Colaborador habitual de esta revista, drogólogo inscrito en la tradición de sus maestros Oriol Romaní y Joan Pallarès, ahora que investiga sobre el juego bromea presentándose como viciólogo. Bromas aparte, el estudio que sirvió de base para esta radiografía de la comunidad apostadora está sustentado en cientos de entrevistas a jugadores y ludópatas, fue financiado por el Fondo de Bienes Decomisados del Plan Nacional sobre Drogas y ha sido realizado por Episteme, un grupo puntero de investigación social que dirige Martínez Oró. Nadie mejor que él para poder hablar sobre el fenómeno del juego y las apuestas, una realidad que conviene mirar de frente sin prejuicios, como la actividad de ocio que es, presente desde los comienzos de la civilización y ahora viviendo una revolución digital no exenta de riesgos.
Tantos años dedicados a investigar el uso de drogas, ¿qué te da la droga que no te dan otros temas?
El tema de la droga es un fenómeno muy complejo. Las drogas pueden ser objeto de estudio de todas las ciencias experimentales: la física, la química, la farmacología, la fisiología, la biología, la botánica. También la historia, desde la arqueología hasta la paleoantropología. La historia es la disciplina capital para investigar la cuestión de las drogas, como decía Keneth Gergen: “Si no dominas la historia de un fenómeno nunca lo podrás conocer”. Además, están las ciencias sociales: la geopolítica, la economía, el derecho… El conocimiento que se puede generar en torno de las drogas es brutal. Hay fenómenos sociales que han generado mucho interés en los últimos tiempos, por ejemplo, los procesos migratorios, la cuestión del género, los valores en las religiones…, pero no tienen esa complejidad. Empecé investigando las drogas casi de casualidad y todavía, después de casi veinte años, no he agotado el tema.
¿Y ahora te ha dado por el juego?
Cuando el Plan Nacional sobre Drogas abrió la línea de las adicciones no químicas, vi que el tema de las apuestas y del juego era un buen objeto de estudio. En el ámbito de las drogas hay toda una tradición de investigación, de atención, de asistencia…, un entramado tal que casi podemos decir que tenemos más profesionales de las drogas que drogadictos en España. En cambio, sobre el juego no hay casi nada más allá de asociaciones de afectados, muy autogestionadas, la mayoría de ellas centradas en los doce pasos de alcohólicos anónimos, con terapias de grupo sin ningún tipo de intervención profesional. En algunas comunidades están las Unidades de Juego Patológico, pero no hay un grupo de investigación de índole social. Por eso Ludomorfina está despertando mucho interés. El juego se percibe como una amenaza social, no sé hasta qué punto también hay un pánico moral. Y las administraciones se han dado cuenta de que los chavales están menos por las drogas y están más en el mundo virtual de las tecnologías.
¿Qué tienen en común las drogas con el juego?
Mucho. El mismo Plan Nacional sobre Drogas fija la estrategia de acción sobre las drogas y contempla todo lo que son las adiciones no químicas o comportamentales. Y ahí entra el juego, porque puede, como las drogas, generar adicción. Las drogas acompañan a la humanidad desde la noche de los tiempos, casi desde que se puso a dos patas el humano, y el juego es igual. El juego más lúdico existe desde que éramos monos, pero el juego de apuesta aparece en los albores del proceso de civilización, desde que hay concepto de materialidad y de valor de algo. Las primeras apuestas eran entre luchadores para que, más allá de la victoria simbólica, ganaran o perdieran alguna cosa, luego se llevó a los tableros para los tullidos, los viejos... Otro elemento en común entre el juego y las drogas sería que ambos fenómenos cuando llegan a la sociedad, como diría Stanley Cohen, generan pánicos morales, se perciben como una amenaza. Otro elemento en común es que se utiliza con diferentes finalidades, hay quien lo utiliza para desconectar, para pasárselo bien… Aunque la gran diferencia entre los yonquis y los ludópatas es que los yonquis siempre recuerdan unos años de gloria y cuando hablan de ello les brillan los ojos. En cambio, los ludópatas desde el minuto uno sufren. Nunca hay un recuerdo de alegría, más allá del primer día que ganaron dinero, y no todos. Siempre hay esta diferencia y, por tanto, en términos, no sé si decir espirituales o humanos, las drogas son mucho más ricas. El juego es muy solitario, sobre todo cuando genera problemas. En el ámbito de las apuestas hay una dimensión grupal, pero nada que ver con las drogas.
Otro punto en común sería el dinero, ¿no?
