Manolo García
Tribulaciones vitales de un escéptico participativo
Como la aguja en el pajar. Así era Manolo García durante la movida barcelonesa de los ochenta cuando el éxito todavía no se perfilaba en el horizonte. Una rara avis que volaba bajo, sin hacer ruido al batir las alas, avizorando la vida y las oportunidades que con ella se podía forjar para hacerla menos ingrata.
Como la aguja en el pajar. Así era Manolo García durante la movida barcelonesa de los ochenta cuando el éxito todavía no se perfilaba en el horizonte. Una rara avis que volaba bajo, sin hacer ruido al batir las alas, avizorando la vida y las oportunidades que con ella se podía forjar para hacerla menos ingrata.
A los treinta y cinco años de su debut oficial en la industria, habiéndolo conseguido ya casi todo en un negocio que como Polifemo suele devorar a sus hijos, desempolva la banda con la que todo empezó para él, Los Rápidos. Puntualmente reunificada la formación original para protagonizar un ambicioso lanzamiento, que incluye temas antiguos y nuevos, acaso buscando justicia histórica, cabe pensar que no fue superflua la lección aprendida de una experiencia en su día amarga. “Conseguir contrato discográfico no resultó difícil. Teníamos un directo que no estaba mal y una fe en nosotros mismos nada desdeñable. Pero nuestra actitud ante la industria discográfica y lo que ella pretendía de nosotros no cuadraba. Sus intentos de manipular nuestra línea artística no obtuvieron ningún buen resultado para ninguna de las partes. Su inversión fue mínima, no se jugaban demasiado”.
Sería de los últimos combates que aquel “joven de barrio asilvestrado” iba a perder contra “ejecutivos de corbata y coche caro”. Pero eso ya es historia sabida. Por eso hablamos de otros asuntos por los que no suele preguntársele a Manolo García, incluido su parecer sobre las drogas y la vida, la política y el negocio, la vanidad y la juventud...
La industria musical ha cambiado mucho desde Los Rápidos. Cuesta imaginarse el futuro del negocio y el papel que la música jugará.
Ha cambiado tanto como que está irreconocible; es otro negocio. Las nuevas tecnologías han barrido su mundo y las nuevas multinacionales intentan subsistir en ese escenario. Para las nuevas bandas es igual que antes si no peor. Y que no me vengan con la tontería de que ahora está muy fácil porque te promocionas en Internet; eso no significa que estés haciendo una carrera seria. La música, como valor cultural, ha venido a menos. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Es cierto que la aparición de nuevos creadores no parará, pero la importancia sociológica que tuvieron en su momento las corrientes anglosajonas en todo el planeta, cuando sus grandes estrellas iban apareciendo en nuestras vidas, eso ahora no se da.
Permanecer en ese negocio se cobra un alto precio. Habrás tomado tus precauciones para minimizarlo...
Básicamente, estas han sido respeto por mí mismo y por el público, en este orden. No salirme nunca de la línea que yo mismo me marqué. Solo vivo de la música y no muevo ni un dedo para conseguir más emolumentos en cualquier otra dirección: publicidad, esponsorizaciones, televisión. Los colectivos empresariales tienden a explotar a sus trabajadores. Ya que he tenido la suerte de ser autónomo, solo faltaría que cometiera la estupidez de explotarme a mí mismo.
De los muchos que se han dado en esa industria, uno de los más importantes es que los artistas ya no venden discos sino actuaciones. Pero ¿cuál ha sido el cambio más dramático?
En la actualidad, la reina de Inglaterra no concedería título de lord a los Beatles por las divisas que llevara a Gran Bretaña la venta de sus canciones. Esa medalla se la llevarían los fabricantes de ordenadores, telefonía móvil, etc. Ese es el gran cambio. Han conseguido juntar algo tan sagrado para mucha gente como es la música con algo tan prosaico como la pornografía y los videojuegos, y hacer caja por un tubo. Para mucha gente la música es un reducto sagrado como lo eran las reuniones ecuménicas de los cristianos de la antigua Roma. Pero por lo que respecta a una grandísima mayoría, lo han conseguido, la música solo es un runrún más de distracción.
