Harry J. Anslinger es nombrado director del Departamento de Prohibición en Estados Unidos en 1929, prohibición relativa a la producción y consumo de alcohol. En esos momentos, la sociedad americana está empezando a tomar consciencia de que a pesar de que la veda alcohólica lleva una década aplicándose, el consumo no ha disminuido, la profusión de bares clandestinos es alarmante y el aumento de la criminalidad y de bandas organizadas guarda una estrecha relación con la “ley seca”. Ante la inminente despenalización que traía en su programa el Partido Demócrata y en aras de conservar su puesto de trabajo, urgía una nueva prohibición, un nuevo enemigo y una nueva cruzada. Anslinger pone en marcha su campaña contra la marihuana. Desoyendo los consejos de la American Medical Association, que era contraria a esta prohibición, y los estudios del Dr. Bromberg, que demostraban la escasa o nula relación entre delitos cometidos y consumo de hierba, Anslinger comienza una estrategia de manipulación basada en sembrar el pánico entre la población. El miedo como motor y la desinformación como combustible, ficcionando hasta el absurdo sobre los perniciosos efectos del consumo del cannabis como incitador de crímenes y violaciones.
En 1933, y ya con Anslinger como director del Federal Bureau of Narcotics (FBN), se comete en Florida el asesinato de cuatro miembros de una familia a manos de uno de los hijos, Victor Licata. Durante los días de interrogatorios, entre otras tantas preguntas, Licata admite haber fumado hierba ocasionalmente. Un informe policial que Anslinger resume en “un adicto a la marihuana se vuelve loco y asesina a su familia”, obviando, por supuesto, el largo historial de enfermedades psiquiátricas en la familia o que él mismo estaba en proceso para ser internado en una institución mental. En los informes psiquiátricos del crimen no se hacía mención a la marihuana ni se consideraba un factor que hubiera intervenido en la comisión de dichos asesinatos, pero que Licata, durante las largas horas de interrogatorios, hubiera admitido que sí, que alguna vez había fumado marihuana, amplificado y distorsionado, era un arma de destrucción masiva para el amarillismo mediático dirigido por Anslinger. “El loco de la marihuana”, “El asesino de la hierba”… El rostro de Licata se convirtió en un icono de su cruzada, con una presencia constante en los medios exhibiéndolo como “la cara del mal”.
Así que no es de extrañar que fuera el popular aspecto de Licata, epítome de la enajenación mental cannábica en esos tiempos, el elegido por Joe Simon y Jack Kirby para dar vida al adicto protagonista de mirada desorbitada en este cómic publicado en 1947, A la caza del asesino en serie de Nueva Inglaterra (Headline Comics #24), que, por supuesto, a pesar de la reiterada insistencia en sus textos de estar narrando hechos reales, no hay registro de tales sucesos, en los que un remedo de Victor Licata trastornado por el consumo de maría se convierte en un asesino cruel y despiadado. Cosas que pasan.
Estos cómics de crímenes reflejaban la disparatada versión oficial de la toxicidad homicida del cannabis. A pesar de ello, tampoco eran del agrado de Fredric Wertham, quien diez años después de la cruzada de Anslinger contra la marihuana lideraba la suya propia contra los cómics como enemigo público número uno. En su teoría, el hecho de tratar cualquier tema controvertido ya era “dar ideas” a la juventud. Su victoria culminaría con la implantación de la Comics Code Authority en 1954, llevándose por delante multitud de editoriales y cabeceras –la propia Headline Comics, sin ir más lejos–, dejando un panorama de viñetas descafeinadas dominado por héroes en mallas. Simon y Kirby se vieron obligados a abandonar el mundo del crimen, el romance y la historieta de terror, en las que fueron pioneros, para regresar al mundo de los superhéroes del que provenían. En 1941 habían creado al Capitán América para Timely Comics, germen de Marvel, donde años más tarde, junto a Stan Lee, Kirby crearía muchos de los personajes más icónicos del sello: Los 4 Fantásticos, Pantera Negra, Iron Man y Silver Surfer, cuyo universo galáctico fue pionero en la gráfica psicodélica de los años sesenta y su trabajo, relacionado de nuevo, aunque de otro modo, con el consumo de enteógenos, si bien parece ser que Kirby no pasaba de los puros habanos.