Sí, tanto en las drogas como en el juego, se mueve muchísima pasta. Aunque la industria del juego, eso sí que es una ventaja, la tenemos bajo control o relativamente bajo control, nada que ver con la industria de las drogas ilegales, que está desbocada y soluciona sus problemas mediante la violencia y la corrupción. La industria del juego paga unos dos mil trescientos millones de euros al erario cada año en concepto de impuestos, y eso está muy bien. Como genera mucha pasta genera muchos intereses, y hay mucha gente que vive del juego, directa o indirectamente. Eso implica que haya ciertas controversias, pero en términos generales, a nivel preventivo y asistencial, tener el juego legalizado nos da una clarísima e inmensa ventaja respecto al ámbito de las drogas, donde está todo el mercado desbocado y es un potencial peligro para el estado social democrático de derecho. El juego no representa ninguna amenaza, como todo sector económico, eso sí, intenta obtener los máximos beneficios. La industria del juego está muy estigmatizada por una cuestión de imaginario colectivo. Hay gente que dice que es la responsable de la ludopatía, pero en términos legales es una industria como cualquier otra, totalmente lícita y que además paga un impuesto especial y, por tanto, paga más que cualquier otra industria.
Azar, estrategia y compulsión
"Igual que pegar a los yonquis y a los camellos no soluciona nada, criminalizar a la industria del juego tampoco ayuda. ¿Que la industria trabaja para hacer dinero? Pues sí, pero criminalizándola no se arregla nada"
En el primer capítulo cuentas como las apuestas aparecen en origen vinculadas a los juegos de fuerza y hasta llegas a afirmar, apoyándote en la tesis del Homo ludens de Johan Huizinga, que la cultura humana brota de las apuestas y en ellas se desarrolla. ¿Por qué las apuestas son tan importantes?, ¿qué hay en juego cuando apostamos?
El dinero o las joyas o lo que se apueste representa solo la cuestión material. Cuando la gente apuesta, apuesta en cierta medida su yo. Es una manera de demostrar que tienes unas capacidades, que conoces mejor que las otras personas ese reto. Apostar es intrínseco en la cultura humana, como se refleja, por ejemplo, en el lenguaje cotidiano. El otro día escuchaba a Pedro Sánchez que decía “hay que apostar…”, en lugar de apoyar una determinada política, decía apostar. El verbo apostar es muy versátil, y refleja que las comunidades humanas han utilizado las apuestas deportivas desde hace mucho tiempo. El riesgo es intrínseco a la condición humana. Si las personas humanas no hubiésemos asumido ningún riesgo, aún estaríamos en las cuevas. La evolución de la civilización es producto de asumir riesgos, y por eso siempre ha habido esa tensión en querer apostar, en querer ganar y en querer asumir el riesgo de una manera controlada. Realmente, las apuestas consisten en tener unas experiencias emocionales bastante intensas, pero en las que solo te juegas dinero. Obviamente, como digo en el libro, la red que supone el dinero para mucha gente se termina convirtiendo en una telaraña.
¿Por qué se considera más aceptable apostar a juegos de habilidad que de azar?
Digamos que, en principio, hay una medida objetiva para acreditar quién es más bueno que el otro en la lucha, en el fútbol, incluso en el parchís. El parchís es un juego de estrategia, aunque tiene un componente de azar. También en una lucha, aunque parezca que todo sea cuestión de estrategia y habilidades, hay mogollón de elementos que los luchadores no pueden controlar: una lesión, un arbitraje pésimo… Por tanto, juegos de estrategia puros y duros no los hay, a excepción del ajedrez, todos implican algún elemento de azar. Los juegos más comunes son de azar con estrategia, como el parchís, el backgammon…, y todas las apuestas deportivas. Por mucho que tú digas “va a ganar el Madrid”, el Madrid puede perder contra el último, no todos los días, pero puede pasar. En el azar no hay ninguna cuestión personal que te permita dilucidar quién es más bueno que el otro. Por eso el juego de azar se considera más despreciable, porque el humano siempre ha tenido miedo a la incertidumbre. Por tanto, los gobernadores de almas, los controladores de la moral, como los obispos y toda esta ralea, siempre han despreciado los elementos de azar porque quieren controlar a la población. Someterse a la ventura es una experiencia que a muchos les gusta, y el juego de azar les permite experimentar la incertidumbre de una manera muy segura. Experimentar la incertidumbre hace mil años era coger el petate e ir a sitios ignotos que no conoces, eso era una incertidumbre con muchos riesgos, y la mayoría seguramente ya no volvía. En cambio, jugar a los dados resulta menos arriesgado. Y mira, los dados es el juego que más se ha estigmatizado, hasta el punto de que hoy en los casinos españoles no hay dados porque a mucha gente le genera un vicio brutal. En Las Vegas sí que hay mesas de dados, pero en ningún casino español hay dados, en ninguno.
