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‘El mundo merece ser incendiado, todavía’

Entrevista con Oriol Tramvia

Aparecido en 1976, Bèstia!, en catalán, fue la tarjeta de presentación de Oriol Tramvia, un histórico de la llamada “generación ramblera”, compuesta por el underground barcelonés de mediados de los setenta. El de Ocaña y Nazario, el de Zeleste, el Born, las Jornadas Libertarias, la Nova Cançó y el Festival de Canet, sustrato progre-cultureta desde el que la nueva izquierda autonómica fraguaría su asalto a la gestión del poder. Tramvia, Pons según la fe de bautismo, quedaba desubicado durante ese sorpasso, a diferencia de otros participantes en aquella epifanía de vacío histórico y político que fue la pretransición, más sagaces o ambiguos a la hora de rentabilizar sus militancias.

“Bestia, soy como una bestia/Tengo alas para volar, me quemo todo por dentro/Quién tuviese una cerilla/Para poder quemar el mundo/Bestia, somos como bestias/Bestia, quiéreme como a una bestia/Bésame, bésame como una bestia/Enróllate, enróllate como una bestia/Tírate, tírate como una bestia”

Así se expresaba a los veintipico, clamando contra la bestialidad humana. Ahora que es otra persona, renuncia a esa condición animal que hace menos sapiens al Homo y agarra de nuevo a la bestia por los cuernos. Esta vez para exorcizarla y celebrarla. Aparecido en 1976, Bèstia!, en catalán, fue la tarjeta de presentación de Oriol Tramvia, un histórico de la llamada “generación ramblera”, compuesta por el underground barcelonés de mediados de los setenta. El de Ocaña y Nazario, el de Zeleste, el Born, las Jornadas Libertarias, la Nova Cançó y el Festival de Canet, sustrato progre-cultureta desde el que la nueva izquierda autonómica fraguaría su asalto a la gestión del poder. Tramvia, Pons según la fe de bautismo, quedaba desubicado durante ese sorpasso, a diferencia de otros participantes en aquella epifanía de vacío histórico y político que fue la pretransición, más sagaces o ambiguos a la hora de rentabilizar sus militancias.

Forma parte Tramvia de ese tridente ácrata completado por Pau Riba y Sisa, al que la oficialidad cultural catalana continúa soslayando como quien no quiere la cosa. Durante los cuarenta años transcurridos desde la publicación de Bèstia!, se ha dedicado su creador a sobrevivir pero sobre todo a vivir. Gran parte de ese lapso lo dedicaría a la interpretación, interviniendo como actor en cine y, por encima de todo, en teatro, retomando su carrera musical solo puntualmente, con motivo de la publicación de un cd grabado en directo. Su reintegración definitiva a la canción tenía lugar en el 2004, año desde el que no ha dejado de grabar y actuar, cuajando una dinámica tenaz y consistente que, al margen de la industria y el Poder, ha vuelto a poner de relieve para viejos y nuevos seguidores las idiosincrasias de este “gran clásico ignorado de la música catalana”, como se le describía recientemente en una entrevista.

Con motivo del cuadragésimo aniversario de Bèstia!, protagoniza Tramvia un momentáneo alto en el camino para celebrar la canción y el álbum que le vieron nacer artísticamente. Una nueva versión de ese tema, grabada con la formación que actualmente le acompaña, ha sido objeto de una edición limitada sin ánimo de lucro ni de explotación nostálgica. Otra canción perteneciente a aquel disco, la que ponía música al poema “Venedor d’amor”, de Papasseit, será en breve objeto de la misma recuperación en el seno de un nuevo trabajo en el que cohabitarán temas propios con poemas musicados de Espriu, Pons y Bauçà. Con una agenda se diría que inmunizada contra la pasividad, anuncia también este singular artista su participación en la próxima edición del festival Barnasants con L’Oriolsol, espectacle per a guitarra i cadira, un montaje de pequeño formato. Indesmayable en su labor de difusión de la poesía catalana, incluida la suya propia, Oriol Tramvía reflexiona para Cáñamo sobre una experiencia vital de la que se desprenden aleccionadora modestia y ejemplar savoir faire.

Conmemorar el pasado –como sucede con este cuadragésimo aniversario de Bèstia!– siempre conlleva regresar a él, aunque sea desde la reflexión, y reencontrarse con la persona que entonces fuiste, lo cual suele resultar bastante incómodo si uno tiene la manía de practicar la autocrítica. Mirando a la cara al que entonces eras, ¿qué sensaciones tienes?, ¿recuperarías si pudieras algo de aquel Oriol o le abofetearías por necio?

