Bautizado como el Woodstock del Midwest, celebrado en Jackson (Míchigan), a ochenta millas al oeste de Detroit, y ocupando una superficie de trescientos noventa acres, el Goose Lake Festival contaba con la participación de Flying Burrito Brothers, Faces, Chicago, The Stooges, Mountain, Brownsville Station, The Litter, Jethro Tull, Third Power y Mitch Ryder, entre otros. Cientos de miles de espectadores componían allí no solo una de las audiencias más numerosas de este tipo de festivales, sino también una de las más perjudicadas por la ebriedad contracultural. Tan abundante será la presencia de narcóticos en dicho evento, que posteriormente Richard Songer, propietario del Goose Lake Park y organizador del evento, será llevado a juicio por “contribuir a la venta de narcóticos”.
De la avalancha de festivales que se contabilizan en esas latitudes del medio oeste estadounidense durante verano y otoño del 69 –Mid Michigan Pop Festival, WTAC Pop Festival, Black Magic and Rock & Roll Festival, Mt. Clemens Pop Festival–, e incluso en su continuación a lo largo de 1970-71 –Cincinnati Pop Festival, Midsummer Night’s Dream, First Detroit-Windsor Pop Festival, el tercer Saginaw, el segundo R&R Revival, Outdoor Rock Fest, Crest One, casi todos ellos con reparto internacional–, el de mayor envergadura y que más terroríficamente acaba es el Goose Lake International Festival, celebrado los días 7, 8 y 9 de agosto de 1970 y organizado por un joven y millonario empresario de la construcción, el ya mentado Songer.
El sueño del constructor era crear “un parque donde los jóvenes pudieran reunirse y pasar un buen rato, el primer festival permanente del mundo”. En un comunicado publicitario insertado en el Detroit News, Songer se dirigía a todos los “brothers & sisters” enumerando las prestaciones de Goose Lake: aparcamientos gratuitos, amplios lavabos y duchas, un lago en el que poder nadar, dunas de arena para buggys, sendas motociclistas, servicio de cocina, escenario y sonido específicamente diseñado para el festival. “Paz”, se despedía. Sesenta mil era la cifra de espectadores calculada, pero, con la esperanza de repetir el despropósito de Woodstock, doscientos mil fueron los que se presentaron.
Provistos de drogas desde casa, o avituallándose sobre la marcha con alguno de los incontables camellos apostados en las proximidades del festival, los recién llegados descubrirían que la paz a la que Songer se refería consistía en un recinto-prisión rodeado por vallas metálicas y alambre de espinos que no podían abandonar una vez dentro. Songer dirigía personalmente la seguridad, parte de esta a caballo, desde un helicóptero que junto a los de la policía y cadenas televisivas sobrevolaba constantemente a las masas y los centenares de camellos que por allí pululaban ofreciendo yerba, ácido, mescalina, heroína, anfetamina y globos hinchados con óxido nitroso, a diez centavos la inhalación. Un joven dealer de Chicago anunciaba a gritos desde su camioneta catorce tipos distintos de narcóticos.
¿Qué me pasa, doctor?
"Helicópteros varios aterrizaban en el backstage descargando sacas llenas de drogas, y entre esas sustancias se encontraban ciertos polvos blancos que nadie sabía muy bien qué eran. Posteriormente, se afirmó que era tranquilizante de caballo"
Aquellos que eran presa de un mal viaje tenían que confiarse a los cuidados médicos del Open City LSD Rescue: instalado bajo una carpa, el primero de los tres días del festival atendió a medio millar de víctimas de un poderoso tranquilizante veterinario. En la carpa también se hallaban unas cabinas ante las que la gente hacía cola para inyectarse metadona, todos compartiendo agujas. En una inspección preliminar, Charles Southworth, el sheriff del condado, comprobó que al menos el setenta y cinco por ciento de los asistentes se encontraba bajo los efectos de alguna droga. Si bien no podía intervenir en el interior del festival por temor a causar revueltas, en las afueras la policía practicó doscientos arrestos relacionados con narcóticos. Open City, una organización underground de servicios con base en Detroit, había sido contratada por Songer también para ocuparse de dos puntos de reparto gratuito de comida, con un presupuesto de dieciocho mil dólares, que no tardaron en agotar víveres.