¿Entrañan más riesgos las apuestas a los juegos de azar?
Totalmente. Porque el azar no lo controlas y empiezas a generar pensamientos mágicos ilusorios: ahora estoy en racha, ahora va a salir, ahora voy a probar esto… Como no lo sabes y estás expuesto a los designios de la ventura, es el que más estimula a la persona a continuar jugando y a exponerse al riesgo. En cambio, en los juegos de estrategia, una persona conoce sus debilidades rápidamente. Un espectador en un partido de pelota vasca no va a apostar contra una persona con la que pueda perder fácilmente. En la mayoría de los juegos de estrategia o que requieran habilidades, los resultados tardan en saberse y, antes de la digitalización del juego, había un partido a la semana, y era allí donde la gente apostaba, el elemento compulsivo no estaba tan presente. En cambio, una partida de dados dura diez segundos y permite comportamientos mucho más compulsivos. En el ámbito de las apuestas deportivas, lo que genera más compulsión son los partidos de tenis. Si tú apuestas a un partido de futbol que habrá más de diez córneres, tienes que esperar a que termine el partido, aunque sean noventa minutos, tienes que esperar. En cambio, en el tenis puedes apostar a cada una de las pelotas, ¿y qué dura una pelota?, alguna dura dos segundos. Apostar de continuo es lo que trae más problemas. Los juegos de azar, como la ruleta o las tragaperras, son mucho más automáticos y rápidos que los de estrategia y provocan compulsión.
¿Por qué tanta alarma con las apuestas deportivas en línea?
Porque es un nuevo escenario. El mundo digital ha revolucionado el mundo de las apuestas. Hasta la aparición de las apuestas deportivas en línea, los españoles podían hacer una apuesta deportiva a la semana, que era la quiniela. ¡Una! No podían hacer más. La quiniela ya supuso una gran revolución porque permitía a los españoles de las aldeas más recónditas apostar a partidos que se celebrarían a cientos de kilómetros. Mientras que antes solo se podía apostar si la persona iba al sitio donde se celebraría el encuentro. La quiniela era una cosa como folclórica y ahora está sirviendo para blanquear mucho las apuestas porque muchos padres también dicen: “esto es como la quiniela, pero con el móvil”. Y no, no es lo mismo. La revolución tecnológica ha posibilitado que una persona en su casa, en pijama, solo con una conexión a internet, pueda apostar a cualquier mercado del mundo. Ahora que son las 10.39 h del viernes podría estar apostando a la liga de futbol masculino de Australia o a la del Sudeste Asiático, a un torneo de tenis, a una carrera de caballos en Ushuaia, a carreras de galgos en Albion Park, a fútbol sala en Georgia… Y todo esto en directo. Puedes apostar a millones de mercados, y eso es lo que hace totalmente diferente el juego en línea de las apuestas deportivas presenciales, analógicas o clásicas. Mercados abiertos veinticuatro horas al día trescientos sesenta y cinco días al año: es la realidad que trastoca todo el escenario de las apuestas.
¿Fábricas de ludópatas?
Las voces antijuego presentan las casas de apuesta como fábricas de ludópatas, ¿qué hay de cierto en ello?
Es un error de tino total acusarlas porque la industria del juego, como cualquier otra, trabaja para obtener unos resultados. Estamos en una sociedad de producción capitalista de modelo neoliberal, en el cual las empresas compiten entre ellas para hacerse con el mayor número de clientes y, al final, obtener el mayor número de beneficios y repartir el máximo de dividendos posibles entre sus accionistas. Y esto pasa en la industria del juego y pasa en todas las industrias. El modelo de producción económica funciona así. ¿Que el ámbito en el cual se desarrolla la industria del juego puede generar problemas a ciertas personas? Sí, sin duda. El juego implica unos riesgos, en eso estamos todos de acuerdo. ¿Que la industria del juego trabaja para hacer ludópatas? Está claro que en la industria del juego cuanto más juegas, más te miman. Si vas a un restaurante y eres buen cliente te invitarán a chupitos, te darán el mejor postre, y si vas el día de tu cumpleaños te abrirán una botella de champán. Todas las industrias “miman al cliente” en la medida de lo posible, y la industria del juego lo hace. A nivel legal no hay ningún problema, luego a nivel ético… Pero acusarlas de esta manera es ponerlas reactivas y yo propongo todo lo contrario. La industria del juego dice que no le interesan los ludópatas. Perfecto, pongámonos a trabajar juntos.