La sensación es de que he vivido mucho, de que me voy montando en mi escalera de pintor –el Gato Pérez lo llamaba “la atalaya”– y de que ya todo es más ligero. Todo aquello, lo de aquel tiempo, era denso, a cara de perro, sin tan siquiera luz de sala; ahora, en cambio, el tiempo transcurre acompasadamente y es mucho más fácil tener armonía, o sea que sigo siendo necio pero no por esto voy a abofetearme, amigo.

Llama la atención que hayas alterado la letra de Bèstia!, ya que no es esa la norma. Muchos artistas se pasan gran parte de su vida adulta impostando su juventud, son capaces de cantar lo mismo que cuando tenían dieciocho o veinte años, y eso es una estafa.

No solamente he cambiado la letra sino que el título es No siguis bèstia!, o sea, ‘no seas bestia’: no he encontrado otra fórmula más rápida para reírme de mí mismo… Riéndome de mí mismo puedo reírme de todo lo que me rodea… ¿O no?

Así y todo, has conservado en la letra de Bèstia! el fragmento que dice “quién tuviese una cerilla/para con ella el mundo quemar”. ¿Todavía es necesario quemar el mundo?, ¿se siente más impotencia ahora que antes por el hecho de no poder quemarlo?

Mientras exista el más mínimo vestigio de nacer en Somalia, el mundo debe ser incendiado en la pira de los tiempos. El mundo es un sitio muy cómodo para transitar, sobre todo si has nacido en Europa, pero terriblemente injusto para muchas personas que ni siquiera pueden hacer el paso de la miseria a la pobreza, que aunque parezca que es lo mismo no lo es… La miseria es vivir sin nada, la pobreza es vivir con poco.

Cartel de Zeleste
"Un cartel muy querido: fue mi primer Zeleste, en 1974, con Albert Batiste al bajo -hombre que me ayudó en un momento fundamental para mí-, Casola posteriormente se fue al grupo comediants, a Jorge Romero solo le puedo dar las gracias y a Jaume Cuadreny lo echo mucho en falta". Diseño de JR Guzmán.
Loles León y Oriol Tramvia en Zeleste.
"Loles León debutó conmigo en Zeleste, en 1975. Aquí está la prueba, un espectáculo llamado El sublim art de la música, donde se mezclaba música y teatro. Luego ella siguió su camino como es bien sabido. Siempre la querré".
Cartel del Canet Rock 1976.
Cartel del Canet Rock 1976. "En el primero ni siquiera salía en el cartel. Canet fue un chute de energía, un festival abierto en un mundo cerrado. El festival por antonomasia era el Canet Cançó, sin embargo, pasados los años, se ha resucitado se ha resucitado el Canet Rock y no el Canet Cançó... que cada uno piense lo que quiera".
Cartel de Oriol Tramvia en el Club Helena
Cartel de Oriol Tramvia en el Club Helena.
Cartel de la actuación de Oriol Tramvia en el Casal de la Floresta.
Cartel de la actuación de Oriol Tramvia en el Casal de la Floresta. Diseño de JM Berenguer. "Viví cinco años en La Floresta, un conjunto de casas diseminadas en el otro lado del Tibidabo, refugio de gente huida de la ciudad. Paz y sosiego garantizados."
Actuación de Oriol Tramvia en el Canet Rock 1976.
Canet Rock, 1976. "Estrenaba un trajecito, creo que de lino, la pamela y una camiseta, había dos gogós y era todo muy rollingstoniano, o al menos lo intentaba."
Concierto en un piso en Barcelona en el año 1976.
"Concierto en un piso en la calle princesa de Barcelona, en 1976. ¡Un piso! Era el club de jóvenes de Santa María del Mar. A mi lado un Miki Espuma muy jovencito y un Pau Riba pletórico". Foto de Gaspar Fraga.
Personas orinando en una valla en Canet Rock 1976.
"Gaspar Fraga tenía la habilidad del gran fotógrafo: no verlo. Fotografiaba con pasión y en los sitios más recónditos, por ejemplo, en Canet Rock 1976, en la valla donde orinar. ¡Qué grande Gaspar y cuánto trabajo hizo!".
Portada LP Bèstia!.
Portada LP Bèstia!, 1976. Diseño: Claret Serrahima sobre una foto de Colita. "Este año conmemoramos sus 40 años. Muy contento de haberlo hecho, lo miro con cariño y sin nostalgia. Fue un antes y un después en mi vida y eso es y será para siempre. ¡Larga vida al Bèstia!".

