Pasar al contenido principal

‘Excelentísimos borrachos’, el diccionario etílico de Carlos Janín

Excelentísimos Borrachos. Un diccionario ilustrado etílico cultural de alcoholes y alcohólicos selectos y notables, de Carlos Janín

No son pocos los cuadros dedicados a la bebida de moda en Europa a finales del XIX y principios del XX. En este caso de 1908, Jean Béraud retrata a dos bebedores bajo los efectos de la absenta, también conocida como “diablo verde”.

Excelentísimos borrachos es un diccionario sobre la relación entre los artistas y el alcohol, con más de cuatrocientas entradas y doscientas cincuenta bebidas distintas: la sabiduría perfecta para una sibarita charla de barra. 

¿Sabían que una señal del fin del mundo narrado por san Juan es que un tercio del agua del mundo se convierta en absenta? Sería una grave catástrofe medioambiental, pero una buena noticia para los más borrachines. Esta anécdota y dos mil más podrá catar el bebedor selecto en el diccionario Excelentísimos borrachos, que ha elaborado Carlos Janín (Pamplona, 1944) para la editorial Reino de Cordelia. 

En el prólogo se relaciona el diccionario con la pereza, pero la verdad es que al pasar por sus más de cuatrocientas entradas uno puede tender a pensar más en el enciclopedismo pynchoniano, perfecto para una selecta charla de barra. Nos encontramos con todo tipo de artistas representando las paradojas turbulentas de la creación como son Luis Buñuel, Salvador Dalí y Charles Bukowski. También hay poetas e incluso indígenas borrachos descubiertos por exploradores. 

Por supuesto, el autor no olvida el lado malo de la bebida, ejemplificado en aquellos casos que perdieron la vida, como el del pintor abstracto Jackson Pollock y su pareja, que murieron cuando él conducía en plena borrachera su Oldsmobile descapotable a toda velocidad. 

Carlos Janín

Carlos Janín

Desde los tiempos más antiguos, el número de grandes hombres propensos a la ingesta alcohólica supera al de los sobrios. Carlos Janín ha compuesto un original y completo diccionario, ilustrado con cientos de fotografías e imágenes, donde da cuenta de la estrecha relación que, para bien o para mal, existe y ha existido siempre entre el uso y el abuso del alcohol y la creación artística y literaria.

Carlos Janín estudió Filología Románica en la Universidad de Salamanca, se doctoró en la de Montpellier y enseñó Literatura Española y Traducción en la de Lyon hasta su jubilación, en el 2004. Ha escrito novela, relato y ensayo, y también ha publicado algunas traducciones. En el 2009 aparecieron su Diccionario del suicidio, en la editorial Laetoli, y Vocabulaire espagnol, en Le Robert & Nathan, París. Con anterioridad a este diccionario de alcohólicos ilustres publicó un volumen de relatos, Cuentos para la hoguera (2018). Autor de obra pictórica tanto de caballete como mural, ha expuesto en galerías y en espacios públicos de diversos países. Quedamos un lunes para charlar sobre los excelentísimos borrachos que protagonizan su último libro.

Ya has hecho otros diccionarios antes, ¿cómo se te ocurrió la idea para este? 

Digamos que, como suelo explicar a la gente, el diccionario es efecto de la pura pereza intelectual y, por otra parte, es similar a la pasión del coleccionista. Yo no he sido nunca coleccionista ni de mariposas ni de sellos. Pero sí he sido coleccionista y ponía cosas en mi álbum sobre alcohólicos, en orden alfabético, un orden que ayuda al perezoso: en lugar de lanzarse a un estudio profundo o a una tesis cultural va pegando sellos. Es un trabajo muy distraído, muy entretenido, muy propio para jubilados como yo.

¿Cómo fue la escritura? 

Hoy en día lo que ayuda muchísimo a este tipo de trabajo es internet y la informática. Este libro, como cualquier otro de este tipo, si lo hubiéramos hecho hace años, hubiera supuesto recorrer bibliotecas y viajar a la biblioteca de París o a la de Washington. Sin embargo, esto ha sido viajar por pantallas en las que manejas lo que te da la gana sin esfuerzo. Yo como soy viejo he conocido otra época en la que escribíamos a máquina y a mano. Ha durado el esfuerzo unos cuatro años, que también coincidió con el encierro por la pandemia, cuando era mejor encontrar un entretenimiento de este tipo. Escribir es una terapia, para los viejos, especialmente, muy buena.