¿Y eso cómo se hace?
Que parte de la responsabilidad social corporativa de la industria se destine al apoyo de programas de prevención, sitios de tratamiento o estudios del asunto. Y que se puedan poner acciones de prevención ambiental que no han funcionado o no se han aplicado hasta el momento. Por ejemplo, cuando tú abres una cuenta en una casa de apuestas, puedes perder quinientos pavos al día por defecto. Pues que por defecto sean cien pavos. Cuando ya sabes cómo funciona puedes bajarlo o subirlo, pero que por defecto sea menos. Acusar a la industria es hacer el problema más grande. La industria tiene que estar y quiere estar en el ámbito preventivo, en el ámbito asistencial y continuar haciendo su negocio sin ser estigmatizados. Criminalizar a la industria con acusaciones irracionales no ayuda. La jugada es que, si tenemos un problema social, le tenemos que dar solución. Y la industria, como cualquier otro agente implicado, debe ser parte de la solución y no parte del problema. Estas voces tan en contra del juego ahora son más parte del problema que de la solución. Eso ya lo vimos en el ámbito de las drogas, aquí encontramos otro paralelismo: cuando empieza un fenómeno, con las mejores intenciones del mundo, se aplican acciones que son totalmente contrapreventivas o agravan el problema. Igual que pegar a los yonquis y a los camellos no soluciona nada, criminalizar a la industria del juego tampoco ayuda. ¿Que la industria trabaja para hacer dinero? Pues sí, pero hay que buscar una solución, y estigmatizándola y criminalizándola no se arregla nada.
Hasta comparan el enganche que provoca con la heroína, ¿es el juego, como dicen, la heroína del siglo xxi?
¡Para nada! Eso es un recurso retórico para alarmar a la población, para mover el avispero y crear un nuevo pánico moral. Antes muchos decían del juego: “¡estamos ante una pandemia!”. Ahora que ha quedado claro con la covid-19 lo que es una pandemia, se lo ahorran. Y el tema de la heroína… ¡Hicieron hasta escraches contra los salones de juegos! La sociedad española aún está muy traumatizada por lo que pasó con la heroína en los años ochenta. Las políticas de drogas actuales son deudoras de ese momento y ese imaginario del chaval con la aguja chutándose, escuálido, aún perdura y genera mucho miedo. Decir que la sociedad española está en la antesala de una situación parecida a la de los ochenta con la heroína puede servir para generar alarma y movilizar recursos públicos, pero no tiene nada que ver. Hablamos mucho del problema de la heroína, pero lo que generó más muertes y más problemas fue que apareció el virus del sida, y esto no puede pasar con el juego. Los elementos sociales y contextuales son otros, y en este momento, en la actual sociedad de consumo, no es posible que tengamos tantos jóvenes enganchados al juego como los hubo a la heroína. Y por suerte contamos con una red asistencial que nada tiene que ver con lo que había en los ochenta. Que los primeros yonquis acabaron en manos de sectas, matasanos e iluminados, y ahora tenemos una red muy potente que puede dar respuesta a cualquier incidente. Están aumentando el número de demandas de tratamiento por adicción al juego y se está dando una respuesta exquisita. La comparación del juego con la heroína es un disparate. Con la mejor intención del mundo –evitar que el juego genere problemas–, están generando respuestas irracionales, ciegas, que agravarán el problema.
En Madrid, uno de los argumentos más recurrentes es que las casas de apuestas se localizan en barrios obreros, ¿es que buscan desmovilizar o anestesiar al proletariado para impedir la revolución?
