Martí Sales es un poeta y escritor de discurso reflexivo, lúcido, siempre intentando buscar el vocablo idóneo para dar cuenta, de la manera más precisa posible, de la realidad que quiere explicar. Esto comporta, en ocasiones, que recurra al silencio y a las pausas para pensar el mejor repertorio de conceptos a emplear. Para alcanzar tal objetivo tira de vocablos procedentes del argot, de los registros cultos, de tecnicismos y, cómo no, del habla popular de Barcelona. Cuando ya sabe qué quiere decir dispara a toda velocidad las precisas palabras. Es una lástima que nuestros lectores no puedan disfrutar de la riqueza de su discurso y de su vocabulario en su formato original en catalán. Las exigencias del guion obligan al entrevistador a traducir la conversación al castellano.
Sales estudió una Ingeniería Técnica, de aquí su dominio de las ciencias exactas como vimos en su libro Principi d’incertesa, continuó en la Autónoma de Barcelona con el primer ciclo de Humanidades para pasar al segundo ciclo de Literatura Comparada. Realizó un productivo Erasmus en La Sapienza, donde acudió a las clases de Armando Gnisci, que le marcaron profundamente. Ha hecho mil y una historias, pero muchos le ponemos cara porque fue el cantante de los añorados Els Surfing Sirles, grupo sin parangón de la escena alternativa. Se les identificó como “grupo canalla de la Barcelona underground”cuando la ciudad estaba muriendo envenenada por la Marca Barcelona y el consecuente turismo, masificación y comercialización, aunque canalla es un adjetivo demasiado estrecho para definir a los Sirles y a Martí. Decir que Sales es un poeta maldito también sería impreciso porque nunca ha sido proscrito de aquellos escenarios en los que él quería figurar. Si no está en otros contextos es porque no quiere o porque su sistema de valores le marca un camino determinado. Inconformista, nada a contracorriente. No se pliega ante la cultura comercial ni el bienquedismo imperante. Es una especie en peligro de extinción. Una persona en que la tríada literatura, música y drogas ayuda a explicar su pensamiento y su posición en el mundo. En Cáñamo queremos hablar con él de esta troika, o más que hablar, para que, a modo de mayéutica socrática, nos ayude a pensar a través de las múltiples preguntas con que nos deleita.
Martí, ¿cómo te posicionas ante las diferentes ramas del pensamiento y del arte?, ¿cómo sobrevives en un ambiente hostil para la gente de tu especie?
Mi centro de gravedad es el pensamiento, la literatura y la escritura: estudio, leo y escribo. ¡Y hace siete años que hago chi kung! Pero, vaya, ¡todo esto no te da ni un puto duro! [risas]. Ahora sobre todo hago de traductor, pero he hecho de todo porque cuando empecé Literatura Comparada ya sabía que no tendría un trabajo acorde a mis estudios; no podía ir por ahí preguntando “perdone usted, ¿necesita un comparatista?”. He hecho de actor, técnico de luces, camarero, músico, gestor cultural, director de festivales de poesía, muchos recitales, un monólogo, unos cuantos discos… De todo un poco. Y, si se termina el trabajo de traductor, pues aprenderé otro oficio. Me haré cerrajero. Haré cualquier otro trabajo que me permita omitir el brete de pensar continuamente en el dinero; solo así podré estudiar y escribir con tranquilidad.
Te provocará notable tensión poder articular una obra intelectual en una sociedad donde el dios Dinero da forma a la realidad.
El monstruo de la mercantilización de la existencia humana nos afecta en todos los aspectos de nuestra cotidianidad. Es un temazo porque nos hace vivir de una manera demasiado angustiosa. Y eso nunca lo terminamos de poner encima de la mesa, a menos que no sea en cenáculos estrictamente anticapitalistas. A nivel histórico, siempre me ha fascinado cómo los humanos queremos entender los diferentes pasajes históricos y las diversas civilizaciones a partir del actual sistema de valores. La máquina de propaganda de Hollywood nos ha hecho creer que quererse forrar y ser un famoso triunfador está en el ADN de las personas. Estos son unos valores construidos hace pocas décadas, totalmente circunstanciales. Por tanto, cambiables y modificables. Aquí está el corolario. La realidad humana ni es inmutable ni es inmanente desde que somos sapiens sapiens. Esto es un claro indicador de que podemos organizar la realidad social de otra manera.
