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Droga prohibida, mafia agradecida

Cuando la librería Makoki editaba la revista del mismo nombre, cada día los colaboradores y algunos amigos comíamos en el patio del Mercadillo de Portaferrissa, y allí fue donde Ramón Santos, abogado ducho en asuntos de drogas, nos presentó a otro abogado, Jaume Torrent.

Cuando la librería Makoki editaba la revista del mismo nombre, cada día los colaboradores y algunos amigos comíamos en el patio del Mercadillo de Portaferrissa, y allí fue donde Ramón Santos, abogado ducho en asuntos de drogas, nos presentó a otro abogado, Jaume Torrent. Las comidas acababan con los casos que habían ocupado a Santos durante la mañana en los juzgados y la consideración en que la ley tenía entonces a los consumidores de sustancias prohibidas. Cuando Santos falleció era Jaume el que más insistía en que lleváramos a cabo una de las ideas recurrentes: dar de alta a una asociación que defendiera los derechos de los consumidores de cannabis. Jaume redactó los estatutos y Katy, Josep Baltiérrez, fue al registro a inscribir la asociación. Ante la negativa del “comité de expertos” del Registro a que figurara la palabra consumidores, cambiamos el nombre poniéndonos bajo la advocación de Ramón Santos.

Aquel día de 1991 en el que fuimos inscritos en el Registro de Asociaciones no podíamos imaginar en qué acabaría aquella inscripción. Para su difusión utilizamos la revista Makoki, donde expusimos nuestras intenciones, nuestra carta al fiscal y su respuesta y el Manifiesto fundacional. Muchos de los colaboradores de la revista éramos consumidores de hachís, raramente marihuana. Nos fumábamos 250 gramos cada semana. Naturalmente, teníamos un camello fiel de los tres que conocíamos, el “Bueno”, el “Feo” y el “Malo”. Solo uno aceptó suministrarnos semanalmente, el “Bueno”, y cada semana debía agudizar el ingenio para el traslado desde su casa a la librería Makoki, sede de la redacción: rutinas alucinantes producidas por la paranoia constante a ser sorprendidos en esos momentos previos al reparto. Cuando la ARSEC llevaba funcionando menos de un año ya no hizo falta que volviera, si no era para fumarse un porro de maría con nosotros y para proponernos, inútilmente, que, si queríamos, él podría vendernos marihuana. Para nosotros era impensable volver a depender de él o de cualquier otro traficante. Habíamos dado un pequeño paso hacia la “normalización” del cannabis, rompiendo definitivamente con el mercado negro. Y además la maría nos salía gratis, igual que a los pacientes y enfermos que recurrían a los consejos de los médicos de la asociación. Cada socio cultivador aportaba parte de sus excedentes de manera desinteresada y también suministraban semillas a nuevos cultivadores, que iban sumándose al grupo de cultivadores donantes.

Felipe Borrallo
Felipe Borrallo

Instalamos la ARSEC en el piso superior de la librería, así no tenía gastos de alquiler, luz, teléfono, etc. Jaume, como tesorero; Katy, secretario, y yo, presidente, más Damián Carulla, Xus Sibat, César y Sergi Doll, J. Terrones, Iván, Pau y Álex fuimos el núcleo originario, pero en un año éramos 300 y en 1993, cuando hicimos la plantación para ser juzgados, éramos más de 1.000 socios, cuya cuota era 1.000 pesetas al año, que subimos a 2.000. La ARSEC nunca necesitó dinero, sobre todo después de la publicación del Manual para el cultivo y el autoconsumo de cannabis, que hizo a la asociación autosuficiente y mecenas de otras que necesitaban ayuda económica. Y nos permitió ir a Madrid a presentar la campaña “Contra la prohibición, me planto”, de donde salió la primera Coordinadora Estatal de Asociaciones por la Normalización del Cannabis.

Lo que no sabíamos entonces era que la relegalización de la planta cannabis, sacarla de la lista de sustancias prohibidas de la Convención Única sobre Drogas de la ONU, no era cosa de un gobierno ni de unos pocos años. La “ley seca”, que prohibió el alcohol en Estados Unidos, duró diecisiete años, hasta que el deteriorado clima social (mafia, corrupción, violencia y destrucción del tejido social) iba empeorando más si cabe, gracias a una política sobre el alcohol que no era solo incapaz de reducir la oferta y la demanda, sino que era la causa primera de los efectos indeseados de las políticas prohibicionistas.

 

La sustancia prohibida más segura

La “ley seca” terminó cuando los medios de comunicación comenzaron a reflejar sus efectos nocivos para la sociedad y la democracia, haciendo que muchos políticos y funcionarios judiciales y policiales presionaran al gobierno para poner fin al desbarajuste relegalizando el alcohol. En el caso de la marihuana, ya no era un gobierno el responsable de volver a la normalidad, sino una organización supranacional que no prevé mecanismo alguno para excluir a ninguna sustancia de sus listas, solo prevé la inclusión de nuevas sustancias prohibidas. Ningún gobierno puede afrontar en solitario los retos de la venta de armas, el hambre en el mundo, el cambio climático, el control de la industria farmacéutica o la relegalización del cannabis.

Las reformas exitosas recientes resuelven problemas asociados a la prohibición, pero la marihuana sigue siendo ilegal porque se la considera algo nocivo, cuando es la sustancia prohibida más segura y con menor capacidad de adicción, si es que tiene alguna.