Las casas de apuestas y la industria del juego buscan ganar dinero, no anestesiar a sus clientes. ¿Que se han abierto muchas sobre todo en la madrileña calle de Bravo Murillo? Pues ha sido porque en Madrid, como en Murcia, no hay regulación autonómica que limite el número de licencias y las casas de apuesta pugnan entre sí por estar presentes, concentrándose así bastantes salones en Bravo Murillo. Pero la industria no tiene ninguna intención de desmovilizar a los críos; si los ha montado allí es porque es relativamente más barato que montarlos en el barrio de Salamanca, aunque en el barrio de Salamanca también hay salones de juego. A veces dicen: “¡Van a por los menores al lado de los colegios!”. Hombre, yo creo que les interesa más un tío que esté ganando tres mil pavos al mes, o que al menos tenga un sueldito, que no chiquillos a los que les dan sus padres dos euros de paga. Pero este es el argumento de una extrema izquierda que no termina de entender cómo puede ser que los chavales obreros, que están en situación de vulnerabilidad y de precariedad laboral y existencial, se tiren a las mieles del consumismo y no estén aquí luchando con consciencia de clase por la revolución. Como les cuesta entender qué pasa, la extrema izquierda emplea la industria del juego como chivo expiatorio. Si en nuestras asambleas somos cuatro pelacañas y no tenemos una masa social de jóvenes movilizados es por culpa del capital y de enemigos externos que luchan contra nosotros. La industria del juego les va como anillo al dedo, porque los chavales sí que van a las casas de apuestas, allí se lo pasan mejor que en las asambleas de extrema izquierda, que deben ser unas turracas…
Tú mismo le has puesto un título llamativo al libro, donde resuena de alguna forma este discurso alarmista, ¿por qué Ludomorfina?
Bueno, yo lo quería titular “El guiño de Tiké”. Tiké es la diosa griega de la suerte, pero la editora me dijo que la gente no lo iba a entender y me sugirió el neologismo de ludomorfina, que uso en el libro cuando hablo de la construcción de las identidades, de que los chavales tienen mucha incertidumbre y que algunos de ellos recurren a la “ludomorfina” para aplacar sus males existenciales. Le gustó el neologismo y a mí me daba un poco igual. Sirve para provocar al personal, porque parece que estés ahí dándole a la matraca del alarmismo. En el resumen de la contraportada ya queda claro por dónde van los tiros, aunque muchos me han dicho que Ludomorfina era muy provocador o incluso que podía no entenderse. Creo que ha funcionado mejor que “El guiño de Tiké”.
Ni alarma ni banalización
Tú te posicionas a favor de la normalización, un punto medio entre los dos extremos, la alarma y la banalización, que protagonizan el maniqueo discurso público.
La normalización de un fenómeno social se produce cuando la sociedad percibe los riesgos y los daños en su justa medida y tiene la capacidad de agencia para ponerlos bajo control y reducirlos. El caso paradigmático es el de la conducción. Somos muy conscientes de los daños que puede provocar la conducción y por eso aplicamos un conjunto de estrategias para no tener ningún tipo de percance: ponernos el cinturón de seguridad, tener el coche a punto, los neumáticos con la presión indicada… Ser conscientes de los riesgos no nos impide desplazarnos en coche, nos desplazamos de una manera normalizada. Una voz alarmista anticoches diría que genera miles de muertos al año, y la visión banalizada sería la de aquellos chavales que conducen como locos. Y lo mismo pasa en el ámbito de las drogas. Hay gente que ha sabido normalizar el uso de las drogas, siendo consciente de los daños que implica y de los riesgos que son inherentes a su consumo. Ahora hay unas voces muy reactivas contra el juego, especialmente ludópatas que están muy escarmentados porque no sabían lo que se jugaban. Hay chavales que empiezan a jugar y se piensan que es un juego sin más y luego se ven atrapados. Y está toda la gente que está haciendo pasta, que dicen que esto es un ocio adulto y que no genera ludopatía. Hay que tener presente que puede ser un ocio, que te lo puedes pasar bien, pero no olvidar que implica unos riesgos y que, por tanto, para que el juego se convierta en responsable o sensato y no genere daños, se debe ser consciente de ello y aplicar un conjunto de estrategias para no tener problemas. Los chavales se pierden cuando creen que podrán ganar dinero a través de las apuestas. Solo un uno por mil es capaz de ganar dinero. La gente va a perder dinero, y es muy diferente si tú empiezas a apostar pensando: “voy a pasármelo bien, voy a poner un ingrediente más a la diversión que es ver un partido y voy a perder tres euros o treinta euros”. Es muy distinta esa posición inicial que decir: “voy a poner treinta euros y voy a sacar cincuenta y esos cincuenta los voy a poner a este mercado y luego tendré doscientos y termino el fin de semana con tres mil pavos en los bolsillos”. Ese es el pensamiento ilusorio que venden los tipsters y en el cual muchos chavales pican. Ese es el gran error y es la puerta de los problemas. Entender bien el fenómeno es capital para normalizarlo, y la jugada es que se tiene que desestigmatizar a la industria, aquilatar bien los discursos antijuego para que sean más normalizados; esta es la mejor estrategia para que un fenómeno potencialmente peligroso deje de generar problemas. Como en el caso de las drogas, que, aunque haya mucha gente que las toma, cada vez hay menos personas que tienen problemas. Y si hay alguna que está generando más problemas es el alcohol.
