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Una corresponsal en la guerra contra las drogas

Jackie Dewe Mathews (Reino Unido, 1978) nunca había estado antes en una cárcel y al entrar con su cámara en la Penitenciaria Femenina de la Capital (PFC) en São Paulo tuvo una buena impresión.

Jackie Dewe Mathews (Reino Unido, 1978) nunca había estado antes en una cárcel y al entrar con su cámara en la Penitenciaria Femenina de la Capital (PFC) en São Paulo tuvo una buena impresión: “Era mejor de lo que me esperaba. Estaba rodeada de un parque, la gente parecía caminar libremente y el lugar parecía muy animado”. No tardó, en los pocos días que estuvo allí intentando hacer su trabajo y sorteando las trabas de las autoridades y los miedos de algunas reclusas, en tomar conciencia de la dramática situación que se vive intramuros.

“Nada de lo que vi realmente me sorprendió. Fue más bien lo que escuché. Por eso creo que las autoridades se equivocaron al estar tan preocupadas por las fotografías. Lo que las mujeres me contaron fue, de hecho, mucho más inquietante e incriminatorio”. Los problemas de espacio no eran menores: “Las celdas eran pequeñas, con una cama de hormigón y una zona de aseo con un lavabo y un inodoro. En teoría, eran para una persona, o dos en el caso de las celdas con litera, pero en realidad eran utilizadas por cuatro, con dos mujeres durmiendo en el suelo. Tenían grandes ventanales sin vidrios, lo que las hace muy frías en invierno y poco útiles para detener insectos y hormigas”. El hacinamiento en una cárcel es un motor de conflictos, sin embargo, la fotoperiodista, al recordarlo desde su casa en Londres, no se olvida de los esfuerzos creativos de las presas para hacer aquel encierro más habitable: “Como las mujeres, estén donde estén, tratan de hacer de su espacio un hogar, habían hecho alfombras y tapices de ganchillo para decorar y habían ordenado sus pertenencias de manera que fuera posible para varias personas vivir en un lugar tan reducido”.

No todas las presas se prestaron a tratar con ella: “Algunas de las nuevas tenían mucho miedo a hablar conmigo, o solo se mostraron dispuestas bajo el anonimato más completo, ya que consideraban que no podían confiar en nadie dentro de la prisión. Estaban visiblemente aterrorizadas por la presencia de las bandas carcelarias de Brasil; me dijeron que dentro de los pabellones eran los presos los que dirigían la prisión, y no los guardias”.

La autoridad no se lo puso fácil dentro de la cárcel: “Entrevistar no era un problema, pero cada vez que solicitaba fotografiar a alguien tenía una batalla real. El personal de seguridad utilizaba todas las excusas imaginables para evitar llevarme a los pabellones: que no había suficiente personal, que las presas habían sido encerradas en sus celdas porque alguien había robado un poco de queso, que estaba lloviendo así que nadie podría moverse ya que no había paraguas, que la mujer en cuestión estaba trabajando y no podía dejarlo, que la hora del almuerzo estaba demasiado cerca como para poder hacer cualquier cosa… También me hacían esperar, de media, un par de horas al día para que alguien me acompañara entre los edificios administrativos y la escuela, donde hacía las entrevistas. Creo que usaban conmigo la misma táctica que para el control de las presas: hacerme esperar para todo. De hecho, cuanto más tiempo pasaba en la cárcel más lentas las cosas se volvían. Al final, solo estaba viendo a una o dos personas al día, lo cual fue tremendamente frustrante. Terminé agotada”.

Pese a tener autorización para fotografiar no solo a las presas, sino también las instalaciones, debido al recelo de los carceleros tuvo finalmente que comprometerse a no mostrar ni edificios ni vallas exteriores de la prisión. ¿Arbitrariedad? “Sentí que era una manera de ejercer su autoridad sobre mí, al igual que solían hacer con las presas. Y es que, tras solo unos días dentro del penitenciario de mujeres, puedes acabar sintiéndote como una de estas mujeres. Sin voz, pero con ganas de luchar por lo que crees que es justo”.

Tus reportajes te han llevado desde Tasmania a Kirguistán, donde has retratado cotidianeidades como la educación en casa o el rito del “rapto de la novia”. ¿Por qué decidiste llevar a cabo este proyecto?

Estaba ya en Brasil, visitando a mi marido que se encontraba trabajando allí por unos meses. Buscaba historias locales que me permitieran quedarme allí también por un tiempo y cayó en mis manos un artículo sobre dos chicas inglesas que habían sido detenidas en el aeropuerto por tráfico de cocaína y se encontraban en la Penitenciaria Femenina de São Paulo, a la espera de juicio. A partir de ahí me topé con la cifra de que, en apenas diez años, el número de mujeres extranjeras encarceladas se había elevado de 40 a 400, representando más de la mitad de la población reclusa. Sentí que había una historia importante detrás sobre la que quería investigar más a fondo.

¿Cómo fue el proceso para acceder a la prisión?

Conseguí entrar en la prisión gracias a un amigo abogado. Tuvimos que conseguir permiso de un juez, de la autoridad general de prisiones y finalmente de la directora de la prisión misma. Era un momento adecuado: la prisión fue receptiva al proyecto porque precisamente estaban debatiendo internamente que había que tomar medidas para detener el flujo de mujeres extranjeras que traficaban con drogas y que terminaban en sus puertas cada día.

¿Cuáles eran tus objetivos iniciales?