“Como me han gustado tanto las drogas, nunca las he tomado porque sí. Me gusta elegir el momento, la situación"
¿Si la economía neoliberal es Escila, la sociedad de consumo es Caribdis?
Me alucina y me saca de quicio la comida de olla mundial consumista, el “todo por la pasta” y “lo quiero aquí y ahora”. Que tu deseo deba ser inmediatamente satisfecho. Todo lo que no dependa de lo material, dile espiritual o como sea, directamente ya no existe. ¿Y qué tenemos de más precioso? No nos podemos permitir vivir sin alma.
¿Cómo vive un alma como tú esta lucha contra los monstruos sociales en una ciudad como Barcelona?
Por suerte Barcelona es una ciudad suficientemente grande como para que haya una masa crítica que no vive con la pasta entre ceja y ceja. Evidentemente, nos espabilamos para disponer de un mínimo porque, si no, eres tan pobre que siempre estás pensando en el dinero para sobrevivir. Yo he estado sin un duro y es terrible. Ahora tengo una fórmula sencilla para no pensar en la pasta todo el día: tener pocos gastos, consumir lo justo y evitar cargar con la cruz que supone que cada primer de mes tengas que pagar mil quinientos euros entre hipoteca, gastos varios y demás mandangas. Comparto, vivo con peña, reciclo, visto ropa de segunda mano, voy a las bibliotecas… Todo lo que no sea comprar me parece una buena opción. Y a la que tengo cuatro perras, me las gasto en libros, comer y viajar.
Es decir ¿las drogas ya no te representan un gasto importante?
Es que nunca me he gastado dinero en drogas. Mis amigos dirán: “Sí, hijoputa, ya lo sabemos, gorrón de mierda” [risas]. Metabólicamente he tenido una gran suerte. Mi cuerpo no me permite pasarme de la raya. Además, me gusta más estar sobrio que ebrio. La lucidez es un largo camino. Trato de disponer de toda la atención posible porque me parece que vamos todos tan distraídos que no nos enteramos de nada. Me interesan las sustancias que me permitan alterar el estado de consciencia para ver la realidad desde otro punto de vista, desde otro tipo de lucidez. Todas las drogas “intermedias”, como el speed o el alcohol, que en cierta medida te provocan aturdimiento, no me despiertan especial interés. A ver, me encanta tomarme seis birras e ir ciego, pero de vez en cuando. En general, este tipo de borracheras o colocadas no me aportan nada.
¿Entiendo que para ti las drogas son herramientas para enriquecerte?
Es lo que me gusta, sí. ¡Que la vida son cuatro días! Tal vez ahora me parte un rayo. Es que sino es desechar un don que nos ha dado no sé si dios, la madre Tierra o lo que sea. La vida es terrible, sí, pero también es una pasada. No darte cuenta de esto y no aprovecharla hasta el fondo me parece un desastre. Por eso, cuando a las siete de la mañana te ponen una raya encima de la mesa y dicen: “Vamos a un after”. A esas horas tengo sueño. Y te dicen: “Pues tómate la raya y así no tendrás sueño”. No quiero. No me hace falta. Ya tengo suficiente. Prefiero ir a la playa, ir a desayunar.
“Las drogas se han despolitizado y se han convertido en un piñón más del engranaje de la sociedad de consumo. Sirven solo para mermarte. La gente fuma muchos canutos y toma otras drogas para quedarse aturdida, anulada"
Esta forma de uso sosegado y estratégico de las sustancias, ¿también la aplicas al cannabis?