Las drogas deben ser legales no porque sean seguras, sino porque son peligrosas cuando están en manos de los narcotraficantes. Deben estar en manos de establecimientos autorizados y destinar el dinero recaudado en esos establecimientos a programas de prevención y tratamientos médicos. El programa de prescripción de heroína suizo cuesta 35 francos por paciente y día, pero supone un ahorro de 44 francos diarios, los que se destinaban a arrestos, juicios y condenas a adictos. Se elimina así el acceso a los jóvenes, ya que los camellos no piden el DNI. La Alianza por la Infancia, la mayor organización benéfica del estado de Washington centrada en la infancia, votó a favor de la regulación de la marihuana, restaurando el orden, poniendo fin al colapso económico provocado por las actividades ilegales de los cárteles de las drogas y protegiendo a la infancia y la juventud.

No podemos conformarnos. Después de veinticinco años hemos de continuar el camino hacia la relegalización del cannabis. Hasta que la producción (el cultivo), la distribución (la compra-venta) y el consumo no sean legales, aceptaremos la “regulación” o la “normalización” como paso previo a su total legalización.

Bartolomé Mestre (Xumeu), izquierda, puso el nombre definitivo de la asociación, y Bertrán, quien en el juicio en la audiencia de Tarragona explicó al Tribunal las excelencias del traje de Cáñamo que lucía para la ocasión
Bartolomé Mestre (Xumeu), izquierda, puso el nombre definitivo de la asociación, y Bertrán, quien en el juicio en la audiencia de Tarragona explicó al Tribunal las excelencias del traje de Cáñamo que lucía para la ocasión

La sobriedad impuesta y el derecho a la ebriedad

El mantenimiento de la prohibición como motor del aumento de la oferta y la demanda de sustancias prohibidas, así como de la violencia, la corrupción y el peligro que supone el control de estas sustancias por los gánsteres, no solo pone en peligro el tejido social, sino también a la misma democracia, peligro que tiene su origen en la imposición coercitiva de la sobriedad por medio de la prohibición. Estos efectos nefastos han sido ampliamente demostrados, incluida la falacia sobre la adicción: solo el 10% de los usuarios se convierten en adictos, y no es únicamente por la sustancia, sino por las condiciones impuestas a los consumidores cuando se les aparta de la sociedad y se les condena a depender del mercado negro, arrojados a la marginalidad y convertidos en personas “desviadas” e irrecuperables, víctimas no de las drogas, sino de la prohibición. En el mundo de las drogas, lícitas o no, lo normal es el uso responsable; esa es la norma, no la excepción.

La ARSEC desapareció en el 2008 de muerte natural y con los objetivos fundacionales cumplidos: llevar a la sociedad el debate sobre el cannabis y acabar con su satanización.

“La ‘ley seca’, concebida como un intento de mejorar el estilo de vida americano en términos morales, en última instancia solo llevaba al país a la destrucción. Si echamos la vista atrás no podemos evitar pensar que, privando a los estadounidenses de sus “vicios”, la “ley seca” solo consiguió pavimentar los caminos por los que avanzaría el crimen organizado”. Palabras de Harry Anslinger en los años sesenta, un certero análisis del promotor e instigador de las campañas de lavado de cerebro sobre la marihuana, en lo que se conoció como “la locura del porro”.

La sobriedad es un constructo producto de cien años de ingeniería social al servicio de ciertas políticas económicas y sociales, e imponerla nos lleva a los indeseados efectos que vemos cada día desde México hasta Afganistán. Y en medio, Europa, el gigante económico y enano político que carece de su propia política sobre drogas y debemos sufrir una impuesta por una instancia exterior a raíz de un tratado, que ninguno de nosotros firmó en 1961. El derecho a la ebriedad debería ser reconocido como uno de los derechos humanos.

Este tratado, la Convención Única sobre Drogas de la ONU, dificulta en extremo la investigación con sustancias prohibidas y los fondos destinados a investigarlas provienen de gobiernos que apoyan la prohibición, y solo encargan estudios que refuercen las ideas que ellos defienden. Así cortaron los fondos al experimento de Bruce Alexander conocido como “Parque de las ratas” cuando sus resultados pusieron en aprietos a quienes sostienen que en la adicción a las drogas la sustancia es la única responsable de la adicción. Ningún laboratorio ha recibido fondos para repetir el experimento.

Damián Carulla, izquierda, y Felipe Borrallo, director y editor de la revista Makoki, respectivamente
Damián Carulla, izquierda, y Felipe Borrallo, director y editor de la revista Makoki, respectivamente

El eslabón más débil

Parece evidente que, a la luz de las contundentes pruebas, la persecución ritual de consumidores e inductores debe cesar por completo. Es ilusorio ofrecer tratamientos médicos y medidas de reducción de daños si las drogas continúan siendo ilegales. Solo la relegalización puede sacarlas de manos de los traficantes; la “normalización” no puede.

En la ARSEC elegimos la marihuana como eslabón más débil de la cadena prohibicionista, creyendo que una vez legalizada la marihuana, tarde o temprano todas serían legalizadas.

Puede que la relegalización haga disminuir ligeramente el consumo, pero lo que reduce mucho más son los daños provocados por las drogas y por la prohibición, y que eso es así lo demuestran las numerosas experiencias normalizadoras.

El mundo sería mejor si, con una pequeña dosis de utopía, seguimos luchando porque así sea. Ahora somos muchísimos más los favorables a la legalización de las drogas que hace veinticinco años, hemos logrado desatanizar la marihuana, ahora nos queda por delante relegalizarla.

Y para que no se nos vuelva a tachar de patriarcalismo, quiero dar aquí las gracias a Laura, Mónica, Paula, Rosa, Gimena y Judith, las mujeres que, desde el principio, no solo hicieron de la ARSEC un sitio mejor, sino que con su dedicación mejoraron el funcionamiento y la gestión de la asociación.

Gracias también a todos los socios cultivadores, que con su esfuerzo y su ánimo permitieron la utopía de que la marihuana y las semillas fuesen gratis en la ARSEC.

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