cotton Club (1984),
No todo estaba perdido para el director italoamericano, ya que con Rebeldes y La ley de la calle, ambas de 1983, reconectó con el público joven y con la taquilla, por lo que los estudios volvieron a confiar en él. Su siguiente proyecto, Cotton Club (1984), cayó en sus manos por una carambola. En un principio iba a ser dirigido por el productor del Nuevo Hollywood Robert Evans, pero este finalmente se lo cedió a Coppola mientras trataba de levantar la financiación.
El turbio asesinato en mayo de 1983 de Roy Radin, uno de los productores, cuando la cinta no había comenzado siquiera a rodarse, iba a marcar un proyecto en el que un Coppola endiosado sustituyó a técnicos, coreógrafos y decorados. El presupuesto de la película, que cuenta parte de la historia del célebre club de jazz situado en el corazón del Harlem durante los años de la ley seca, ascendió a 47 millones de dólares, ocho veces superior al de El padrino. El último encontronazo entre Coppola, Evans y Orion Pictures, distribuidora de la cinta, concluyó con un tijeretazo de muchas escenas musicales, sustituidos por escenas que desarrollaran la trama de manera más explícita. En 2015, Coppola recuperó una versión en Betamax del metraje original, que incluía esas escenas recortadas, remasterizó con su propio dinero el material y en 2017 estrenó una versión de 139 minutos titulada The Cotton Club: Encore. Fue su particular venganza.
Los años 80 estuvieron marcados por la muerte de su primogénito, Gio Coppola, en un accidente de moto acuática. El cineasta estaba rodando Jardines de piedra (1987) y sin duda ese acontecimiento y las dificultades profesionales con las que lidió esos años dejaron un poso melancólico en su cine. Solo hay que ver Tucker: Un hombre y su sueño (1988) para entender las circunstancias y el ánimo del director de entonces.
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Drácula, de Bram Stoker (1992)
Ahora bien, si El Padrino III (1990) y Drácula, de Bram Stoker (1992) le ayudaron a salir del bache económico y de prestigio, el cambio de siglo le pilló a Coppola a por uvas. Legítima defensa (1997), adaptación del best-seller de John Grisham, le proporcionó pingües beneficios, pero poco había en esa cinta de ese cineasta megalómano y desafiante de antaño. El cineasta se centró en la diversificación de negocios y fueron los años en que su marca de vino acabó de tomar cuerpo. Aunque Coppola comenzó en los años 70 en el mundo vitivinícola, en el 95 compró el antiguo castillo de Inglenook Winery para crear un finca enteramente dedicada al negocio. Del mismo modo, en 2018 lanzó una marca de cannabis conocida como The Grower's Series, asociado con Humboldt Brothers, a raíz de la legalización en 2016 en California del consumo recreativo de la sustancia.
¿Todo por un sueño?
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Tetro (2009)
El siglo XXI ha sido para Coppola el del cine digital, entre las epopeyas desafiantes como El hombre sin edad (2007), los dramas intimistas como Tetro (2009) y el cine de género de perfil bajo como Twixt (2011). Ninguna de estas tres películas fue bien recibida en su momento. Más bien lo contrario, porque si bien cada una de ellas juega en una liga diferente, todas coinciden en un narración confusa, enigmática y sobreabundante en ideas. De vuelta de todo, Coppola parece cero interesado en repetir glorias pasadas, sino más bien en experimentar qué es lo que le queda por hacer en materia cinematográfica.
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Twixt (2011)
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Nathalie Emmanuel, conocida por su papel de Missandei en Juego de tronos, es Julia Cicero, la hija del alcalde enamorada del arquitecto en Megalópolis.
Megalópolis podría entenderse, así pues, como el último as en la manga del cineasta, a tenor de la locura plástica que inunda una historia poderosa. Una obra bigger than life, marca de la casa, que recupera el ánimo decadente del Imperio Romano para llevarlo en no pocos momentos al terreno de la experimentación: collages, pantalla dividida en un tríptico, montajes paralelos y saturación cromática. Un circo, apasionante en todos los sentidos. En su estreno mundial en Cannes, el pase incluyó una escena difícilmente replicable en las salas convencionales: un actor se levantó entre el público y empezó a mantener un diálogo con el personaje de Driver desde la gran pantalla.
Por si la película en sí no fuera lo suficientemente intensa, su estreno en salas llega acompañada de una retahíla de polémicas. Primero, los problemas a la hora de conseguir distribución. Segundo, las acusaciones de conducta sexual inapropiada de Coppola en el rodaje. Y tercero, la retirada del tráiler del filme por parte de Lionsgate al incluir supuestas reseñas negativas que cosecharon en su día filmes clásicos del cineasta como Drácula de Bram Stoker, Apocalypse Now o incluso El padrino. El problema es que todas esas críticas eran completamente falsas y fueron ideadas mediante ChatGPT.