Entre 2016 y 2017 dos terrícolas –Óscar Rough (La Mancha, 1986) y Guillermo Jiménez (Madrid, 1989)– decidieron empezar a imprimir hojas bajo un mismo sello: Inflamavle. Ahora se cumple el primer lustro de existencia de esta editorial independiente, que nació como un proyecto literario que apostaba (y apuesta) por lo que entiende como contracultura. Aunque, a día de hoy, más que eso, Inflamavle es algo así como una oenegé de las letras subalternas.
Esta editorial sin ánimo de lucro empezó pidiendo a sus autores y autoras trescientos euros por maquetar, corregir, editar, diseñar, publicar y gestionar la impresión de cada libro. Ahora han podido reajustar a la baja el coste dejándolo en doscientos cincuenta euros, que son gestionados por la editorial como si de una asociación sin ánimo de lucro se tratase. Es decir, se emplea en la creación de libros, fanzines, marcapáginas, eventos y diversos proyectos literarios. En cuanto al beneficio de las ventas de los libros publicados: autoras y autores reciben el cien por cien de sus ventas. Algo inusual teniendo en cuenta que, por lo general, en otras editoriales el autor ingresa como máximo el diez por ciento del beneficio obtenido por las ventas de sus obras.
Durante los cinco años de existencia de esta editorial, han publicado veinte libros de catorce firmas diferentes. Entre ellos, destacar: tres poemarios y una novela escritos por Óscar Rough; Las Flores, de Guillermo Jiménez Carazo, crónicas de la industria del cannabis en California; el poemario Nadie al volante, de la fotógrafa y escritora Elena Mayors; Si yo fuera una asesina, de Seli Ka, poeta, actriz y mitad del dúo de rap El No de las Niñas; Cine quinqui: retrato de una sociedad a través de la música, ensayo de Poochyeeh, conocida musicalmente por su banda Sweet Barrio; un poemario y un ensayo de Rafael Carvajal, protagonista del documental Yo maté a Ralph Greene, dirigido por Guillermo Jiménez y disponible en Fillmin; y así hasta una veintena de atípicos (y flamantes) volúmenes que se venden a la voluntad o en torno a unos diez euros.
Proyectar caracteres (sin ánimo de lucro)
El pasado 27 de mayo, todas las personas que han publicado sus textos bajo el sello de Inflamavle se reunieron en el OFF Latina, Madrid, un bar en cuya cava se encuentra un pequeño escenario con un aforo de medio centenar de personas. Allí se compartieron versos y se charló sobre criaturas literarias propias y ajenas. Se subieron al escenario los ácidos poemas de la gallega Elvira Jardón, la elegía de la artista y organizadora de eventos poeticofeministas Marina Kaysen; la danza butoh de la artista María Nolé...
Todas estas autoras y autores fueron presentados por Seli Ka, que captó al público con su potente poesía escénica, con la que ya ha presentado varios recitales y openmics en lo que va de año. “Ha descarrilado un tren / dentro de mi cuerpo / y mientras yo finjo estar perfecta / muere gente dentro de mí. / ¿Soy yo o es el mundo / quien posee la mayor culpa? / Merezco la guillotina / o fabricarla, por lo menos”, recitó Seli Ka de su poema He cogido un libro con los dientes.
Elena Mayors también hizo lo propio, y sus versos flotaron en el aire bendiciendo a los amantes drogados: “Benditos hombres de pollas flácidas por las drogas, / maravillosos polvos con parones y retos, / trabajadores mucho más habituales del cunnilingus”.
En el encuentro, la editorial aprovechó para anunciar su nueva colección: proyecto caracteres. Un libro colectivo donde cinco autoras editadas por Inflamavle y cinco personas externas a la editorial contarán con 27.800 caracteres por cabeza (diez páginas aproximadamente) para escribir lo que deseen sin ningún tipo de temática ni de restricción. ¿Qué se quiere conseguir con esto? Pues lo mejor será preguntar al cofundador de esta editorial, que “la vertebran extraordinarias bestias”, como él mismo asegura.
Es un buen momento para invertir en sombras
“Vivimos en Villapopcorn, un pueblo de quinientas personas, habitado principalmente por albañiles borrachos y ancianas alcahuetas. Los primeros beben porque no tienen nada mejor que hacer, las segundas se dedican al cotilleo por tradición, son bacinas vocacionales. Ambos colectivos tienen algo en común: mienten e inventan con alevosía y ensañamiento. Villapopcorn es un cúmulo de falacias, exageraciones y caricaturas”, así describe Rough el pueblo de origen en su nueva novela, El estado gelipollas.
En algún lugar del páramo manchego nació Óscar Rough, aunque Rough no es el apellido de sus predecesores. La yerma Mancha le vio crecer –cual adormidera–, pero tan rápido como pudo abandonó su pueblo y se fue a Madrid. Allí empezó (y no terminó) la carrera de Filosofía, estudió (y terminó) dos grados superiores –Imagen y Sonido–, lo que sumado a sus años en el conservatorio estudiando piano y sus mil y una bandas –electrónica, punk, rock e infinidad de músicas negras– han constituido a este editor, productor, realizador, escritor, pintor y músico. “Atrapado en Madrid” –como él mismo asegura–, vive en el barrio de Pan Bendito y acaba de presentar su cuarto libro, la novela El estado gelipollas, que narra de manera costumbrista la relación de su entorno manchego con el hachís, entre otras muchas cosas, y, como toda su obra prosaica, “está entre Boris Vian y South Park”.