Sí, a mí me gusta sentarme con el único objetivo de fumarme un porro. Sin excesivos ademanes, pero me gusta brindarle un ritual mínimo que le dé aquella solemnidad particular que se merece el cannabis. Así puedo gozar de sus propiedades psicoactivas, pensar, cambiar el punto de vista, descontrolar, llegar a sitios donde no he estado. Es una droga muy guapa y la gente se la toma muy a la ligera, pero con escasa consciencia. Hostia, chavales, aquí disponéis de una herramienta de la polla y vuestro cerebro la está malgastando. En vez de utilizarla solo para olvidaros de todo, os puede servir precisamente para recordaros de verdad, para bucear en vuestras consciencias, daros buenas alas, ¡daros buenas armas!
Estos usos tan estratégicos de las drogas parecen contradictorios con los usos destroyers de los punkis y de la imagen que disponemos de los Sirles.
Para aprender y cultivarse, el speed, la cocaína y todas estas historias siempre me han parecido una mierda. Los Sirles nos las tomábamos muy a lo punki. Yo, de estas drogas, siempre he tomado bastante poco. Muchos compañeros de viaje se drogaban mucho. Se drogaban en plan profesional. Les decía: “tío, te drogas como si fichases en la fábrica”. Para mí emplear las drogas de esta manera me resulta tan poco interesante como trabajar en una fábrica: pillar los gramos, ir aquí, ir allá, donde siempre, como siempre, de jueves a martes. Toda una inercia. Puedes cambiar el contexto cada fin de semana, pero tu estado mental es el mismo, igual de patético. Nunca me ha interesado. Como me han gustado tanto las drogas, nunca las he tomado porque sí. Me gusta elegir el momento, la situación, aprovecharlas. Supongo que una entrada importante a las drogas es la música, no solo la literatura. Yo creo que entramos a fumar canutos por el reggae.
¿Qué significó el reggae para vosotros? ¿Cómo imbricaron el reggae, el ska y demás ritmos jamaicanos en una escena alternativa dominada por el pospunk y sobre todo el hardcore?
A mí el reggae me llegó por mis hermanos mayores y yo flipaba con el disco Kaya, de Marley, y con los recopilatorios skatalíticos que corrían por casa, de la escena barcelonesa que se encontraba en el Aritjol, un bar de Gràcia. Allí descubrí a mi ídolo, Prince Buster, y su alucinante disco en directo censurado del 1967. A la segunda parte de la pregunta no te puedo responder, porque a nosotros ni se nos pasó por la cabeza tocar nada parecido a un ritmo jamaicano [risas]. ¡Pobres de nosotros!
¿Cómo llegas a los psicodélicos y a los usos más transcendentales de las sustancias?
También por la música. Conocí a Uri Caballero en tercero de BUP. Él también era un estudioso de las drogas. Estábamos obsesionados con el tema. Toda la música de drogas nos interesaba sobremanera. Uri me introdujo a Pink Floyd, Spacemen 3, la música psicodélica de los sesenta y setenta… Cuando me comí el primer tripi, era muy consciente de lo que tomaba. Fue, como tantos otros adolescentes de los noventa, en Tàrrega, en una Fira del Teatre, en los márgenes de la feria porque no vimos nada. Llegamos ahí con bastante bagaje conceptual, habíamos leído los clásicos (Hoffman, De Quincey, Baudelaire, Leary, el Don Juan, etc.), comprábamos Cáñamo… Teníamos una información adecuada. Llegamos a las drogas, y muy especialmente a los enteógenos –que es la familia de sustancias que más me ha interesado–, por la música y la literatura.
¿Algún autor o texto que haya sido una influencia para tu pensamiento?
La historia de Michaux con la mescalina es muy interesante. A los cincuenta y cinco años decide que tomará mescalina, con sus consecuentes visones, alucinaciones, pánicos e incluso epifanías. Yo nunca he tomado un disociativo tan fuerte. Nunca he tomado ayahuasca ni DMT ni nada que me haya hecho perder el pensamiento. No puedo estudiarlo desde fuera ni disponer de una idea de cómo es, por muy remota que sea, porque todo el rato estoy pensando. En cambio, él dejo de pensar. Cuando volvió a recuperar la consciencia vio cómo pensaba. ¡Esto a mí me pareció acojonante! ¡Me pareció brutal! Luego conocí la obra de Fericgla, cuando leí El hongo y la génesis de las culturas; pensé: “¡esto es la recontra polla!”. No cabe duda de que las setas es la sustancia de la cual más he aprendido.