Práctica habitual entre los promotores de festivales, implicando a Open City, Songer imprimía a Goose Lake una credibilidad acorde con el espíritu comunitario que dictaban las tendencias contraculturales. En ese sentido, el promotor también persuadió a la Serve The People (STP) Coalition y los White Panthers. Aún más, contrataba así mismo los servicios del Hard Corps, un comando formado por eficientes roadies de James Gang y empleados del Grande Ballroom encargados de que el festival transcurriera sin incidentes. Tom Wright, copromotor del evento, controlaría férreamente que cada banda no sobrepasara los cuarenta y cinco minutos de actuación que le tocaban, sin excepciones, para lo que diseñaba un escenario rotativo con un ángulo de giro de ciento ochenta grados que permitía a un grupo preparar su aparición mientras otro llevaba a cabo la suya. Con la misma eficacia funcionaba el backstage, donde en una tienda especial una treintena de groupies se encontraba permanentemente disponible para los artistas.
De nada le servirían a Songer sus argucias con el sistema. Dados los alarmantes índices de narcotráfico y consumo registrados durante el festival, fue acusado por el estado de Michigan de promover la venta de drogas ilegales. “Si soy culpable de permitir que la droga haya sido vendida y consumida en el festival –argumentaría el presunto corruptor–, entonces todos los directores de colegios, el servicio de parques y los oficiales de policía estatales, federales y locales son mucho más culpables que yo”.
En su crónica para Los Angeles Free Press, Liza Williams concluía que el festival había sido “una favela instantánea, superpoblada, con todas las desventajas de un gueto”. Estupefacto ante la copiosidad con que la heroína corría entre músicos y público, Dan Carlisle, en esos momentos DJ de la WKNR, concluía que Goose Lake constituía el mayor de los desastres: “Fue una experiencia horrible. La visión de toda aquella heroína, de gente vendiendo agujas sobre sábanas en el suelo, te dejaba muy mal cuerpo. Ese festival señaló el fin de una era”.
Profundamente contrariado, William Milliken, cuadragésimo cuarto gobernador de Michigan, condenaba sin reservas la “deplorable y descarada venta y consumo de narcóticos” practicada en Goose Lake. “Los promotores pueden condonarlo –dijo–, algunos padres también, pero yo no puedo. He pedido al director de la Policía estatal que recoja pruebas y las documente cuidadosamente, de modo que los traficantes puedan ser arrestados y juzgados”. Frank J. Kelley, fiscal general del estado, anunció que iba a emitir una orden para prohibir en Goose Lake cualquier festival que superara los quince mil espectadores. Por su parte, Bruce A. Barton, fiscal de Jackson County, iba aún más lejos, prometiendo hacer todo lo posible para clausurar permanentemente el parque.
La invasión de los ‘ketacópteros’
"El sheriff del condado comprobó que al menos el setenta y cinco por ciento de los asistentes se encontraba bajo los efectos de alguna droga"
La emisora WABX parecía ser la única voz amiga de Songer, como recordaba uno de sus más destacados locutores, Dennis Frawley: “Para Richard Songer el festival resultó fatal. Era un tipo legal y bienintencionado. En mi opinión aquel festival fue demasiado grande para mantener el rollo de ‘paz y amor’. Goose Lake fue el principio del fin para toda la escena de festivales pop que había crecido en Michigan”.
Una escena singularmente copiosa y pingüe, esencial para el afianzamiento de prácticamente la totalidad de las bandas locales, que tras aquello no se recuperaría: el estado de Michigan contaba con una tradición de festivales tan laboriosa como la de San Francisco, remontable al Alsac Teenage March, festival benéfico organizado en el Cobo Hall en 1966 por la emisora WKNR, que en esos momentos detentaba el más poderoso top 40 de Detroit, al que acudían doce mil personas. Con posterioridad, se celebran al aire libre el Detroit Love In y el Southfield Pop Festival. Ya en 1968, acontecen el Saugatuck Pop Festival, el Oakland Pop Festival, el Dialogue 68 y el Kalamazoo Pop Festival. El año 1969 lo abre el Detroit Pop Festival, el mayor de los celebrados en Michigan hasta entonces, como los anteriores, avituallado por carteles exclusivamente locales y organizado por representantes de esas bandas, emisoras FM y promotores locales. Le sucedían el Grand Rapid Pop Festival, el Saginaw Pop Festival, el First Annual Rock’n’Roll Revival –el primero que cuenta con figuras extrarregionales–, que ese mismo año dispone de segunda edición, como también lo hacen Kalamazoo, Saginaw y Saugatuck.