Para mi generación, que es la tuya, el nombre de Los Rápidos resulta indisoluble de la banda sonora de Barcelona en los ochenta. ¡Qué lejos queda aquello, qué distinto era todo!...
La Barcelona de los ochenta, vista desde nuestra perspectiva de veinteañeros, era la hostia. Se iban apagando los ecos lúgubres de la posguerra, la radio y la televisión difundían ya buena música de rock. Sumándole un auge económico, nos daba muchísimas posibilidades a los músicos que empezábamos a foguearnos en aquella época. En lo musical, Barcelona, como otras ciudades del estado, ofrecía una posibilidad desenfrenada. No volveré a ver nunca conciertos como los que vi en aquella época y público tan boquiabierto como aquel. Fama, éxito, dinero, esas eran cuestiones muy lejanas, inalcanzables. Las bandas vivíamos únicamente pendientes de que alguien nos llevase a tocar a la fiesta mayor de su barrio o a cualquier festivalucho.
El paro era prácticamente el mismo, las tuercas también nos las apretaban, la situación política resultaba igual de nauseabunda. ¿Era más fácil vivir entonces o retenemos la idealista visión de la juventud?
A cualquier persona joven de ahora que esté obsesionada con ser músico y tenga una valía, las circunstancias le pueden llegar a importar muy poco. Puedes tener tus opiniones, cabrearte puntual o constantemente por tu entorno social, por las injusticias, por la gestión de una gran parte de la clase política, pero tú tienes tu tabla de salvación, tu música. Puede sonar un poco egoísta, pero no lo es en absoluto; en el fondo sabes que eres portador de momentos de felicidad, y no quiero que suene gilipollas, para un público que a su vez es lo mismo para ti.
Una de las características de aquellos años fue que las noches empezaron a vivirse mucho más intensamente. Qué década tan loca, por Dios.
La vida urbana tiene esas cosas. Y una sociedad industrializada, que hace que te ganes la vida más o menos bien, te aboca por otra parte a gastar. Nosotros, que nos creíamos bohemios y diferentes, quemábamos las noches en las ciudades, como en todas las épocas ha sucedido con un sector de la población. Unos más conscientes de los peligros que eso entrañaba, otros más alocadamente, pero lo cierto es que en la Barcelona de los ochenta el desenfreno era grande, aunque también creo que un poco inocente por parte de los jóvenes, no tanto de los empresarios.
Ese desenfreno también se reflejaba en las actuaciones de Los Rápidos. Antes que la Fura dels Baus ya desguazabas a hachazos en directo televisores...
La sátira social, el humor surrealista y la salvajada por la salvajada para epatar al respetable, me parecía la fórmula adecuada. Me lo pasaba bien transmutándome en el escenario en personaje de mis propios delirios. Sabía a ciencia cierta que, si no podíamos retener al público en un concierto por nuestro repertorio, había que retenerlos por el buen sonido, la buena conjunción de la banda y una actuación lo más sorprendente posible. Empecé a ir a los Encantes de Barcelona a comprar aquellos inmensos televisores de la época, a quinientas pesetas la unidad, y destrozarlos concienzudamente sobre el escenario con un hacha de dimensiones considerables, amén de un sinfín de despropósitos similares. Pocos o ninguno se iban al bar aburridos. Además se lo contaban a sus colegas y alguno picaba para el siguiente concierto que anunciábamos. Por cierto, el hacha tuve que blandirla en algún concierto contra una turbamulta que intentaba subir al escenario a darnos una tunda tras un intercambio de improperios fruto de la disparatada vehemencia de aquellas veladas.
"Para una grandísima mayoría hoy la música solo es un runrún más de distracción"
¿Cómo definirías ideológicamente a aquel Manolo que vivía humildemente, y en qué medida el éxito ha transformado esa ideología?
Aquel chico de barrio era bastante ácrata. Lector de cómics y fanzines, obrero en diferentes talleres y empresas y a la vez estudiante de diseño. Lo último para intentar labrarme un futuro; tenía claro que la música era una vía de escape. También sabía que pintar y hacer música sería una defensa emocional que me iba a dar buenos resultados. Básicamente soy el mismo; huyo de cualquier tipo de esclavitud. Sigo creyendo que el consumismo es una necedad y el mundo neoliberal una cabronada, y me refugio en dos de mis principales pasiones, la música y la pintura. Hasta los treinta años cumplidos no supe que iba a tener la suerte de poder ganarme la vida haciendo algo que me gustaba.