Tú eres de la generación protagonista del proceso de normalización de las drogas recreativas, que acaeció en nuestra sociedad a partir de principios de los noventa. ¿También te hinchaste a porros de costo apaleado durante la adolescencia?
Y no solo los fumamos, sino que también pasábamos costo. A los catorce o quince años fuimos a pillar medio quilo de costo apaleado en un bareto de la Meridiana. El tío al vernos hizo una cara que decía: “Pero ¿quiénes sois? y ¿qué coño hacéis?”. Nosotros íbamos cagados para que no nos pillasen, pero era evidente que nadie diría nada a unos críos tan pequeños. La intención, sobre todo, era fumar nosotros de gratis. Si nos sacábamos un poco de pasta, pues de puta madre. Pero yo no seguí el ritmo porque nunca he fumado demasiado ni nunca he desarrollado tolerancia. Ya he dicho que con dosis bajas siempre he tenido suficiente; por ejemplo, yo no fumo tabaco y un cigarrillo ya me da un poco de aquel mareo tan tonto.
“Un día que estábamos por el Park Güell vimos la montaña Pelada y nos sorprendió. Al llegar flipé porque es el único punto de Barcelona en que tienes una vista de la ciudad de trescientos sesenta grados”
¿Vosotros fuisteis unos adolescentes que deseabais las drogas? ¿La prohibición os estimuló a consumir?
A ver, claro: ¿quién no va a querer contradecir aquellos noes gigantes? La censura de las drogas era el señuelo perfecto para gente culturalmente alejada de este mundo. Pero nosotros, gracias a la literatura y a la música, ya estábamos predispuestísimos: queríamos experimentar, queríamos conocer. Era un tema que nos interesaba una barbaridad. Hablábamos, leíamos, explorábamos, escuchábamos canciones… No teníamos fin.
Francisco Casavella (lectores, hagan el favor de leerlo, vale la pena) en el documental perpetrado por Lulu Martorell y Albert Pla de homenaje a Pepe Sales, Pobres, pobres que les den por el culo, espeta un aforismo lapidario de corte gramsciano que reza: “En aquella época tomar drogas era tomar partido”. ¿Cómo la reinterpretas?
Esta frase es buenísima. Pero yo diría que la cosa ha cambiado. Ahora ya no es el tomarlas, sino cómo te las tomas. Demasiadas veces no representan un acto contestatario, ácrata, sino un acto de aborregamiento. Las drogas se han despolitizado y se han convertido en un piñón más del engranaje de la sociedad de consumo. Sirven solo para mermarte. La gente fuma muchos canutos y toma otras drogas para quedarse aturdida, anulada. De esta manera, ya no sirven para nada, no sirven para hacer clic y que todo se derrumbe, que todo cambie.
Todo lo contrario, sirven para anestesiar un alma apenada y castigada por un existir doloroso.
Las drogas que el poder ha incentivado te aturden. En ningún caso ha potenciado los enteógenos, con su capacidad iluminadora. Ni tampoco permite el cannabis con todas sus propiedades y potencialidades. Es legal currar como un burro toda la semana y el fin de semana irte a la mierda, beber muchas birras, fumar muchos canutos, meterte mil rayas, borrarlo todo y, lo más importante para el sistema, regresar el lunes cabizbajo al trabajo. Un puto círculo vicioso.
¿Cómo empieza a escribir un chaval como tú, un superviviente de la guerra del neoliberalismo, cuando tienes dos tíos tan potentes –cada uno en su ámbito– a nivel cultural, que también sufrieron los estragos de una guerra? Tu tío abuelo, Joan Sales, la guerra civil española, y tu tío, Pepe Sales, la guerra contra las drogas.
