Traductor de Conrad, Melville, Chesterton y Stevenson; autor de novelas, relatos y ensayos; protagonista de un par de discos en colaboración con Javier Corcobado; intrépido reportero de Interviú, José Luis Moreno-Ruiz (Santander, 1953) fue también durante los años ochenta conductor de uno de los más valorados programas de Radio 3, Rosa de Sanatorio. En las tripas de ese radiofónico ente fue testigo directo de las peristaltias políticas y económicas, del arribismo y los enconos intestinos que facultaron la modernización estética de España cuando el PSOE se hizo con el poder y con la Movida, expurgándola de espontaneidad y muchas cosas más.
La Movida Modernosa. Crónica de una imbecilidad política (La Felguera, 2016) escruta con pasmosa y polémica incorrección el subvencionamiento de la mediocridad artística, la manipulación mediática y las triquiñuelas políticas que durante aquel periodo se escenificaron en aras del constructo democrático. Un libro culto pero divertidamente locuaz, que irritará a muchos y deleitará a otros tantos, donde todos o casi todos aquellos que chuparon de la rueda movideña –Almodóvar es un claro ejemplo– sirven de diana a una brutal sinceridad que se hunde como dardo en corcho.
La Movida Modernosa es esencialmente una desmitificación de ese “epifenómeno” y de la historia sociopolítica española inscrita, o tendenciosamente escrita, en aquel momento. Toda desmitificación conlleva implícito un contramito susceptible también de mistificación. ¿Hasta qué punto da el libro rienda suelta a la subjetividad, acaso al ajuste de cuentas, proponiendo una visión que a algunos podrá parecerles ajena a su experiencia particular?
Por lo que voy viendo y oyendo, mi libro solo parece ajeno a la experiencia personal de los que sacaron partido de la llamada Movida, o de los que fueron a rueda. Ajuste de cuentas no hay, por mi parte, pero sí mucha risa, como digo en la introducción. ¿Subjetividad? Creo que señalar a Fernando G. Delgado como censor principal en la RNE de aquellos días no es subjetivo, hay elementos objetivos para probarlo, como tampoco me parece subjetivo decir que Almodóvar es un pésimo cineasta. Más allá del gusto de cada cual hay elementos objetivos para señalar como mala una película, una obra literaria, una pieza musical...
A medida que se hace mayor, tiene uno la sensación de que la historia siempre miente. Dejando los políticos a un lado, pues luego hablaremos de ellos, ¿qué mecanismos se emplearon para hipertrofiar y moldear la realidad de la Movida?
A la llamada Movida la hipertrofian los medios de comunicación, de la misma manera que los medios hipertrofiaron la llamada Transición pacífica y todo eso, o la figura del rey Borbón. Una inducción política puede acabar en una especie de yatrogenia; de tanto querer curar un momento histórico, acaban intoxicando. Ese es el papel fundamental de los medios de comunicación. Lo demás es un cuento malo que nos hemos querido creer durante muchos años, hasta que los medios de comunicación, al menos los importantes, han demostrado ser explotadores de sus empleados, como cualesquiera empresas, y vendedores de humo.
Algo de positivo tendría la Movida. Tú mismo dices que aportó “sano golferío y necesaria distracción”.
Digo que aquello sirvió para sacudir la caspa española, o intentarlo al menos, es verdad. Hubo gente de la calle que intentó romper en serio con lo anterior, sacudirse esa caspa española. Pero la realidad es que, al cabo, los tenidos por importantes en aquel rollo solo repartieron purpurina y lentejuelas para cubrir la caspa. A los pobres, al cabo, la caspa les hizo costrones y aún lo estamos sufriendo, y a saber por cuánto tiempo más.
La vinculación de la Movida a los intereses del PSOE y del resto del aparato político que pactando con el franquismo protagonizó la llamada Transición, ha sido incluida en el mismo saco conspiranoico que la introducción política de la heroína en la España de los primeros ochenta. Hablemos del alcance específico del poder socialista en la construcción, manutención y reificación histórica de la Movida.
Los sociatas pusieron el dinero y las instituciones; desviaron, así, una intención primera, espontaneísta, de cambio; un espontaneísmo bastante sano que se produjo poco antes de la aprobación de la Constitución y de los Pactos de la Moncloa, que dieron paso al llamado desencanto. Ahí empezó la Movida, como mascarada. Y el baile de máscaras se hizo más intenso y presente y constante tras el golpe de Estado de 1981, con el que se dijo que a pasar todo el mundo por el aro o, de lo contrario, no había fiesta. De lo de la introducción a lo bestia de la heroína en España a finales de los setenta me enteré de cosas importantes ya en los noventa, estando yo en Interviú y haciendo periodismo más en serio, frívolo o no, pero periodismo. Para hacer determinados reportajes de investigación se contactaba bajo cuerda con policías que te contaban muchas de las cosas que pasaban y habían pasado. Yo mismo conocí a uno, de eso tan peliculero de “asuntos internos”, que se pasó todo un verano en el parque de El Retiro, en Madrid, haciéndose pasar por mendigo, para descubrir a los maderos que trapicheaban. El tipo se quejaba, sin embargo, de que sus investigaciones y denuncias de poco servían, se iban al limbo de los archivos.