Óscar, ¿por qué seguir editando en papel en tiempos de eBook y podcasts de audiolibros?
En primer lugar, por la salud de nuestras retinas y tímpanos; quizá tenga una opinión un poco retro al respecto, pero creo que la textura y el silencio de un libro son importantes para disfrutar el texto. También creo que la gente, al menos nuestro público, sigue prefiriendo el papel. Aparte de todo esto, hay que darle uso a las estanterías de casa y los ceros y unos cada vez ocupan menos espacio.
¿Por qué crear una editorial sin ánimo de lucro?
No fue así desde el principio. Digamos que Inflamavle ha vivido algún tipo de evolución en sus cinco años de vida y este parecía el último paso lógico. En origen, nuestra intención era ganar algo de dinero y de repercusión, pero, al final, parece ser que nos preocupa más el arte que nuestros propios estómagos y egos. En el proceso nos hemos decidido por devolver a las y los autores la importancia que se merecen, y a la vez hemos aceptado que no vamos a salir de pobres. Al menos, no a su costa.
¿Qué pretendéis hallar con el proyecto caracteres?
Nuestra intención con este proyecto es principalmente ampliar nuestras fronteras estéticas. Hasta ahora hemos editado sobre todo poesía, también un par de novelas y dos libros de ensayos, pero sobre todo poesía. Con el proyecto caracteres queremos crecer a lo ancho confiando en personas de muy distintos ámbitos para que con total libertad escriban lo que consideren oportuno, tanto temática como formalmente.
¿Seguís algún tipo de línea editorial o publicáis a toda persona que llama a vuestra puerta?
Teniendo en cuenta las características de nuestra editorial, es de vital importancia que creamos en cada paso que damos, así que solo publicamos lo que nos gusta. Esa es nuestra línea editorial.
Entre Boris Vian y South Park
Tras tu trilogía poética –Es un buen momento para invertir en sombras, Queremos calle y Los chavales–, ahora publicas la novela El estado gelipollas. ¿De qué estado hablas y de qué trata tu más reciente novela?
“El estado gelipollas” es una expresión que acuñamos en la adolescencia para referirnos a una fumada profunda, casi al borde del amarillo, y la novela gira en torno a ese distanciamiento con la realidad. El relato está narrado en primera persona por un adolescente egocéntrico y nihilista que juega con las drogas y vive perdido en su hermética percepción de la realidad. Es un viaje entre el autoengaño y la mentira.
Has dicho alguna vez que tu obra cinematográfica está entre “Cronenberg y Berlanga”. Así como tu prosa bebe de “Boris Vian y South Park”. ¿Esto es real o es un mero chascarrillo?
No creo que exista una separación entre humor y realidad, al menos no tal y como yo entiendo la realidad y uso el humor. Así que la respuesta es sí en cualquier caso.
Tu trilogía poética tiene un eje que atraviesa todas sus páginas: la droga. ¿Qué aporta esta a tu obra?, ¿en tus siguientes trabajos seguirá estando tan presente?
Sinceramente, es un tema que ha sido tan tratado que no sé si tiene algo interesante que aportar. Llevo años intentando deshacerme de ella tanto artística como vitalmente, pero intuyo que aún me acompañará algunos años más, aunque sea de manera accidental.
Rara avis transdisciplinar
Si no vives de la editorial que has creado y es tan difícil vivir del arte, ¿cómo llegas a fin de mes?
Trabajando para el enemigo. Soy realizador audiovisual: grabo y monto lo que sea necesario. Últimamente, muchos cursos en línea para grandes empresas en los que enseñan a sus empleados cómo vender humo más y mejor. Pero bueno, también mucho videoclip; están peor pagados pero son mucho más atractivos creativamente.
En uno de tus poemas cuestionas: “Cuando llegue al infierno / le voy a cantar al Diablo las cuarenta / ¿Dónde está mi público? / ¿Dónde están las salas repletas de gente cachonda adorándome? / ¿Y mi dinero y mi fama? / ¡Estoy preparado!”. Parece que no quieres morirte sin ganar el reconocimiento por hacer lo que haces y que quieres alejarte del poeta maldito. ¿Te gusta la autoficción utópica?
Soy muy autoexigente y me esfuerzo todo lo que puedo por mejorar, pero a los demás no les pido mucho; con un poquito de atención y cariño, me vale. Estoy muy solo.
Por último, ¿qué lugar crees que ocupa a día de hoy la editorial Inflamavle?, ¿y dónde la ves dentro de cinco años cuando esta cumpla su primera década?
Inflamavle ocupa un lugar pequeño pero firme en la contracultura madrileña. Nos gustaría seguir creciendo y tenemos planeados varios movimientos en ese sentido, pero creemos que es importante hacerlo sin prisa y sin perder nuestra fuerza, que al fin y al cabo consiste en los autores y las autoras que confían en Inflamavle y en todas las personas que disfrutan sus libros.