Excelentísimos Borrachos. Un diccionario ilustrado etílico cultural de alcoholes y alcohólicos selectos y notables, de Carlos Janín

Charles Bukowski, en 1978, durante su famosa aparición en el programa televisivo Apostrophes de Bernard Pivot. Borracho y sin parar de beber vino, se dedicó a escandalizar a los presentes, abandonando el plató antes de finalizar. “Si ocurre algo malo, bebes para olvidarlo; si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo; y si no pasa nada, bebes para que pase algo”, escribió en Mujeres (1979).

¿Que relación hay entre el diccionario y la pereza? 

Yo no soy el primero al que se le ocurre la idea. Tengo por ahí en algún rincón del ordenador una serie de citas de estudiosos que califican a autores de diccionarios, algunos enciclopedistas célebres, diciendo cosas como “claro, esa es la prueba de su pereza mental, era el sistema más cómodo”. Eso lo aplican a un autor francés del siglo xvii, Bayle, un erudito tremendo, del que decían que tenía cierta pereza intelectual. También le sucedió a Flaubert cuando hizo un diccionario de tópicos: en lugar de escribir una novela se dedicó a reunir cosillas.

¿Tiene alguna opinión sobre las leyes que rigen la bebida? 

Lo que sí me llama la atención como ciudadano es el doble rasero con que se mide y se juzga el alcohol y el resto de las drogas. Se persigue como un veneno espantoso al porro o a la marihuana, y cualquier cosilla; en cambio, el alcohol está rodeado de un aura de prestigio, contra él nadie se mete actualmente. Incluso el tabaco mata, pero en las botellas de vino no veo que adviertan de la cirrosis ni de los peligros para el hígado.

Excelentísimos Borrachos. Un diccionario ilustrado etílico cultural de alcoholes y alcohólicos selectos y notables, de Carlos Janín, editorial Reino de Cordelia (2023), 512 páginas, PVP: 28,50 €

En Los bebedores de absenta (1876), Edgar Degas retrató a sus amigos Ellen Andrée y Marcellin Desboutins bebiendo ajenjo, ensimismados en el parisino Café de la Nouvelle Athènes, lugar de encuentro de los artistas impresionistas. Oscar Wilde dijo de la absenta que “después del primer vaso ves las cosas como te gustaría que fueran; tras el segundo las ves como no son en realidad, y tras el tercero las ves tal como son; y eso es lo peor de todo”. A la derecha, Vieja ebria, copia romana en mármol de un original helenístico (Museo Capitolino).

Excelentísimos Borrachos. Un diccionario ilustrado etílico cultural de alcoholes y alcohólicos selectos y notables, de Carlos Janín

Picasso también disfrutó con fruición del alcohol y dejo constancia de ello en sus cuadros, como en Dos mujeres en la barra del bar, 1903. A la derecha, el pintor Jackson Pollock, muerto al volante de su oldsmobile descapotable cuando conducía bajo los efectos del alcohol.

¿Cree que se subestima el poder del colocón? 

Depende tantísimo de los individuos… En mi diccionario hay veinte mil ejemplos de gente a la que les ayuda muchísimo, se muestran tan creativos. Pero también doy noticias de gente a la que el alcohol conduce solo al coma etílico, a la resaca tremebunda o a cosas peores. Lo comprobamos en la vida cotidiana: estamos varios amigos juntos y a uno le sienta bien y a otro le sienta mal, a uno le cae gracioso y el otro se cae de la silla. En el colocón influyen muchísimo la cabeza y la preparación de cada uno.

En su diccionario hay doscientas cincuenta bebidas distintas. 

Sí que he probado muchas. Me gusta mucho con los amigos: nos hacemos buenos cócteles. No figuraría entre los bebedores excesivos, pero sí me encanta la calidad.

¿Cuál es su bebida favorita? 

Soy muy cervecero. Me encanta hacer cócteles, hasta he inventado alguno, pero le tengo mucha afición a la cerveza.