Tuviste suerte, efectivamente, porque aunque todo era menos peliagudo, en los ochenta tampoco era fácil sobrevivir... Disfrutábamos de “democracia” pero las dificultades y las desigualdades seguían ahí...
La frase de Churchill es muy acertada: la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. ¿Dónde está escrito que unos deban gobernar sobre otros? Entiendo que en cualquier grupo tribal, en cualquier grupo animal, la voz de la experiencia, de la sabiduría, puede hacer que la comunidad prospere o, como mínimo, sobreviva. En nuestras sociedades, desde que tenemos noticia, los grandes despropósitos se han sucedido uno tras otro. ¿Escéptico? Sí, soy, como yo me he autodenominado, escéptico participativo. Mi idea es la de que para mover una piedra hay que pedir opinión mediante las urnas.
Aquí no tuvimos “movida” oficial. ¿Habrían cambiado las cosas de trasladarse Los Rápidos a Madrid?
Cuando viajaba a Madrid veía lo que aquí no teníamos: centralismo y medios de comunicación. Ellos manejaban la situación. Aunque mucha gente no lo sabe, la industria discográfica estaba prácticamente toda en Barcelona y, de repente, por arte de magia, todas saltaron a Madrid, dejando en Barcelona unas pequeñas oficinas de mantenimiento. Estaba claro que al régimen socialista de Felipe González le fue de maravilla la movida. De hecho, ellos la reestructuraron y manipularon para que dejara de ser un movimiento espontáneo y libertario, objeto de la contracultura, y convertirlo en la gran fiesta de un país por fin pretendidamente europeo y abierto que manejaban a su antojo.
Tanto en Madrid como en Barcelona la ebriedad campaba a sus anchas. Fue la de los ochenta la década de la popularización de la coca, pero corría de todo en heroicas cantidades...
Un porcentaje de la humanidad le ha dado al frasco siempre que ha podido. En aquella época, las noches eran largas y algunos bolsillos contenían el suficiente dinero como para darse a la fiesta. Qué puedo contar, el ser humano es propenso a abandonarse siempre que puede, y a intentar alejarse de sí mismo por unas horas para poder mirarse desde otros ángulos.
¿Sabías que mucha gente se pregunta si es cierto que nunca has consumido sustancias de ninguna clase? Se ha convertido en una especie de leyenda urbana.
He leído que algún informe científico habla de que ciertos cerebros son propensos a caer en adicciones más fácilmente que otros. Yo debo de estar en la otra punta, porque no es ya que no me hayan creado adicción, sino que ni siquiera he tenido interés en probar.
¿Y de haberte interesado el tema?
En ciertas sociedades, pequeños grupos tribales que vivían o viven en un entorno natural usan ciertas drogas extraídas de vegetales sin manipulación química como método para llegar a otros estados de consciencia. Pero en nuestra sociedad, donde la manipulación de cualquier sustancia puede ser altísima en aras de un mayor beneficio económico y donde todo se hace al por mayor, siempre tuve un nulo interés en experimentar estando en juego mi salud. He conocido multitud de casos que, dejándose llevar por sus adicciones desde monotoxicomanías hasta politoxicomanías, han acabado convirtiendo sus vidas en verdaderos infiernos, eso en el mejor de los casos, cuando no han muerto. Un infierno para ellos y sus familiares y amigos. Supongo que de haberme interesado el tema, algo muy blando y lo más natural posible.
"La droga puede ser un tema espinoso, pero la prohibición ayuda a darle más dimensión. No soy nada partidario de las prohibiciones. Abogaría por más información y que cada uno decida"
La presencia de la droga en la escena musical de los ochenta resultó disparatada; sin embargo, la demagogia y la hipocresía fue la reacción de una industria que tampoco le hacía ascos al tema. Muchos ejecutivos discográficos practicaban el farlopismo de altos vuelos, como tantos otros del escalafón. El colmo fue cuando se organizó un festival antidroga, con grandes nombres de los de entonces, en el que las rayas en los camerinos echaban chispas... Incluso cierto músico salió a escena con un blancuzco moquillo colgándole de la nariz... Qué pena, ¿no?