Robándole la poesía a las élites

Un subterfugio muy trillado es el de disfrazar el peso de los años de madurez, o Madurez, con mayúscula, como si fuera una panacea. Sin embargo, eso de la madurez se revela muy abstracto. Lo de madurar debería ser algo a retrasar en lo posible, dado el significado social que de la madurez se ha connotado, y que viene a ser amansamiento, doblegamiento. ¿Qué opinas desde la madurez de la madurez?

Es como todo: el ir de vientre o el morirte, llega cuando tiene que llegar. Es cierto que hay mucha gente que juega a no madurar, pero no son creíbles; la mayoría de ellos ya renunciaron al nacer o al primer trabajo, porque madurar básicamente consiste en optimizar, los recursos, las ideas, los actos…Ve lógico que llegue aunque tú te niegues a ello. Yo mismo me lo negué durante años. Ahora ya lo asumo con naturalidad: ¡maduré como una manzana, a punto estoy para caer de la rama!

Poetas como Espriu y Papasseit convivían en Bèstia! con rock, sin darse de guantazos, incluso simpatizando. ¿No era un tanto sacrílego, atreverse a eso en aquellos momentos, en los que el rock no estaba demasiado bien visto, y, al menos en lo que respecta a la escena layetana, ejercía mayormente en funciones verbeneras?

Yo no lo encontraba sacrílego en absoluto. Yo quería que Espriu y Papasseit “triunfaran” más allá de las élites. Pensaba que la poesía no podía ser aburrida aunque estuviera bien escrita y que, por lo tanto, debía llegar por los canales populares del momento… Sigo pensando lo mismo; cuando voy a un recital de poesía y veo un atril me pongo a temblar. Mi relación con Zeleste y su gente fue muy fructífera para mí. Víctor Jou y Rafael Moll creyeron en mí y me introdujeron en su catálogo por más que yo en lugar de escuchar a Miles Davis –que era dios en aquel entonces– pensase en cómo hacer la revolución y a cierta hora de la noche lo encontrara todo muy trivial y muy pueril; pero es que yo en aquella época era de los convencidos de que después de Franco estallaba una revolución. Y no, no estalló… Fíjate tú si no estalló que antes cerró Zeleste. ¡Dios, qué cambios! Del sexo, drogas y rock and roll al máster en Estados Unidos.

Recientemente leía una crónica de un concierto tuyo en el que se decía: “Oriol Tramvia es el gran clásico ignorado de la música catalana, nuestro “maudit por excelencia”. ¿Te consideras tú maldito?

He representado a Shakespeare, a Chéjov, a Ionesco, a Brecht, a Espriu. He trabajado con diferentes directores teatrales. He hecho más de diez películas con realizadores como Ventura Pons y Óscar Aibar. He trabajado con Iggy Pop –a quien conocí comiendo cogollos en Tudela– y con Santiago Segura. He hecho giras por Europa, por América Latina. He estado en una universidad de la Pepsi-Cola cerca de Nueva York. He visitado las pirámides de México y el campo de concentración de Dachau. He visto las cataratas del Iguazú… ¿Cómo quieres que me sienta maldito?…

 

A la vejez, opio

Tu obra y persona han sido revalorizados últimamente. ¿Cómo interpretas esa reevaluación y qué sensaciones te provoca? Al fin y al cabo, siempre has sido el mismo, llevas desde el 2004 involucrado de nuevo en la música..., lo que significa que te ha costado unos cuantos años que vuelvan a tenerte presente.

Yo soy muy indolente por naturaleza y nunca he tenido apego al trabajo: se vive muy bien sin hacer nada. Pero sí es verdad que de un tiempo a esta parte noto una cierta curiosidad por parte de gente diversa. Quizás se deba al nuevo camino musical emprendido, donde estoy con una violoncelista, trompeta, guitarra y la voz flamenca de Izä, que me ayuda en las melodías; quizás porque de forma más o menos regular voy sacando producción nueva. Pero yo creo que se debe a gente que me quiere como soy y que da a conocer en redes y estamentos oficiales lo que vamos haciendo. En este sentido, el papel de Joan Ramon Guzmán es fundamental, aunque el Mercat de Música de Vic siga sin contratarme ni un solo año.

Bèstia! se grabó en directo en Zeleste, sala, según dijiste en una entrevista, donde “crecí por dentro como persona y como borracho”. ¿Qué drogas se consumían habitualmente en Zeleste y por extensión en la noche barcelonesa de aquel ambiente y aquel entonces?