Cuando empecé a escribir ambos representaban un peso muy fuerte a mis espaldas. Al principio fue muy complicado. Claro, la gente me decía: Incierta gloria [la obra magna de Joan Sales]. “Ah, qué guay, y ahora, ¿quién escribe algo?”. Mi segundo libro, Dies feliços a la presó, fue un poco “vengo de donde vengo y hay lo que hay”. Cité a los tres: a Pepe, a mi padre, que también era escritor, y a mi tío abuelo. Fue para decir: “Vale. Ya está. Nadie escoge de qué coño sale. Ni para lo bueno ni para lo malo”.
¿Cómo fue tu relación con tus tíos?, ¿qué tipo de influencia ejercieron en tu estilo?
Mi tío abuelo nunca fue una influencia directa porque lo leí ya de mayor. Además, no llegué a conocerlo porque murió cuando yo tenía dos años. Pepe fue una figura muy conflictiva en la familia. Era la oveja negra. Durante los ochenta, las familias no entendían nada del mundo de las drogas. No sabían lo que era una adicción. Era la primera vez que la sociedad veía una generación enganchada. Casi ni lo conocí de pequeño porque la relación que tenía con mi padre era fatal. La influencia fue posterior, cuando la recuperé de adolescente, gracias a mí tía Lulu. Ella me explicó historias e hicimos una versión con los Sirles, Poble d’stars. Ahora hemos hecho una exposición en su homenaje en el Konvent de Berga. ¡Ha sido genial!
¿Cómo maridan los efectos de las drogas con el proceso de escritura?
"Creo que somos muchos más los escritores que primero nos drogamos y luego escribimos. Los psicoactivos nos pueden inspirar, pero no en el momento preciso de escribir"
A ver: a veces tendemos a pensar que los escritores que toman drogas escriben bajo sus efectos, porque Jack Kerouac, William Burroughs, Bukowski, el resto de la generación Beat y, en general, los pocos que tomaban drogas y escribían bajo sus efectos han dado una imagen sesgada de la relación entre literatura y drogas. Creo que somos muchos más los escritores que primero nos drogamos y luego escribimos. Los psicoactivos nos pueden inspirar, pero no en el momento preciso de escribir. Solo en una minoría hay indicios claros de que iban de caballo o de speed. Me parece que tendríamos que desvincular el estilo de la droga.
Martí, perdona la astracanada, pero considero que la primera historia del libro Principi d’incertesa es brutal, eléctrico, frenético, kafkiano, casi esquizoide, pero absolutamente delicioso. ¿Cuántos gramos de speed necesitaste?
Si yo no hubiese leído ciertos textos, si no hubiese tomado setas, si no le hubiese dado a la cabeza, si no hubiese escuchado millones de horas de música, si no me hubiesen pasado movidas, la escritura del primer texto de Principi d’incertesa nunca hubiese existido. No me hubiese estimulado para encontrar una fórmula que casara literatura con teoría del caos y así poder narrar un fenómeno físico tan abstracto. Aunque, tal vez, fue una gran inspiración leer una letra de los Butthole Surfers del disco Hairway to Steven, en que la construcción sintáctica es frenética, con conexiones que saltan entre temas. Pensé: “cómo molaría escribir así”. Sudé tinta para escribirlo porque es muy complejo hacerlo y que quede mínimamente bien. El editor me dijo: “¿Por qué no lo haces con todo el libro?”. Le dije que no porque hubiera muerto en el intento y también porque cansaría al lector. Total, que en el primer texto de Principi d’incertesa haya mucho ritmo no tiene nada que ver con las drogas. Claro que tomo notas bajo los efectos de las sustancias, pero la escritura la articulo desde la más absoluta sobriedad y lucidez. Y, sobre todo, la reescritura, que es un currazo absoluto: ese fragmento está escrito y reescrito mil veces.
¿Qué implica el proceso de reescritura?