Hay algunos que plantean ilegalizar el juego.
Soluciones como ilegalizar el juego son una auténtica aberración en términos de sociedad y de búsqueda de cohesión social. Prohibir el juego implicaría más delincuencia, el aumento de las mafias, más descontrol y más problemas... Hay que buscar un punto intermedio, y que la gente sea consciente cuando juega de que va a perder dinero y que es un ocio adulto. Como vas al cine o a la discoteca y pagas por ese ocio, vas al bingo o al casino y pagas por ese ocio. Deben entender que es así, que se va a perder dinero. Que a veces te puede tocar, sí, pero que te toque un día no quiere decir que te esté tocando todos los días, más bien lo contrario. Es muy curioso como muchos ludópatas a los que he entrevistado, el primer día que jugaron ganaron dinero. Y eso creo que es mala suerte. Mucha gente que la primera vez pierde una pasta, se desmotiva y no vuelve más.
Nadie parece percibir el peligro que entraña el juego público de la quiniela y la lotería, al contrario que con el juego privado de las apuestas deportivas, ¿no es un poco contradictorio?
Es que los problemas que pueda generar el juego público son sustancialmente inferiores al que puede generar el juego privado. No es porque sea público o privado, se debe a la latencia, es decir, al período de tiempo entre que se formaliza la apuesta y recibes el resultado. En la ruleta es un minuto, en el juego tragaperras son diez segundos, en las apuestas es cuestión de horas… En cambio, tardas muchos días en saber el resultado del Gordo de Navidad. Es esa latencia lo que hace que enganche más. Jugar a la lotería del Gordo se ha convertido en parte de nuestro acervo cultural, y lo que te toca en el Gordo lo terminas de perder en el Niño…; realmente, son impuestos voluntarios. Tú pagas al Estado para pasártelo bien, para tener una ilusión, a veces por la envidia anticipada de que le pueda tocar a los de tu trabajo, y todo esto se va al erario, lo que tampoco es mal negocio. En cambio, hay productos de juego público como los Rascas, la lotería presorteada de la ONCE, que son tan peligrosos como las tragaperras, el blackjack o las apuestas deportivas. Hay gente que se gasta un pastón rascando. La diferencia de nuevo está en la demora entre que se formaliza la apuesta y el resultado.
Dices que no hay que confundir riesgos con daños. Cuando hablamos de adictos al juego, ¿cuál es la proporción de ludópatas entre aficionados a las apuestas?
Si ponemos en el saco la gente que juega a la Lotería Nacional, casi el 90% de la población española, porque por Navidad, a lo tonto, todo el mundo termina jugando, la proporción sería del 0,1% o menos. En las apuestas deportivas, si hay casi novecientas mil que en último año han jugado, no estaríamos hablando ni de cincuenta mil personas que tienen trastornos del juego, poco más del 5%. Y, ¡ojo!, no se vuelven tantas adictas a las apuestas deportivas, sino que luego saltan a los juegos de casino: ruletas, blackjack y muy especialmente tragaperras, que es al fin y al cabo lo que a la industria le interesa. Las apuestas deportivas son mucho ruido y pocas nueces, porque mueve mucha pasta, pero, claro, la gente va ganando, va perdiendo…, tiene para la casa un margen de beneficio entre el 5 y el 10%; en cambio, en tragaperras y juegos de casino estamos hablando de entre el 30 y casi el 50% de margen de beneficio. En España se calcula que debe haber unas cincuenta mil personas ludópatas, pero esto es una estimación. En todo caso, la inmensa mayoría de las personas que están apostando son recreativas y esporádicas; solo una minoría se convierte en ludópatas, la proporción siempre es muy baja. En última instancia, los chavales, la inmensa mayoría de ellos, ven rápido la trampa del juego. Por eso digo que es mucho más fácil prevenir el juego que las drogas. Las drogas dan un impacto a tu psique y a tu manera de entender el mundo que a mucha gente le da la vida. En el juego, muchos chavales ven que hay trampa y abandonan rápidamente el mundo de las apuestas.
