¿Sabían que una señal del fin del mundo narrado por san Juan es que un tercio del agua del mundo se convierta en absenta? Sería una grave catástrofe medioambiental, pero una buena noticia para los más borrachines. Esta anécdota y dos mil más podrá catar el bebedor selecto en el diccionario Excelentísimos borrachos, que ha elaborado Carlos Janín (Pamplona, 1944) para la editorial Reino de Cordelia.
En el prólogo se relaciona el diccionario con la pereza, pero la verdad es que al pasar por sus más de cuatrocientas entradas uno puede tender a pensar más en el enciclopedismo pynchoniano, perfecto para una selecta charla de barra. Nos encontramos con todo tipo de artistas representando las paradojas turbulentas de la creación como son Luis Buñuel, Salvador Dalí y Charles Bukowski. También hay poetas e incluso indígenas borrachos descubiertos por exploradores.
Por supuesto, el autor no olvida el lado malo de la bebida, ejemplificado en aquellos casos que perdieron la vida, como el del pintor abstracto Jackson Pollock y su pareja, que murieron cuando él conducía en plena borrachera su Oldsmobile descapotable a toda velocidad.
Desde los tiempos más antiguos, el número de grandes hombres propensos a la ingesta alcohólica supera al de los sobrios. Carlos Janín ha compuesto un original y completo diccionario, ilustrado con cientos de fotografías e imágenes, donde da cuenta de la estrecha relación que, para bien o para mal, existe y ha existido siempre entre el uso y el abuso del alcohol y la creación artística y literaria.
Carlos Janín estudió Filología Románica en la Universidad de Salamanca, se doctoró en la de Montpellier y enseñó Literatura Española y Traducción en la de Lyon hasta su jubilación, en el 2004. Ha escrito novela, relato y ensayo, y también ha publicado algunas traducciones. En el 2009 aparecieron su Diccionario del suicidio, en la editorial Laetoli, y Vocabulaire espagnol, en Le Robert & Nathan, París. Con anterioridad a este diccionario de alcohólicos ilustres publicó un volumen de relatos, Cuentos para la hoguera (2018). Autor de obra pictórica tanto de caballete como mural, ha expuesto en galerías y en espacios públicos de diversos países. Quedamos un lunes para charlar sobre los excelentísimos borrachos que protagonizan su último libro.
Ya has hecho otros diccionarios antes, ¿cómo se te ocurrió la idea para este?
Digamos que, como suelo explicar a la gente, el diccionario es efecto de la pura pereza intelectual y, por otra parte, es similar a la pasión del coleccionista. Yo no he sido nunca coleccionista ni de mariposas ni de sellos. Pero sí he sido coleccionista y ponía cosas en mi álbum sobre alcohólicos, en orden alfabético, un orden que ayuda al perezoso: en lugar de lanzarse a un estudio profundo o a una tesis cultural va pegando sellos. Es un trabajo muy distraído, muy entretenido, muy propio para jubilados como yo.
¿Cómo fue la escritura?
Hoy en día lo que ayuda muchísimo a este tipo de trabajo es internet y la informática. Este libro, como cualquier otro de este tipo, si lo hubiéramos hecho hace años, hubiera supuesto recorrer bibliotecas y viajar a la biblioteca de París o a la de Washington. Sin embargo, esto ha sido viajar por pantallas en las que manejas lo que te da la gana sin esfuerzo. Yo como soy viejo he conocido otra época en la que escribíamos a máquina y a mano. Ha durado el esfuerzo unos cuatro años, que también coincidió con el encierro por la pandemia, cuando era mejor encontrar un entretenimiento de este tipo. Escribir es una terapia, para los viejos, especialmente, muy buena.
¿Que relación hay entre el diccionario y la pereza?
Yo no soy el primero al que se le ocurre la idea. Tengo por ahí en algún rincón del ordenador una serie de citas de estudiosos que califican a autores de diccionarios, algunos enciclopedistas célebres, diciendo cosas como “claro, esa es la prueba de su pereza mental, era el sistema más cómodo”. Eso lo aplican a un autor francés del siglo xvii, Bayle, un erudito tremendo, del que decían que tenía cierta pereza intelectual. También le sucedió a Flaubert cuando hizo un diccionario de tópicos: en lugar de escribir una novela se dedicó a reunir cosillas.
¿Tiene alguna opinión sobre las leyes que rigen la bebida?
Lo que sí me llama la atención como ciudadano es el doble rasero con que se mide y se juzga el alcohol y el resto de las drogas. Se persigue como un veneno espantoso al porro o a la marihuana, y cualquier cosilla; en cambio, el alcohol está rodeado de un aura de prestigio, contra él nadie se mete actualmente. Incluso el tabaco mata, pero en las botellas de vino no veo que adviertan de la cirrosis ni de los peligros para el hígado.
¿Cree que se subestima el poder del colocón?
Depende tantísimo de los individuos… En mi diccionario hay veinte mil ejemplos de gente a la que les ayuda muchísimo, se muestran tan creativos. Pero también doy noticias de gente a la que el alcohol conduce solo al coma etílico, a la resaca tremebunda o a cosas peores. Lo comprobamos en la vida cotidiana: estamos varios amigos juntos y a uno le sienta bien y a otro le sienta mal, a uno le cae gracioso y el otro se cae de la silla. En el colocón influyen muchísimo la cabeza y la preparación de cada uno.
En su diccionario hay doscientas cincuenta bebidas distintas.
Sí que he probado muchas. Me gusta mucho con los amigos: nos hacemos buenos cócteles. No figuraría entre los bebedores excesivos, pero sí me encanta la calidad.
¿Cuál es su bebida favorita?
Soy muy cervecero. Me encanta hacer cócteles, hasta he inventado alguno, pero le tengo mucha afición a la cerveza.
¿Cuál cree de su diccionario que es el artista al que mejor le sentaba el alcohol?
Se me ocurre nuestro buen poeta Claudio Rodríguez. Es un buen ejemplo, escribió muchos libros y El don de la ebriedad es de los más conocidos. Le sentaba muy bien y toda la vida bebió con sus amigos. Estoy pensando en un granadino, Francisco Ayala, que murió con casi ciento cuatro años, y que siempre todas las noches, cuando era muy viejecito, se tomaba una manzana y un vasito de whisky, y decía que la manzana no era prescriptiva. Con su buen whisky nocturno vivió sanísimo, hay gente a la que le sienta muy bien, y su producción intelectual hasta el último momento fue extraordinaria.
¿Se animaría a hacer un diccionario de fumetas ilustres?
Quizás no porque conozco menos el terreno. Ya salen bastantes en el libro porque los hay que toman de todo, pero parece que hay menos testimonios literarios. La literatura romana está por ejemplo llena de homenajes a Baco, en cambio, no hay quizás tanta riqueza de testimonios con otras sustancias. Borrachos en los cuadros también hay miles. ¿Dónde encontrar tantos fumetas? Me parece que hay muchos menos.