Escribir es reescribir. No hay nadie tocado por dios nuestro señor que pueda escribir y le salga a la primera un texto absolutamente maravilloso. Los textos no salen a la primera. Hay que reescribir. Así de fácil, así de complicado.
En uno de tus textos que apareció en el blog de la editorial Club Editor, entre diversas historias que basculan entre el delirio y la realidad cotidiana, explicas que perdisteis un pollo en el autobús que os subía a la montaña Pelada y casi a modo de milagro volvió a aparecer.
Sí, lo perdimos. Paramos el autobús cuando volvía de bajaba. El busero nos preguntó: “¿Habéis perdido algo? He encontrado esto en el suelo y me ha parecido que quizás era vuestro”. Y nos dio el gramo. Vaya suerte tuvimos.
También nos deleitas con el relato de una orgía. ¿La orgía fue verdadera? ¿Cómo es escribir sobre sexo?
La orgía fue verdadera. Fue increíble. Fue muy difícil escribir sobre la orgía porque escribir sobre sexo es muy complicado para no caer ni en lo cursi ni en lo soez. Pero en la escritura de este texto todo confluye. Todo es el mismo viaje. Un viaje de conocimiento. Es decir, puedes llegar a través de la lectura, de tus movidas, de tomarte una droga… El mundo es de una complejidad y una riqueza brutales.
¿Cómo imbrica escribir con el hecho absoluto de vivir?
Nos enteramos de la misa la mitad, tenemos que abrir los putos ojos y mirar lo que pasa a nuestro puto alrededor. Aprender. Hay una frase tremenda de Kafka: “En la batalla entre tú y el mundo, ponte del lado del mundo”. Es buenísima. Tú no eres nada. ¿Tú qué tienes que enseñar al mundo? Nada. Tú eres un ser vivo que comparado con el sentido del mundo no puedes hacer nada más que aprovecharlo. A nivel de estilo, de creatividad, de sensibilidad, todo lo que me pasa, todo lo que leo, todo lo que veo, todo lo que experimento es poso para escribir.
Tú que eres un hombre de cultura que has montado festivales de poesía, que has tocado en centenares de escenarios, iba a decir que eres un hombre ecléctico: ¿te gusta este adjetivo? o ¿está demasiado sobado?
Me da igual. El lenguaje está tan sobado, ya se ha utilizado demasiado.
Grenyal es una palabra con un significado que no podemos traducir al castellano con una solo palabra, lo podemos definir como “en su justa medida, al punto”. ¿Ya no quedan palabras grenyals?
Exacto. Grenyal es muy bonita. Pero sí que quedan, sí. Tenemos a nuestro alcance hacer nuestro vocabulario y nuestro discurso más rico o más pobre. Si nos tomamos la molestia de analizar cómo hablamos y cómo escribimos, podemos enriquecernos cada día. Personalmente, hablo mucho mejor ahora que cuando tenía quince años porque creo que la riqueza del discurso es el reflejo de la riqueza del mundo. La pobreza del discurso nos hace mirar el mundo desde la inopia conceptual. Sin vocabulario no se entiende nada. Este es el gran mal que sufrimos.
Tú que dispones de una mirada privilegiada del panorama cultural, ¿cómo valoras el actual escenario?
La cultura no es inmune a los horrores que nos dominan. La cultura está mercantilizada. Los criterios de valoración de un espectáculo se reducen a si hay gente dispuesta a pagar por él o no. En términos culturales este es el escenario más absurdo que puede existir. Todo esto esclaviza, monetariza, ridiculiza y lo convierte en absurdo. Nos tenemos que inventar nuevas maneras de valorar la cultura.
¿Necesitamos otras herramientas para evaluar la calidad de la cultura?