Mitos, leyes y chivos expiatorios
"Prohibir el juego implicaría más delincuencia, el aumento de las mafias, más descontrol y más problemas... Hay que buscar un punto intermedio, y que la gente sea consciente cuando juega de que va a perder dinero"
Los antijuegos repiten mucho la historia mítica de apostadores que perdieron todo su patrimonio. En el libro citas un estudio que demuestra que la leyenda urbana viene de antiguo, que ya en las culturas sumerias, etruscas, egipcias, china, griega y romana, entre otras, se utilizó el cuento de apostadores que lo perdieron todo, que se jugaron a la mujer o se convirtieron en esclavos. El caso es que casi todo el mundo conoce a alguien que tiene un amigo que lo perdió todo en una apuesta, ¿de verdad es un mito?
¡Totalmente! Entrevisté a muchos profesionales vascos (los vascos, navarros y riojanos poseen la media más alta de gente que gasta en apuestas deportivas, porque tienen una tradición que viene de lejos) y me decían que el relato de gente que perdía su patrimonio lo habían leído en muchos sitios y que hasta lo habían escuchado de pequeños: “En una partida de cartas un desgraciado se apostó la mujer…”. Pasa como con el mito del canibalismo que citaba Alberto Cardín: nadie ha visto un caníbal, pero todo el mundo tiene muy claro quiénes son los caníbales, “¡los caníbales son los de al lado!”. Aquí igual, nadie sabe bien quién perdió ese patrimonio, quién perdió esos caseríos, quién apostó la mujer. Nadie lo sabe bien, pero todo el mundo lo ha oído, así funcionan los mitos. Llamé incluso al registro de la propiedad de una ciudad media del País Vasco. Hablé con un funcionario que llevaba treinta o casi cuarenta años en el registro, y no había conocido ningún caso de cambio de nombre de patrimonio, de tierras, de caserío o de lo que fuese provocado por el juego o por un mínimo indicio de juego. Si hay un cambio de nombre se tiene que poner un dinero encima de la mesa, y si no se pone, porque no se ha vendido sino que se ha perdido en una apuesta, quedaría explícito en el cambio de manos. Estamos sin duda ante un mito para amedrentar a la población. ¿Que luego la profecía se autocumple? Pues, claro, si toda la vida has oído que los jugadores de cartas se apuestan a la mujer y eres un desgraciado que no tienes nada en la cabeza, pues a lo mejor terminas apostando a la mujer. Que las profecías se autocumplen está claro, pero ese relato de los caseríos en el País Vasco que se perdieron es un mito urbano. Además, el que se apuesta el caserío, ¿qué recibe a cambio?, ¿dos caseríos? Y el mismo mito se encuentra en muchas culturas, que si los mayas en ese juego de pelota tan salvaje que hacían también se apostaban a sí mismos, que si los etruscos…, todos. Es un mito para amedrentar.
En el libro analizas en profundidad la figura del tipster, pronosticador de resultados que vive de sus seguidores y figura central para entender el negocio de la comunidad apostadora. Yo vería en el tipster más la enésima encarnación del pícaro trilero, pero en tu libro lo presentas como el arquetipo de emprendedor neoliberal.
El tipster publicista, que es el mayoritario, es un buscavidas. Ante un panorama laboral desolador, intenta innovar o emprender abriéndose unos canales en Telegram, haciendo el payaso y pronosticando para que la gente vaya a su canal premium, que ahí gana un poco de dinero, pero sobre todo con el objetivo de que muchos chavales vayan a la casa de apuestas a través de tu código, que es donde se puede ganar pasta. Esto implica una inversión de horas brutal, chavales totalmente cansados, trabajando doce, catorce, dieciocho horas… Más que trabajando, enganchados a los canales de Telegram, a las webs de las casas de apuestas. En poquísimos casos puede funcionar, pero en última instancia no tienen ningún tipo de protección social. Pueden estar un año haciendo el capullo, teniendo algún ingreso, pero si hacemos la ratio de horas trabajadas y dinero obtenido, saldría peor que el peor de los trabajos precarios. Esa es la ilusión del neoliberalismo: “si te lo curras, tocarás las mieles de la pasta y del consumo”; “el camino está lleno de riesgos, solo los más intrépidos lo conseguirán”. Hay mucha gente con el espíritu del emprendedor, que empieza este periplo y acaban hechos polvo, sin pasta y algunos con deudas. Si te sale bien, te podrás hacer autónomo, pero si te sale mal, asumes todos los riesgos sin que el Estado ni ningún tipo de organismo dé ningún tipo de compensación por todas esas horas invertidas que al final no sirven para nada. Esta individualización extrema en aras de conseguir la pasta es puro neoliberalismo. En la comunidad apostadora el único elemento aglutinador es la pasta; ni valores políticos ni identitarios ni consciencia de clase ni polladas. Pasta. Son víctimas, en último término. Tipsters que se estén ganando la vida serán veinte, entre veinte y cien calculo que tienen algún ingresillo. Muchos son unos críos que viven en casa de papá y que si sacan doscientos pavos van y se hacen una foto con el menú de una carta cara y después dicen que no les gusta y se van. O prueban un Maserati y se hacen la foto con el Maserati como si se lo hubieran comprado; es todo un cutrerío. En España habrá unas quinientas personas intentando ser tipsters.