La Movida significó en muchos aspectos un cortafuegos contra los potenciales “incendios” ideológicos legados por lo underground y la Contracultura, ese otro mito, sepultando “valores” de finales de los sesenta y parte de los setenta bajo una losa de frivolidad, narcisismo y ombliguismo. Se diría que la única ideología movideña fue de índole industrial, y que en casi todo lo demás se dio un paso atrás a pesar de la aparente conquista de, ehem, libertades democráticas en la que vino envuelto el asunto.
Así es, lo seguimos comprobando en el presente. En realidad se podría decir que la Movida fue una esencialización de la llamada Contracultura. Un destilar de aquel mito hippioso. Hay un libro excelente, tan importante como La impostura intelectual, de Alan Sokal y Jean Bricmont, y como La huida de los intelectuales, de Paul Berman, cual lo es Rebelarse vende. El negocio de la contracultura, de Joseph Heath y Andrew Potter. En España, como no podía ser menos, la mejor manera de vender las derivaciones del contraculturalismo era la de acudir al casticismo, al ultranacionalismo como de carnaval solanesco. Los festejos movidosos eran muy solanescos.
Ni todo lo que se etiquetó movedizo fue tal cosa ni faltaron alternativas... Sin embargo, la Movida se desempeñó omnímoda, uniformadora, engullendo la atención de los medios y las masas y condenando al ostracismo todo amago de resistencia o disidencia. ¿Puede hablarse de una contramovida?
Creo que lo bueno de cuando la Movida era lo que ya fue bueno antes de la Movida y siguió siendo bueno después. Pensemos en pintores como Eduardo Arroyo, José Hernández... O en escritores como Perucho, Marsé, García Hortelano, Néstor Luján, Julián Ríos, Ramón Buenaventura, qué sé yo... Los importantes ya lo habían sido antes de los ochenta, a pesar de todas las dificultades, y lo fueron después. Lo de la música pop, rock y todo eso la verdad es que ahora me da mucha pereza, pero cabría decir lo mismo. Los Burning eran los Burning antes de que quisieran asimilarlos a la cosa movidosa con el peliculillo aquel, “¿Qué hace una chica como tú...?”. Y a Pau Riba, pues supongo que nadie querría asimilarlo a la Movida, entre otras cosas porque era catalán y no cantaba en la lengua del Imperio y todo eso... Jaume Sisa, sin embargo, intentó subirse a aquel trenecito movidoso de verbena, pero llegó tarde... Yo lo había visto y oído años atrás en Barcelona, en Zeleste, creo recordar, y me daba pena verlo en Madrid cantando en castellano para las mismas maripuris que iban a lo de Joaquín Sabina.
Del mismo modo que sin LSD y otras drogas posiblemente la Contracultura no hubiera sido la misma, la Movida parece también inextricable de la ebriedad, repitiendo a escala en España los mismos niveles de politoxicomanía registrados durante los sesenta y setenta en el resto de la Europa “libre”. ¿Qué tuvo de positivo y de pernicioso ese repentino y masivo acceso a toda suerte de sustancias?
Hablemos de lo negativo: la prohibición. La ilegalidad de las drogas es lo que las hace en verdad peligrosas. Si se vendieran libre y depuradamente en las farmacias, con su posología correspondiente, como se venden otras drogas recreativas, como las vitaminas y los estimulantes sexuales, se tambalearía el negocio de la banca y el control bancario sobre los países, productores o no de substancias susceptibles de ser convertidas en droga. El secreto bancario existe para que no se pueda rastrear el blanqueo de dinero de la droga. No olvidemos que la gran banca nace, en Inglaterra y Holanda, con el producto de las guerras del opio.
Por mi parte, soy poco dado a ir algo más allá del alcohol, y en dosis pequeñas, porque soy diabético del tipo 1 y me pincho insulina desde hace un montón de años, tres y hasta cuatro veces al día. La insulina casa muy mal con las drogas, ni siquiera las yerbas fumables me sientan bien: me bajan mucho la tensión, me ponen de mal humor, por lo que dejé de fumarlas hace ya décadas; el tabaco lo dejé hace cinco años... De muy joven le di bastante a las anfetaminas, tanto para divertirme y jugar al fútbol, por ejemplo, como para estudiar. Aún a comienzos de los ochenta vendían el tubito de Centramina a veinticinco pesetas en las farmacias, sin receta.
Dio también la sensación, durante la Movida, de que la verdadera liberación sexual llegó a España en ese periodo. Recuerdo que las noches de los primeros ochenta ciudades como Madrid y Barcelona, casi cualquier día de la semana, eran escenario de constante canalleo, de mucho folleteo y promiscuidad.
