El escritor, premio Cervantes de 2011, falleció a los 103 años en Santiago de Chile. Científico de formación, hermano de Violeta Parra y poeta partidario de la antipoesía. En el primer número de la edición chilena de Cáñamo, en mayo de 2005, publicamos esta antientrevista, que ahora recuperamos en su honor.
Convenimos una cita con Nicanor Parra: sábado 12 de marzo, 11:00 AM. Tal fecha, entonces, llegaríamos a su casa en Las Cruces. Allí, naturalmente, mantendríamos una conversación relativa al tema de drogas. Manejaríamos la situación y de tal forma obtendríamos la información que esperábamos. Pero, claro, no habíamos pensado que Nicanor es esquivo, que Nicanor hace lo que se le da la gana.
Sí, Nicanor Parra hace lo que quiere. Recita un poema en francés, habla algo de ruso, pero no gasta tiempo en traducir a sus expectantes interlocutores. Dice, eso sí, que en el diálogo todos somos hermanos, que, para él, no existe distinción entre el poeta (o antipoeta) y los periodistas, que se supone somos nosotros. Pero tal aseveración no tiene nada de cierta. Parra es un mentiroso y lo sabe. Con él al lado no hay ninguna duda de quién es quien y, en el fondo, aunque quizás no tan en el fondo, le gusta que sea así. De todas formas, ya estábamos advertidos. Sabíamos que don Nica, a ratos, dice una cosa y significa otra. Pero no sólo eso, también estábamos al tanto de que debíamos tener sumo cuidado con ciertos asuntos como, por ejemplo, el de las fotografías. Fue por eso, de hecho, que la encomendada para llevar a cabo dicha tarea le habló de retrato y no de foto –haber si caía–. Pero no. Claramente Nicanor no muerde el anzuelo. Nos habló, en cambio, de que no debíamos instrumentalizar al interlocutor, de Shakespeare y de que sería mejor poner la foto de una mina, y, por supuesto, se negó. Sin embargo, finalmente, cuando nadie se lo pidió, cuando ya estábamos resignados, él solito, como si nada, se ofreció para una foto. Vaya cosa. Considerando, entonces, el ánimo algo antojadizo del viejo Parra, no es extraño imaginar que, no obstante nuestras intervenciones para que se refiriera al tema, se suponía, en cuestión de la entrevista; las drogas, conseguir que el aludido hablara al respecto no fue una labor fácil de lograr. No lo fue, entre otras cosas, porque su habilidad para hacer creer al otro que hace lo que este espera, cuando, en realidad, ocurre al revés, es no menos que meritoria. Es tan meritoria, de hecho, que casi, aunque sólo casi, ni se nota.
Sin embargo, Nicanor cede, y entre que imita, entusiasta, la manera en que su nieta dibuja la cola de un gato y nos muestra algunos de sus artefactos que se encuentran dispersos por toda la casa, esboza una suerte de línea histórica que había formulado para un seminario a su cargo, en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile, en los años sesenta y que revela su pensamiento sobre el ya sabido asunto de interés.
En ella, como punto de inicio fija al Tao. El Tao, representado por Confucio, promovería la búsqueda de equilibrio en el individuo, la búsqueda de la concertación armónica del hombre consigo mismo. Por ello, dice Parra, si usted está mal, lo primero que le diría Confucio sería: siéntese. Si usted está sufriendo por una novia que lo dejó de amar, tiene que sentarse y esperar. Y así, sólo cuando esté preparado para ver pasar a su novia de la mano con otro, cuando haya conseguido encontrar su centro, sólo en aquel momento, podrá pararse y continuar.
El Lao tse, agrega, paralelo al Tao, sería la versión marginal, no oficial, de esta misma doctrina.
Para continuar con la interpretación da un salto a occidente. Pasa, sin ahondar demasiado, por la eutimia de la Grecia clásica, el misticismo de San Juan, la Alquimia del verbo con Verlaine y Rimbaud, y vuelve a detenerse en Marx, del que subraya la trasmutación del enfoque individual para establecerlo, luego, en el colectivo. Una búsqueda ya no instalada en el sujeto, ni en dios, ni en el lenguaje, sino en el grupo social.
Tras ello, y para terminar con su disquisición, se refiere a los Beatnick y el movimiento hippie.
Así como los marxistas instituían su proyecto a partir de la revolución del pueblo, los hippies lo hacían a partir de la revolución química. Para estos últimos, las drogas, por medio de la alteración de los sentidos y un sucesivo estado de conciencia distinto al cotidiano, eran potencialmente capaces de cambiar el mundo; de generar armonía entre los hombres y, en consecuencia, dar término a las guerras y paso a la Paz y al Amor. Explicación, entonces, con la que cierra su comentario histórico, el que, a su vez, como ya se dijo, da la pauta para tratar el asunto de los psicoactivos.
En Nueva York, junto a Allen Ginsberg, fumó de una pipa una sustancia que lo dejaría, más tarde, risueño y parado frente a un semáforo al que, asombrosamente para él, todos hacían caso.
Da la pauta porque toda esta vuelta por la historia ha sido –casi literalmente– puesta en escena, para acreditar que a lo largo del tiempo se puede rastrear la presencia de un mismo patrón, que sería la necesidad del hombre de buscar algún mecanismo que le permita acceder a un estado de equilibrio, sea el mecanismo que sea.
En estos términos, el uso de estupefacientes se conformaría como uno de los mecanismos, como una posibilidad más, entre tantas otras, para conseguir dicho estado.
Vistas las drogas desde esa óptica, cualquier clase de categorización a priori, con respecto a su utilización, parece, a lo menos, relativa. Por ello, Parra va a proponer, mejor, la aplicación del principio: “haga lo que usted crea”. Dirá, de tal modo, que cada uno puede hacer lo que le parezca y que si alguno quiere veneno que se lo tome, porque dentro del naipe de posibilidades cada uno elige la carta con la cual jugar.
En todo caso, Nicanor no se droga. Sin contar, claro, la excepción que confirma la regla. Excepción que tuvo lugar en New York City, cuando junto a su antes amigo Allen Ginsberg y conocidos de éste, fumó de una pipa una sustancia que lo dejaría, más tarde, risueño y parado frente a un semáforo al que, asombrosamente para él, todos hacían caso.
Agrega, en relación a su no consumo, que su búsqueda, o si se quiere, su droga, está en el lenguaje, en la composición de una frase, en, cómo señala, la suma de una palabra a otra.
No se pueden pedir peras al olmo, y pedirle a Nicanor Parra que se atenga a la pregunta, o a la petición, es de un resultado positivo no menos que improbable. Sin embargo, algo se consigue.