Es que, fíjate, a nivel social, nuestro vocabulario está injertado de vocablos del mundo de la economía. Te dicen: “Te lo compro”. “¿Qué quieres decir con que me lo compras? Vete a la mierda, yo no vendo nada”. El libro no es un producto; es un libro. Y la idea de ¿industria cultural? o ¿fábrica de creación? Esto ya es alucinante: ¿cómo pones en la misma frase fábrica y creación? Si son totalmente antagónicos: ¡vete a la puta mierda! ¿Por qué no volvemos a pensar en la creación? Aterrizar los debates concretos de cada disciplina artística, de cada técnica, de cada pasión, de cada campo de conocimiento. ¿Por qué no hablamos desde el punto de vista de la vida interior? De lo que no se habla nunca es de lo que nos pasa dentro. Siempre estamos con lo instantáneo, el consumo, el objeto. Siempre en un sentido materialista. ¿Por qué no nos centramos en la única esencia que nos diferencia del resto de seres vivos? Es decir, la consciencia y el espíritu. Lo más importante es la sensibilidad. Somos seres contemplativos, sensibles y creativos.
¿La humanidad va hacia la insensibilidad?
No. Todos los indicadores de desarrollo indican lo contrario: menos guerras, menos hambruna, menos enfermedades, menos pobreza infantil, más acceso a medicamentos y al agua potable. En cien años hemos mejorado una barbaridad. Obviamente que el capitalismo salvaje es un horror que machaca todo el desarrollo espiritual, pero también lo hizo la religión más extremista, el vasallaje de la edad media… No diré que vivimos en el mejor de los mundos. No diré que nuestra sociedad no es una mierda porque estructuralmente lo es. Pero creo que hay esperanza. Progresivamente tendemos a atender la sensibilidad de las personas y el desarrollo interior. Y eso no lo podemos menoscabar, aunque ahora mismo la situación a nivel mundial –la ultraderecha tomando el mando, la crisis migratoria, la brecha ricos/pobres abriéndose más y más– sea tan chunga.
¿Aún quedan espacios desde donde resistir?
Quedan espacios de resistencia. No hay una tendencia, al menos más grande que la históricamente dada, hacia el aniquilamiento espiritual de la especie humana.
Pero no crees que esta libertad para autogobernarte el alma provoca como contrapartida la desinstitucionalización del sujeto humano, es decir, la persona se queda sin puntos de apoyo colectivos y comunitarios.
Sí. Pero tampoco debemos idealizar los lazos colectivos. Cuando decimos que la sociedad está en decadencia, ¿qué queremos decir? ¡Esto ya lo decía Platón y Tucídides durante la peste de Atenas (siglo v aC). Exclamaban: “¡Se han perdido los valores porque los hijos no hacen caso a los padres!”. ¿En qué momento de hace diez mil años estábamos en el paraíso? ¿Cómo se ha degradado la sociedad hasta llegar al momento actual? Esto se debe a la metáfora biográfica. Las personas cuando envejecen atribuyen su decrepitud a la sociedad. Cuando tienes veinte años no dices que el mundo está en decadencia. Esto lo dices de viejo, que es cuando algunos tienen autoridad y voz para imponer su punto de vista y, a la vez, estás amargado y todo te parece una mierda porque ya no eres joven. Es demasiado recurrente ese discurso nostálgico de los setenta/ochenta: “en los años setenta/ochenta todo era fantástico, los mejores discos, la mejor música, el mejor escenario”. Bueno, hay cosas peores y cosas mejores. La nostalgia es un arma desmovilizadora del copón.
¿Tal vez uno de los dramas de nuestras sociedades es la gerontocracia?
¡Dramísimo! ¡Dramísimo! La mirada gerontocrática del poder para construir relato y realidad es un drama social. Pero, ¡al loro!, porque está en las manos de nuestra generación evitar la imposición a los jóvenes de las ideas de los viejos. La responsabilidad y el compromiso son capitales ante la “sobrelegislación” de nuestra sociedad. En el ámbito político, la apatía es uno de los grandes males porque la gente pasa de todo. Piensan que todo está perdido. La estrategia del poder es dar a entender que todo está legislado, que todo está controlado y que el capitalismo es el único sistema posible (eso lo cuenta de perlas Mark Fisher en su pequeño ensayo Capitalist realism). La finalidad es conseguir que el individuo piense que puede omitir el hecho de responsabilizarse colectivamente de su entorno y del mundo. Pues no. Es nuestra responsabilidad. Y, si no te gusta cómo va el mundo, pues arremángate.