Lo cierto es que el espacio aéreo de Goose Lake no solo era patrullado por efectivos policiales y televisivos (estos a la caza de desnudos): helicópteros varios aterrizaban en el backstage descargando sacas llenas de drogas, y entre esas sustancias se encontraban ciertos polvos blancos que nadie sabía muy bien qué eran. Según unos se trataba de polvo de ángel o angel dust, según otros, de PCP o cocaína de gran pureza e incluso STP; posteriormente, se afirmó que era tranquilizante de caballo, aludiendo probablemente a la ketamina, cuyo uso recreativo, aún incipiente, estaba focalizado en la Costa Oeste, de ahí el despiste general. Entre los efectos más típicos de esa novedad toxicológica se contaban la inducción de un estado de trance y la pérdida de memoria. Una bomba de relojería que afectó a miembros de Mitch Ryder, SRC, Brownsville Station y The Stooges, por no mencionar los quinientos espectadores que tuvieron que ser atendidos por el equipo médico de Open City, y aquellos que superarían el mal trip por su cuenta.
Este último era el caso del cantante de The Stooges, Iggy Pop: “Yo llevaba en el festival desde el primer día y tocábamos el segundo. Iba de tienda en tienda, con un colega, poniéndonos cada vez más ciegos, esnifando drogas no identificadas. Por aquellos tiempos yo no era muy selectivo. He tenido muchos momentos muy duros en mi vida, y este fue uno de esos. Me quedé colgadísimo, no tenía ni idea de quién era ni de por qué estaba allí. Todo se deslizaba verticalmente delante de mis ojos, como en una pantalla de televisión desajustada, a toda velocidad, y mi mundo al completo había quedado confinado en aquella tienda de campaña. Me acojoné. Entonces recordé que tenía algo importante que hacer allí, aunque no sabía muy bien qué. Hasta que de pronto volvió la claridad, así que me despedí, salí y me dirigí al escenario en mi Corvette. Una vez allí fue muy excitante, un concierto muy intenso. Bastó que le dijera a la gente que se acercara un poco más, que derribara las vallas, para desencadenar un jaleo de cojones. Los promotores dieron órdenes a seguridad para que nos desalojaran del escenario. Cortaron la luz y el sonido, pero nuestro roadie Bernie dejó fuera de combate al tipo que controlaba la torre de luces y volvió a conectarnos”.
No aceptes nunca drogas de un desconocido
Con anterioridad a su actuación, mientras se dirigían a la caravana asignada a The Stooges el bajista Dave Alexander y su novia, un roadie inglés que trabajaba para una de las bandas estrella del cartel les ofrecía una bolsita transparente de la que asomaba un turulo. “Ni siquiera le preguntamos qué contenía, esnifamos y punto, después nos partíamos de risa preguntándonos qué demonios nos habíamos metido. A partir de ahí ya no recuerdo nada mas”. Según uno de los roadies de la banda, “Dave estaba drogadísimo. Iba como una cuba. Normalmente bebía, pero nunca le había visto en ese estado. Por lo común la pillaba de birra y hash. Pero ese día... Si hubiera sido un personaje de dibujos animados, habría tenido esa pequeña X sobre los ojos”.
A consecuencia de ese desliz, Alexander resultaba fulminantemente expulsado de The Stooges, por decisión de Iggy Pop: “Para ser justo con él, y conmigo también, yo estaba tan trastornado por esa coca chunga que llevaba metiéndome desde dos días antes del concierto, en la tienda de campaña de no sé quién, que experimenté un ataque de amnesia, perdí la conciencia de mí mismo y me olvidé de mi nombre. No sabía ni quién era ni qué hacía allí. Puede que fuera ketamina, desde luego no era coca de verdad, la llamaban Special K. Ese apagón me pasó justo antes de salir a escena. Fui recuperándome poco a poco”.
En un documento, o más bien manifiesto de apoyo, titulado “La lección de Goose Lake”, el activista e ideólogo John Sinclair, en esos momentos cumpliendo una condena de diez años por posesión de dos porros, evaluaba las consecuencias políticas de aquel desastre: “Ahora que el estado se ha movilizado en contra de Richard Songer, al igual que se ha movilizado contra muchos de nosotros, utilizando sus ridículas leyes sobre las drogas como encubrimiento de la represión política (y debería señalar aquí que con las redadas a los freeks, la policía y los periódicos hicieron un gran negocio, puesto que casi todos ellos se fueron de Goose Lake con multas de cincuenta dólares bajo el brazo, lo que demuestra precisamente la verdadera motivación política tras sus arrestos), tenemos que volver a pensar en Goose Lake y replantearnos todo lo que significa. Uno de los grandes problemas que definitivamente tiene que abordarse es el de las drogas y los zopencos que están implicados en explotar a sus hermanas y hermanos vendiéndoles sacramentos adulterados y drogas indiscutiblemente de los cerdos (heroína, speed, barbitúricos de todo tipo)”. Un problema, nos tememos, que cincuenta años después parece todavía difícilmente resoluble.