‘Excelentísimos borrachos’, el diccionario etílico de Carlos Janín

Patricia Highsmith, fotografiada en 1942, con 21 años. Marguerite Duras, Carson McCullers, Dorothy Parker o la propia Highsmith son algunas de las escritoras aficionadas al alcohol que aparecen en este diccionario.

¿Cuál cree de su diccionario que es el artista al que mejor le sentaba el alcohol? 

Se me ocurre nuestro buen poeta Claudio Rodríguez. Es un buen ejemplo, escribió muchos libros y El don de la ebriedad es de los más conocidos. Le sentaba muy bien y toda la vida bebió con sus amigos. Estoy pensando en un granadino, Francisco Ayala, que murió con casi ciento cuatro años, y que siempre todas las noches, cuando era muy viejecito, se tomaba una manzana y un vasito de whisky, y decía que la manzana no era prescriptiva. Con su buen whisky nocturno vivió sanísimo, hay gente a la que le sienta muy bien, y su producción intelectual hasta el último momento fue extraordinaria.

¿Se animaría a hacer un diccionario de fumetas ilustres? 

Quizás no porque conozco menos el terreno. Ya salen bastantes en el libro porque los hay que toman de todo, pero parece que hay menos testimonios literarios. La literatura romana está por ejemplo llena de homenajes a Baco, en cambio, no hay quizás tanta riqueza de testimonios con otras sustancias. Borrachos en los cuadros también hay miles. ¿Dónde encontrar tantos fumetas? Me parece que hay muchos menos.

Carlos Janín

El autor empinando el codo en el patio de su casa.

Exordio:

Excelentísimos Borrachos. Un diccionario ilustrado etílico cultural de alcoholes y alcohólicos selectos y notables, de Carlos Janín, editorial Reino de Cordelia (2023), 512 páginas, PVP: 28,50 €

Excelentísimos Borrachos. Un diccionario ilustrado etílico cultural de alcoholes y alcohólicos selectos y notables, de Carlos Janín, editorial Reino de Cordelia (2023), 512 páginas, PVP: 28,50 €

EXCELENTÍSIMOS BORRACHOS se puede interpretar, en su ambigüedad, como borracho de cultura, como cultura de borrachos o como historias de borrachos cultos. Todo puede ser y de todo hay un poco en este cajón de sastre. 

«Existe la creencia, casi unánime —escriben en el prefacio a su magno estudio Rudolf y Margot Wittkower—, de que los artistas son, y siempre han sido, egocéntricos, caprichosos, neuróticos, rebeldes, informales, licenciosos, estrafalarios, obsesionados por su trabajo y de difícil convivencia». Solo falta añadir: ... y no poco dados a la bebida. Javier Barreiro, especialista del tema alcohólico, lo confirma: «Desde la antigüedad, el número de grandes hombres bebedores es posible que supere al de los sobrios». Por ello, se ha compuesto este diccionario tratando de dar cuenta de la estrecha relación que, para bien o para mal, existe y ha existido siempre entre el uso y el abuso del alcohol y la creación artística y literaria. 

La forma de diccionario responde a la pereza intelectual del autor, cosa que ya muchos críticos han diagnosticado a otros coleccionistas alfabéticos. «Se entrega a este tipo de pereza, por demás laboriosa, propia de los eruditos», dice René Pomeau, quien añade: «Da lo mejor de sí merced a la anarquía alfabética de un diccionario». Lo confirma Claudine Gothot-Mersch concluyendo: «La investigación documental no es sino [...] la coartada de la pereza». 

Este alcohol cultural que impregna el libro es un concentrado de contradicciones, ya que aparece a la vez como fuente de alegría, motor festivo y exaltación de la amistad, junto al abismo de la desgracia, tobogán hacia la perdición y sentencia de muerte. Tal vez, acercando la lámpara, podría esbozarse cierta distinción entre las obras y sus autores, siendo las primeras más risueñas, aunque tampoco siempre, y los efectos en los segundos más calamitosos. Léase en todo caso con moderación, pues en la moderación y justo medio puede que esté la clave del buen provecho. ¡Salud! 

Agua

Entre las más de cuatrocientas entradas de este diccionario de Excelentísimos borrachos seleccionamos una en la que el autor describe precisamente a la bebida no alcohólica por excelencia.