¿Qué normas habría que introducir para una regulación efectiva de las apuestas?, ¿la reciente “ley Garzón” se queda corta?
La “ley Garzón” es un primer paso para limitar la publicidad, pero lo que implica mayor riesgo para los chavales es la figura de los tipsters. Y la “ley Garzón” solo prohíbe que un deportista profesional o un personaje mediático se convierta en tipster y obliga a publicar los pronósticos, pero no dice en qué formato, así que no regula ni de lejos la capacidad de influencia de los tipsters. También la industria del juego emplea prácticas abusivas, como limitar las cuentas de los jugadores ganadores o retrasar los pagos, y esto hay que controlarlo. Y sobre todo hay que enseñar a los chavales un poco de estadística y probabilidades y esperanza matemática. No es que vayan a dejar de jugar, pero, con los números en la mano, sabrán que juegan para pasarlo bien, como jugadores recreativos. El origen de los problemas está en hacer creer a la gente que a través de las apuestas pueden ganar dinero.
¿Tiene sentido pensar en la nacionalización del sector del juego?
Yo sería partidario de aumentar más los impuestos o directamente nacionalizar el mundo de las apuestas, sí, que sea el Estado quien haga el negocio, aunque la Unión Europea no lo permitiría y muchos encontrarían esta medida filocomunista, castrista y chavista. Sería una estrategia para tomar las riendas, igual que habría que hacerlo en el ámbito de las drogas.
En el libro muestras precaución hacia la figura del exludópata, ¿por qué puede ser contraproducente, desde el punto de vista pedagógico, el relato de un exludópata?
Si en una charla preventiva en un instituto la finalidad es exponer una serie de argumentos y de informaciones para movilizar el cambio de actitudes y de posición hacia el juego, está muy bien. Pero si se trata de una persona que fundamenta su discurso en que la realidad social y el fenómeno del juego en particular es lo que él ha vivido, será un fracaso. Una cosa es el juego y otra la ludopatía. Lo mismo pasaba en el ámbito de las drogas cuando exadictos explicaban lo que eran las drogas a partir del mundo yonqui que habían vivido. Tienen un argumento de autoridad, que es su vivencia, y eso les hace creer que su opinión es inimpugnable, pero se trata de una sinécdoque, extrapolan su experiencia particular confundiéndola con la totalidad del mundo del juego. Yo lo veo potencialmente peligroso. Lo que hay que hacer, de entrada, son talleres preventivos de matemáticas, de estadística, que se pueden hacer muy divertidos con juegos, y sería mucho más efectivo que no ir a decir: “Eh, yo perdí quince mil euros, lo perdí todo…”. Si en el mundo de la heroína salieron los yonquis star, ahora están saliendo los ludópatas star, sentando cátedra por Twitter o por donde sea.
De no llevar a cabo una revisión legislativa y estas políticas de reducción de riesgo entre los más jóvenes, ¿estaremos ante un problema grave de salud pública?
Problema de salud pública no sé, lo que está claro es que mucha gente va a perder pasta por el camino y no va a pedir asesoramiento ni ningún tipo de ayuda. Creo que muchos discursos que están circulando ayudan a que la profecía se cumpla: si decimos que los jóvenes apuestan, juegan y tienen problemas, a los más desorientados les estamos marcando el camino a seguir. Habrá problemas, pero no solo en el juego. En la cultura digital en la cual estamos nos resulta imposible socializar a los chavales de una manera satisfactoria, porque los adultos no compartimos el mismo habitus. ¿Cómo queremos prevenir y educar desde parámetros analógicos a chavales sociabilizados en la cultura digital si queremos hacerlo además desde la alarma y el desconocimiento? Realmente es un reto. El problema de fondo con esto de las apuestas es que tenemos casi cuatrocientos mil chavales perdiendo el tiempo en los canales de Telegram y no somos capaces de incorporarlos al mercado laboral y ofrecerles una trayectoria de emancipación con garantías. Claro, es más fácil echarle la culpa al juego o a las drogas que al sistema.