Yo sacaba a mitad de los conciertos un porro gigante con una lucecita roja a modo de lumbre, me costó estancias en varias de las comisarias barcelonesas y de la comarca. Eran tiempos de una alegría inmensa, con la muerte del dictador siempre en la nuca, y de una candidez a prueba de bomba. Recuerdo una bronca amigable con un afamado poeta de la noche porque yo aceptaba ir a tocar en los mítines de los partidos políticos. Fue la época de la marihuana y el ácido lisérgico, de los cuales di cumplida cuenta. Cuando empezó la cocaína y más tarde la heroína, la cosa cambió, el sida fue el remate. Hay que pensar que lo que llamamos ahora el sida fue estudiado gracias a la cantidad de gente que murió sin diagnóstico.

Cómo ha cambiado, si es que lo ha hecho, tu percepción de las drogas desde aquel rito iniciático que fueron las bacanales de LSD en las que te empapaste en Formentera durante los tres años transcurridos entre la disolución del Grup de Folk y tu ingreso en el ejército.

Nunca caí en la dependencia, aunque a punto estuve, y considero que las drogas son una herramienta para el conocimiento de uno mismo y sus propios límites. Siempre me moví en esa dirección, aunque también tengo épocas de pura diversión y de huida hacia adelante. Yo encontré esa herramienta pero no es la única, hay quien hace yoga o lee a Schopenhauer. He cantado a favor de su legalización, aunque tengo claro que aunque las legalizaran continuaríamos teniendo conflictos, porque el problema de fondo no es si son legales o no, sino la dosis de lo que tomas, cómo lo tomas y con quién lo tomas. Formo parte de la primera generación de la postguerra que contribuyó de manera decisiva a su popularización y consumo, lo cual no sé si es bueno o es malo vistos los resultados. Hoy en día diferentes entes estatales u organizaciones sin ánimo de lucro destinan dinero y esfuerzos en reconducir a gente que se ha perdido, sobre todo con la coca y la heroína; por otro lado, la lista de muertos es impresionante. La sociedad ha ganado libertades y las drogas algo habrán tenido que ver: la gente va más suelta, se dicen más cosas a la cara y hay menos miedo, pero el coste ha sido tremendo. Hoy ya apenas queda nada: un porrito antes de acostarme, nunca antes de un concierto. Y de vez en cuando, cuando es fiesta mayor, una pipita de opio. El opio es una droga muy interesante en la vejez, ya que va de fuera adentro, muy al contrario de la mayoría, que van de dentro afuera; pero solo de vez en cuando, muy de vez en cuando.

 

Cada día es el último

Oriol Tramvia leyendo un libro.

"El artista no convence, distrae. El artista no abusa, comparte. El artista no tiene método ni partitura y se comporta como lo que es: un hombre libre que no se doblega."

A tenor de tu trayectoria vital podemos colegir que has observado una existencia de esas que la gente formal llama “bohemia”. Es decir, a salto de mata, con el futuro siempre en vilo. ¿Te ha angustiado alguna vez esa situación?

Me veo a mí mismo como artista porque es el más débil del eslabón. El artista no convence, distrae. El artista no abusa, comparte. El artista no tiene método ni partitura y se comporta como lo que es: un hombre libre que no se doblega… Nunca tuve sueldo fijo, no tanto por decisión meditada, sino porque la vida me llevó por ahí. He tocado en el Auditori y en el Palau de la Música y, cómo no, en todos los bares de Barcelona, comarca y provincia… He tenido tres casas, una hija, dos guitarras; me han desahuciado por falta de pago en el alquiler; he vivido en pensiones de la calle Boqueria y me he bañado en un hotel de lujo lleno de cava y bien acompañado. ¡Una vida de película!

Te encuentras ya en una edad complicada, a cinco de los setenta. Una franja en la que está cayendo mucha gente. Sea por esta u otras causas, como todos, algún momento que otro dedicarás a pensar en la muerte. Pragmáticamente hablando, las matemáticas biológicas no fallan, y, disculpa mi crudeza, como mucho te quedan estadísticamente unos quince años de cuerda. ¿Te parecen pocos o demasiados?

¿Quince dices?... ¡Son muchos! Yo ya llevo tiempo comportándome como si fuera el último día. Voy a cantar a algún sitio y pienso que ya no volveré más, veo gente y me despido mentalmente de ella, hago una canción –que, por cierto, cada vez me cuesta más, pero las hago todavía– y me digo: uf! ya está! la última… No me apetece nada irme, pero no tengo nada en contra. Y ni estoy triste ni tengo ninguna depresión. Por cierto: ¿cuándo quedamos?

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #228

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