Mi intención era mostrar la experiencia de estar presa en una prisión extranjera, realizar un reportaje fotográfico de la vida en esta prisión. El hecho es que fue muy difícil, una vez dentro, poder hacer fotos. Solo tuve unos pocos minutos para hacer los retratos, lo cual fue decepcionante. En cambio, tuve tiempo de sobra para hacer entrevistas a estas mujeres, y fueron las historias increíbles que de ellas salieron lo que acabaron dando a los retratos su poder.

¿Cómo era la relación con las mujeres encarceladas? ¿Qué destacarías de las mujeres que conociste allí dentro?

No tenía traductora, ya que la mayoría de las mujeres a quienes entrevisté hablaban inglés y la vigilante nos dejaba a solas cuando estábamos conversando (otra historia era cuando estaba fotografiando). Dado que me quedaba con ellas a solas y era la primera vez que muchas de ellas se sentían en confianza de hablar con franqueza desde que habían sido encarceladas, estos encuentros eran vividos por ellas con una urgencia y en una intimidad particular. Los detalles de sus experiencias eran muy crudos, y sentí una gran responsabilidad y un gran honor para hacerles justicia a las historias que me contaban. Muchas cosas me llamaron la atención de estas mujeres que, ante la increíble adversidad de su situación, trataban de buscar los aspectos positivos de la misma. Aunque también era sorprendente cómo, pese a que hubiera muchos factores que intervenían, y a menudo personas concretas que habían actuado en su contra, se culparan a sí mismas. Muchas me contaron que había pasado por todo un proceso de profundo enfado, tratando de encontrar un culpable de sus desgracias, y finalmente se habían dado cuenta de que ellas eran las únicas responsables de sus propias vidas. Incluso las mujeres que eran inocentes y que habían sido utilizadas o engañadas por sus amantes, se culpaban a sí mismas de su ingenuidad y estupidez, creyendo que de alguna manera era su propia responsabilidad. Eran básicamente buenas personas cuyas vidas se habían complicado dramáticamente al elegir lo que creían mejor para su familia. Ahora estaban pagando un precio terrible que estaba destruyendo sus vidas y las vidas de los familiares a los que precisamente habían tratado de ayudar. Eran mujeres que habían sufrido mucho, y estaban muy arrepentidas. En el caso de que su condena pudiera servir para su rehabilitación, las penas que enfrentaban eran tan perversamente largas que, cuando sea posible regresar a sus casas, el daño ya habrá sido irreparable para ellas y para sus familias.

Los corresponsale de guerra siempre hablan de la necesidad de marcar una distancia emocional para no resultar “heridos”. En tu caso, tu trabajo ha consistido en mostrar el rostro humano que normalmente se esconde tras números y datos. ¿Te ha sido posible mantener esa distancia?

Me resultaba difícil mantener la distancia emocional. Estaba tan cautivada por sus historias y su situación que no podía ayudarlas sin ser arrastrada irremediablemente a su tristeza. Hubo una mujer cuya historia me removió tanto…; su hermana, que ya tenía cuatro hijos, se había quedado a cargo de sus tres hijos cuando ella entró en la cárcel. Me dijo que estaba tomando antidepresivos, y que la mayoría de las mujeres allí dentro también los tomaban. Me contó que todas ellas trataban de dar la impresión de que estaban gestionando bien la situación pero que en el fondo no era así, que cuando las celdas se cerraban cada noche a las seis, lo único que se oían eran llantos. Según ella, la tensión en la prisión es abrumadora porque son muchas mujeres traumatizadas en un espacio muy pequeño. Otra mujer con quien hablé ese mismo día también tuvo un efecto profundo en mí. Su historia era diferente, era una usuaria dependiente de drogas y había traficado dos veces antes y disfrutado de la riqueza que le había proporcionado. Llevaba un año ya en prisión y todavía estaba a la espera de su condena. Estaba muy arrepentida, sentía que había aprendido mucho sobre sí misma y era positiva sobre un futuro alejado de las drogas y del crimen. Después de salir de la habitación en la que estábamos hablando, se fue a la sala de al lado, donde las presas se reúnen con los funcionarios de justicia y los abogados. Cuando entré, ella estaba preguntando sobre su proceso, y uno de los voluntarios le leyó en un papel que había sido condenada a once años. La vi caminar pesadamente fuera de la habitación y pensé que una sentencia de esta duración es demasiado larga, demasiado larga para que alguien pueda mantener una actitud positiva y cierto arrepentimiento, sin que esos sentimientos se conviertan en ira contra el mundo. Y demasiado larga para poder empezar de nuevo. ¿A qué podría volver después de once años fuera de casa?

Tus fotografías son de una gran belleza, incluso cuando tienen lugar en un contexto muy difícil, de violencia, de desigualdad extrema. ¿Crees que la belleza es capaz de sobrevivir incluso en las situaciones más terribles?

Si, incluso más todavía; esa es la belleza del espíritu humano. Los pequeños actos de bondad, los pensamientos poéticos, destacan más claramente en el contexto de una situación horrible y desesperada. Yo no fui capaz de mostrar gran parte de lo que me decían: estaba restringida a hacer retratos, así que solo pude capturar un poco de la tristeza y del espíritu individual de estas mujeres. Porque, a pesar de ser despojadas de sus vidas previas, y encarceladas e institucionalizadas, todavía estaban vivas, luchando de una manera hermosa, incluso con sentido del humor.

¿Cree que el arte, y las reacciones que este puede provocar, son útiles? Y, en particular, las reacciones que tu trabajo ha provocado.

Sé que el arte puede hacer que las personas se detengan un momento y escuchen. El arte puede informar e inspirar, puede mover algo en tu interior, y hacer remover las emociones de las personas.

El fotorreportaje de Jackie

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