Bueno, yo regresé a España en 1973, tras emigrar por segunda vez con mi familia en los primeros sesenta, y la verdad es que se follaba bastante, aunque sin propagandas al respecto, claro... Recuerdo novias magníficas de aquellos años, ya en la universidad... Cuando venía de vacaciones a mediados de los sesenta, sin embargo, la cosa era distinta. Yo venía con quince o dieciséis años en los veranos, acostumbrado al cachondeo sexual que había en Puerto Rico, y aquí, las chicas de esa edad apenas se dejaban tocar entonces la gomilla de la braga. Hacerle un dedo a una era todo un logro. Pero en los setenta ya se follaba bastante, como digo, al menos en los ambientes universitarios. Lo del folleteo de los ochenta tuvo mayor propaganda, sin más. El problema, realmente, fue el sida.
La Movida, por muchas razones, continúa fetichizada, idolatrada como una age d’or y un periodo de gran esplendor creativo. Es más, parece que ni siquiera hubo un post festum, pestum, ya que primero la posmodernidad y luego el indie tomaron el relevo, reproduciendo muchos tics heredados y facultando un nuevo espejismo, una enésima modernidad cateta y excluyente. Se ha decretado políticamente incorrecto cuestionar todo ese paquete de “tendencias”.
A la Movida le debemos que España siga siendo un país paleto y jingoísta pero disfrazado. Un país absurdo y metafísicamente imposible. La Movida sirvió para que España fuese, aún más, un país como turcomexicano.
A la Movida debemos que España siga siendo un país paleto y jingoísta pero disfrazado... Como cuando al rey de Marruecos le plantifican un traje y una corbata, algo así... Un país absurdo y metafísicamente imposible, como ya dijo el pobre Ganivet. Bueno, para eso inventaron todo aquel mal rollo modernoso. La Movida sirvió para que España fuese, aún más, un país como turcomexicano.
No se le puede negar a la Movida que actuó como un catalizador generacional, resultando uno de los mejores simulacros de “movimiento” que había conocido este país desde lo yeyé, desparramándose transversalmente y abarcando un espectro social interclasista, con su jet set y su chusma, sus advenedizos y sus creyentes, sus genios y sus asnos... Ahora mismo, con la tecnología fragmentando en profundidad a individuo y colectividad, ¿sería posible o deseable un fenómeno parecido?
A los yeyés la policía, en muchos casos, los machacaba a porrazos, como cuando vinieron los Beatles. A los movidosos y a sus lameculos, sin embargo, los invitaban a recepciones oficiales... No creo que ahora se pueda dar una cosa como la llamada Movida... Las redes sociales y todo eso son una especie de campo de concentración de tarados y un panóptico, pero con derecho a exhibirse y expresarse, aunque también son un vehículo de contrainformación del que no se disponía en los ochenta, a pesar de las cosas que pudieras escribir sobre aquella chorrada, como yo lo hice en Ajoblanco o en El Viejo Topo. Si ahora, por ejemplo, no te publican en El País ni siquiera una carta al director (a mí me ha pasado varias veces), la pones en tu blog, si quieres tenerlo, o en la chorrada esa de Google Plus, y accedes a una cantidad de lectores incluso superior a la del periódico. Al menos ahora no es tan fácil que te silencien.
Partiendo de la premisa de que no hay tiempos mejores ni peores, de que esencialmente todo cambia para permanecer como estaba, ¿qué recuperarías de aquel Madrid movedizo y con qué te quedas del Madrid de 2017? Ya puestos, se agradecería un breve análisis del actual estado de la nación.
Parto de que Madrid no me gusta... Cuando volví aquí me hice la idea de vivir, de no quedarme otro remedio que seguir en España, cosa que no he podido evitar a pesar de mis intentos por irme a Estados Unidos como profesor. Intenté vivir en Barcelona, o en Bilbao, o en Sevilla... Pues, ni flowers... Nunca he encontrado en esas ciudades un trabajo que me permitiera irme de Madrid. Del Madrid de la Movida, en todo caso, solo recuperaría que en aquel tiempo era yo treintañero y había más trabajo que ahora. Publicabas algo en un medio y te llamaban de otros tres; traducías un libro y te llamaban de otras tres editoriales para darte traducciones... Del Madrid actual, digamos que cuando salgo me siento como si paseara por el patio de una cárcel. Madrid es la ciudad más sucia y fea de Europa, salvo Tirana, acaso... En cuanto al estado de la nación... Pues ahí lo tenemos: gobernados por delincuentes; con un presidente del Consejo de Ministros que en cualquier país de Europa o en Estados Unidos estaría preso, o destituido y procesado como poco... A Nixon lo echaron de la presidencia norteamericana por mucho menos de lo que ha hecho este chusmaje encabezado por Rajoy.