Los ochenta fueron años muy buenos económicamente para las discográficas y también para los conciertos. En ese vaso medio lleno camparon a sus anchas drogas y camellos. Quizás a ciertas personas, los mánager, algunos directivos discográficos, ya les convenía propiciar ese descontrol y tener a los músicos entretenidos y ciegos a ciertas maniobras suyas. La pregunta es: ¿los músicos que tomaban estupefacientes obtenían mejores resultados artísticos? Hemos de contar que algunos de los grandes discos de la historia están hechos con las bandas, incluso los ingenieros de sonido, colocadísimos, pero creo que han sido excepciones. Objetivamente pienso que en general esas situaciones no daban buenos resultados para la creatividad. Es cierto que desinhibía y podían relajar tensiones, pero también lo es que en la mayoría de los casos elevaban hasta límites insospechados los egos, y con la alteración conseguida de verdaderos churros sonoros se creía estar haciendo obras maestras. En los almacenes de las discográficas hay miles de horas de cintas grabadas con flipadas sonoras infumables. Por otra parte, hay santas excepciones. Bob Marley, por ejemplo.
Qué opinas de que el prohibicionismo y la guerra a las drogas hayan sido la única respuesta de un poder que parece haber cortado del todo la sintonía con la realidad de las drogas...
En sociedades donde se puede vivir en sintonía con la naturaleza y donde no existe el dinero, que cada cual pueda acceder a especies vegetales y alterar voluntariamente sus sentidos, me parece correcto. No voy a entrar en consideraciones de tipo moral, pero me parece que los gobiernos en general manejan este asunto de una manera reaccionaria e hipócrita. A la vez, tengo muy claro que este comercio, libre o prohibido, puede enriquecer a unos pocos a costa de la salud y el dolor de otros muchos. Porque ya no estamos en los setenta, y que el uso de las drogas se haya extendido a una parte importante de la población también es sintomático. Actualmente se ha establecido un ritmo frenético en el consumo descontrolado y que está arrasando, insisto, con la salud de mucha gente. Es algo a meditar. No soy persona dada a moralizar, entiendo que cada cual decide una vez informado. Ahí radica también el problema, que hay mucha desinformación y mucha mitificación respecto a este tema tan importante.
De alguna manera tendrá que regularse el asunto, ¿no?
Me parece complicado el manejo de algo que yo he visto provocar mucho dolor. Puede ser un tema espinoso, pero la prohibición ayuda a darle más dimensión. No soy nada partidario de las prohibiciones. Abogaría más por la información y que cada uno decida.
¿Debemos diferenciar entre drogas blandas y duras? ¿No es el usuario quien con la templanza o el abuso decide beneficios y perjuicios?
Médicamente se dan diferentes respuestas. Evidentemente, hay drogas letales a corto plazo y otras de largo recorrido. Todas, de un modo u otro, parece que tienen un peaje. Por otra parte, parece muy claro que el tema de las drogas sintéticas es peligrosísimo, como lo es el de la heroína y el de los opiáceos en general. Supongo que si uno tiene dos macetas en su casa y se hace cuatro cigarros, y a él le sirven, está perfecto. Otra cosa es que haya unos tipos en un laboratorio, clandestino o no, haciendo pastillas que van a dañar irreversiblemente la vida de personas que no tienen control de la situación. En el caso de los más jóvenes, además, con poca información y ganas de vivir cosas nuevas. Con las pastillas, en este sentido, todos tenemos conocidos que han tenido problemas muy serios. La cocaína, otro tanto. Por lo visto, en los entornos que más o menos conozco, lleva a situaciones muy graves que atentan contra la salud y la sociabilidad del que la consume.
¿Eres de los que habla de estas cosas con sus hijos?
No me he encontrado en esa situación, pero está claro que hay que hablar.
Nunca se sabe qué aguas beberá uno en está vida... ¿Te despedirás de ella sin romper la abstinencia?
Sí, porque para mí no es una abstinencia, es desinterés. Tampoco voy a hacer puenting, y no entiendo que me esté perdiendo algo en mi vida. En el escenario, durante ensayos, pruebas de sonido, grabación de un disco, etc., son tan intensas las sensaciones, que jamás he necesitado un estímulo extra.