Excelentísimos Borrachos. Un diccionario ilustrado etílico cultural de alcoholes y alcohólicos selectos y notables, de Carlos Janín, editorial Reino de Cordelia (2023), 512 páginas, PVP: 28,50 €

¡Sacrilegio! ¿Qué pinta el agua en un diccionario como este? ¡Calma, calma! Es para explicar por qué en tiempos pasados, contrariamente a los actuales en que la botella de agua se ha convertido en el pulmón artificial del ciudadano medio, practique el jogging o vaya al supermercado, no se bebía. Sencillamente, porque era algo de lo más insano. Así, san Arnulfo, o saint Arnould en francés, obispo de Metz y luego patrón de los cerveceros, no cesaba de prevenir a los fieles de su diócesis contra el peligro de beberla, ya que, según él, siempre estaba contaminada, recomendándoles que bebieran cerveza. En un estudio anónimo sobre la bebida en la obra de Shakespeare y los tiempos de Shakespeare, se lee: «El té y el café aún no habían llegado a Gran Bretaña, y el agua constituía un peligro para la salud, de modo que las bebidas alcohólicas eran casi la única opción. En la época de Shakespeare, el agua potable apenas si existía, en particular en los pueblos y ciudades». Todavía en París, en vísperas de la Revolución francesa, tanto en la corte como en la ciudad, el consumo de agua era escaso, e incluso caro si se trataba de agua potable traída a domicilio. El agua seguía aún sin ser corriente en ninguno de sus sentidos. De todos modos, se puede tener sed, pero no de agua, como bien precisa Sancho Panza: «Si yo la tuviera de agua [...], pozos hay en el camino donde la hubiera satisfecho». 

Bien se entiende entonces, a la luz de estos recordatorios, la fugaz alianza que, en la obra de Ibsen Un enemigo del pueblo (1882), se establece contra el agua entre el sabio doctor que quiere evitar la contaminación del pueblo y un borracho local. Admirable alianza entre la ciencia y la embriaguez en contra de ese tan venenoso elemento y de la codicia general de la población. Pero, aunque el agua hubiera sido más potable, el arte y la literatura no la habrían soportado, pues, como ya decía Horacio, «Ningún poema puede gozar de larga vida si ha sido escrito por bebedores de agua». Una antología de textos que contuviera improperios contra el consumo de este pálido elemento pronto alcanzaría la corpulencia de una enciclopedia. Los de Rabelais figurarían en lugar preferente. Tras recomendar en su Traité de bon usage de vin desayunar con vino, proclama: «Quien por el contrario desde la mañana bebe agua u otro líquido análogo quedará blandengue y culicolgante hasta las últimas horas vespertinas; y se acostará sudoroso y tendrá pesadillas». Por sorprendente que pueda parecer, para este ilustre doctor en medicina, el consumo de agua volverá turbia su orina, mientras que el vino la va a hacer clara, saludable y sonrosada. Cuando el personaje del soldado del entremés de Quiñones de Benavente El borracho (1645) pregunta al barbero: «¿Qué ha echado, maestro?», y este le responde: «Agua», al punto salta horrorizado: «¿Al enemigo me entrega?». «Levántase y patalea» —precisa la acotación, como si lo hubieran rociado con veneno; y aún se queja cuando acude la hija del rapador—: «¡No es casi nada! / Agua me ha echado». Los Hidrópatas, alegre asociación fundada en París en 1878, no padecían de alguna enfermedad grave como la hidropesía; pero sus miembros se prevenían así contra su peligroso consumo. Si hay alguien que ha lanzado los peores denuestos contra este elemento es, por esa misma época, Alfred Jarry, quien siempre la trató de «veneno», de «reserva de microbios», «tan disolvente y corrosiva que por algo ha sido elegida entre todas las substancias para las abluciones y las coladas». Cómo será de nociva, según el padre de Ubú, que basta con una sola gota para que la bendita absenta, esa «hierba santa», pierda su transparencia y se enturbie. Y eso que en aquellos tiempos, el agua aún no estaba clorada como lo está hoy la del grifo, y por lo tanto, cargada de trihalometanos dispuestos a producirnos cáncer en la vejiga. Parecido clamor al que lanza el soldado de Quiñones es el alarido de Quincas Berro Dágua, de Jorge Amado cuando, creyendo que es cachaza, se bebe «de un trago» un vaso lleno: «Un grito inhumano turbó la placidez de la mañana [...] El grito de un animal herido de muerte, de un hombre traicionado: ¡Aguuuuuuuuaaaaa!». Al dueño de la botella, un «simpático español», lo cubre de insultos: «¡Inmundo, asqueroso español maldito!» (Los viejos marineros,1961). Entre los peores enemigos del agua, figuran a muchos siglos de distancia dos poetas franceses, François Villon en el siglo XV, Georges Brassens en el siglo XX.