¿Este es el problema?, ¿nadie quiere arremangarse?
¿En qué momento de la historia de la humanidad la gente se ha arremangado? En contadísimas ocasiones. La gente no se arremanga. La gente tiende a vivir al día, ir tirando y morir. Algunos sienten la vacuidad de la existencia, otros no. La historia da muchas claves para entender la realidad y desmitificar ideas erróneas, también para no desmoralizarte cuando constatas que nunca ha existido una época en que todo el mundo era hiperactivista, tenía las ideas clarísimas y estábamos todos unidos. La historia de la humanidad es una historia de hijos de puta, de pugnas de poder y de drenar lo espiritual. La religión hegemónica no tiene nada de espiritual porque es un sistema de control, y ahora el nuevo dogma es la ciencia.
Más concretamente, la ciencia positivista.
Sí, es una putada el dogma en que se ha convertido la ciencia actual. Cuando lees una noticia de prensa, “según un estudio científico…”, y automáticamente se convierte en Verdad. La ciencia está en manos de la productividad y el utilitarismo. ¿Por qué estudiamos? ¿Por qué hacemos poesía? ¿Por qué escribimos? ¡Porque sí! No para conseguir algo en concreto. En estos ámbitos no puedes aplicar la cuadrícula de la industria y la producción. Lo hago porque sí, sin más, y eso es revolucionario en una sociedad en que todo se hace para conseguir algo.
Las fotos que acompañan esta entrevista están tomadas en la montaña Pelada. En los últimos meses has escrito una serie de nueve textos, “La muntanya i la casa”, explicando tu relación con la casa rosa, sede de la editorial Club Editor, situada en la montaña Pelada. ¿Qué significa esta montaña para ti?
A la montaña Pelada llegué cuando empecé a ir a sitios que nunca había estado. Miraba un lugar y decía: “allá no he ido nunca, pues para allá”; o iba hasta la última parada de metro y salía de Barcelona andando. Un día que estábamos por el Park Güell con un colega, vimos la montaña Pelada y nos sorprendió porque no se ve desde la mayoría de puntos de Barcelona, queda escondida. Dije: “hosti, no he ido nunca, venga, vamos”. Al llegar flipé porque es el único punto de Barcelona en que tienes una vista de la ciudad de trescientos sesenta grados. En la montaña he hecho de todo, desde grabar un videoclip hasta darme el lote, perder la esperanza, trascribir atardeceres y muchas otras cosas. Además, no está urbanizada, situación que se acabará en cuatro días porque ya está el plan urbanístico del parc dels Tres Turons. Total, que terminará como los búnkeres de El Carmel, donde ya no se puede ir porque están infestados de turistas.
¿Qué proyectos tienes entre manos?, ¿nos puedes avanzar alguna novedad?
Uno de ellos es que con mi tía Lu sacaremos un disco con las canciones de Pepe cantadas por ella con el sello Indian Runners. Hablando con ella, como siempre acabamos hablando de drogas, pensamos en hacer un libro sobre nuestros camellos, que es un gran tema. Hemos conocido camellos de distintas drogas por todo el mundo, porque una gran manera de conocer una ciudad es follando o yendo a pillar. Las dos situaciones pueden ser peligrosas, pero quien no arrisca no pisca o quien no llora no mama. Bueno, pues estábamos repasando los camellos que habíamos compartido: ¡vaya historias alucinantes! La mayoría, padres o madres de familia, unas movidas de la hostia. No hay ningún libro ni ningún documental ni nada. Sería fantástico hacerlo. Entrevistarlos, explicar su vida, de los que están, de los que están en el talego, o repasar los periplos de los que ya están muertos. Hay tantos y tan diferentes que pienso: “joder, qué fresco más guapo” para la peña que no ha vivido este mundillo o no se ha fijado. Y ¡qué homenaje más que merecido a todas estas personas que han tenido unas vidas tan jodidas!