Como individuo, el éxito no se te ha subido a la cabeza ni pareces haberte creído al personaje. ¿De verdad que no ha hecho mella en ti la vanidad, como les ha sucedido a tantos de tu generación?
Mi falta de vanidad no es una impostura. Todos tenemos un plumero y un día u otro se nos acaba viendo. Detesto la ostentación, y me parece una afrenta muy grande que en un mundo tan dado a las desigualdades unos se crean más importantes que otros; deportistas, políticos, da igual. De todos modos, es una cuestión de personalidad. Nací hijo de obreros y sigo sintiéndome igual. Por supuesto que el artista da lo mejor de sí en forma de obra, pero en cuanto a su persona, no creo en la superioridad de nadie y me parece una estupidez babear ante las excentricidades o hazañas de cualquier iluminado. Desde que empecé a hacer discos en solitario, jamás he vuelto a poner una foto mía en la portada ni lo volveré a hacer nunca. De entrada, porque eso no aporta nada a la humanidad, y segundo, para dejar patente lo dicho anteriormente. Las derivas de la vida son bastante complicadas, y si no me llevo bien conmigo mismo tengo las de perder. Una cierta austeridad y ser persona poco caprichosa ayudan en la tarea. Nunca he sido mitómano, pero el discurso que desgrana Mujica, expresidente de Uruguay, me gusta, de la misma manera que siento rechazo cuando abren la boca otros ciertos personajes políticos o mediáticos. Me gustaría pensar que mi presencia en ciertos medios de comunicación, he de decir escasa casi siempre por voluntad mía, deja clara mis posturas vitales.
En tanto que arquetipo de la “música popular”, eres objeto de muchas bendiciones pero también de críticas... Una de las más recurrentes es que has acabado prisionero de tu fórmula...
Estoy en desacuerdo absoluto con esa idea. Y si alguien realmente aficionado a la música está interesado en mi pequeña obra, verá cambios sustanciales no ya en años sino de disco a disco. Reconozco que tengo temas recurrentes en mis textos; no oculto que soy defensor de la naturaleza y detesto sobremanera el mundo industrial y tecnológico, pero como es el único que tengo intento distraerme a mí mismo zigzagueando en cuanto a mis formas de expresión. He tocado en bandas de cinco, de cuatro, de tres, de dos, y ahora en solitario. He grabado con músicos españoles, he viajado hasta Brasil para trabajar con una banda exclusivamente brasileña, lo mismo en Grecia. Últimamente he buscado músicos americanos. Creo que he conseguido resultados dignos buscando sonoridades nuevas. Quizás mi voz marca bastante, pero si la quitas de mis canciones, a ver quién mantiene esa acusación. Solo alguien muy malintencionado o muy ignorante puede acusarme de eso.
Ya tienes sesenta años, una edad tan buena como cualquier otra para casi todo. ¿Te has planteado ya cuándo será el momento de terminar con las servidumbres a las que obliga tu trabajo? ¿Has sufrido alguna vez una crisis de esas en las que parece que el pozo se ha secado?
Como he dicho, para mí hacer música es fuente de placer y de vitalidad. Cada vez necesito más eso, con lo cual lo voy a seguir haciendo de manera más relajada y acorde a mi experiencia. Desde nuestro primer disco de Los Rápidos, empezamos a alejarnos rápidamente de las servidumbres a las que intentaba atarnos la industria y, a día de hoy, puedo decir que debo de ser uno de los músicos más libres de este país. Tengo la suerte de hacer lo que quiero cuando y como quiero. Me lo he ganado a pulso. He sido serio y respetuoso con todo el mundo, y creo que consecuente con mis ideas. No le debo nada a nadie ni nadie me debe nada a mí. Para el creador compulsivo, y me han de permitir que me considere como tal, lo más importante y necesario para seguir creando es tiempo, templanza, descansos razonables para no querer sacar demasiados cubos del pozo, porque al final solo sale cieno y, por lo tanto, hay que dejar que la capa freática se reponga. Paciencia, tenacidad y no distraerse por el camino. Si te dispersas en otros menesteres, como por ejemplo intentar ganar mucho dinero, la cosa perderá sustancia.