Estamos totalmente de acuerdo con Giacomo Casanova, quien al término de un suntuoso banquete al que convidó en la ciudad renana de Brühl a ochenta comensales, y en el que solo con las ostras del aperitivo se bebieron veinte botellas de champán, resumía dichoso y satisfecho: «Observé con sumo agrado que durante el almuerzo no se bebió ni una sola gota de agua, dado que el champán y los demás vinos que en él se sirvieron no la admiten». 

No es menos cierto que si el agua es tan nociva y puede matar, también se puede morir por miedo al agua. Por miedo al tifus y al agua que, según los periódicos, la transmite, murió el pobre Restrepo, según se cuenta en La sillita (1919) de los hermanos Álvarez Quintero. Aquel Restrepo, «que ya era afisionao, apretó en los licores y le mató un derrame». 

El rechazo del agua es además prueba de virilidad. Así se lo dicen las mujeres guatemaltecas al gran periodista Martín Caparrós en su Ñamérica (2021), quien resume: «Para esos hombres que se creen muy hombres el agua es la vergüenza: lo que no es aguardiente, lo que no es cerveza, lo que no es de machos». Y más adelante, en Bogotá, observa: «Las botellas de cerveza se acumulan delante de los hombres, sobre las mesas de los bares populares; cuantas más botellas, más hombre es el hombre». 

Entre los cartelistas que, con humor, nos advierten de abstenernos de su consumo, el francés Georges Redon trató el tema repetidas veces en aquellos sus tiernos dibujos de los años veinte con niños lanzando en airosa curva su chorrito de orina al agua del río. La divisa que los acompaña no admite réplica: «Ne buvez jamais d’eau» (Nunca bebáis agua). En uno de ellos, una rana medio intoxicada sale del río escupiendo o vomitando lo que ha bebido. 

Con qué fina ironía, aunque creo que involuntaria, don Mattias Aronsson, un estudioso romanista sueco, dedica todo un sesudo estudio académico al... ¡tema del agua en Marguerite Duras! Creo que tiene otros anunciados sobre la fidelidad del Tenorio, la castidad en Casanova y la frugalidad de Gargantúa. Pues bien, parece que, para algunos, esta agua detestada les sirve de remedio contra la llamada irreprensible del alcohol. Así, a Fernando Marías, quien, en su novela autobiográfica, describe en términos dramáticos sus heroicos esfuerzos por beberla: «No me cabe una gota más, pero sigo bebiendo. La esperanza de la victoria asoma con las primeras arcadas. Largos dedos gruesos parecen serpentearme por la garganta y las tripas, buscando provocarme el vómito. Lucho contra él, resisto. Cuanto más aguante, más duradera será mi victoria» (El mundo se acaba todos los días, 2006, p. 242). 

Hay que reconocer que, a pesar de todo lo dicho, ¿qué sería de la absenta sin el agua, y de la palomita española, del pastís, el pernod o el ricard de los franceses, el ouzo griego y todos los demás anisados mediterráneos? Sin hablar del vino de los antiguos helenos, siempre servido con su porción de agua, en proporción de un tercio por dos. Entre los poemas alejandrinos atribuidos durante mucho tiempo a Anacreonte, oímos clamar al poeta: 

«Dame agua, muchacho, dame vino, dame coronas floridas, para que mida mis fuerzas con las de Eros». 

Lo de la absenta depende para quién, porque los hay que la prefieren a palo seco: «Deux absinthes —pidió Dick. —La mía con agua —dije yo. —Eso es absurdo. Qué sacrilegio» (Anthony Burgess*, Poderes terrenales, 1980). 

(v. Abstemio* y Debate*).

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #314

Te puede interesar...

Suscríbete a Cáñamo